Nuccio Ordine nos deja nuevamente sus opiniones sobre los clásicos y la cultura. Merece la pena el tiempo dedicado a leer esta entrevista.
Nuccio Ordine (Diamante, Calabria, 1958) es lo más
parecido en la vida real al profesor de la película El Club de los Poetas
Muertos. Ordine -humanista, filósofo, experto en literatura italiana y
famoso por sus estudios sobre el Renacimiento y Giordano Bruno- da clases
en la Universidad de Calabria. Sus lecciones no sólo son apasionadas. Además, a
sus alumnos les dice cosas absolutamente increíbles, como por ejemplo que no
estudien pensando en las salidas profesionales sino que escojan lo que les
entusiasma, que no lean para aprobar un examen sino por placer, que pregunten y
se hagan preguntas, que se vuelvan contestatarios, que se conviertan en
herejes...
Hace 15 años, y siempre con el objetivo de motivar a
sus estudiantes, Ordine puso en marcha un pequeño experimento: empezó a leer
a sus alumnos cada lunes durante media hora breves citas de obras clásicas,
tanto en prosa como en verso. La lectura iba luego acompaña de un pequeño
debate. Las clases de los lunes empezaron a llenarse a rebosar, incluso de
estudiantes de otras asignaturas...
El experimento se amplió, salió de las aulas de la
Universidad de Calabria y se convirtió en una columna en un suplemento del
diario Corriere della Sera, donde Ordine publica cada semana con gran éxito
pequeños fragmentos de textos clásicos acompañados de un breve análisis. Y
ahora, todo eso ha dado el salto a un libro, titulado Clásicos para la vida.
Una pequeña biblioteca ideal (Editorial Acantilado), en el que Ordine recopila
50 textos de clásicos (desde Homero a Antoine de Saint-Exupéry) y los
disecciona.
Se trata de la continuación lógica de su anterior
libro, La utilidad de lo inútil, un manifiesto publicado también por la
editorial Acantilado en el que Ordine repasa las opiniones de varios filósofos
y escritores sobre la importancia de la escuela. Un auténtico best seller
que se ha traducido a 19 lenguas y se ha publicado en 26 países. Hablamos
con Ordine en Madrid, por donde ha pasado recientemente invitado por la
Fundación Telefónica.
¿Qué hace de
un escritor un clásico? ¿Tal vez su capacidad de hablarnos a través de los
siglos?
Un clásico es un texto que a lo
largo del tiempo consigue responder a las preguntas de sus lectores. Hay quien
piensa que los clásicos se pueden juzgar por el éxito comercial, pero no es
así. Hoy hay montones de best sellers que venden millones de copias, pero
dentro de 20 años nadie se acordará de ellos. Y, mientras tanto, continuaremos
leyendo a Homero, a Cervantes... Los clásicos se siguen leyendo, y se leen
porque responden a nuestras preguntas. Y no sólo eso: un clásico pide siempre
más de una lectura, porque el Homero, el Cervantes o el Rilke que uno lee de
joven no es el mismo que se lee con 60 años.
¿Qué nos
enseñan los clásicos?
Los clásicos nos humanizan, nos libran
de la barbarie. La ambición, la corrupción, el amor, la vida, la muerte... Esos
son los grandes temas de la humanidad, los temas de los que se ocupan los
clásicos. Declinados, claro está, de manera distinta, presentándonoslos en
modos diversos. Pero tenemos que saber las preguntas que les debemos hacer. Si
uno no sabe hacer las preguntas adecuadas, el clásico no te puede responder. Y
el problema hoy en día es que estamos deseducando a los jóvenes a leer a los
clásicos, no saben las preguntas que tienen que hacerles.
Usted es muy
crítico con el sistema educativo actual...
Es que es un absoluto desastre. Hay
que actuar deprisa y hacer las cosas de manera completamente diferente a como
se están haciendo. En el sistema educativo impera en estos momentos una visión
profundamente utilitarista, todo se hace porque sirve para el trabajo, para una
profesión... Nos hemos olvidado de que la raíz etimológica de la palabra
escuela viene del griego skholè. Y skholè en griego significa ocio, tiempo
libre. Uno debería ir a la escuela a cultivar su espíritu, no a aprender un
oficio, a prepararse para encontrar un trabajo. Pero las escuelas y las
universidades han creado un sistema que corrompe a los jóvenes, en el que les
hacen creer que se debe estudiar no por el gusto de aprender sino para
encontrar un trabajo.
¿Es problema
de la escuela o de los propios jóvenes?
Cuando escribí mi anterior libro, La
utilidad de lo inútil, visité casi un centenar de institutos de toda Italia
para presentarlo y hablé con miles de jóvenes. No es verdad que los jóvenes
sean pasivos. Los jóvenes llevan dentro una mecha de entusiasmo que, cuando
alguien se la enciende, explota. Esos jóvenes siempre me hacían la misma
pregunta: «Profesor, yo amo el latín y el griego, me gusta la literatura, pero
mis padres me dicen que eso no tiene salida profesional y que es mejor que
estudie una ingeniería, informática, medicina, porque así encontraré más
fácilmente trabajo». Pues bien, lo que yo les respondo siempre es: «Chavales,
no os inscribáis en la universidad pensando en el trabajo, elegid aquello que
os apasiona». Porque si uno elige una disciplina porque le apasiona será tan
bueno en ella que encontrará trabajo. Y al revés: si uno estudia una carrera
que no le apasiona pensando sólo en su salida profesional, puede que el día de
mañana gane mucho dinero pero no será feliz. Si a mí alguien me ofreciera ir a
trabajar a una empresa a cambio de 100.000 euros al mes, no iría. No cambiaría
jamás de trabajo, porque para mí lo que hago es un placer, una pasión, mi
vocación, y eso es impagable.
Si la
cultura nos hace mejores personas, ¿por qué no invierten los gobiernos en
educación?
Porque al poder no le gusta que sus
ciudadanos sean autónomos y cultos. Porque cuando se forma a personas cultas y
autónomas se está formando a los futuros herejes, a los futuros contestatarios,
a gente que te dirá «no». Los gobiernos prefieren formar a consumidores
pasivos, y eso es justo lo que forma la escuela de hoy: chavales que en cuanto
sale el iPhone 5 se mueren por tenerlo y a los que la felicidad les dura seis
meses, porque luego sale el iPhone 6 y si no lo tienes eres un infeliz. Los
gobiernos se han movilizado por ejemplo para proteger los pozos petrolíferos de
Irak, pero no para proteger los monumentos de Palmira, en Siria. Es algo
vergonzoso. Si se destruye un pozo de petróleo sólo hay que reconstruirlo, pero
una obra de arte no se puede reconstruir, es irremplazable. Las obras de arte
son únicas e irreproducibles. Si alguien destruye Las Meninas, por ejemplo,
nadie podrá rehacerlas. Ni siquiera el propio Velázquez si viviera. Haría otras
Meninas, pero nunca las que conocemos. Pero a los gobiernos no les importa nada
que las cosas únicas e irreproducibles que son patrimonio de la humanidad se
pierdan, y sin embargo se dedican a salvar pozos de petróleo que se pueden
reconstruir. Así es la estupidez que nos domina.
Los
gobiernos se escudan en que no hay dinero y en que se ven obligados a recortar
sus gastos en cultura y educación...
Es mentira, hay dinero. No conozco
los datos de España, pero no creo que sean muy distintos de los de Italia. En
Italia la corrupción nos cuesta 70.000 millones de euros al año, la evasión
fiscal nos sale por 120.000 millones de euros al año. ¿Se imagina lo que se
podría hacer con 190.000 millones de euros al año? Podríamos resolver infinidad
de problemas: destinar muchísimo más dinero a escuelas y universidades, ayudar
a los enfermos graves que hoy son abandonados y, sobre todo, podríamos dar a
los desempleados una vida digna. Amartya Sen, premio Nobel de Economía, pone
siempre el ejemplo de Kerala: era el Estado más pobre de la India y el Gobierno
realizó allí gigantescas inversiones en sanidad y en educación. Hoy, la renta
per cápita más alta de la India se encuentra allí, en Kerala. Si se invierte en
las dos cosas que construyen la dignidad del hombre, el derecho a la sanidad y
el derecho al conocimiento, la sociedad crece. El problema hoy es que quien
crece y se enriquece no es la sociedad, sino Amazon y Google. Estamos frente a
un capitalismo rapaz que quiere ganarlo todo y deprisa. Los clásicos, como por
ejemplo Séneca, nos enseñan sin embargo que la verdadera felicidad está en los
grandes valores que uno abraza, y que no precisan riqueza: la amistad, el amor,
la honestidad, la solidaridad...
Usted
sostiene que la cultura nos humaniza y nos libra de la barbarie. Sin embargo,
muchos dirigentes nazis eran cultos y ya ve usted lo que hicieron...
Sí, se trata de un viejo debate que
mantengo desde hace años con mi amigo Georg Steiner. Es verdad que muchos nazis
eran personas cultas, no hay duda... La cultura es como el amor: uno puede
ofrecer amor a otro, pero no por eso se verá correspondido. Pero si se ofrece
amor y la otra persona también te ama, entonces se toca el cielo. La cultura es
una posibilidad, es una ocasión, y hay quien la aprovecha y quien no. Si no
existiera cultura, la barbarie sería 100, 1.000 veces peor. La cultura es una
forma de resistencia contra la barbarie. La única forma de hacer a la humanidad
más humana es a través de la cultura, yo no veo otra vía.
El
resurgimiento de los populismos y de los nacionalismos que estamos viviendo,
¿se puede deber en parte a que hemos dado la espalda a los clásicos?
Por supuesto, no tengo ninguna duda.
El vómito de populismos al que asistimos tiene que ver con la falta de cultura.
El regreso del racismo, del antisemitismo o del nazismo tiene que ver con todo
eso, y es muy peligroso. Cuando escucho, por ejemplo, todo ese discurso de que
hay que cerrar las fronteras y alzar los muros, no puedo evitar recordar un
cuento maravilloso de Borges titulado La muralla y los libros. Es un relato
sobre un emperador chino que construyó la Gran Muralla pero que al mismo tiempo
quemaba los libros. De manera profética, Borges entendió que quienes destruyen
la memoria quemando bibliotecas son los mismos que levantan muros. Y estamos
viendo hacerse realidad esa profecía en Estados Unidos con la locura de un
presidente que quiere levantar muros en la frontera con México y cerrar su país
a cal y canto, porque no sabe nada de la historia de EEUU, porque no es
consciente de que ese es un país de inmigrantes que está hecho de la suma de
todos.
¿Y en
Cataluña? ¿Qué está pasando?
Yo amo Cataluña, es un lugar
maravilloso y tengo allí grandes amigos. El catalán es un pueblo de una gran
cultura, yo hace tiempo que me enamoré de Ausiàs March y de los grandes
escritores catalanes. Pero lo que les digo con afecto a mis amigos catalanes es
que defender tu cultura y tu lengua es una cosa legítima, pero no significa
cerrarte en tu propia identidad, al contrario. Apreciar tu propia lengua y
cultura te debe llevar a apreciar la multiplicidad de lenguas y culturas, sin
crear rencores ni conflictos de identidad. Pero me parece que no sólo hay un
nacionalismo catalán, sino también un nacionalismo español que también es un
error. A mí no me gusta nada de nada la política de Rajoy, porque es una
política muy de derechas que no entiende estas cosas de las que le estoy
hablando. Y creo que la izquierda catalana le ha hecho el juego a Rajoy, le ha
reforzado. Cataluña no debe alzar barreras y crear fronteras con España. Lo que
debemos hacer es lo contrario: abolir las fronteras existentes entre España y
Francia, entre Italia y Austria, unirnos todos los pueblos europeos.
¿Le viene a
la cabeza algún clásico para explicar la cuestión de la identidad?
Sobre el problema de la identidad,
Plutarco cuenta un mito precioso, el mito de la nave de Teseo. Teseo es el gran
héroe ateniense que se enfrenta al minotauro y lo mata. Cuando regresa a
Atenas, la nave de Teseo se atraca en el puerto y se convierte en el símbolo de
esa victoria. Pero, con el pasar de los años, parte de la madera de la nave se
pudre y es sustituida por otra. Hasta que llega un momento en el que la madera
de toda la nave ha sido reemplazada. Esa nave ¿continúa siendo la nave de Teseo
o ya no? Claro que es la nave de Teseo, por supuesto que lo es. Porque la
identidad no es algo estático, es algo dinámico que se construye añadiendo
madera nueva a la madera vieja. Giordano Bruno decía que para el verdadero
filósofo, cualquier terrero es patria. La patria es el lugar donde uno puede
escribir, leer y pensar en libertad. Yo no creo en la identidad, no creo en las
raíces. Los hombres no somos como los árboles, no tenemos raíces, tenemos
piernas y podemos caminar.