
Pero volviendo a la foto. Y al puente. Y al tren. Mis andanzas por esos caminos contrarían mi habitual modo de vagar, que busca de modo imperceptible nuevos atajos y modos de llegar en oposición a mi modo habitual de vivir en rutinas que incluyen realizar siempre la misma ruta. Y no deja de sorprenderme hallarme siempre llegando al mismo lugar, al que mi memoria asocia a ya tantas lecturas diferentes que me sorprendo evocando cosas inverosímiles en el mismo espacio. San Agustín se mezcla con Jaritos, Vázquez-Montalban y Lovecraft. Y rememoro el problema de los universales y la crisis averroista junto a las diatribas en griego de un policía muy humano que busca resolver un asesinato. Y todo a la par que mi mente atraviesa líneas arbitrarias en la contemplación de los ya conocidos contornos de la ciudad, el dichoso "skyline" en el idioma de los bárbaros del norte. Pero siempre con diferentes tonos de luz que revelan la ahora familiar silueta en mil impresiones que mi memoria interpreta según los vericuetos casi incoherentes de mis lecturas. Y en mi memoria surgen espacios que temo sólo la fatiga del viaje y el madrugón del obligado transbordo pueden explicar, al modo de mis juegos de palabras pero en un nivel, me temo, aún ignorado por mi pobre consciencia. Qué diferente de aquella primera vez. Las impresiones de la memoria no deberían volerse a grabar en sucesivos estados afectivos, pues las escenas que parecen ocupar el espacio de un recuerdo se aparecen ahora como efímeras, fugaces, marcando en la misma memoria el recuerdo de la fragilidad de la propia memoria.
Curiosa sensación. Para explicarla hay que narrar una larga historia dentro de la historia de la psicopatología. Ah, ¿Una versión abreviada, me pedís? Desde luego que puedo darla: Es una curiosa sensación. Que tengáis muy buenos días.
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