En la Edad Media la filosofía no termina de concretar un pensamiento en un constructo fiable. Por muchas grandes mentes que lo han probado no se estructura nunca un corpus claro, como podemos ver en Hegel o Kant. Las explicaciones que proporcionan me resultan vanas y limitadas (aunque sabrosas, ciertamente), y es porque en general reglas que no hacen más que constreñir el pensamiento son aplicadas de forma sistemática sin lograr un principio individualizador sino siempre referidas al Logos creador. De forma iterativa todo se remite aquí, todo va a parar aquí. Todo deriva de aquí, y así es imposible avanzar, dado que a donde quieres llegar ya es el principio de la partida. El Logos es el interpretante final de todo discurso, precisamente porque el universo es la expresión del Logos. Todo ser viviente, toda piedra y toda estrella tiene una gama limitada de significados objetivos, porque toda la creación es un libro escrito por la divinidad. Semiológicamente, toda entidad es al mismo tiempo distinta y está ligada a todas las demás por convenciones gramaticales y sintácticas que, aún cuando pueden ser objeto de disputa sub specie humanitatis, sub specie aeternitatis son armoniosas y están libres de ambigüedad. El mismo San Agustín llegará a demostrar la concordancia entre semiología humana y la divina. La única salida se encuentra siempre en el mismo sitio, en lo alto, en el Logos, fundamento de todo significado.
Tomé algunas palabras de Kenneth Atchity, que creo se expresa mejor que yo.
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