viernes, 27 de marzo de 2015

Umberto Eco: 'No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo'

Una entrevista en El Mundo. Vale la pena el tiempo dedicado a leerla. La foto es graciosa.

Umberto Eco ha escrito mucho y muy atinado sobre cuestiones como la representación, el símbolo y la cultura. Quizá por tirar tan alto, ahora ha decidido ‘rebajarse’ a hablar… del periodismo. ‘Número cero’ (Penguin Random House) es su nueva novela sobre ‘Domani’, un periódico ficticio y fallido montado por un ricachón para poner en aprietos a Dios sabe quién.

Una redacción compuesta de perdedores se dedica a hacer números del invento, lo cual sirve al autor de ‘El nombre de la rosa’ para soltar ideas como las que siguen, mientras mastica un tabaco en su casa con vistas al Castello Sforzesco de Milán.

¿Por qué quiso hacer este libro?

Llevo escribiendo artículos y ensayos sobre los defectos del periodismo italiano desde 1960, en muchos casos con polémicas, en otros discutiendo con amigos… Yo mismo he escrito en periódicos, así que se trata de una crítica desde el interior. Desde hace 10 años tenía en la cabeza esta idea de hacer una novela sobre los defectos del periodismo, pero lo había ido retrasando. Hasta hoy.

¿Y por qué ambientarlo en 1992?

1992 fue un año en el que se estableció un giro copernicano. Los partidos entraron en crisis y comenzaron todos estos procesos judiciales contra la corrupción, por lo que había esta esperanza de que todo cambiase. Pero dos años después llegó Berlusconi… [risas ]. Me interesaba que en la novela nuestro presente fuese un futuro que la gente todavía desconocía. Por eso, en el libro, el director del periódico, Simei, dice que los teléfonos móviles son una moda pasajera.

La imagen del periódico que aparece en el libro es muy negativa, como una herramienta de difamación.

No todos los periódicos son una ‘máquina de fango’. Los vespertinos ingleses, por ejemplo, con todos los cotilleos de la familia real, lo hacen para vender un poquito más. Pero en Italia este mecanismo se ha usado como herramienta política para deslegitimar al adversario. Por ejemplo, hay un caso real que cuento en la novela sobre un juez que había hecho algo que no había sentado muy bien. Y le fueron fotografiando hasta que le sacaron fumando en una imagen en la que se apreciaba que llevaba unos calcetines de colores chillones, sugiriendo que se trataba de un ser un poco raro.

En el libro Simei dice que “los periódicos le dicen a la gente cómo tiene que pensar”

Depende de quién los lea. A mí, por ejemplo, los periódicos no me dicen qué tengo que pensar. También porque no leo uno sólo y estoy abierto a muchas sugerencias. Pero un lector más ingenuo o menos preparado está más influenciado, más aún por la televisión.

¿Cree que los periódicos han perdido poder por los excesos del pasado?

Si un periódico importante hace hoy una entrevista al primer ministro, ésta sigue teniendo un peso y hasta se puede discutir de ella en el parlamento. Ahora bien, este poder de influir no es sobre el público, sino sobre las altas esferas. El verdadero chantaje no llega cuando yo digo a mucha gente que usted ha robado, sino cuando se lo cuento solamente a dos y ya está. Es poner una noticia en la mesa de la persona importante y sugerir que se podría contar más. Ahí es donde los periódicos tienen el verdadero poder, no sobre el hombre de la calle que puede leer el mismo texto de una forma distraída.

Es una influencia sobre la ‘cima’, por decirlo de algún modo. ¿Por qué hay tantos pequeños periódicos que no tendrían razón de existir, si no reciben subvenciones y venden muy poco? Porque su función es la de enviar un mensaje privado. Dicen: ‘Yo sé algunas cosas y podría decir más’.

¿’Domani’ tiene algo que ver con la realidad?

Me inspiré en un personaje real, que no está mencionado en el libro, Mino Peccorelli, que durante los años 60 y 70 tenía una agencia de noticias en Italia cuya circulación era limitadísima, pero llegaba a las mesas de los ministros y diputados. En él se lanzaba sospechas y era tan peligroso que lo mataron en 1979, por este pequeño pseudo-boletín que servía como instrumento de chantaje.

¿Qué opina de la actual crisis de los periódicos?

La crisis de los periódicos no empieza ahora, sino en 1954, con la llegada de la televisión. Antes decían lo que había pasado el día anterior, pero desde ese momento la gente ya lo sabe. El gran humorista y escritor Achille Campanile dijo en los años 60 que el periódico es como una carta que dice: “Seguirá un telegrama”. Lo que pasa es que el telegrama es del día anterior. Y esto es un problema.

Los periódicos se parecen cada vez más a los semanarios, lo que, a su vez, pone en peligro a los semanarios. Pero es que un diario no tiene la capacidad de un semanario de hacer las cosas tranquilamente, porque se trabaja al filo de la noche. Hay que tener también en cuenta el esquema publicitario y el aumento de los anuncios: cuando yo era niño, había periódicos de dos páginas, tan sólo, y hoy son de 60. Y hay que llenarlas.

Si eres un periódico serio, puedes hacerlo con comentarios y análisis, pero si no, te conviertes en esta máquina de fango que llena páginas y que obliga a leerlas por este mecanismo que los alemanes llaman ‘Schaden-freude’, el placer del dolor ajeno.

Roberto Saviano ha dicho que el libro es un “manual de comunicación contemporánea”.

No creo que sea un manual, pero también se ha dicho que debería estudiarse en las escuelas de periodismo. Esto quizás sí, pero como mal manual de periodismo, de lo que no se puede hacer [risas].

En su anterior novela, ‘El cementerio de Praga’, el protagonista se dedica también a crear bulos. ¿Hay una conexión entre ambos libros?

Hay una conexión con otros muchos libros míos, como ‘El péndulo de Foucault’, porque siempre me ha preocupado la paranoia del complot. Y hoy todavía más, porque internet está lleno de este tipo de contenidos. Lo que más me interesa es cómo se construye el complot, conectando hechos que parecen no tener relación. En la novela, el periodista Bragadoccio es lo que hace, al conectar en un único hilo los últimos momentos de Mussolini con lo que sucedió en Italia en las décadas siguientes.

¿Cómo se pueden combatir estos ‘complots’?

Una de las primeras cosas que habría que enseñar a los niños es cómo filtrar noticias en internet, a distinguir las verdaderas de las falsas. Un ejercicio podría ser elegir un argumento y buscarlo en 10 sitios distintos. Haciendo una comparación se podría crear un sentido crítico. Hay síndromes del complot que resulta muy fácil demostrar que son mentira y otros que no tanto. Por ejemplo, esa idea de que los estadounidenses no llegaron a la Luna y que las imágenes que se ven son una reconstrucción que se hizo en un estudio.

¿Cuál es el argumento contrario? Que si esto hubiese sido así, los soviéticos lo hubiesen dicho y demostrado. Pero si se callaron, es que no había ninguna prueba y, por tanto, es una estupidez. O ‘Los protocolos de los sabios de Sion’, cuya falsedad se demostró hace 100 años, pero en internet sigue circulando y en las bibliotecas árabes está entre los libros más consultados. Es verdad, hay complots reales, como el que se organizó para matar a Julio César. O la Conspiración de la pólvora de Guy Fawkes, que fue descubierta y no llegó a término. O lo que sucede habitualmente en la bolsa, con las OPAs y todos movimientos que empiezan siendo secretos y luego se materializan.

Pero los más peligrosos son los complots mentirosos, porque no logran salir bien, se quedan en el imaginario colectivo, obsesionando a la gente, y nadie puede desmontarlos porque no existen. Pongamos que usted es ateo: todas las religiones son la descripción de un complot que no existe. Pongamos que es católico creyente: el resto de las religiones son un complot inexistente.

Un personaje de la novela dice en un momento que “el placer de la erudición está reservado a los perdedores”.

Es una paradoja, pero también es verdad que puede haber un físico que gana el Premio Nobel y no sabe nada la historia de la literatura. O puede haber un corrector de libros que sabe muchísimo de muchas cosas y ve que esto no le sirve para nada en la vida. Hoy se da un fenómeno de hiperespecialización, que es muy estadounidense.
Recuerdo hablar con un profesor de francés de una universidad de EEUU de que estábamos llegando a un taylorismo de la cultura, es decir, que cada uno es capaz de hacer una sola cosa. Y me preguntó que qué era el taylorismo. Pues eso mismo que le pasaba a él, que no sabía casi nada de ninguna otra cosa.

¿Cómo ve la influencia de internet en los "mass media"?

No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo, porque es más fácil encontrar mentiras en internet que en una agencia como Reuters.

¿Cómo valora que las noticias más vistas de internet sean las que son? ¿Es el lector culpable?

Con Facebook y Twitter es la totalidad del público la que difunde opiniones e ideas. En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública.

Hoy, en internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el premio Nobel y el periodista riguroso. O, por ejemplo, lo que pasa con los libros. Antes las editoriales ejercían de filtro, aunque podían equivocarse: esto se publica y esto no. Ahora, cualquiera puede publicar un libro en internet y resulta complicado argumentar con un joven las diferencias entre algo bueno y algo malo. Sí, se podrá decir que la clave está en que le guste o no. Pero entonces es cuando recuerdo ese ‘anuncio’ que decía: “Come mierda: millones de moscas no pueden estar equivocadas”.

¿Tiene esto algo que ver con alguna dinámica particular de estos tiempos?

Aquella chica que succionaba el pene de Bill Clinton, cómo se llamaba, Monica Lewinsky, ha regresado para hablar de ello y da conferencias. ¿Se podría esperar que permaneciese callada y desapareciese? No. Lo mismo que el ladrón o el mafioso va a televisión a contar lo que ha hecho. Éste es un fenómeno totalmente nuevo en la historia de la humanidad: es importante aparecer en público.

Hace no mucho, en Italia, un marido cornudo compró una página de publicidad del ‘Corriere della Sera’, que cuesta un montón de dinero, para decir que su mujer era una puta. Y la mujer compró a continuación otra página para decir que el marido no estaba bien.

Esta importancia de mostrarse ante otra gente era algo que hasta ahora sólo se veía en algunos asesinos en serie, que querían llamar la atención de los medios y de la policía. Pero un ‘serial killer’ es un loco, y ahora son las personas comunes las que tienen esta necesidad. Es como compartir una colonoscopia con el mundo.

La actitud de muchos intelectuales de hoy es llevarse continuamente las manos a la cabeza. ¿Cuál es su técnica para no caer en lo apocalíptico?

Escribir libros. Describir los problemas. Y tener la esperanza de que alguien que los lea piense, por ejemplo, que va a ser más cauto a la hora de leer un periódico. El intelectual debe denunciar los vicios de la sociedad; si se desata un incendio en un teatro no puede sentarse en una silla a recitar poesía: tiene que llamar a los bomberos, como haría cualquier otro ciudadano.

Pero sigue habiendo muchos intelectuales que, como Platón, aseguran que todo iría mejor si se les diese el poder.

Pero esta idea de Platón se demostró fallida cuando fue a Sicilia. Es por esto que siempre he preferido a Aristóteles, porque aconsejaba y se ocupaba de otras cosas serias, aparte de la política.

¿Cuál es la clave para, con 83 años, seguir manteniendo la pasión por contar?
Siempre he contado algo. Antes contaba chistes, pero en los últimos años he parado, porque Berlusconi ya contaba demasiados. Pero desde pequeño escribía cómics y novelas, que nunca terminaba. Luego contaba cosas a mis hijos. Y ahora tengo a mis nietos. Pero, hablando de mis libros, si te fijas bien en mis libros de filosofía y ensayo, son también narraciones, siempre cuento cómo he procedido en la búsqueda. Hay muchas formas de contar.

Dar clases a los estudiantes es una de ellas, porque siempre he pensado que nuestra forma de conocer no es a través de las definiciones, sino de las historias. Cuándo un crío pregunta de dónde vienen los niños no se le da una lección de genética, sino que se habla del polen, las mariposas, la semilla de papá… Las cosmologías son en realidad novelas del origen del mundo. Los historiadores no hacen sino contar… No nos damos cuenta de que es la forma principal de ver el mundo. Y nos sirve para entender cosas como lo que pasa en Siria e Irak. Porque el fanático no cuenta historias: tiene una verdad en la cabeza y la repite.

¿Qué le parecen las entrevistas?

Es un problema que yo, como autor, me encuentro. Se publica un libro y, hace tiempo, uno esperaba las críticas, que podían tardar un par de meses, porque el crítico tenía que leerse el volumen. Ahora o se habla el día después o nada. Y hay que hacer una entrevista, porque si no la das, no hay crítica. Y la entrevista es un texto que siempre habla bien del libro, lo cual es una manera de engañar al lector, porque es obvio que el autor va a hablar bien de su libro, mientras que uno espera una argumentación contrastada del crítico.


Me ha pasado lo siguiente: dar una conferencia y, al término de ésta, venirme un periodista a que le contase lo mismo que había dicho. ¡Maldita sea, si estabas ahí! ¡Podías haberme grabado, es tu trabajo! Pero está esta idea de que la entrevista es más noble, más ‘scoop’. Y ves un periódico hoy y está lleno de entrevistas, cuando las únicas que tienen realmente sentido son con aquellas personas que no las dan, como corruptos, asesinos o gente así. Una entrevista conmigo es una pérdida de tiempo.

sábado, 21 de marzo de 2015

Orbita laika

Ahora que ha terminado la primera temporada de este programa, veo que se ha montado por ahí una pequeña campaña para que se haga una segunda temporada. Me adscribo, pero como mi capacidad ni de convocatoria ni de oratoria temo iban a ser determinantes, me uno al Doctor en Física Enrique Fernández Borja y su plan absoluto y definitivo para lograrlo:



Lo dicho. Maquiavélico. Y como han confirmado una segunda temporada, pues vamos a pensar que la campaña tuvo su éxito. Si lo que no logre un gatito....

Pero echándole humor a la cosa he visto otros argumentos en la red del mismo estilo:



martes, 17 de marzo de 2015

"Cifu" nos deja...


De "El País". Lo lamento profundamente, pues este hombre es uno de los que logró que me aficionase al Jazz ya hace años. Imagino que allá donde vaya se ha de tomar unas cervezas y seguir hablando de esta música. Descansa en paz, amigo:

Lo que siempre nos pareció inconcebible ha sucedido: Cifu nos ha dejado. El pasado lunes 9 de marzo, fue ingresado en el hospital Nuestra Señora del Rosario, de Madrid, a consecuencia de un ictus. Su fallecimiento ha sucedido esta mañana (17/03/2015).

Cifu forma parte de la vida de muchos en este país, de cuando aquí no llegaban los discos de jazz, o de casi nada. Uno tenía que escucharle para saber cómo sonaban Coltrane, o Lee Morgan, o Art Blakey. Luego estaba que Cifu era como era, y uno no sólo terminaba sabiendo cómo sonaba Coltrane sino cual era el color de los calcetines que usó en la sesión del 7 de marzo del 53, y si había desayunado café con leche y cereales y de qué marca los últimos. Pero él era así, y así le queríamos.
Parisino, cosecha de 1941, llegó a Madrid después de que su padre, don Francisco Cifuentes Sáenz, profesor eximio de Derecho Mercantil en la antigua Facultad de Derecho de la calle San Bernardo, decidiera poner fin a su exilio tras la victoria de las tropas franquistas. En París había conocido el jazz, a Sidney Bechet y a Don Byas. “París era entonces el centro del mundo”, recordaba, “y Madrid, una sucursal del Tercer Mundo”.

Empezó escribiendo para Aria Jazz, fanzine con ínfulas de revista de jazz que editaban los mismos que acudían noche tras noche al Whisky & Jazz de Marqués de Villamagna: “Eramos cuatro aficionados al jazz y los que iban a ligar y se juntaban con los militares de incógnito de la OAS (la Organisation de l'armée secrète contraria a la independencia de Argelia), que tenían el Whisky como lugar de reunión”. Diez años más tarde arrancó su Jazz Porque Sí en la poco menos que legendaria “efe eme” de Radio Popular, de donde pasaría sucesivamente a Radio España, Antena 3, Cadena 100 y, desde 1998, Radio Clásica de RNE. Meticuloso hasta la obsesión, Cifu hablaba de jazz “desde dentro”. "Antes que nada soy un hombre de radio”, reconocía. Su actividad, empero, abarcaba la traducción de textos (de jazz, naturalmente) y su labor de conferenciante contumaz (sobre jazz, claro está). Sin embargo, hay algo que no hizo: escribir un libro. Decía que escribir no era lo suyo. Por más que se le intentó convencer de lo contrario, no hubo manera.

Recuerdo a Cifu en algunas situaciones pintorescas no necesariamente relacionadas con el jazz, como acompañante de estrellas del sello Movieplay (lo que incluía ejercer de cicerone del guitarrista y cantante Alvin Lee, líder de Ten Years After, durante su visita a Madrid) y en su etapa televisiva de “maduro interesante” -¡esos jerséis negros de cuello alto!- de cuando Jazz Entre Amigos. Cifu estaba en la cumbre de su popularidad: “Me paraba por la calle gente que no había escuchado una nota de jazz en su vida”.

Fueron siete años, entre 1984 y 1991, asomándose a la pequeña ventana cada siete días sin excepción. Con Cifu por bandera, Jazz Entre Amigos puso cara al Gran Jazz: el de Coltrane y Ellington, Dizzy Gillespie y Tete Montoliu. Que la emisión durara lo que duró, constituye un misterio sólo comparable a su desaparición fulminante, materia sobre la que todavía se discute acaloradamente. "Lo cierto es que lo han quitado porque les ha dado la gana”, sentenció por entonces Antonio Gamero, actor y notable aficionado al jazz desde los tiempos del Whisky.

Se ha mantenido a pie de micrófono hasta el último aliento desafiando vientos y enfermedades varias. Tenía el proyecto, quien sabe si en broma, de montar un restaurante con la jubilación: “Arriba el comedor, abajo el club con música en directo”. También quiso ser batería de jazz. Y psicoanalista, lo que, de ser cierto, resulta un tanto desconcertante. A diferencia de otros –los casos sangrantes de Ebbe Traberg, Raúl Mao o Julio Coll- a Cifu, el reconocimiento le vino cuando aún estaba en condiciones de disfrutarlo. Así, a los homenajes tributados por, entre otros, el Club de Música y Jazz San Juan Evangelista y la sala Bogui Jazz, de Madrid; el Festival de Jazz de San Sebastián y la Associació de Músics de Jazz i Música Moderna, de Cataluña, se unen un premio Ondas por su "labor de difusión y divulgación del jazz" en 2014, y este mismo año, la Medalla de Oro en las Bellas Artes. Cifu tenía previsto no acudir a recogerlo, por disconformidad con la política del Ministro de Educación, José Ignacio Wert. Lo que se dice, genio y figura.


Para quien le quiera seguir escuchando:

lunes, 9 de marzo de 2015

Más vueltas sobre el asesinato de cayo Julio Cesar

Encontré esto en El País. Texto algo más cargado de sensacionalismo que no de descripción pura y simple de una nueva opinión sobre el asesinato de Cesar. De todas formas no está mal y vale la pena dedicarle unos minutitos a su lectura: 

"El asesinato de Julio César es un carajal". Así resumió, con su habitual estilo directo, la gran latinista Mary Beard todos los hechos que rodearon el apuñalamiento del político romano en el pórtico de la Curia de Pompeyo, el 15 de marzo del 44 antes de nuestra era. En cualquier acontecimiento de esta magnitud, resulta casi imposible separar la leyenda de la historia, pero este caso es especialmente complejo por su enorme valor simbólico y porque se cruzó Shakespeare de por medio. La fuerza de su obra es tan grande y la influencia de sus personajes tan profunda que se han apoderado de la realidad. Sin embargo, los historiadores siguen peleándose con los hechos, luchando contra las leyendas. El profesor de clásicas de la Universidad estadounidense de Cornell, Barry Strauss, acaba de publicar The Death of Caesar, un libro en el que lanza una novedosa teoría sobre lo que ocurrió en aquellos idus de marzo. "Hubo un tercer hombre en el complot para matar a César", explica Strauss, un experto en historia militar, autor de libros como La guerra de Espartaco o La batalla de Salamina. "Bruto y Casio no estaban solos. Décimo fue un personaje clave. Los conspiradores no eran aficionados, políticos civiles, sino generales que organizaron el magnicidio con una precisión militar. Los gladiadores también tuvieron un papel importante, al igual que varias mujeres de la élite romana", prosigue Strauss (Nueva York, 1953) en una conversación por correo electrónico.

Décimo Junio Bruto Albino, compañero de armas de Julio César (100-44 antes de Cristo) en las Galias, aparece en todos los relatos sobre el asesinato, pero nunca en un papel protagonista, aunque algunas versiones señalan que las famosas palabras "¿tú también, hijo mío?" iban dirigidas a él, no al Bruto más famoso. De hecho, Shakespeare cambió su nombre y le llamó Decio en su Julio César. En el relato clásico, es la persona que acude a casa de César para convencerle de que, pese a los malos augurios —"cuidaos de los idus de marzo"— y de la pesadilla que ha sufrido su esposa, Calpurnia, que soñó su apuñalamiento, debía acudir al Senado. "En los últimos años, los estudiosos han recuperado a Nicolás de Damasco (64-4 antes de Cristo), una oscura figura, que era un joven en el 44 y que escribió el relato más antiguo del asesinato de César. Durante muchos años, fue desdeñado porque luego trabajó para Augusto, el heredero de César y el primer emperador, y se pensaba que esa relación había contaminado su visión. Sin embargo, ahora se le toma muy en serio y su narración de los hechos es muy diferente, mucho menos idealista, que la de Plutarco, en la que luego se basa Shakespeare", afirma Strauss. Nuevos estudios han demostrado que los textos de Nicolás de Damasco merecen mayor atención, así como su correspondencia con Cicerón, que también había sido olvidada.

En el relato clásico, es Cayo Casio Longino el que impulsa el complot y el que logra convencer a Marco Junio Bruto, un noble patricio romano que nada en dudas entre su lealtad a César y su deber con la República romana, que el creciente poder del conquistador de las Galias está poniendo en peligro. "La culpa, Bruto, no está en las estrellas", es, según Shakespeare, la famosa frase con la que Casio le convence para participar en el magnicidio. Décimo, según esta nueva versión, fue un personaje central tan importante como Casio, uno de los líderes de una conspiración mucho ante todo militar. Combatió con César en la Galia y le apoyó durante toda la guerra civil. Sin embargo, por motivos que no están totalmente claros, cambió de bando. Strauss cree que el poder fue mucho más importante que los principios. Se convirtió entonces en el único conspirador en el círculo íntimo de César y, por lo tanto, en el principal espía.

Pocos autores creen que la intención de los conspiradores (unos 60 aunque solo 20 tienen un nombre) era defender la democracia sino los privilegios de su clase. Mary Beard describe en La herencia viva de los clásicos el magnicidio como "el chapucero asesinato de un ídolo del pueblo por un grupo de aristócratas enojados en el nombre de (su propia) libertad". Ronald Syme, uno de los grandes investigadores del siglo XX de la historia de Roma, fallecido en 1989, escribe en su libro La revolución romana: "Las tragedias de la historia no surgen del conflicto entre el bien y el mal convencionales. Son más augustas y más complejas. César y Bruto, los dos, tenían la razón de su parte".

Es precisamente esta complejidad lo que convierte el asesinato de César en un hecho único, porque concentra todos los elementos que forjan una gran historia, la traición, la amistad, la lucha contra la tiranía, la nobleza, la mentira, la lealtad, la política... Si a ello se suma Shakespeare y una increíble versión cinematográfica de 1953 de Joseph L. Mankiewicz con John Gielgud, James Mason, Deborah Kerr y, sobre todo, Marlon Brando en su apogeo como Marco Antonio ("y, sin embargo, Bruto es un hombre honrado"), la historia se convierte en mito. Julio César encarna un momento clave de la historia de la humanidad, cuando Roma se debatía entre continuar siendo una República o convertirse en un Imperio. Es un personaje que representa una de esas pocas encrucijadas en las que un camino u otro hubiesen cambiado la historia del mundo.

"Shakespeare ofrece un mito bellísimo sobre el asesinato, pero es un mito", afirma Strauss, cuyo libro está publicado por Simon & Shuster aunque aún no tiene editor en España. "Los asesinos reales no fueron amateurs y civiles, fueron generales y oficiales militares que también fueron políticos. Sabían cómo llevar a cabo un complot con precisión militar y reclutar a gladiadores para ayudarlos. Las mujeres también tuvieron un papel más importante del que muestra Shakespeare, desde Cleopatra, que era la amante de César en el momento de su asesinato y se encontraba en su villa de los suburbios de Roma, hasta Fulvia, la esposa de Marco Antonio, y, en mi opinión, la inspiradora de su discurso en el funeral de César".

Todavía quedan muchos misterios en torno a Julio César. Solo hace tres años, un equipo de arqueólogos dirigido por el español Antonio Moterroso, investigador del CSIC, descubrió el lugar donde fue asesinado —en los restos arqueológicos que se encuentran en el Largo Argentina, en pleno centro de Roma—. Los expertos siguen debatiendo sobre el emplazamiento exacto del Rubicón, el río clave en la historia de Julio César y de Europa. Al cruzarlo con sus tropas, violó una de las más profundas prohibiciones romanas (ningún general podía entrar con su Ejército en Italia) y desató la guerra civil que le llevaría al poder absoluto. Como escribió el historiador británico Adrian Goldsworthy al final de su biografía César, "más de dos mil años después su historia nos sigue fascinando. Una cosa es segura: estas no son las últimas palabras que se escribirán acerca de Julio César". Tenía toda la razón.

Biblioteca de Umberto Eco

Se podrá disfrutar en Bolonia. Al parecer estimó que podía ser difrutada así durante los próximos 90 años. Es su biblioteca personal, que te...