sábado, 17 de octubre de 2009

Viaje al Danubio: El regreso.


30/08/2009

Este era el día del regreso. No tocaba más que dar algunas vueltas por la ciudad visitando de forma somera aquellas cosas que no pudimos ver el día anterior. Escogimos el Prater, y subir a la noria. Y luego callejear sin rumbo por la ciudad, viendo con excelente sol esta bella ciudad que hasta ahora nos había deparado frío y lluvia a partes iguales. Calles engalanadas, paseos hermosos, parques, gentes elegantes alternando con otros trajes más modernos, incluso atavíos bávaros o tiroleses. Nada escapaba a la atención de nuestros ojos curiosos, libres de buscar ya más cajas.

Nos costó después emprender el viaje de regreso. Había sido un viaje fantástico, con paisajes magníficos, esfuerzo por seguir un camino atrapado en el entorno, y viviendo el terreno de una forma que nunca antes habíamos conocido. Bella forma esta de viajar. Hasta la vista, entonces. Aufviedersehen.

Viaje al Danubio: Séptima etapa.

29/09/2009

Por la noche llovió en Tulln. Siempre se duerme bien cuando fuera llueve, y viendo que la etapa no podría hacerse a pedales salvo que nos sobreviniera un ataque de loca inconsciencia, optamos por no madrugar. No valía la pena. Nos desperezamos lentamente, desayunamos nuestra buena ración de marille y con las capelinas puestas pedaleamos hasta... la estación de tren. Barnabas nos hizo esperar, como es costumbre, pero en esta ocasión no importaba demasiado. No había prisa. Era la última etapa, y debíamos llegar a Klosterneuburg para devolver nuestras bicis, lo cual se traduce en unos 10 minutos de espera en el andén y un trayecto de escasa media hora total. Algo mojados, un tanto fríos y bastante perdidos por cuanto en este dichoso país tienen por costumbre desconocer el idioma universal del inglés.

Ofrecíamos una curiosa estampa en el tren con las capelinas puestas y la bici apoyada como podíamos en los asientos mientras ante nuestros ojos desfilaban los paisajes donde Konrad Lorenz disfrutó con sus ocas y gansos, paisajes que merecen un lugar en la historia de la ciencia tanto como el pequeño pueblo de Willendorf por donde habíamos pasado. Vieja nostalgia en paisajes nuevos, conocida añoranza de finales de viaje que se repetía una vez más.

Pronto llegamos a nuestro destino, aunque no pudimos visitarlo dada la intensa lluvia que caía. En este país, cuando llueve, lleve fuerte. Así que un chocolate de máquina bien calentito y hacia Viena. Barnabas se quejó un poco porque tuvo que pagar billete también para la bicicleta.


En Viena (Wien), ya fue otra historia. Sufrimos para encontrar el hotel. Es una ciudad enorme, aún más magnificada por cuanto el paisaje que habíamos visto hasta ahora eran pueblos pequeños, hermosos, que en pocas zancadas o pedaladas podíamos recorrer sin dificultades. Eli y yo, despojados de nuestras bicis, debíamos arrastrar el equipaje y cuidar de que Barnabas no tuviera dificultades con la bici. Y esto, cuando llueve, no es facil. La mayor sorpresa la tuvo el buenazo de Barnabas, pues pronto descubrió los inconvenientes de traer su propia bicicleta desde Barcelona: Ha de encontrar un envoltorio para poderla facturar en el aeropuerto. La fortuna parecía sonreírle, pues justo al lado del hotel hay 2 tiendas de bicicletas. La fortuna en realidad lo que hacía era pisarle el hígado, pues no contó con los horarios centroeuropeos que hacen que un sábado a las 12:00 horas TODOS los comercios cierren (salvo supermercados y parecidos, claro...), así que cuando acabamos de desempacar en la habitación del hotel, se encontró descompuesto y sin caja.

Pobre. La visita a una de las más hermosas ciudades de la cristiandad supuso para él una simple y futil pateada, pues no contempló apenas la catedral, los palacios, la ópera ni casi ninguno de los bellísimos edificios que allí había, pues mente y globos oculares los tenía dispuestos y preparados para localizar en cualquier esquina una posible tienda de bicicletas en donde pedir, ni que fuera pagando, una caja para la bici.


Resolvimos el problema más por azar que por buscar. Al lado de la estación donde están los trenes hacia el aeropuerto había varias cajas para bicis, abandonadas seguro por otros viajeros con viajes similares al nuestro. Algo mojadas, eso sí. Bastante malolientes y hasta rellenas de basura. Pero cajas al fin y al cabo. Sin grandes taras ni pegas que no pudieran arreglarse con algo de cinta americana, un ventilador toda la noche para secarla al máximo y grandes dosis de buena voluntad.

Aún así la visita la pudimos disfrutar. Al menos Eli y yo. Y como tenemos gustos algo raros invertimos buena parte de la tarde en ver la universidad de Viena, un edificio precioso con buenas dosis de historia tras sus muros que tratan de no olvidar exponiendo un busto de cada profesor importante (o alumno) que por allí hubiera pasado. Había muchísimos. De mi formación médica pude identificar muchos nombres, pero Eli prefirió fotografiarse con uno de sus ídolos: Schrödinger. Por supuesto, visitamos también la "Lunatics Tower", el antiguo hospital para enfermos mentales de Viena. Nada que ver con Freud. Faltaría más.

Y para concluir la velada, y porque las penas con chocolate son menos, nos permitimos degustar una Sachertorte en el mismísimo hotel Sacher, con su parafernalia de etiqueta, su torta celebérrima y su chocolate a la taza, no tan famoso pero igualmente delicioso.



viernes, 9 de octubre de 2009

Viaje al Danubio: Magris sobre Tulln


En Tulln el tiempo pincha, muerde, y la vida es una flecha arrojada hacia la nada, el irreversible proceso disipativo de que hablan los físicos. En la Canción de los Nibelungos, Atila espera y acoge en Tulln a su esposa burgunda Kriemhild, y el poema describe el cosmopolita cortejo de los príncipes y de los pueblos vasallos que le acompañan, valacos y turingios, daneses, pechenegos y guerreros de Kiew, a los que poco después la venganza de Kriemhild arrojará a la batalla y a la muerte.

La jornada es fría y lluviosa, el bosque que rodea a la ciudad es de un verde fosforescente, musgo empapado de agua y de humedad. En la iglesia de San Esteban, una basílica de 3 naves de los siglos XI y XII, una lápida fúnebre dice “Aquí yace María
Sonia” y la muerte señala el punto con una flecha; El reloj está parado a las 10:20 y sus agujas son dardos como los de la muerte, representada por un carcaj. La flecha es la vida, lanzada irreversiblemente y destinada a caer cuando la fuerza de la gravedad prevalece sobre su impulso, pero también es la muerte que alcanza a la vida en plena carrera, es el tiempo al que traspasa con cada hora, es el reloj que mide la breve dilación concebida y hiere con esta medición. Aquí yace María Sonia, nuestra hermana en la muerte, y nos gustaría despertarla con un beso no fraternal, un beso en la boca que hiciera reaparecer su cuerpo de las aguas del sueño, senos y piernas que surgen de la sombra, hombros a los que abrazar durante la noche. ¿Qué cósmica ordenanza administrativa decretó que no pudiéramos encontrar a María Sonia, qué consejo de Administración del ente Espectáculo Universal dispuso que actuáramos en 2 guiones y en 2 platós diferentes y desfasados? ¡Si por lo menos el montador o el proyeccionista mezclaran nuestras películas, como en Loquilandia, enviándonos por error a cada uno de los 2 a actuar en la otra película! Es posible que el paraíso sea Loquilandia y allí actuemos todos juntos, en una festiva barahúnda como en la escuela durante el recreo.

La flecha ya ha alcanzado a María Sonia, pero está a punto de alcanzarnos también a nosotros; Puede que nos haya alcanzado ya un poco, la precisión con que la muerte indica el punto exacto en que ella yace es agria como una herida.


Sobre la puerta hay un águila bicéfala, que tiene entre las garras la cabeza de un turco, y la lápida fúnebre de un jefe zíngaro. La rugosa piedra bárbara de esta iglesia rinde justicia también a la orgullosa majestad nómada de un pueblo oscuro y olvidado, ausente de nuestra conciencia como lo está en general de la memoria histórica.



Viaje al Danubio: Sexta etapa

28/08/2009

Nos quedamos ese día más de lo acostumbrado en la cama. Estábamos muy a gusto en unas camas blandas en la buhardilla de la casa de herr Zöhrer, con el sol insinuándose a través de la claraboya y los cuerpos descansados. La pereza sólo retrocedió lo suficiente como para dejarnos despertar de ese delicioso duermevela cuando comprobamos que si no bajábamos pronto, perdíamos el desayuno que teníamos pagado. Un poco a trompicones acabamos por bajar a desayunar unos kilos de mermelada de albaricoque casera, buenísima, y tras pagar por la habitación y despedirnos de tan acogedora familia, reemprendemos la ruta.

Más por casualidad que por otra cosa, el camino que teníamos que seguir pasaba cerca de la casa, así que nos resultó fácil localizarlo, atravesar el pu
ente y proseguir por el margen derecho en esta ocasión. El trayecto a través del puente es cada vez más largo, y comparar en nuestras memorias el paso por el puente de Passau y el actual de Krems deja en nuestras almas, al menos en la mía, cierta sensación de pequeñez, de ser un elemento extraño que probablemente pasa desapercibido para el gran río cuyo viaje acompañamos, de insignificancia para la existencia de este Danubio y de esta Mitteleuropa que ya me tenían robado el corazón. La nostalgia por el próximo fin de nuestro viaje requirió de un par de sacudidas de cabeza en medio del puente para reemprender la ruta sin más incidencias ni pensamientos metafísicos. Viendo a Barnabas en una nueva flipada aún antes de concluir el paso del puente me hizo percatar que, de todas formas, habían pasado desapercibidos.

Tras pasar el puente el camino parece realizar un rizo extraño que nos depositó nuevamente al lado mismo del río, tal vez más cerca del agua que en los tramos anteriores. Pero esta parte del trayecto tiene poco que reseñar. Probablemente resultará más atractiva a ciclistas del estilo Barnabas, pues era tal la profusión de curvas y pequeñas desviaciones que podría decirse que era de todo menos monótono. Pero para mí, dejando Melk y tantas bellezas naturales más atrás, poco tenía que ofrecer. El d
ía era además tórrido y el agua, pese a llevar abundante carga de ella, comenzó a menguar rápidamente. Decidimos hacer varias paradas, en parte por el calor, en parte por el cansancio, pero sobretodo por algias generalizadas en la zona glútea. En cristiano, que nos dolía el culo, con culotte, y sin culotte, que a esas alturas del viaje realmente las diferencias entre el preparadísimo Barnabas y la total despreocupación por el equipo que yo acostumbro a usar, resultan definitivamente irrelevantes.

Hacia las 13:00 llegamos a Tulln. Estábamos agotados, sobretodo por el calor. En la entrada del pueblo vimos un parque muy bien acondicionado al lado del río, y allí hicimos alto para comer, a la sombra de un árbol, y descansar cerca de 1 hora.
Luego nos dedicamos a la ya habitual tarea de final de trayecto de buscar algún sitio donde dormir por poco precio. Ni hoteles caros, ni campings. Cada día más complicado. Por fortuna en Tulln hay un Youth Hostel y allí fuimos. No piden carné de alberguista ni nada que se le asemeje, tratándonos con amabilidad germánica. El sitio es recomendable, pues es barato y las instalaciones a fecha de 2009 son bastante nuevas. Parecen haber remodelado un colegio o una residencia universitaria, no sabría decirlo, pero las habitaciones recuerdan realmente a las de un colegio mayor y los horarios son más que aceptables.

Tras una buena siesta recorrimos el pueblo. Tenía
mos varias horas por delante, así que las invertimos en turismo de calidad, con parsimonia, dejando que el tiempo transcurriera plácido entre algunas viandas caprichosas y buena conversación. Primero fuimos a cumplir con Magris, visitando la iglesia de San Esteban para ver la lápida de María Sonia. Iglesia pequeña, con un baptisterio antiguo al lado, sobria, fresca, fascinante para ojos que hayan aprendido a ver, y para quienes hayan leído a Magris.


Tanto nos gustó que el tiempo pasó y no pudimos visitar el museo romano. Tulln tiene un pasado civilizado en época del emperador Marco Aurelio, el probable fundador de un castro llamado Tullna que prosperaría más adelante. Cuantos restos han hallado han servido para montar un museo pequeño pero bonito, con algunas recreaciones de la época altoimperial que no pudimos disfrutar. No importó. Viajar implica ser capaz de disfrutar del camino como de las circunstancias, y si en esta ocasión me impedían visitar algo para mí deseable, complacimos a Barnabas buscando otras cosas que contemplar.

Disfrutamos especialmente un helado que a esas alturas de viaje se nos antojó sublime, casi sensual, que degustamos en la entrada del pueblo bajo las esculturas de una escena de los “Nibelungos”. Kriemhild y Atila, representados en bronce en el momento de su encuentro en Tulln antes de su boda, en la antesala del drama que concluye con la muerte de los hermanos de Kriemhild, final de la venganza de esta tras el asesinato de su esposo. No desperdician nada de su historia en Tulln. Y hacen bien en recordar su pasado en esta ciudad pequeña pero bonita, vislumbrando glorias de un pasado lejano, rememorando tiempos que sólo en el imaginario individual son agradables y que sirven para que las acciones del pasado puedan transcribirse en el presente. Del futuro, ya veremos, y aquí lo verán disfrutando de la paz del río en sus márgenes y de la calma que sus calles dejan respirar. Hic iacet Maria Sonia. Y también es recordada.

Nos concedimos una opípara cena, y unas radler de medio litro. Al día siguiente se acababa el viaje. Comenzarían las preocupaciones, devolver la bicicletas, buscar una caja, regresar a casa. Pero por suerte eso era otro día.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Viaje al Danubio: Magris sobre Krems



Las 2 ciudades contiguas Krems y Stein, divididas o unidas, según la vieja frase, sólo por esa "y", son famosas por su vino y por la pintura barroco-popular de Schmidt (el llamado "Schmidt de Krems"); Antaño bulliciosos centros del comercio fluvial, han sido completamente arrinconadas por los siglos XIX y XX, por el progreso y la industrialización. Ahora constituyen un paisaje silencioso de callejuelas en pendiente vacías, de balconcitos que sobresalen y se asoman sobre palzoletas adormiladas, escalinatas ocultas que desembocan sobre selvas de techos, hoteles cerrados y arcadas desiertas. Todo calla, minúsculo y muerto; En los patios sólo se oye caer la lluvia, ténue y discreta.
Krems, cuyo esplendor exaltaba en 1153 el geógrafo árabe Idrisi, que superaba, en su opinión, al de Viena, se parece hoy a Vineta, la ciudad sumergida bajo las aguas, entre cuyas calles sumergidas en el mar la leyenda afirma que alguien con ropajes antiguos pasea por ella. Cuando un transeunte asoma por las callejas o sale de un portal, resulta inevitable pensar en aquellas pinturas o tapices de las leyendas, de las cuales, a una hora mágica, las figuras salen y descienden a la vida. [...]
Existe una inmovilidad mortuoria, que parece encadenar a cada cual a la copia de sí mismo. Se siente el placer de abandonarse a este letárgico olvido, pero también una nostalgia de la fuga y una impaciencia de la metamorfosis; El deseo de ser el piloto del Danubio de la homónima novela de Verne, en la cual el señor Jaeger, alias Karl Dragoch, policía húngaro, confunde a Ilia Brusch, alias Serge Ladko, con el jefe de la banda de los piratas del río, Ivan Striga (el cual se hace pasar por Ladko), y es asu vez tomado por él.

Viaje al Danubio: Quinta etapa


27/08/2009

Despertamos pronto para ir a desayunar y poder visitar con calma la abadía. El desayuno fue de lo más correcto, por más que peculiar, tratando de averiguar qué eran muchas de las cosas que nos servían. Los letreros en alemán no ayudan mucho en esto. Barnabas optó por inflarse de embutidos, que era algo seguro en cuanto a sabor, yo provoqué una fuerte mengua de mermelada de albaricoque, producto típico local, y Eli... bueno, Eli comió alguna cosilla. No me entretendré en hablar de la visita a la abadía, pues ya he relatado algunas cosas, pero baste saber que me encantó y desde luego reemprendí el viaje con cierta nostalgia, en parte por estar alcanzándose ya el final y en parte por el precioso lugar que dejaba atrás. Vida tranquila dedicada al trabajo en el campo y cuantos libros pueda soñar. De no ser por lo del celibato, es el tipo de vida ideal.

Pero el viaje es el viaje, así que descendimos al pueblo, rodeamos la abadía, atravesamos el puente y proseguimos etapa por el margen izquierdo. Esta etapa no ofrece nada en particular salvo un par de cosas: La primera, que se atraviesa el pequeño pueblecito de Willendorf. Para cualquier aficionado a la arqueología esto debería ser una especie de peregrinación a uno de los lugares marcados en rojo fluorescente en los libros de prehistoria, famoso por la Venus hallada casi única en su género. La realidad resulta algo decepcionante, pero más por las ilusiones que uno pudiere haber puesto en su visita que por lo que resulta el pueblo en sí. Nos llamó la atención lo reducido de sus dimensiones y la rareza de sus gentes, que ponen a disposición del viajero botellas de licor con vasitos en alacenas perfectamente al alcance, y a precios escanadalosamente asequibles. Dan por descontada la honradez de los viajeros, pero a estas alturas del viaje esto ya no constituía motivo de admiración. Bello país este, y digno de confianza.

La segunda cosa interesante es de tipo paisajista, y lo constituyen las extensiones de viñas hasta donde se alcanza la vista, ricos vergeles cargados de uva de delicioso aspecto, lugares magníficos donde parar un rato a la sombra de los pámpanos para reposar un rato. Por doquiera que íbamos, campos y campos de vides y bodegas donde se ofrecen vinos a buen precio. Sólo por falta de espacio en las alforjas obviamos una parada en la primera bodega para degustar y llevarnos algunas botellas.

Antes de llegar a Krems pasamos por Durnstein. Este es un pueblo medieval que aún conserva restos de un antiguo castillo de la época de las cruzadas, perteneciente a la casa de los Babenberg. Sólo esto ya merece una parada, pero se ha de mencionar además que es un castillo muy conocido por haber sido prisión del rey de Inglaterra Richard, apodado "Lionhart" ("Corazón de León") tras varias gestas y cafradas en el reino de Acre y Jerusalén, incluyendo varias matanzas de musulmanes, no todas en combate, traiciones, peleas, borracheras y demás hechos dignos del más alto caballero de la cristiandad. En esa contienda destacó también por sus rudos hábitos que le llevaron primero a un distanciamiento con sus aliados germanos, y más tarde a una franca pelea con el Duque de Austria, quien abandonó la cruzada a raíz del desaire. Más tarde, cuando Ricardo regresaba a casa, atravesó Europa por este rincón y su viejo "amigo" austríaco le regaló unas vacaciones en las celdas de Durstein a cuenta de sus juergas en la cruzada. El tiempo que permaneció aquí veraneando "a la sombra" fue el período en el que, supuestamente, el sheriff de Notingham y un tal Robin Hood hicieron una amistad similar a la que Ricardo disffrutaba con el Duque de Austria. Eli y yo paramos a hacer la foto al lado del río. Barnabas, que estaba en medio de otra de sus flipadas, pasó de largo y no hubo forma de que escuchase nuestras imprecaciones para detenerse a disfrutar las vistas. Un medievalista como yo, jamás podría permitirse este lujo, pero él se contentará con la foto:


Finalizamos etapa en la ciudad de Krems und Stein. En realidad son 2 ciudades unidas, diciendo los lugareños, medio en broma medio en serio, que son 3 ciudades: Krems, Stein y "Und". Llegamos a media tarde con ritmo tranquilo, sorprendiéndonos al llegar las calles de corte medieval de Stein, prácticamente vacías, decoradas con banderolas y estandartes realzando aún más si cabe su aspecto del medioevo. Al no disponer de alojamiento no nos quedó más remedio que llegarnos hasta la oficina de turismo en Krems, una ciudad más convencional, donde por el módico precio de 3 euros nos encontraron un bed&breakfast en las afueras. Lamentamos al principio la elección, pues estaba más bien lejos, pero fue de las mejores decisiones que hayamos tomado nunca. Para comenzar porque el lugar era mágico, un caserón del siglo XIII que aún servía de bodega, clavado enmedio de viñedos, absolutamente idílico. Nada más llegar tuvimos ciertas dificultades, pues aunque cueste de creer nadie había en recepción, y quien salió a darnos la bienvenida fue un tipo muy simpático que después averiguamos era el dueño, Herr Zöhrer, que en un horrible inglés pero con una sonrisa embriagadora nos ofreció agua, las llaves de la habitación y un torrente de palabras de bienvenida en alemán que lógicamente no entendimos. La estancia en esta casa fue magnífica pese a la manera tan particular y bohemia de llevar el establecimiento que pudimos comprobar las horas siguientes, y a que nadie allí hablaba inglés o cualquier lengua latina, pero supieron hacerse entender siemrpe.

http://www.zoehrer.at

Nada especial que reseñar de Krems. A las 19:00 horas resultó imposible encontrar un lugar donde comer algo, ni siquiera un kebab. Paseamos por el pueblo y compramos una pizza, por señas, en un puesto de reparto a domicilio que vimos abierto. Nos dijeron, o creímos entender, que debían entregárnosla en alguna dirección. Les pedimos que nos llevaran el encargo a la calle, "strasse", justo delante del establecimiento donde había un banco para sentarnos. Y allí nos lo comimos. Delicioso.

martes, 6 de octubre de 2009

Viaje al danubio: La visita a la abadía

27/08/2009

Dedicaré una entrada sólo para este espléndido lugar, dejando de momento aparcado el relato del camino. Nos hallamos en una abadía benedictina que se levanta en lo alto de una roca en el pueblo del mismo nombre, ya desde la época medieval, remontándose su inicio hasta el siglo XI (si bien en el recorrido por su interior se llega a mencionar ya desde el IX)


El edificio ya no conserva restos de aquella época, pues pronto se hizo famoso y obtuvo un gran esplendor, logrando varias restauraciones y ampliaciones sucesivas. En la actualidad el edificio es barroco con un característico color amarillo.





Domina el Danubio desde su posición, y el paisaje desde su terraza es sencillamente espectacular, al pie de las torres y justo delante de la iglesia abacial. Esta está llena de frescos y posee una arquitectura muy especial.





Aquí me encuentro en mi hábitat natural. La famosísisma biblioteca de Melk con más de 85.000 volúmenes, cientos de ellos incunables y por lo que pude ver en excelente estado de conservación.










La famosa escalera de caracol del interior de la iglesia. Esta fotografía es famosa y Eli fue capaz de reproducirla de forma espontánea, sin haberla visto nunca antes.











Viaje al Danubio: Cuarta etapa

26/08/2009

La noche resultó aceptablemente tranquila pese a que el camping estaba más cerca de lo deseable de la carretera. Barnabas probablemente disienta, precediendo en sus recuerdos ciertas incomodidades derivadas de tener que dormir directamente sobre el suelo que no el hecho incuestionable de lo barato del alojamiento. Eli, por su parte, había dormido como nunca y se encontraba fresca y radiante. Mira que resulta difícil mediar entre estilos diferentes de viajar, pero entre estilos diferentes de dormir la cosa redunda en un surrealismo que roza lo kafkiano, pero esto son historias que no competen al viajero que pueda parar a leer estas líneas. Baste saber que desmontamos la tienda (bueno, Eli y yo desmontamos la tienda mientras Barnabas rehacía su mochila unas cuantas veces...) y nos marchamos a desayunar al pueblo, ya que no tardamos en comprobar que la simpatía del dueño del camping resultaba tremendamente parecida a la antipatía mostrada una vez habíamos pagado. Además, habíamos visto un local casi a pie del río donde desayunamos por poco precio con toda la parsimonia de que fuimos capaces.

En esta tesitura uno, que es observador y curioso, ve que hay un barco que parece hacer la ruta de orilla a orilla. La idea, antes de desayunar, era retroceder 2 km hasta el puente para atravesar el río hasta la orilla derecha y desde allí llegar a Melk. Si Schlogen era el sueño de Barnabas, Melk era el mío. Pero la perspectiva de tener que retroceder aunque fuera tan sólo ese espacio no nos alegraba, así nos dejamos caer por la zona del puerto de Grein y vemos una ingente cola en espera del trayecto en barco. Y allí nos añadimos, claro. Tuvimos que esperar una media hora larga bajo un sol de justicia, motivo por el que Eli y yo decidimos esconder nuestras cabezas bajo una ingente capa de tela, cual islámicos cualesquiera, y así logramos nuestro pasaje. Barnabas optó por chamuscarse al sol, como los hombres. El trayecto en barco, pese a lo corto que es, no queda exento de problemas, ya que a la muy honrada de Eli le dieron mal el cambio, devolviéndole de más, y el problema fue terrible para lograr que e capitán del barco la entendiera habida cuenta de nuestro patético alemán, y sobretodo por el horroroso inglés de él. Por suerte una pareja joven de alemanes nos hicieron las veces de traductores y se solucionó el dilema. Yo tengo menos dilemas morales cuando me devuelven de más en países que se obstinan en no hablar idiomas civilizados y habría optado por menos "show" y además habría tenido 1 euro extra para invertir en líquido frío durante el camino, pero bueno, es lo que hay.

Bien, tras estas vicisitudes logramos por fin reanudar el camino. Este trozo del recorrido es uno de los más hermosos de todo el trayecto, circulando de nuevo al lado de un Danubio hermosísimo, en ocasiones de un azul pálido pero en diversos trozos alternando con un verde turquesa y multitud de cisnes contemplando a los viajeros bien cerca de la orilla. Aunque la temperatura era tórrida, disfrutamos durante muchos km de una arboleda cuya sombra alivió de forma importante nuestras pedaladas. Había incluso bosques frondosos durante varios km, con caracoles gigantes y setas de tamaño increíble:


Eli y yo nos recreamos en este pequeño vergel, aunque Barnabas logró enturbiar tan placentero tramo perdiéndose un rato. En ocasiones, durante los días anteriores, había mostrado cierta tendencia, digamos, a correr a toda la velocidad que podía durante algunos km sólo para adelantar a algún ciclista más “flipado” que el resto. A esto lo llamamos las “flipadas” de Barnabas, y entrañaban algún riesgo para todos dada la amplia historia de incapacidad personal que mostraba para mantenerse dentro de la ruta sin perderse. Que no mira las señales, vamos. Este día, pidiéndonos permiso previamente, se volvió a “flipar”. El problema es que estuvo prácticamente media hora sin que nosotros supiéramos dónde estaba. Claro que esto no tendría mayor importancia si no fuera por dos detallejos sin importancia: In primis, que era perfectamente posible que se hubiera perdido, y dada la capacidad que tiene en las piernas, que no se diese cuenta hasta no ver un cartel indicando “A Estocolmo, 10 km”. In secundum, a que en el reparto de carga él se había quedado con el almuerzo, así que por narices Eli y yo debíamos pedalear cagándonos en sus muelas esperando en vano encontrarlo tras cada recodo del camino. Cosa que sólo ocurrió tras la citada media horita.

Una vez rehecha la unidad grupal, y sin pasarnos con las collejas, pasamos Ybbs an der Donau y paramos a comer. Eran escasamente las 13:00, pero había un sol de justicia y Melk quedaba a unos escasos 15 km, que se podían hacer en poco tiempo por la tarde. Así que en cuanto encontramos un rincón adecuado paramos. Hoy era un día especial, destinado a la comida oficial de nuestros viajes: Legumbre con atún, tomate y aceite. Aceite de oliva virgen, por supuesto, que traíamos desde Barcelona para la ocasión en pequeños botes herméticos. Hay que decir que el pobre Barnabas no parecía muy entusiasmado con esto, evidenciado para un observador como yo por los gestos faciales de asco que realizaba de forma bastante estruendosa. Y magnificados cuando se dio cuenta de que yo me había olvidado los cubiertos y había que comer con las manos… Pero en cuanto probó las alubias, el giro copernicano en su gastronomía cobró el mayor de los sentidos. No es por echarnos flores, pero estaba delicioso y las energías para los últimos km nos permitieron llegar a Melk en un santiamén (una vez finalizada la siesta, claro, que hay costumbres hispanas la mar de recomendables…).

La preciosa Melk se ve desde la lejanía. Bueno, en realidad lo que se ve desde lejos es la abadía, un precioso edificio remodelado durante siglos, pero cuyo interés para mí reside en la evocación de este edificio por el Maestro en su novela "El Nombre de la Rosa". Y en que menciona varias veces en sus libros haber pasdo por ahí en el pasado.

Una vez llegamos al pueblo, buscamos la oficina de Turismo. Allí nos dan la clásica lista de hoteles y nos dicen con toda sinceridad que en este sitio, para visitar, sólo la abadía merece la pena. Curiosa gente son estos austríacos… Pero la sinceridad es muy de agradecer. Como eran casi las 15:30 horas y la abadía cerraba a las 17:00, decidimos buscar alojamiento y visitar la abadía al día siguiente por la mañana y sin prisas.


Para alojarse aquí nosotros recomendamos el Youth Hostel. Aunque está en las afueras del pueblo, eso en realidad supone que escasamente se ha de pedalear medio km, y el lugar es tranquilo, limpio y barato, regentado además por un personal extrañamente amable para los usos tan secos de trato de estas tierras. Una ducha parsimoniosa, un agradable tentempié a base de cuantos líquidos helados pudimos encontrar en una máquina expendedora (qué rico está el Nestea helado de melocotón), y a visitar el pueblo. Es sorprendentemente pequeño, apiñado en la base de la abadía, que lo domina con su inmensa mole, muy tranquilo y que invita a pasear y a perderse por sus calles en un infinito vagabundear por entre casitas de ensueño, tiendas de delicatessen y mil pequeños detalles para disfrutar. Ya en el crepúsculo las luces de la abadía eclipsan las del pueblo dando una atmósfera tan irreal como irrepetible para cualquier otro lugar de esta tierra. No hicimos nada esta noche salvo pasear y cenar lo más tarde que pudimos, pero nos sentó francamente bien. La timba de la noche acabó, como siempre, en victoria de este que escribe. Cuando este par de perdedores me lean: Que hago trampas, a ver si os fijáis un poco la próxima vez.



lunes, 5 de octubre de 2009

Viaje al Danubio: Magris sobre Grein


En Grein ya no existen los abismos y remolinos descritos por Eichendorff, que asustaban a los viajeros y engullían barcas y buques; Obras adecuadas, propiciadas ya por María Teresa pero llevadas a término en épocas recientes, han tranquilizado las aguas del Danubio, sumidas en esta mañana en nieblas que el sol ya está consiguiendo evaporar. El viejo teatro de la ciudad, contiguo a la cárcel, desde la cual los presos podían atisbar el espectáculo a través de los barrotes purificando aristotélicamente su ánimo de las criminales pasiones, está en silencio, y unos pocos metros más abajo, en el río, en la última niebla, los patos fluctúan torpemente heráldicos y familiares, como aburguesados pájaros de las tormentas que sugieren lejanías septentrionales pero no se apartan del embarcadero de casa.

En estos pasajes vivía Strindberg, con su mujer austríaca; Encontraba, según dicen los estudiosos, inspiración para Infierno y Hacia Damasco. Miro a mi alrededor; Es fácil imaginar lo que podía sugerir este paisaje desvaído a la nostalgia romántica de Eischendorff, pero es arduo entender qué podía leer en él el furor visionario del sueco.

Viaje al Danubio: Magris sobre Mauthausen


En este Lager, que no es de los peores, murieron más de 110000 personas. La imagen más terrible, más aún quizás que la de la cámara de gas, es la gran plaza en la que los prisioneros eran reunidos y alineados para la llamada. La plaza está vacía, soleada y sofocante. Nada mejor que este vacío para explicar la imposibilidad de representar lo que sucedió entre estas piedras. Al igual que el rostro de la divinidad en las religiones que prohíben dibujar su imagen, el exterminio y la abyección absolutos no me dejan describir, no se prestan al arte y la fantasía, a diferencia de las hermosas formas de los dioses griegos. La literatura y la poesía nunca han conseguido representar de forma adecuada este horror; Hasta las mejores páginas palidecen ante el desnudo documento de esta realidad, que sobrepasa cualquier imaginación. Ningún escritor, ni el más grande, puede competir desde su mesa con el testimonio, con la transcripción fiel y material de los hechos ocurridos entre los barracones y las cámaras de gas. Sólo quien ha estado en Mauthausen y Auschwitz puede intentar explicar aquel horror radical […]

Es posible que los testimonios más próximos a esa realidad tampoco los hayan escrito las víctimas, sino los verdugos, Eichmann o Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz – probablemente porque, para explicar lo que era aquel infierno, sólo cabe citar al pie de la letra, sin comentarios y sin humanidad -. Un hombre que lo cuente con ira o con piedad lo embellece sin querer transmite a la página una carga espiritual que atenúa, en el lector, el choque de esa monstruosidad. […]

El libro más grande de los Lager lo escribió, en las semanas que transcurren entre su condena a muerte y su ahorcamiento, Rudolf Höss. Su autobiografía, Comandante en Auschwitz, es el relato objetivo, imparcial y fiel de las atrocidades que sobrepasan cualquier medida humana, haciendo intolerables la vid y la realidad, y que deberían sobrepasar y por tanto impedir también su representación, la mima posibilidad de contarlas. En las páginas de Höss el exterminio parece narrad por el Dios de Spinoza, por una naturaleza indiferente al dolor, a la tragedia y a la infamia; Su pluma registra imperturbable lo que ocurre, la ignominia y la vileza, los episodios de bajeza y de heroísmo entre las víctimas, las dimensiones monstruosas de la masacre, la grotesca solidaridad automática que se crea por un instante, bajo las bombas, entre verdugos y perseguidores. […]

Desciendo la Escalera de la Muerte, que conducía a la bodega de piedra de Mauthausen. Sobre estos 186 elevados peldaños los esclavos transportaban piedras, caían por el cansancio o porque los SS les hacían tropezar y rodar bajo las piedras, eran abatidos a palos o a tiros. Los peldaños son bloques desiguales y empinados, el sol abrasa; La masacre está todavía próxima, acuden a la memoria divinidades arcaicas ávidas de sacrificios humanos, las pirámides de Teotihuacan y los ídolos aztecas, aunque unos dioses más modernos y civiles no hayan impedido que los torturadores sigan torturando. El libro de Höss es terrible – terriblemente instructivo – porque su épica concatenación de los hechos muestra cómo en la mecánica rueda de las cosas las personas pueden llegar, un paso tras otro, a convertirse no sólo en guardias urbanos o cocineros del ejército del Tercer Reich, comparsas del horror, sino incluso en campeones y directores del exterminio, comandantes de Auschwitz. […]

Pero sobre estos peldaños el individuo también ha sabido hacerse único e imborrable, mayor que Héctor ante las murallas de Troya. Aquella joven que, bajo el umbral de la cámara de gas de Auschwitz, se vuelve hacia Höss y le dice despreciativa- como él mismo cuenta – que no ha querido que la seleccionaran, como habría podido hacer, para seguir a los niños que le habían sido confiados, y luego entra segura con ellos en la muerte, es la prueba de la increíble resistencia que el individuo puede oponer a lo que amenaza con aniquilar su dignidad, su significado. En los diferentes Lager y también sobre esta escalera de Mauthausen se han producido muchas de estas gestas, de estas Termópilas que detienen la marea de la abyección.


Mientras permanezco en la escalera, tengo ante mis ojos una fotografía de las muchas que he visto poco antes en el Lager. Es la fotografía de un hombre sin nombre, por el aspecto probablemente un balcánico, un europeo sudoriental. El rostro está desfigurado por los golpes, los ojos son dos grumos hinchados y ensangrentados, la expresión es paciente, de humilde y sólida resistencia. Viste una chaqueta remendada, en los pantalones se ven unos parches cosidos con cuidado, con amor al decoro y la limpieza. Ese respeto de sí mismo y de la propia dignidad, mantenido en el corazón del infierno y dirigido incluso hacia sus propios pantalones andrajosos, hace que los uniformes de las SS, o de las autoridades nazis que visitaban el Lager, se perciban en todo su miserable travestismo carnavalesco, trajes alquilados en el monte de piedad, con la convicción de que un baño de sangre conseguiría hacerlos durar un milenio. Duraron 12 años, menos que el viejo anorak que suelo llevar cuando viajo.




sábado, 3 de octubre de 2009

Viaje al Danubio: Tercera etapa

La levemente decepcionante Linz ya tenía poco que enseñarnos, así que tras un estupendo desayuno nos decidimos a abandonarla. Barnabas insistía en que había tenido una prima colazione mucho mejor en Catania que la del hotel en donde estábamos, pero la verdad, creo que estaba imbuido de un espíritu clásico que aboga por un tiempo pasado que siempre fue mejor. Era estupendo y abundante. Pronto hicimos Eli y yo nuestra habitual parada a las puertas del hotel en espera de las últimas comprobaciones de Barnabas, mochila abierta, mochila cerrada, varias veces, y reemprendemos el trayecto. Atravesamos el puente y, diciendo adiós a la ciudad, nos encaminamos hacia el río, pausado y majestuoso en esta parte de su recorrido, por el margen izquierdo. Pedalear a su lado saliendo de la ciudad constituyó todo un placer, atravesando un parque ajardinado francamente precioso donde muchos ciudadanos parecían querer pasar un rato agradable antes de iniciar sus habituales ocupaciones. El paisaje al otro lado del río, por el margen derecho, era menos agradable pues atraviesa durante varios Km la parte industrial Linz. El prosaico materialismo debe coexistir necesariamente con la salvaje belleza del camino que recorríamos entonces.

La primera parte del trayecto consistía en recorrer lo más rápidamente posible unos 25 Km para legar a Mauthausen. Pocos habrá que no reconozcan el horror en el nombre de este pequeño pueblo anclado en uno de los más bellos paisajes de Austria, que sería desconocido para el mundo de no ser por la barbarie que acompaña a su sonoridad. Es inexcusable atravesar estas tierras sin pararse a visitar el lager Mauthausen, uno de los más conocidos campos de concentración de la II Guerra Mundial, testigo del horror más abyecto que pueda pensarse que sea capaz el género humano. Nos costó llegar hasta allí. Para comenzar porque, a diferencia de lo que nos habíamos encontrado hasta el momento, el encargado de la señalización de esta zona debía ser siciliano (entendámonos, no había indicación ninguna y nos perdimos). Tuve que entenderme con un fontanero austríaco que, en el idioma universal de los signos, tuvo a bien indicarnos por dónde era. Pero no bien habíamos encontrado ya el camino, nos cercioramos que nuestra guía no exagera cuando dice que ascender hasta el lager, en lo alto de una colina, no era tarea nada fácil: Rampas de ascenso de hasta 14%.


Eli y yo, que no tenemos apenas orgullo ni sensación de ridículo para estas cosas, optamos por bajar de la bici y proceder a empujarla cuesta arriba, como vemos que hacen los nativos de la zona que nos anteceden. Barnabas, que tiene en más alta medida su capacidad ciclista, decide tirar de “molinillo” y hala, “p’arriba”. Loable, aunque si a alguien le interesa un buen consejo, con las mochilas y la solana es mejor empujar la bici. Tras un interminable ascenso llegamos por fin al lager. La visita es impresionante. Testigos mudos del horror, los muros aún conservan la estructura fundamental que tuvieron entonces y nada falta en la visita que impida comprender qué fue lo que allí aconteció. Los visitantes deambulaban como nosotros apenas susurrando entre ellos en un silencio casi sepulcral. Fotografías espeluznantes, relatos para la inmortalidad de las salvajadas allí practicadas, banderas, recordatorios, mensajes en papel en casi cada rincón de familiares y supervivientes que, supongo armados de valor y venciendo la repugnancia, regresaron al lugar para quizá recordar, seguro a lamentar y llorar el recuerdo de sus pasos eternos por el campo. Las cámaras de gas, el crematorio, lugares de ejecución, los barracones, hasta las letrinas emanaban un lamentable y espeluznante aura de crimen y terror. Casi todas las explicaciones estaban sólo en alemán, pero apenas había necesidad de ellas. Al menos, nosotros no las necesitamos.

Y faltaba la famosa cantera. Hacía unos años, en un reportaje que llegaba al alma, uno de los supervivientes españoles, endurecido por la experiencia y los años, se dejó filmar con abundantes lágrimas en unos ojos de increíble ternura, cogiendo una pequeña piedra de la cantera y depositándola en el monumento de los prisioneros españoles, dentro del mismo lager. Inolvidable escena, e inolvidables palabras: “Es la última piedra que subo de la cantera de Mauthausen”. Buscamos entonces la escalera de la Muerte. Nunca un nombre estuvo tan bien buscado… Escalones irregulares de piedra casi resbaladiza. Barnabas y yo la bajamos con precaución y mucho tiento y aún así resultó complicado. No quisimos imaginar cómo sería eso con cientos de prisioneros trastabillando a nuestro alrededor, en invierno, con nieve y hielo, y multitud de guardianes llenos de sadismo poniendo el pie en el momento más inoportuno:


Daba pavor sólo de pensarlo. Llegados abajo, recogimos 3 piedrecillas que subimos luego y depositamos en el citado monumento, reprimiendo seguro alguna lágrima en este tierno homenaje a aquella pobre gente. Y nos fuimos de allí. Hartos ya de tanto horror aunque es una visita que nunca jamás debería dejar de hacerse.
Cuando marchamos estaba ya cercano el mediodía solar, pero teníamos que partir para llegar este mismo día a Grein, a 50 km de distancia. Las rampas tan fatigosas al subir devienen en maravillosos caminos de descenso pero precaución, que es fácil correr más de la cuenta en una bajada tan larga y empinada. A partir de ahí fuimos tan rápido como pudimos hasta que el calor resultó excesivo y buscamos un lugar donde comer. Cerca de Au an der Donau encontramos un maravilloso espacio arbolado al lado mismo del río donde comer y hacer una siesta reparadora. Ya por la tarde pedaleamos con un par de paradas de descanso rápido, atravesando uno de los paisajes más maravillosos que habíamos visto hasta el momento. Cabe decir que pasando el pueblecito de Mitterkirchen im Machland el camino se desvía hacia el interior y el contraste del paisaje resulta contundente: Se atraviesa por medio de bosques espesos, campos de maíz, manzanos, cañaverales salvajes… Nuestro cansancio nos impedía disfrutar del lugar como merecía, pero si alguien desea viajar más despacio o con menos imperiosidad puede parar aquí tranquilamente a merendar. El sitio vale la pena. Muertos de cansancio llegamos por fin a Grein. Desde la lejanía se nos aparecía como un pueblo hermoso, más aún por lo deseable de su advenimiento y en verdad que no ha de desengañar su aspecto a su tangible realidad. Una vez acomodados, es un decir, en el camping del lugar, procedimos a buscarnos la cena. Aviso para viajeros: Toda la simpatía y capacidad políglota del encargado del camping desaparecen como por arte de encantamiento una vez se ha pagado preceptivamente en la entrada. A partir de entonces el encargado se muestra brusco, hasta hostil, en un esfuerzo mínimo por disimular el fastidio que le producía nuestra presencia. En fin, dada la “simpatía” del tiparraco este, optamos por ir a un restaurante a cenar. El pueblo es una colección de calles bonitas y tranquilas. En algunas esquinas se oía música tradicional y en conjunto el lugar resultaba muy agradable. Eso sí, por precios asequibles se come muy bien. Recomiendo el Goulash. No decepcionará a nadie.

Biblioteca de Umberto Eco

Se podrá disfrutar en Bolonia. Al parecer estimó que podía ser difrutada así durante los próximos 90 años. Es su biblioteca personal, que te...