Dejo una entrevista que hicieron a Magris hace poco, cuando le concedieron un nuevo doctorado Honoris Causa. Me interesa especialmente cuando explica cosas de su propia vida:
Al acabar la conversación con Claudio Magris, éste se vuelve hacia el
cronista y le revela una anécdota definitoria de una actitud vital: “Un
día en la escuela estaba jugando al fútbol. Yo era un buen chico, buen
estudiante, respetaba las reglas. Sin embargo, pensé que estaba allí
para divertirme. Así que me dije, ¿qué dios me dice que tengo que tirar
la pelota hacia allá, y no hacia el otro lado? En ese momento me
apetecía tirar el balón hacia el lado contrario, y no tenía ninguna
obligación real. Así que la tiré en propia puerta. Me echaron del
partido, pero en aquel momento no tenía ningún deber moral, así que
rechacé las reglas y me volví contra ellas”. Magris, aboga por una
libertad que nos deje alejarnos de una realidad ramplona y que nos
permita cierta creatividad lúdica: “Creo que es imprescindible conservar
esta mezcla de seriedad y de anarquismo fantástico”.
El escritor italiano es un hombre respetuoso con las reglas que se ha
negado, sin embargo, a plegarse ante determinadas convenciones: “Es
necesario cumplir no sólo con los deberes morales, sino también con
aquello que proporciona placer”. Su filosofía le impulsa a estar
dispuesto a aceptar “cierto relativismo ético para aceptar al Otro, pero
existen dos o tres aspectos que no deben discutirse jamás”, de ahí que
piense que hay reglas que pueden saltarse y otras que son inamovibles.
Resulta imposible conversar con Claudio Magris y sustraerse a la
sensación de que estamos ante un auténtico intelectual. Sus novelas,
destilan claves y mensajes que no son habituales en la literatura
actual. El lector que se sumerge en ellas, sobre todo en ese poderoso
mosaico de sensaciones y miradas oblicuas que es “El Danubio”, su obra
más celebrada, debe hacer un esfuerzo de comprensión más profundo que en
la literatura de consumo más al uso, pero a cambio se ve recompensado
por una riqueza de matices, realidades insospechadas y reflexiones
originales de las que suelen estar huérfanas las publicaciones actuales.
Cuando en el año 2004 recibió el premio Príncipe de Asturias de las
Letras, el jurado reflejó en el acta lo enérgico de su voz y lo decidido
de su mensaje: “Claudio Magris encarna en su escritura la mejor
tradición humanista y representa la imagen plural de la literatura
europea al comienzo del siglo XXI. Una Europa diversa y sin fronteras,
solidaria y dispuesta al diálogo de culturas. En sus libros muestra
Magris, con poderosa voz narrativa, espacios que componen un territorio
de libertad, y en ellos se configura un anhelo: el de la unidad europea
en su diversidad histórica”.
Magris nació en Trieste, una ciudad del norte de Italia situada a
orillas del Adriático que hace frontera con Eslovenia. Quizás haya sido
esa situación geográficamente esquinada, de límite territorial, la que
le impulsó a incluir el tema de la frontera en sus textos, luchando
contra ellas y abogando siempre por una Europa carente de barreras. Una
Europa presidida por la solidaridad social y abierta al diálogo entre
culturas y civilizaciones distintas, aunque es consciente de que, aparte
de las geográficas, “existen muchas fronteras invisibles: las sociales y
económicas”.
Claudio Magris nació en abril de 1939, en vísperas del comienzo de la
II Guerra Mundial, unos momentos de zozobra y necesidad a los que
siguieron otros mucho más tranquilos y prósperos. Al acabar sus
estudios, pronto encontró trabajo en la Universidad de Friburgo, y más
tarde en la de Turín, para acabar en la de su Trieste natal. Eran
tiempos de bonanza económica, en los que quien quería trabajar,
encontraba una ocupación, pero es consciente de que “hoy día no es así,
un joven que tiene veintitantos años se encuentra en una situación muy
dura”.
Germanófilo por profesión y por pasión, Magris es profesor de lengua y
literatura Germánica. Él ha sido quien ha acuñado el término
“Metteleuropa”, en el que defiende el papel alemán en el concierto
europeo.
Es importante su labor como traductor, habiendo vertido al italiano a autores como Henrik Ibsen o Heinrich von Kleist.
Antes de recibir el Premio Príncipe de Asturias, sus paisanos le
otorgaron el premio Strega, el más importante de las letras italianas, y
en Holanda le reconocieron con el premio Erasmus, que se entrega cada
año a quien más haya contribuido a la construcción de Europa. Como
ensayista ha sido reconocido también con numerosos galardones. En sus
artículos periodísticos ha expuesto siempre su posición en temas,
sociales, comprometiéndose siempre con los más desfavorecidos y
mostrando sin cortapisas sus ideas y su compromiso moral con la sociedad
de su tiempo.
Quizás fuera esa fuerte convicción moral y de compromiso la que le
impulsó a tomar parte en unas elecciones en su país, donde fue elegido
senador, distinguiéndose en la lucha contra Berlusconi. Se trata, sin
duda, de uno de los capítulos más azarosos de su biografía. Presentado
por una unión muy heterogénea de partidos en los que la lucha contra el
poder omnímodo del presidente italiano era el único nexo común. Una
situación que él califica de relativamente cómica “Yo era formalmente
representante electo en el Parlamento de un partido del cual yo era el
único miembro: Lista Claudio Magris. Creo que ni siquiera Trotsky soñó
con algo así”, comenta riendo.
-Pregunta: Usted prefiere escribir en cafés y en lugares con gente, que aislarse para hacerlo.
-Respuesta: Sí, es verdad. Naturalmente no es una regla fija, pero
cuando puedo voy a escribir a un café. Primero porque no tengo
distracciones como el teléfono. En mi casa me distraigo mucho: alzo la
vista y veo tantos libros más interesantes que los que yo escribo, que
me da vergüenza mirarlos, se pasa mi hijo… Hay tantas cosas más
interesantes que escribir… En cambio en el café soy como un náufrago,
sólo con las cosas necesarias para escribir. La mesa es como una tabla,
una balsa en el mar. También me gusta ver gente a mi alrededor.
Cuando uno escribe, entra en una especie de delirio en el que intenta
conseguir un mundo mejor. Y ver gente alrededor que silba, que habla…,
está bien, es una lección de humildad. Es una manera de estar solo y en
compañía, como una soledad de la que me gusta, fraterna, no la soledad
interior, que no me gusta.
Pero eso no es algo original, existe toda una tradición en Europa
central y francesa de escribir en los cafés. Y cuando he terminado de
escribir en un café, voy a otro para encontrarme con mis amigos.
-P: Usted dice que escribir es, de alguna manera, transcribir aquello que la vida nos ha hecho partícipes.
-R: Sí, creo en esto profundamente. Naturalmente, hay termperamentos y
temperamentos. Pero verdaderamente, las cosas que suceden en la
realidad, en la realidad personal, individual, con los amigos, con la
familia, el gran mundo en torno a nosotros, es totalmente imprevisible.
Bonitas, feas, trágicas, horribles, fantásticas, más allá de cualquier
fantasía de escritor. Mark Twain decía “Truth is stranger that fiction”.
Yo creo que la realidad es más bizarra que la ficción. Después,
naturalmente un escritor ordena los hechos, elige instintivamente
aquello que se corresponde más con sus fantasías. Es como ver un ovillo
de lana enredado: el escritor coge el hilo, tira de él, lo ordena, lo
corta. Siento fascinación por la realidad.
-P: ¿Somos lo que leemos?
-R: Desde luego. Para quien tiene una pasión profunda por la lectura,
es así. Yo soy aquello que me han hecho ser, que me han descubierto: el
mar, el mundo, la valentía… Naturalmente la lectura no es el único
método, hay otras expresiones artísticas que también consiguen esto.
Prefiero la lectura, por ejemplo, a la música, pero no considero que la
lectura sea superior.
También existe una creatividad que no está explícita en la dimensión
artística, ni literaria, ni poética, ni musical, es la creatividad
cotidiana.
Para mí un libro es un puente tendido hacia el mundo, pero existen
otros puentes también importantes, aunque no sean poéticos o culturales.
Cuando veo en Istria, o en Croacia, o en las islas, cómo ordenan y
corrigen las barcas para soportar las olas, esto también es un trabajo
artístico, no menos creativo que escribir un libro. Incluso cuando los
niños construyen cosas o juegan, están creando. No es necesario escribir
libros.
-P: Si de alguna manera la literatura conforma nuestra forma de ser, ¿quién es Claudio Magris en este momento?
-R: Una pregunta de dificilísima respuesta. Tengo la vaga sensación
de un profundo cambio en la relación con este mundo que cambia de
actitud. Es necesario distinguir aquello que rechazamos porque forma
parte de nuestro temperamento, y esto es legítimo. Evidentemente a mí me
gustan más las canciones que se cantaban cuando yo iba a bailar cuando
era joven, pero eso no quiere decir que las de ahora sean menos bonitas o
menos interesantes. Existen obstáculos que la realidad nos interpone,
nuevos peligros: han caído viejas esclavitudes, pero encontramos otras.
Hay un gran cambio sociocultural, y tengo la sensación de que la
sociedad caminara como en un pequeño terremoto. Cambia forzosamente
nuestra visión del mundo.
El problema es distinguir las cosas que debemos defender a toda
costa, porque creemos que tienen un valor incuestionable. Cosas a
defender frente a aquellas formas, comportamientos y costumbres que es
justo y necesario cambiar. No es fácil distinguir entre estos dos tipos
de cosas. Estamos viviendo una vertiginosa transformación del mundo, del
hombre mismo, de las capacidades. Está cambiando nuestro cuerpo,
nuestras relaciones… veremos con gafas dentro de la cabeza; en teoría
será posible un mundo de sol que se auto reproduce. Este cambio es ese
terremoto tras el que debemos distinguir qué cosas se mantienen y qué
cosas desaparecen o, en otras palabras, qué aceptamos y qué rechazamos.
-P: Usted que ha propugnado la unidad europea en muchos momentos, y que siempre ha dicho que Europa es el baluarte de las libertades, ¿piensa que en estos momentos es ese baluarte que ha sido tradicionalmente?
-R: Europa ha tenido muchos momentos y tradiciones diferentes. Ha
elaborado una extraordinaria cultura, la cultura europea, que ha puesto
su acento sobre el individuo y sobre los derechos más que sobre la
totalidad. Es por ello que Europa no ha tenido en cuenta aspectos
concretos y ha marginado unos países o ha destruido otros. En Europa
también se violan los mismos principios de los que hablaba ayer en mi
investidura, leyes no escritas de los dioses, principios universales.
Yo creo que nuestra realidad hoy día es una realidad europea, y la
única posibilidad es tener un estado europeo que resuelva el problema de
la inmigración. La inmigración es el problema que afecta a toda Europa.
Es ridículo leyes diferentes sobre inmigración en Holanda o en Francia.
Sería como tener leyes diferentes de inmigración en Trieste y Venecia.
Todos los norteafricanos irían a Venecia y ninguno a Trieste, o
viceversa. Estos son problemas europeos, igual que los problemas
económicos o sociales. Y el gran problema es que debemos conseguir
llegar a un estado federal, descentralizado, un Estado que decida en
conjunto este tipo de cosas, el número de inmigrantes que puede entrar,
el tipo de asistencia… si no ocurre esto estamos perdidos, parece
ridículo ser Europa.
-P: ¿Y no puede ser que estemos asistiendo al fin de una época y el comienzo de otra?
-R: Yo creo que, efectivamente, estamos asistiendo al fin de una
época. Lo que no tengo claro es si la nueva época que comenzará será un
avance o un retroceso. Europa va a vivir una época muy difícil. La
situación económica conlleva un aumento de diferencias y de tensiones.
Si se está bien en Murcia y mal en Cartagena, naturalmente Cartagena
comenzará a estar en tensión con Murcia. Con los estados sucederá igual.
En este sentido, unas elecciones transnacionales europeas, en las que
yo pueda votar por un candidato holandés si me gusta más que uno
italiano, me parece un pequeño paso significativo.
-P: En su discurso de investidura como Doctor Honoris
Causa, usted hizo ayer una defensa de Antígona. Si hoy existiera
Antígona, ¿contra qué se rebelaría?
-R: Desgraciadamente, hay infinitos casos contra los que rebelarse.
Hay, por ejemplo, violencia explícita del estado en algunos lugares. El
mundo no es una democracia liberal, existen formas de esclavitud
modernas. Por ejemplo, las condiciones de trabajo de Qatar, o las de
muchos inmigrantes, son incluso peores que las de los antiguos esclavos
negros de América del Sur.
Por otro lado, existen civilizaciones en los que los valores entran
en conflicto con los de otras. Por una parte, tenemos esa exigencia de
convivencia, de respeto de culturas y costumbres, de modelos diferentes
de familia. Esto constituye un enriquecimiento cultural, y debemos estar
dispuestos a aceptar cierto relativismo ético para aceptar al Otro.
Pero existe una bellísima afirmación de Tvetan Todorov, el historiador
búlgaro, “es necesario unir el máximo de apertura y diálogo, con un
mínimo, un quantum, que consideramos absoluto e innegociable.” Se puede
discutir sobre muchísimas cosas, pero existen dos o tres aspectos que no
deben discutirse jamás.
Si discutimos sobre un tema crítico, estoy dispuesta a dejarme
aconsejar, incluso a cambiar mi opinión. Pero si por ejemplo se me
plantea discutir sobre el derecho del voto a la mujer, lo siento, pero
no estoy dispuesto a discutirlo, cierro la discusión. La paridad de
derecho independiente al sexo, la religión o la etnia es un punto que no
se puede discutir.
Hay que combinar el máximo de apertura y relativismo con un mínimo de
valores inamovibles. Discutir quiere decir a priori poder convencer a
alguien de algo. Si me convences, pasaré a compartir tu opinión. Si se
me propone una discusión sobre el futuro de Europa o sobre la estructura
de sus instituciones, por ejemplo, estoy dispuesto a ello. Si se me
propone la discusión acerca de si se debe castigar o no a un niño con el
asesinato, mi opinión es que no hay discusión posible. En este aspecto
no debemos tener miedo de tener una firmeza absoluta sobre algunas
cuestiones, en las que la frontera ética está cerrada.
-P: Usted ha hablado mucho de la frontera, ¿queda algo de la Europa sin fronteras que se propugnaba en un principio desde la Unión Europea?
-R: Las fronteras físicas dentro de Europa han caído literalmente. Me
impresiona pensar en la frontera de Italia con Eslovenia y Yugoslavia,
que está llena de sangre, las ocupaciones de Italia, de Yugoslavia…
muertos a un lado y a otro que hoy día nadie recuerda, hasta el punto de
que uno puede ir tranquilamente de un lado a otro a beber una copa de
vino.
Naturalmente existen muchas fronteras, invisibles, que son las
fronteras sociales y económicas. Hoy día, incluso hablando de Trieste,
sería muy fácil hablar de fronteras con el mundo alemán, esloveno,
italiano. Pero las verdaderas fronteras de Trieste son aquellas
invisibles que atraviesan la ciudad. Sé casi todo acerca de mis
conciudadanos eslovenos, sin embargo no se dónde duermen muchos chinos y
negros que viven en Trieste. Sé cómo viven algunos, que son amigos,
pero el resto no sé si duermen en un trastero o en un hostal. Éstas son
las verdaderas fronteras del siglo XXI.
-P: Decía Jorge Semprún que es usted un auténtico europeo. ¿Qué significa hoy ser un auténtico europeo?
-R: Ser consciente de que yo no pertenezco sólo a una ciudad o a un
país, sino que, como si de una matrioska se tratara, hay que desarrollar
el sentido de pertenencia a diferentes niveles de territorio. Uno puede
sentirse más en casa dentro de unos lugares de Europa. Es cierto que yo
me siento más en casa aquí que en Holanda, pero también es cierto que
si comparamos el interior de Italia, tambien me siento más en casa
cuando estoy en Venecia o en Trieste que cuando voy a Catanzaro.
Yo me siento europeo, sin ser esto un mérito ni un obstáculo: es un
hecho que soy europeo. Sé que lo que sucede en Europa nos afecta
directamente. Si mañana Francia u Holanda fallan, no es como si fallara
cualquier otro, sino que nos afectaría directamente.
Además, esto conlleva una apertura cultural. Se desarrolla un sentido
muy concreto de pertenencia. Como uno que vive en Murcia: es evidente
que le interesa más la calle en la que vive, pero no es que sólo se fije
en aquél autobús que coge y no le interese nada más lo que ocurre en el
resto de la ciudad.
-P: Usted ha sido Senador en su país, ¿le interesa la política?
-R: Yo no estoy hecho en absoluto para representar. La elección de
presentarme al Parlamento fue una decisión moral, contra mi naturaleza, y
por tanto muy peligrosa y ambigua.
Dijo Shakespeare: “Cualquier cosa que hagáis, hacedla siguiendo
vuestra naturaleza”. A mí me pesaba no trabajar para la gente, sino el
hecho de representar. Después viví el período más difícil de mi vida por
razones personales, un período muy dramático, que coincidió con el
período de la ascensión de Berlusconi.
Hay un aspecto muy cómico en todo esto. Creo que mi caso ha sido un
caso único en la historia de los partidos políticos del mundo. Yo era
formalmente representante electo en el Parlamento de un partido del cual
yo era el único miembro: Lista Claudio Magris. Creo que ni siquiera
Trotsky soñó con algo así.
Yo no había pensado en presentarme, y ni siquiera hice campaña
electoral. Estaba en Alemania, con una beca de investigación sobre la
población eslava. Gané seguramente por no haber hecho campaña electoral,
y fui el único representante no berlusconiano. Siempre he escrito mucho
sobre política, y creo que esa es mi arma.
Yo siempre había rechazado candidaturas. Uno debe hacer el trabajo en
el que es más hábil, es inútil que un dentista intente ser pediatra.
En Trieste se unieron cinco grupos políticos contra Berlusconi por
razones morales: el Partido Católico, el Partido Popular, un pequeño
partido laico de izquierda, el ex Partido Comunista y la extrema
izquierda, esos fueron los grupos que propusieron mi candidatura. Sentí
la desagradable sensación moral de no poder decir que no, y por miedo de
tener miedo, dije que sí. Sin embargo, estos cinco grupos no tenían el
permiso de los ministerios centrales de Roma para presentarse en
conjunto, así que se unieron e inventaron un movimiento que me propuso
para senador. Así, los votantes de esos cinco grupos me votarían a mí.
Esto se sumó a que la derecha, que me infravaloraba, se fragmentó en
dos, así que yo conseguí llegar a representante en el Parlamento.
Estos grupos olvidaron inscribirse, así que finalmente yo era el
único que aparecía como miembro del partido. Yo era el presidente del
partido, no tenía ningún representante ni jefe.
-P: ¿Y cómo fue su experiencia como senador?
-R: Cuando ocurrió la crisis de gobierno que hizo caer a Berlusconi,
el presidente me llamó para la consulta, para preguntar qué soluciones
proponía mi grupo. Pero mi grupo era yo mismo. Este episodio fue muy
duro, y lo afronté con un espíritu algo kantiano, en nombre de la
virtud, contra todo aquello que había deseado. Creo que eso es
peligroso, porque es necesario cumplir no sólo con los deberes morales,
sino también con aquello que proporciona placer. Cuando uno ve un niño
que se cae al río, se tira a salvarlo. Pero esto no quiere decir que
cada día deba estar atento al río para salvar al niño que se cae al río.
Sobrellevé este período, el más duro de mi vida, como pude, con
dificultades personales que no tienen que ver con la política. Pero me
ha proporcionado una experiencia concreta, que a mi parecer será el
problema de cada democracia: cómo conciliar hoy la democracia, que se
basa necesariamente en la discusión, en propuestas en el parlamento, con
la velocidad del desarrollo de la tecnología, que transforma los
problemas. Cómo vamos a encontrar solución a los problemas, si los
problemas cambian antes de que podamos solucionarlos. Cómo discutir el
monopolio de la luz a gas, si en el tiempo de llegar a una solución se
ha instaurado la luz eléctrica, y no cuenta para nada las soluciones que
hemos acordado.
A mi entender, este será el gran problema de la democracia. O se
abole la democracia, y pasa a ser el jefe/presidente quien toma las
decisiones, o se llevan a cabo las discusiones, que en el fondo son
inútiles. Pero son inútiles por lo que he dicho, porque si se establece
una ley sobre el acueducto en Murcia y cuando se aplica el agua ya no
llega en acueducto a Murcia, no tiene ningún sentido el tiempo que hemos
invertido en discutir esta ley.
Mi faceta política fue una experiencia muy interesante. Recuerdo un
jovencísimo escritor italiano, Marco Tavaglio, que escribió “Promemoria”
, que comienza describiendo la entrada a esta solemne sala: “Claudio
Magris se sienta en el banco de la última fila, como castigado, como si
estuviera en la escuela”.
-P: ¿Qué ha supuesto para usted este doctorado honoris causa por la Universidad de Murcia?
-R: Lo dije ayer durante mi investidura: hace ya 21 años que estoy
en contacto con la Universidad de Murcia, a través del profesor Pedro
Luis Ladrón de Guevara, y me he encontrado aquí siempre muy bien. El
acto me pareció precioso, propiamente universitario. Esas
características que se pueden considerar formalidades, las frases en
latín… Yo no soy un formalista, pero existe en algunos momentos la
necesidad de contraponer una cierta forma que no es nunca sólo una
forma. Diferenciar ese falso formalismo de Christian Dior, del sentido
de la universidad, que dentro de la lógica del cambio que ha vivido
desde su creación, mantiene su continuidad: la lucha contra la
ignorancia. Mantiene un sentido muy vivo, profesores, estudiantes… pero
aquí existe una universidad con mayúscula, que en Italia no se siente en
ese grado. La Universidad de Murcia mantiene el sentido de la vieja
universidad europea.
-P: Usted es un escritor con mucha experiencia, y ha
tenido la oportunidad de estar con estudiantes, ¿qué le recomendaría a
un joven que pensara dedicarse al mundo de las letras?
-R: No creo en las recomendaciones de esta índole, como si pudiera
dar sabios consejos. Desgraciadamente, la edad da sólo edad, no da
sabiduría ni conocimiento.
Yo pertenezco a una generación muy afortunada, nací en el 39. Cuando
terminé mis estudios, Europa e Italia estaban en pleno desarrollo. Nunca
he sentido el ansia de encontrar trabajo, si alguien quería trabajar,
podía trabajar. Hoy día no es así, un joven que tiene veintitantos años
se encuentra en una situación muy dura. Por esto no quiero dar consejos,
porque pensarán: este hombre que ha trabajado toda la vida, que ha
tenido su sueldo, va a darme consejos a mí que sólo quiero dinero para
alquilar un apartamento o una habitación.
Dicho esto, el único consejo que me atrevo a dar es el de mantener
cierta independencia de gusto y búsqueda. Creo que hay cosas que uno
debe estudiar, porque forma parte elemental de nuestro campo, y para lo
demás, hay que hacer lo que se quiera hacer. Si yo no tengo ganas de
leer un libro del que todo el mundo habla, y en cambio sí me apetece
leer otro de quien nadie habla, debo leer aquello que prefiera leer.
Seguir la disciplina en aquello que se debe hacer, pero ser anárquico
con aquello que se quiere hacer.
Yo, personalmente, leo mucho, pero mientras que por un lado he leído
todo aquello que debía, aunque fuera pedante, pesado, incluso aburrido,
por otro he decidido leer lo que me ha apetecido. De hecho me ha
sucedido que he leído muchos libros que nadie a mi alrededor lee, y en
cambio he leído con retraso muchos de los libros que se consideran
imprescindibles. Por ejemplo, leí “Gli indiferenti” de Moravia hace
cuatro años, cuando tenía setenta. Pero no porque no tuviese ganas de
leerlo, sino porque no he encontrado el momento. Es como cuando alguien
se enamora de una persona, y no tiene ganas de mirar a otra. Creo que es
imprescindible conservar esta mezcla de seriedad y de anarquismo
fantástico.
En primera persona
En el café soy como un náufrago, sólo con las cosas necesarias para escribir. La mesa es como una tabla, una balsa en el mar.
Cuando uno escribe, entra en una especie de delirio en el que intenta conseguir un mundo mejor.
Siento fascinación por la realidad.
Para mí un libro es un puente tendido hacia el mundo.
Es ridículo leyes diferentes sobre inmigración en Holanda o en
Francia. Sería como tener leyes diferentes de inmigración en Trieste y
Venecia.
El mundo no es una democracia liberal, existen formas de esclavitud modernas
Debemos estar dispuestos a aceptar cierto relativismo ético para
aceptar al Otro, pero existen dos o tres aspectos que no deben
discutirse jamás.
Hay que combinar el máximo de apertura y relativismo con un mínimo de valores inamovibles.
Sé casi todo acerca de mis conciudadanos eslovenos, sin embargo no se dónde duermen muchos chinos y negros que viven en Trieste
El problema de la democracia hoy es cómo conciliar propuestas en el
parlamento, con la velocidad del desarrollo de la tecnología, que
transforma los problemas.
Aquí existe una universidad con mayúscula, que en Italia no se siente en ese grado.
La Universidad de Murcia mantiene el sentido de la vieja universidad europea.
He leído todo aquello que debía, aunque fuera pedante o aburrido, pero también he leído lo que me ha apetecido.