El Imperio romano poco a poco va perdiendo empuje en estos siglos que siguen a la muerte de Trajano. Hay una escisión del imperio que se va haciendo cada vez más clara y la
división formal en 395 d.C. ya es definitiva. Así, el Imperio romano deja
de ser bilingüe: Hay una mitad de habla griega y una mitad de habla
latina. En Occidente el uso del griego queda en círculos cada vez más
reducidos.
Esto conlleva una serie de cambios en lo que es la literatura, ya que implica una oleada de traducciones:
C. Marius Victorinus traduce obras de Platón, Aristóteles y Porfirio.
Pero sobretodo se traduce literatura eclesiástica, comentarios,
homilías, vidas de santos y actas de concilios. Evagrius dio forma a
la hagiografía latina al traducir Vita s. Antonii de Atanasio; Ambrosius
se aproxima a Basilius; Rufinus de Aquilea y Hieronimus traducen a
Orígenes y a Eusebio. El trabajo más importante es la Vulgata, la
biblia latina emprendida por encargo del Papa Dámaso y traducida no del griego sino directamente del
hebreo.
Podemos como regla general considerar la sociedad del siglo IV d.C. como empobrecida material y espiritualmente, enmarcada dentro de un régimen militar continuado. La corte, dentro de todo esto, se
desplazó fuera de Roma, a Rávena y Milán. Curiosamente esto hizo que se
volvieran más los ojos hacia la grandeza de la Urbe. Queda poca vida cultural a destacr, ciertamente. Podemos destacar siemrpe alguna cosa, como los 7 libros Saturnalia de Macrobius Teodosius, hacia el 400 dC. Creemos ver aquí una cierta imitación de Cicerón.
Destaca
también la obra histórica a cargo de Ammianus Marcellinus. Natural de
Antioquía, primero oficial con Constantino y Juliano, se asentó más
tarde en Roma. Pretende continuar las Historias de Tácito (Rerum
gestarum libri) desde Nerva hasta Valente. Se han conservado los libros
18-31, que tratan del tiempo en el que vivió el autor.
La
historiografía cristiana tiene a Sulpicius Severus, también de Aquitania, a uno de sus autores destacados. Es el autor de Chronica, en dos libros. En la Edad Media fue
conocido como autor de la leyenda de San Matín.
Con
el presbítero Paulo Orosio tenemos sus Historiae adversus paganos, un trabajo histórico hecho en
base a fuentes secundarias. De un compañero suyo, Eugippius, nos llega
Commemoratorium sobre San Severino, apóstol de Noricum Ripense. En esta
obra podemos ver un interesante panorama sobre la vida romana en la provincia
del Danubio.
Pero en general la mayoría de escritos históricos
del siglo IV no son demasiado importantes. Algún trabajo interesante nos podemos encontrar, como los Caesares de
Aurelius Victor, que llegan hasta Constantino. Resulta una obra de buena utilidad, al ser en base a fuentes fidelignas. Otra obra inteligente y bien
escrita, de una agradable lectura, es el Breviarium ab urbe condita en 10
libros de Eutropius. Destacan también el Cronógrafo, escrita en 354, y
los Epitoma rei militaris en 4 libros de Flavius Vegetius Renatus.
En cuanto a la gramática, el más famoso es Aelius Donatus, autor de dos
gramáticas: Ars minor para principiantes y Ars maior para adelantados.
Otros gramáticos son Carisius, Diomedes, Servius y el africano
Priscianus. Estos autores fueron los que
pasaron su conocimiento a la Edad Media, donde se aprendía latín con sus
libros. Tanto fue así que "Donatus" llegó a significar lo mismo que
"gramática".
Los compendios de artes liberales
comienzan a adoptar ya las formas con que se los conocerían en el
medievo. Poco antes de su bautismo Agustín proyectó una exposición
sistemática de las Disciplinae, lo mismo que Boecio un siglo después.
Pero ninguno llegó a acabar la obra. Un compendio completo son los 9
libros de De nuptiis Mercurii et Philologiae, del africano Martianus
Capella, hacia el 400 dC. Es un libro de más complicada lectura, pero
desde el IX es uno de los autores escolares más leídos y comentados.
En
la poesía destaca D. Magnus Ausonius. Trabajó como profesor de retórica
en Burdigala y luego fue el preceptor del príncipe Graciano, con quien
fue cónsul más adelante (379 dC). En 383, a la muerte del emperador,
regresó a Burdeos. Sus poesías nos proporcionan un excelente cuadro del a
época en que le tocó vivir, y hacen de él un cristiano culto y hombre
de mundo. Un discípulo suyo fue Paulinus, luego obispo de Nola. Cuesta
creer que renunciase éste al mundo partiendo desde semejante maestro,
pero al menos la correspondencia que mantuvieron resulta ampliamente
agradable de leer. Deja de todas formas entrever una callada tragedia.
Su poesía más conocida es Mosella, en donde describe un viaje por el río
hasta Tréveris. Es un cuadro clásico de Iter con la descripción del
río. Expone la vida que se observa en los márgenes del río. Otras
composiciones son Ordo nobilium urbium (en donde sitúan en puestos de
honor a Burdeos) y la Commemoratio professorum burdigalensium. En
Bissula se refiere a una joven sueva que Graciano le regaló tras su
campaña en Germania. En Canto nuptialis muestra una enorme habilidad
técnica en versos virgilianos.
Claudius
Claudianus, de Alejandría, es otro gran poeta. Educado en la tradición
griega, se dirigió a la corte del emperador Honorio. En su epopeya De
bello Gotico y en las invectivas del estilo de Juvenal contra ministros
del imperio de oriente (In Rufinum, In Eutropium) se convierte en un
heraldo de Estilicón. No llegó a terminar una epopeya mitológica, De
raptu proserpinae.
Tras la caída de Roma
destaca Aurelius Augustinus, conocido como San Agustín. Destaca su obra
en 22 libros De civitate Dei. Educado como cristiano en Tagaste, hijo del pagano Patricio y la cristiana Mónica, abandonó la fe durante sus años de juventud cuando estudiaba Madaura y Cartago. Pasó por el maniqueísmo, el escepticismo y
el neoplatonismo hasta que en Milán, con Ambrosio, adoptó la fe
cristiana de nuevo. El propio obispo le bautizó en 387 d.C. En 395 se le
hace obispo de Hipona. Sus Confessiones en 13 libros describe su camino
de aceptación de la fe cristiana, pero deja también agudas observaciones
sobre la memoria y el tiempo. Es un pensador agudo y original, incluso
con influencia, dicen, sobre Heidegger. Opina entre otras cosas qeu Roma
no es un símbolo sino una magnitud histórica, y cree que las potencias
que fraguan la historia son los reinos terrenal y divino, que avanzan
entrelazados. Sólo al final de los tiempos llegará la victoria de Dios.
El
siglo V fue testigo de la desintegración del imperio de occidente tras
las sucesivas entradas de visigodos, vándalos (se hallaban ante Hipona a
la muerte de Agustín) y ostrogodos (estos se asentaron en Italia). En
este período fueron los terratenientes quienes mantuvieron viva la
cultura. Destaca entre ellos C. Sollius Apollinaris Sidonius con poemas
panegíricos. Llegó a ser obispo en Clermont. En sus cartas encontramos
un interesante cuadro de aquella sociedad.
Pese
a la debacle que supone la invasión ostrogoda, su rey, Teodorico, mantiene la administración civil del imperio que ha conquistado y permite un cierto florecimiento cultural.
Dentro de esto sobresale Magnus Aurelius Cassiodorus, cónsul en 514,
secretario de estado con Teodorico y sucesores antes de retirarse en 540
a sus fincas privadas del sur de Italia. Como Abad de Vivarum trató de
crear una universidad cristiana. Interesante de entre sus escritos son las
Institutiones divinarum et humanarum literarum, y la colección de
escritos políticos titulada Variae. Su comentario de los salmos hizo
madurar la exégesis. Hizo también una historia de los godos, De origine
actibusque Getarum, lamenteblemente hoy perdida pero de la que nos ha llegado más un extracto
que hizo el godo Iordanis.
La máxima
importancia literaria en este siglo corresponde a Anicius Manlius Severinus Boethius,
cónsul en 510 y luego magister officiorum. Sin descuidar sus deberes
políticos halló tiempo para escribir numerosas obras eruditas, algunas
del quadrivium (Aritmética, Música), y como teólogo participó en
diversas disputas dogmáticas. Llegó a traducir el Organon de Aristóteles
y la Isagoge de Porfirio. No llegó a hacer más porque fue acusado de
alta traición, condenado a prisión y luego a la muerte. Entre la condena y la ejecución escribió De Philosophiae consolatione, un
protréptico para sí mismo a la manera del Hostensius ciceroniano. Es un
diálogo entre Boecio y la Filosofía personificada.
Poco
después de la muerte de Boecio hay un intento de reconquista de Italia
por Bizancio, que supone el final de este renacimiento cultural. Hombres como Casiodoro logran conservar buena parte de la cultura en el
sur, o en Irlanda por parte de Columbano. En España hay otros hombres
destacados, como Isidoro de Sevilla o Julián de Toledo. Cuando las
escuelas carolingias se hicieron cargo de la herencia clásica, Boecio
fue agregado como el "último romano".