jueves, 6 de febrero de 2014

Otra de Magris

Dejo una entrevista que hicieron a Magris hace poco, cuando le concedieron un nuevo doctorado Honoris Causa. Me interesa especialmente cuando explica cosas de su propia vida:


Al acabar la conversación con Claudio Magris, éste se vuelve hacia el cronista y le revela una anécdota definitoria de una actitud vital: “Un día en la escuela estaba jugando al fútbol. Yo era un buen chico, buen estudiante, respetaba las reglas. Sin embargo, pensé que estaba allí para divertirme. Así que me dije, ¿qué dios me dice que tengo que tirar la pelota hacia allá, y no hacia el otro lado? En ese momento me apetecía tirar el balón hacia el lado contrario, y no tenía ninguna obligación real. Así que la tiré en propia puerta. Me echaron del partido, pero en aquel momento no tenía ningún deber moral, así que rechacé las reglas y me volví contra ellas”. Magris, aboga por una libertad que nos deje alejarnos de una realidad ramplona y que nos permita cierta creatividad lúdica: “Creo que es imprescindible conservar esta mezcla de seriedad y de anarquismo fantástico”.

El escritor italiano es un hombre respetuoso con las reglas que se ha negado, sin embargo, a plegarse ante determinadas convenciones: “Es necesario cumplir no sólo con los deberes morales, sino también con aquello que proporciona placer”. Su filosofía le impulsa a estar  dispuesto a aceptar “cierto relativismo ético para aceptar al Otro, pero existen dos o tres aspectos que no deben discutirse jamás”, de ahí que piense que hay reglas que pueden saltarse y otras que son inamovibles.

Resulta imposible conversar con Claudio Magris y sustraerse a la sensación de que estamos ante un auténtico intelectual. Sus novelas, destilan claves y mensajes que no son habituales en la literatura actual. El lector que se sumerge en ellas, sobre todo en ese poderoso mosaico de sensaciones y miradas oblicuas que es “El Danubio”, su obra más celebrada, debe hacer un esfuerzo de comprensión más profundo que en la literatura de consumo más al uso, pero a cambio se ve recompensado por una riqueza de matices, realidades insospechadas y reflexiones originales de las que suelen estar huérfanas las publicaciones actuales.

Cuando en el año 2004 recibió el premio Príncipe de Asturias de las  Letras, el jurado reflejó en el acta lo enérgico de su voz y lo decidido de su mensaje: “Claudio Magris encarna en su escritura la mejor tradición humanista y representa la imagen plural de la literatura europea al comienzo del siglo XXI. Una Europa diversa y sin fronteras, solidaria y dispuesta al diálogo de culturas. En sus libros muestra Magris, con poderosa voz narrativa, espacios que componen un territorio de libertad, y en ellos se configura un anhelo: el de la unidad europea en su diversidad histórica”.

Magris nació en Trieste, una ciudad del norte de Italia situada a orillas del Adriático que hace frontera con Eslovenia. Quizás haya sido esa situación geográficamente esquinada, de límite territorial, la que le impulsó a incluir el tema de la frontera en sus textos, luchando contra ellas y abogando siempre por una Europa carente de barreras. Una Europa presidida por la solidaridad social y abierta al diálogo entre culturas y civilizaciones distintas, aunque es consciente de que, aparte de las geográficas, “existen muchas fronteras invisibles: las sociales y económicas”.

Claudio Magris nació en abril de 1939, en vísperas del comienzo de la II Guerra Mundial, unos momentos de zozobra y necesidad a los que siguieron otros mucho más tranquilos y prósperos. Al acabar sus estudios, pronto encontró trabajo en la Universidad de Friburgo, y más tarde en la de Turín, para acabar en la de su Trieste natal. Eran tiempos de bonanza económica, en los que quien quería trabajar, encontraba una ocupación, pero es consciente de que “hoy día no es así, un joven que tiene veintitantos años se encuentra en una situación muy dura”.

Germanófilo por profesión y por pasión, Magris es profesor de lengua y literatura Germánica. Él ha sido quien ha acuñado el término “Metteleuropa”, en el que defiende el papel alemán en el concierto europeo.

Es importante su labor como traductor, habiendo vertido al italiano a autores como Henrik Ibsen o Heinrich von Kleist.

Antes de recibir el Premio Príncipe de Asturias, sus paisanos le otorgaron el premio Strega, el más importante de las letras italianas, y en Holanda le reconocieron con el premio Erasmus, que se entrega cada año a quien más haya contribuido a la construcción de Europa. Como ensayista ha sido reconocido también con numerosos galardones. En sus artículos periodísticos ha expuesto siempre su posición en temas, sociales, comprometiéndose siempre con los más desfavorecidos y mostrando sin cortapisas sus ideas y su compromiso moral con la sociedad de su tiempo.

Quizás fuera esa fuerte convicción moral y de compromiso la que le impulsó a tomar parte en unas elecciones en su país, donde fue elegido senador, distinguiéndose en la lucha contra Berlusconi. Se trata, sin duda, de uno de los capítulos más azarosos de su biografía. Presentado por una unión muy heterogénea de partidos en los que la lucha contra el poder omnímodo del presidente italiano era el único nexo común. Una situación que él califica de relativamente cómica “Yo era formalmente representante electo en el Parlamento de un partido del cual yo era el único miembro: Lista Claudio Magris. Creo que ni siquiera Trotsky soñó con algo así”, comenta riendo.


“En el café soy como un náufrago”

-Pregunta: Usted prefiere escribir en cafés y en lugares con gente, que aislarse para hacerlo.

-Respuesta: Sí, es verdad. Naturalmente no es una regla fija, pero cuando puedo voy a escribir a un café. Primero porque no tengo distracciones como el teléfono. En mi casa me distraigo mucho: alzo la vista y veo tantos libros más interesantes que los que yo escribo, que me da vergüenza mirarlos, se pasa mi hijo… Hay tantas cosas más interesantes que escribir… En cambio en el café soy como un náufrago, sólo con las cosas necesarias para escribir. La mesa es como una tabla, una balsa en el mar. También me gusta ver gente a mi alrededor.
Cuando uno escribe, entra en una especie de delirio en el que intenta conseguir un mundo mejor. Y ver gente alrededor que silba, que habla…, está bien, es una lección de humildad. Es una manera de estar solo y en compañía, como una soledad de la que me gusta, fraterna, no la soledad interior, que no me gusta.

Pero eso no es algo original, existe toda una tradición en Europa central y francesa de escribir en los cafés. Y cuando he terminado de escribir en un café, voy a otro para encontrarme con mis amigos.


-P: Usted dice que escribir es, de alguna manera, transcribir aquello que la vida nos ha hecho partícipes.

-R: Sí, creo en esto profundamente. Naturalmente, hay termperamentos y temperamentos. Pero verdaderamente, las cosas que suceden en la realidad, en la realidad personal, individual, con los amigos, con la familia, el gran mundo en torno a nosotros, es totalmente imprevisible. Bonitas, feas, trágicas, horribles, fantásticas, más allá de cualquier fantasía de escritor. Mark Twain decía “Truth is stranger that fiction”. Yo creo que la realidad es más bizarra que la ficción. Después, naturalmente un escritor ordena los hechos, elige instintivamente aquello que se corresponde más con sus fantasías. Es como ver un ovillo de lana enredado: el escritor coge el hilo, tira de él, lo ordena, lo corta. Siento fascinación por la realidad.

-P: ¿Somos lo que leemos?

-R: Desde luego. Para quien tiene una pasión profunda por la lectura, es así. Yo soy aquello que me han hecho ser, que me han descubierto: el mar, el mundo, la valentía… Naturalmente la lectura no es el único método, hay otras expresiones artísticas que también consiguen esto. Prefiero la lectura, por ejemplo, a la música, pero no considero que la lectura sea superior.

También existe una creatividad que no está explícita en la dimensión artística, ni literaria, ni poética, ni musical, es la creatividad cotidiana.

Para mí un libro es un puente tendido hacia el mundo, pero existen otros puentes también importantes, aunque no sean poéticos o culturales. Cuando veo en Istria, o en Croacia, o en las islas, cómo ordenan y corrigen las barcas para soportar las olas, esto también es un trabajo artístico, no menos creativo que escribir un libro. Incluso cuando los niños construyen cosas o juegan, están creando. No es necesario escribir libros.

-P: Si de alguna manera la literatura conforma nuestra forma de ser, ¿quién es Claudio Magris en este momento?

-R: Una pregunta de dificilísima respuesta. Tengo la vaga sensación de un profundo cambio en la relación con este mundo que cambia de actitud. Es necesario distinguir aquello que rechazamos porque forma parte de nuestro temperamento, y esto es legítimo. Evidentemente a mí me gustan más las canciones que se cantaban cuando yo iba a bailar cuando era joven, pero eso no quiere decir que las de ahora sean menos bonitas o menos interesantes. Existen obstáculos que la realidad nos interpone, nuevos peligros: han caído viejas esclavitudes, pero encontramos otras. Hay un gran cambio sociocultural, y tengo la sensación de que la sociedad caminara como en un pequeño terremoto. Cambia forzosamente nuestra visión del mundo.


“Siento fascinación por la realidad”.

El problema es distinguir las cosas que debemos defender a toda costa, porque creemos que tienen un valor incuestionable. Cosas a defender frente a aquellas formas, comportamientos y costumbres que es justo y necesario cambiar. No es fácil distinguir entre estos dos tipos de cosas. Estamos viviendo una vertiginosa transformación del mundo, del hombre mismo, de las capacidades. Está cambiando nuestro cuerpo, nuestras relaciones… veremos con gafas dentro de la cabeza; en teoría será posible un mundo de sol que se auto reproduce. Este cambio es ese terremoto tras el que debemos distinguir qué cosas se mantienen y qué cosas desaparecen o, en otras palabras, qué aceptamos y qué rechazamos.

-P: Usted que ha propugnado la unidad europea en muchos momentos, y que siempre ha dicho que Europa es el baluarte de las libertades, ¿piensa que en estos momentos es ese baluarte que ha sido tradicionalmente?

-R: Europa ha tenido muchos momentos y tradiciones diferentes. Ha elaborado una extraordinaria cultura, la cultura europea, que ha puesto su acento sobre el individuo y sobre los derechos más que sobre la totalidad. Es por ello que Europa no ha tenido en cuenta aspectos concretos y ha marginado unos países o ha destruido otros. En Europa también se violan los mismos principios de los que hablaba ayer en mi investidura, leyes no escritas de los dioses, principios universales.

Yo creo que nuestra realidad hoy día es una realidad europea, y la única posibilidad es tener un estado europeo que resuelva el problema de la inmigración. La inmigración es el problema que afecta a toda Europa. Es ridículo leyes diferentes sobre inmigración en Holanda o en Francia. Sería como tener leyes diferentes de inmigración en Trieste y Venecia. Todos los norteafricanos irían a Venecia y ninguno a Trieste, o viceversa. Estos son problemas europeos, igual que los problemas económicos o sociales. Y el gran problema es que debemos conseguir llegar a un estado federal, descentralizado, un Estado que decida en conjunto este tipo de cosas, el número de inmigrantes que puede entrar, el tipo de asistencia… si no ocurre esto estamos perdidos, parece ridículo ser Europa.

-P: ¿Y no puede ser que estemos asistiendo al fin de una época y el comienzo de otra?

-R: Yo creo que, efectivamente, estamos asistiendo al fin de una época. Lo que no tengo claro es si la nueva época que comenzará será un avance o un retroceso. Europa va a vivir una época muy difícil. La situación económica conlleva un aumento de diferencias y de tensiones. Si se está bien en Murcia y mal en Cartagena, naturalmente Cartagena comenzará a estar en tensión con Murcia. Con los estados sucederá igual. En este sentido, unas elecciones transnacionales europeas, en las que yo pueda votar por un candidato holandés si me gusta más que uno italiano, me parece un pequeño paso significativo.

-P: En su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa, usted hizo ayer una defensa de Antígona. Si hoy existiera Antígona, ¿contra qué se rebelaría?

-R: Desgraciadamente, hay infinitos casos contra los que rebelarse. Hay, por ejemplo, violencia explícita del estado en algunos lugares. El mundo no es una democracia liberal, existen formas de esclavitud modernas. Por ejemplo, las condiciones de trabajo de Qatar, o las de muchos inmigrantes, son incluso peores que las de los antiguos esclavos negros de América del Sur.

Por otro lado, existen civilizaciones en los que los valores entran en conflicto con los de otras. Por una parte, tenemos esa exigencia de convivencia, de respeto de culturas y costumbres, de modelos diferentes de familia. Esto constituye un enriquecimiento cultural, y debemos estar dispuestos a aceptar cierto relativismo ético para aceptar al Otro. Pero existe una bellísima afirmación de Tvetan Todorov, el historiador búlgaro, “es necesario unir el máximo de apertura y diálogo, con un mínimo, un quantum, que consideramos absoluto e innegociable.” Se puede discutir sobre muchísimas cosas, pero existen dos o tres aspectos que no deben discutirse jamás.

Si discutimos sobre un tema crítico, estoy dispuesta a dejarme aconsejar, incluso a cambiar mi opinión. Pero si por ejemplo se me plantea discutir sobre el derecho del voto a la mujer, lo siento, pero no estoy dispuesto a discutirlo, cierro la discusión. La paridad de derecho independiente al sexo, la religión o la etnia es un punto que no se puede discutir.

Hay que combinar el máximo de apertura y relativismo con un mínimo de valores inamovibles. Discutir quiere decir a priori poder convencer a alguien de algo. Si me convences, pasaré a compartir tu opinión. Si se me propone una discusión sobre el futuro de Europa o sobre la estructura de sus instituciones, por ejemplo, estoy dispuesto a ello. Si se me propone la discusión acerca de si se debe castigar o no a un niño con el asesinato, mi opinión es que no hay discusión posible. En este aspecto no debemos tener miedo de tener una firmeza absoluta sobre algunas cuestiones, en las que la frontera ética está cerrada.

-P: Usted ha hablado mucho de la frontera, ¿queda algo de la Europa sin fronteras que se propugnaba en un principio desde la Unión Europea?

-R: Las fronteras físicas dentro de Europa han caído literalmente. Me impresiona pensar en la frontera de Italia con Eslovenia y Yugoslavia, que está llena de sangre, las ocupaciones de Italia, de Yugoslavia… muertos a un lado y a otro que hoy día nadie recuerda, hasta el punto de que uno puede ir tranquilamente de un lado a otro a beber una copa de vino.

Naturalmente existen muchas fronteras, invisibles, que son las fronteras sociales y económicas. Hoy día, incluso hablando de Trieste, sería muy fácil hablar de fronteras con el mundo alemán, esloveno, italiano. Pero las verdaderas fronteras de Trieste son aquellas invisibles que atraviesan la ciudad. Sé casi todo acerca de mis conciudadanos eslovenos, sin embargo no se dónde duermen muchos chinos y negros que viven en Trieste. Sé cómo viven algunos, que son amigos, pero el resto no sé si duermen en un trastero o en un hostal. Éstas son las verdaderas fronteras del siglo XXI.

-P: Decía Jorge Semprún que es usted un auténtico europeo. ¿Qué significa hoy ser un auténtico europeo?

-R: Ser consciente de que yo no pertenezco sólo a una ciudad o a un país, sino que, como si de una matrioska se tratara, hay que desarrollar el sentido de pertenencia a diferentes niveles de territorio. Uno puede sentirse más en casa dentro de unos lugares de Europa. Es cierto que yo me siento más en casa aquí que en Holanda, pero también es cierto que si comparamos el interior de Italia, tambien me siento más en casa cuando estoy en Venecia o en Trieste  que cuando voy a Catanzaro.

Yo me siento europeo, sin ser esto un mérito ni un obstáculo: es un hecho que soy europeo. Sé que lo que sucede en Europa nos afecta directamente. Si mañana Francia u Holanda fallan, no es como si fallara cualquier otro, sino que nos afectaría directamente.

Además, esto conlleva una apertura cultural. Se desarrolla un sentido muy concreto de pertenencia. Como uno que vive en Murcia: es evidente que le interesa más la calle en la que vive, pero no es que sólo se fije en aquél autobús que coge y no le interese nada más lo que ocurre en el resto de la ciudad.

-P: Usted ha sido Senador en su país, ¿le interesa la política?

-R: Yo no estoy hecho en absoluto para representar. La elección de presentarme al Parlamento fue una decisión moral, contra mi naturaleza, y por tanto muy peligrosa y ambigua.
Dijo Shakespeare: “Cualquier cosa que hagáis, hacedla siguiendo vuestra naturaleza”. A mí me pesaba no trabajar para la gente, sino el hecho de representar. Después viví el período más difícil de mi vida por razones personales, un período muy dramático, que coincidió con el período de la ascensión de Berlusconi.

Hay un aspecto muy cómico en todo esto. Creo que mi caso ha sido un caso único en la historia de los partidos políticos del mundo. Yo era formalmente representante electo en el Parlamento de un partido del cual yo era el único miembro: Lista Claudio Magris. Creo que ni siquiera Trotsky soñó con algo así.

Yo no había pensado en presentarme, y ni siquiera hice campaña electoral. Estaba en Alemania, con una beca de investigación sobre la población eslava. Gané seguramente por no haber hecho campaña electoral, y fui el único representante no berlusconiano. Siempre he escrito mucho sobre política, y creo que esa es mi arma.


Yo siempre había rechazado candidaturas. Uno debe hacer el trabajo en el que es más hábil, es inútil que un dentista intente ser pediatra.

En Trieste se unieron cinco grupos políticos contra Berlusconi por razones morales: el Partido Católico, el Partido Popular, un pequeño partido laico de izquierda, el ex Partido Comunista y la extrema izquierda, esos fueron los grupos que propusieron mi candidatura. Sentí la desagradable sensación moral de no poder decir que no, y por miedo de tener miedo, dije que sí. Sin embargo, estos cinco grupos no tenían el permiso de los ministerios centrales de Roma para presentarse en conjunto, así que se unieron e inventaron un movimiento que me propuso para senador. Así, los votantes de esos cinco grupos me votarían a mí. Esto se sumó a que la derecha, que me infravaloraba, se fragmentó en dos, así que yo conseguí llegar a representante en el Parlamento.

Estos grupos olvidaron inscribirse, así que finalmente yo era el único que aparecía como miembro del partido. Yo era el presidente del partido, no tenía ningún representante ni jefe.

-P: ¿Y cómo fue su experiencia como senador?

-R: Cuando ocurrió la crisis de gobierno que hizo caer a Berlusconi, el presidente me llamó para la consulta, para preguntar qué soluciones proponía mi grupo. Pero mi grupo era yo mismo. Este episodio fue muy duro, y lo afronté con un espíritu algo kantiano, en nombre de la virtud, contra todo aquello que había deseado. Creo que eso es peligroso, porque es necesario cumplir no sólo con los deberes morales, sino también con aquello que proporciona placer. Cuando uno ve un niño que se cae al río, se tira a salvarlo. Pero esto no quiere decir que cada día deba estar atento al río para salvar al niño que se cae al río.

Sobrellevé este período, el más duro de mi vida, como pude, con dificultades personales que no tienen que ver con la política. Pero me ha proporcionado una experiencia concreta, que a mi parecer será el problema de cada democracia: cómo conciliar hoy la democracia, que se basa necesariamente en la discusión, en propuestas en el parlamento, con la velocidad del desarrollo de la tecnología, que transforma los problemas. Cómo vamos a encontrar solución a los problemas, si los problemas cambian antes de que podamos solucionarlos. Cómo discutir el monopolio de la luz a gas, si en el tiempo de llegar a una solución se ha instaurado la luz eléctrica, y no cuenta para nada las soluciones que hemos acordado.

A mi entender, este será el gran problema de la democracia. O se abole la democracia, y pasa a ser el jefe/presidente quien toma las decisiones, o se llevan a cabo las discusiones, que en el fondo son inútiles. Pero son inútiles por lo que he dicho, porque si se establece una ley sobre el acueducto en Murcia y cuando se aplica el agua ya no llega en acueducto a Murcia, no tiene ningún sentido el tiempo que hemos invertido en discutir esta ley.

Mi faceta política fue una experiencia muy interesante. Recuerdo un jovencísimo escritor italiano, Marco Tavaglio, que escribió “Promemoria” , que comienza describiendo la entrada a esta solemne sala: “Claudio Magris se sienta en el banco de la última fila, como castigado, como si estuviera en la escuela”.

-P: ¿Qué ha supuesto para usted este doctorado honoris causa por la Universidad de Murcia?

-R: Lo dije ayer durante mi investidura: hace ya 21 años que estoy en contacto con la Universidad de Murcia, a través del profesor Pedro Luis Ladrón de Guevara, y me he encontrado aquí siempre muy bien. El acto me pareció precioso, propiamente universitario. Esas características que se pueden considerar formalidades, las frases en latín… Yo no soy un formalista, pero existe en algunos momentos la necesidad de contraponer una cierta forma que no es nunca sólo una forma. Diferenciar ese falso formalismo de Christian Dior, del sentido de la universidad, que dentro de la lógica del cambio que ha vivido desde su creación, mantiene su continuidad: la lucha contra la ignorancia. Mantiene un sentido muy vivo, profesores, estudiantes… pero aquí existe una universidad con mayúscula, que en Italia no se siente en ese grado. La Universidad de Murcia mantiene el sentido de la vieja universidad europea.


-P: Usted es un escritor con mucha experiencia, y ha tenido la oportunidad de estar con estudiantes, ¿qué le recomendaría a un joven que pensara dedicarse al mundo de las letras?

-R: No creo en las recomendaciones de esta índole, como si pudiera dar sabios consejos. Desgraciadamente, la edad da sólo edad, no da sabiduría ni conocimiento.

Yo pertenezco a una generación muy afortunada, nací en el 39. Cuando terminé mis estudios, Europa e Italia estaban en pleno desarrollo. Nunca he sentido el ansia de encontrar trabajo, si alguien quería trabajar, podía trabajar. Hoy día no es así, un joven que tiene veintitantos años se encuentra en una situación muy dura. Por esto no quiero dar consejos, porque pensarán: este hombre que ha trabajado toda la vida, que ha tenido su sueldo, va a darme consejos a mí que sólo quiero dinero para alquilar un apartamento o una habitación.

Dicho esto, el único consejo que me atrevo a dar es el de mantener cierta independencia de gusto y búsqueda. Creo que hay cosas que uno debe estudiar, porque forma parte elemental de nuestro campo, y para lo demás, hay que hacer lo que se quiera hacer. Si yo no tengo ganas de leer un libro del que todo el mundo habla, y en cambio sí me apetece leer otro de quien nadie habla, debo leer aquello que prefiera leer. Seguir la disciplina en aquello que se debe hacer, pero ser anárquico con aquello que se quiere hacer.

Yo, personalmente, leo mucho, pero mientras que por un lado he leído todo aquello que debía, aunque fuera pedante, pesado, incluso aburrido, por otro he decidido leer lo que me ha apetecido. De hecho me ha sucedido que he leído muchos libros que nadie a mi alrededor lee, y en cambio he leído con retraso muchos de los libros que se consideran imprescindibles. Por ejemplo, leí “Gli indiferenti” de Moravia hace cuatro años, cuando tenía setenta. Pero no porque no tuviese ganas de leerlo, sino porque no he encontrado el momento. Es como cuando alguien se enamora de una persona, y no tiene ganas de mirar a otra. Creo que es imprescindible conservar esta mezcla de seriedad y de anarquismo fantástico.

En primera persona
En el café soy como un náufrago, sólo con las cosas necesarias para escribir. La mesa es como una tabla, una balsa en el mar.

Cuando uno escribe, entra en una especie de delirio en el que intenta conseguir un mundo mejor.

Siento fascinación por la realidad.

Para mí un libro es un puente tendido hacia el mundo.

Es ridículo leyes diferentes sobre inmigración en Holanda o en Francia. Sería como tener leyes diferentes de inmigración en Trieste y Venecia.

El mundo no es una democracia liberal, existen formas de esclavitud modernas

Debemos estar dispuestos a aceptar cierto relativismo ético para aceptar al Otro, pero existen dos o tres aspectos que no deben discutirse jamás.

Hay que combinar el máximo de apertura y relativismo con un mínimo de valores inamovibles.
Sé casi todo acerca de mis conciudadanos eslovenos, sin embargo no se dónde duermen muchos chinos y negros que viven en Trieste

El problema de la democracia hoy es cómo conciliar propuestas en el parlamento, con la velocidad del desarrollo de la tecnología, que transforma los problemas.

Aquí existe una universidad con mayúscula, que en Italia no se siente en ese grado.
La Universidad de Murcia mantiene el sentido de la vieja universidad europea.

He leído todo aquello que debía, aunque fuera pedante o aburrido, pero también he leído lo que me ha apetecido.

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