Nuestro tren hacía el recorrido desde Cerbere a París. Así que hacia las 06:30 de la madrugada llegamos a destino. Como previsores que somos, ya habíamos hablado (bueno, eso lo hizo Eli toda solita) con el revisor para que nos dejase bajar sin prisas del tren. Así que sin demasiados problemas bajamos bicis y equipaje, y con calma montamos las alforjas en el mismo andén. Por si alguien no ha viajado en un Lunea, debo aclarar que son algo incómodos para subir y bajar bicicletas, pues resultan algo estrechos, la bici no cabe bien por los pasillos, y para rematarlo entre el suelo del vagón y el andén hay una distancia considerable. Que están muy en alto, leches, y no va nada mal algo de músculo para poder cargar y descargar. Por suerte andamos ya con cierta experiencia y de forma coordinada procedimos a descargar y hasta arrancamos unas expresiones de felicitación por parte del revisor. Tampoco hacía mucha falta correr mucho, pues Eli le había pedido paciencia para nosotros y una chica guapa pidiendo algo a un francés tiene asegurada su concesión de forma automatica.
El día era frío, húmedo, sin lluvia pero tirando a feo. No me costó mucho orientarme con el mierda-plano de la estación, y nos acercamos al centro de la ciudad en una excursioncita más larga de lo esperado. El GPS de Barnabas no resultó demasiado útil aquí... Como era bastante de madrugada de un sábado, la ciudad estaba desierta. Tanto es así, que la catedral y la plaza que sería el equivalente de la mayor las visitamos nosotros solitos. Ni un alma. Barnabas y Eli aprovecharon para cambiarse en los soportales de la misma plaza. Se pusieron en el centro de una de las ciudades históricas más importantes de Francia en ropa interior pero sin dar el espectáculo. Estar en bragas y gallumbos a esas horas igual sí les molestó por el frío, pero es lo que hay. Pudimos además hacer unas fotos imposibles a horas más civilizadas.
Visita rápida a la ciudad. Fuera de la catedral, la estatua de Juana de Arco y de su supuesta casa (conservada como ella la habría dejado, ejem, ejem...) no quisimos dar más vueltas. Y procedimos a lo más importante: Parar en la primera boulangerie que abrió, como premio por ser madrugadores en ese país de vagos. Opíparo desayuno y a buscar el río, al que íbamos a acompañar durante 500 km.
Como estamos cansados por un sueño insuficiente (yo no, pero el resto sí, je, je..), hacemos una paradita en Meung. Es un pueblo bonito con una colegiata románica que se puede visitar. Muy destacable. Además hacía frío fuera, y dentro hacía un calorcillo agradable, con sonido ambiente con canto gregoriano. Pasamos un buen rato allí. Tratamos de visitar también el castillo, bastante impresionante, pero el elevado precio de la entrada nos hace desistir. Por bastante menos que la cuarta parte de 3 entradas nos pagamos otro desayuno bien bueno.A quien esto leyere que no se extrañe: Cuando se pedalea hay más hambre.
Recomiendo un par de sitios en esta ruta:
- Baule, un pequeño pueblecito con una iglesia en lo alto de un monte muy agradable para parar un rato.
- Beaugency: Un pueblo medieval que parece haberse quedado anclado en su pasado, y no ha evolucionado nada. Casi cada casa y cada calle tienen el aspecto que tenían hace casi 800 años.
- Beaugency: Un pueblo medieval que parece haberse quedado anclado en su pasado, y no ha evolucionado nada. Casi cada casa y cada calle tienen el aspecto que tenían hace casi 800 años.
- Lestiou. Como pueblo no merece mucho la pena, pero tiene unos lavaderos medievales que se pueden visitar totalmente gratis.
No tardamos en llegar, aunque no gracias a las indicaciones de nuestra guía, ni a las sutiles señales del camino. Por suerte se ve de lejos, y pudimos atajar un par de veces. El castillo es realmente precioso. Diseñado en parte por Leonardo, aunque con varios añadidos posteriores, tiene una planta única y una arquitectura de ensueño. Se disfruta de su contemplación sin dudarlo ni un segundo. Vale la pena verlo, aunque debo ser honesto y decir que vale tanto la pena verlo como quizá valga la pena también no entrar a verlo. 12 euracos por persona, y eso con descuento por universitarios. Nosotros le dimos un buen vistazo... por fuera. Nos ahorramos el dinerillo que invertimos en unos buenos helados. Y encima parece ser que está siempre a reventar de turistas ruidosos, impertinentes en una minoría y con bastante incomprensión por los ciclistas. A ellos los descargan en paletadas de autobuses y a nosotros nos costaba movernos sin atropellar a nadie. Bajo un sol de justicia damos una vuelta con calma y proseguimos en dirección a Blois, si bien en el momento en que cualquier tipo de alojamiento quedase a nuestro alcance nos tirábamos a por él de cabeza.
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