Ahora
que volvemos de nuevo con la matraca del fracaso de la democracia me vienen de
nuevo a la mente los extraños días en que en la universidad fui víctima
indirecta del asamblearismo. Como profesor, en realidad mis tribulaciones
fueron más bien pocas, pero pude ver cada vez más horrorizado como la supuesta
inocencia de los reclamantes devenía poco a poco en actitudes cada vez menos
democráticas, hechas en nombre de la democracia directa (asamblearia) que
pretendían defender. Curiosa paradoja. Conviene que me ande con ojo aquí, pues por poco que me
guste el actual sistema de políticos apoltronados, peor me pareció la
alternativa de democracia más directa. ¿Qué quiero decir? Trataré de
explicarme:
Por
culpa exclusivamente nuestra, aunque de forma entendible, se está tirando la democracia
representativa a un retrete del que no sé si saldrá, pero la idea en sí no es mala: El
demos ejercita su poder eligiendo a quien ha de gobernarlo. El cual ha
de ser honesto y responsable (viejos tiempos aquellos en que al menos procuraban parecerlo…). El
pueblo no decide propiamente cual será la solución de los problemas que hay que
resolver, sino que se elige quién las decidirá.
Si
se mantuviera todo dentro de parámetros ideales, pues se resuelven muchos
problemas derivados de cómo realmente gobernar de una forma directa cuando la
población es mucha. Ya en la democrática Atenas tuvieron problemas por ello, y
no menos dificultades tuvieron que sufrir en Roma (época republicana, claro). El
problema es que la democracia representativa ya no nos gusta. Nos han
decepcionado mucho las personas elegidas. Pero mucho. Y por ello reclamamos
«más democracia», y en mi querida universidad esto se tradujo en “asambleas” de
estudiantes que decidían por votación directa cuanto se planteaba en cada
reunión.
El
problema surgió a medida que las protestas escalaban peldaño tras peldaño en
quejas y reclamaciones. Bastaba con plantarse en una asamblea para dar la
opinión sobre algo, y que este algo, dentro de un “buenismo” poco entendible
por más que respetable, daba rienda suelta a cuanto ahí se hablase, adoptando
las decisiones como objetivo a alcanzar por TODOS. Y de ahí surgieron
propuestas que cualquier iletrado de sensatez elemental vería como poco
aplicables, todas juntas y a la vez.
Veamos.
Para explicar esto simplemente diré que aunque yo esté informado sobre
astronomía, y le puedo poner mucho interés, eso no me convierte en astrónomo;
no por estar informado sobre arquitectura soy arquitecto; y que yo posea
información sobre medicina no me transforma en médico (aunque en este caso, yo
sí lo soy y puedo afirmar que sufro a veces con los “enteradillos” del tema). Así, pocos de los que ahí estaban tenían
verdadera e importante información y conocimiento sobre el funcionamiento
habitual de una universidad. Me incluyo. En ciertos aspectos no soy más que
muchos que ahí discutían, pero su entendimiento del tema a veces no iba más
allá del hecho de ESTAR en la universidad, y sólo como usuarios, lo cual no es
suficiente como para estar realmente capacitado para reformar algo que ya está funcionando, y reformarlo bien además. Se
podía cuestionar seriamente cuántos ahí eran de verdad competentes para
resolver los problemas de la instauración del nuevo plan de Bolonia, que sin
ser la panacea que nos vendieron, tampoco era el infierno catastrófico y
alienizante que se trató de imponer desde el otro lado. Así, el sistema
asambleario proponía que quienes eran incompetentes en esos temas eran los que al final
decidían. Y a mano alzada. Nada de privacidad. Es decir, un sistema de gobierno suicida siempre que el más sensato
no fuera capaz de hacerlo ver a sus conasamblearios. Lo cual, dicho sea de
paso, suele darse poco en una asamblea. Por lo que pude ver, el que más chilla
y el que más burradas dice, es el que acaba logrando su cuota de atención y de
votos favorables. Si este era un simple bienintencionado, el resultado de la
asamblea era sólo irresponsable, llevados por decreto mayoritario por un
inconsciente. Y eso en el mejor de los casos, pues a más de uno ví con alma
política ya corrupta aprovechándose vilmente de la situación para lograr un liderazgo
a costa del esfuerzo o sufrimiento de muchos. Y, sin embargo, fue así. No sé
cuántos decepcionados surgieron de ahí, y cuántos futuros líderes envenenados
ya desde la base.
Se
habla mucho de llevar este modelo al estado (no entro en cuál, la política en
esto me repugna) pero en esas experiencias pude ver su funcionamiento y me
vienen escalofríos ante decisiones de política internacional que se llevasen
así a cabo sin saber primero si los ciudadanos saben o no saben de las
cuestiones sobre la cuales deberían decidir. Parafraseando a Sartori, sería
como distribuir permisos de conducir sin preguntarse si las personas saben
conducir. Pero es lo que hay.