O haciendo logos de científicos. Tienen su razón de ser. Entrada para frikis.
Aquest bloc preten ser un petit recull d'allò que ens agrada de la vida, els petits plaers, les coses que anem aprenent...
martes, 10 de noviembre de 2015
lunes, 7 de septiembre de 2015
Librerías
Un artículo que vale la pena leer. Especialmente ras desaparecer una mítica librería como es "Negra y Criminal":
Cada día desaparecen en España dos librerías. Si fueran bares no
importaría, porque hay cerca de un millón, pero las librerías no llegan a
5.000, con lo que, al ritmo al que vamos, en 10 años habrán
desaparecido todas. Ya ha ocurrido, de hecho, en ciudades como El Ejido,
que con 100.000 habitantes no tiene una sola librería abierta.
A estas alturas de la columna muchos lectores habrán dejado de leerla
convencidos de que no va con ellos, ya que compran los libros en Amazon
o se los descargan directamente de Internet, pero yo les pediría un
poco más de paciencia aunque solamente sea por consideración a unos
establecimientos en los que durante siglos y todavía hoy hemos hallado
refugio al igual que en los bares y en los cafés, que también están
desapareciendo para nuestra desgracia. Últimamente, parece que todo lo
que no sea moderno, entendiendo por moderno todo aquello que nos aleje
de los demás, está condenado a desaparecer.
Las librerías son, pues, sólo unas damnificadas más de un mundo que
es cada vez más virtual y menos tangible y que considera el contacto
humano anticuado y una pérdida de tiempo; un mundo que prefiere la
irrealidad del ordenador y la soledad de los no lugares, ya sean grandes
superficies, supermercados con dependientes autómatas, estaciones de
servicio en las que ni siquiera hay vigilante ya o cafeterías self-service,
al comercio de siempre y al empleado de carne y hueso, ya sea éste
camarero, farmacéutico, tendero o dueño de librería. En el caso de los
libreros, además, su oficio lucha contra otro mito de la modernidad
virtual, que es el de que el papel se acaba.
Será que uno está acabado también o que se niega a aceptar una forma
de vida que hace de la deshumanización su norma, lo cierto es que cada
vez más reivindico lo real, entendiendo por real lo que se puede tocar,
da igual que sean cosas o personas. Si se trata de cosas, prefiero que
tengan peso, que sepan y huelan a algo, y si de personas que uno las
pueda reconocer y nombrar, hablar con ellas y hasta hacerse amigo. Y
eso, nos guste o no, es inviable pretender hacerlo con la cajera de la
estación de servicio, de la cafetería self-service o de las
plataformas logísticas con millones de libros apilados que te sirven por
correo sin necesidad de contacto humano ninguno. Yo me resisto a ello
y, por eso, cuando alguien se sorprende o me afea mi conducta por no
tener blog ni cuenta de Twitter ni pertenecer a ninguna red social de
esas en las que haces miles de amigos virtuales, ninguno de los cuales
acudiría a tu entierro, contesto que soy más de bares. Y de librerías.
jueves, 9 de julio de 2015
Con tintes clásicos
Siempre va bien un poco de humor.Y más en estos tiempos que corren. Dedicado a Frau Merkel y con toda la retranca de que se es capaz aprovechando que la cosa va de Grecia.
domingo, 14 de junio de 2015
Invasión de imbéciles
Imagino que el ser ya octogenario, haber visto de todo y estar ya de vuelta de ese mismo todo le permite una serie de licencias. Pero eso no le exime de la polémica, y hasta al Maestro le llueven críticas. Pero no por eso deja de ser verdad lo que dijo: Umberto Eco desató una polémica en las redes sociales al lanzar un ataque durísimo
en su contra. De hecho, las acusó de haber generado una "invasión de
imbéciles", frase que se volvió viral en Twitter. "Las redes sociales le
dan derecho de palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban sólo
en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la colectividad",
dijo. "Enseguida (a éstos) los callaban, mientras que ahora tienen el
mismo derecho de palabra de un premio Nobel. Es una invasión de
imbéciles", agregó, en un breve encuentro con la prensa en Turín, luego
de recibir un doctorado honoris causa en "comunicación y cultura de los
medios". Eco explicó que si "la televisión había aprobado al tonto del
pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior", el "drama de
Internet es que ha aprobado al tonto del pueblo como el portador de la
verdad". El semiólogo invitó a los diarios de papel a filtrar, con un
equipo de periodistas especializados, las informaciones de Internet,
"porque nadie hoy está capacitado para entender si un sitio es confiable
o no". Y a dedicarle al menos dos páginas a un análisis crítico de los
sitios.
Sacado de aquí: http://www.lanacion.com.ar/1801205-una-invasion-de-imbeciles-a-eco-no-le-convencen-las-redes-sociales
La pena es que no haya más gente que lo diga.
viernes, 27 de marzo de 2015
Umberto Eco: 'No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo'
Una entrevista en El Mundo. Vale la pena el tiempo dedicado a leerla. La foto es graciosa.
Umberto Eco ha escrito mucho y muy atinado sobre cuestiones como la representación,
el símbolo y la cultura. Quizá por tirar tan alto, ahora ha decidido
‘rebajarse’ a hablar… del periodismo.
‘Número cero’ (Penguin Random House) es su nueva novela sobre ‘Domani’,
un periódico ficticio y fallido montado por un ricachón para poner en
aprietos a Dios sabe quién.
Una redacción compuesta de perdedores se dedica a hacer números del
invento, lo cual sirve al autor de ‘El nombre de la rosa’ para soltar
ideas como las que siguen, mientras mastica un tabaco en su casa con
vistas al Castello Sforzesco de Milán.
¿Por qué quiso hacer este libro?
Llevo escribiendo artículos y ensayos sobre los defectos del
periodismo italiano desde 1960, en muchos casos con polémicas, en otros
discutiendo con amigos… Yo mismo he escrito en periódicos, así que se
trata de una crítica desde el interior. Desde hace 10 años tenía en la
cabeza esta idea de hacer una novela sobre los defectos del periodismo,
pero lo había ido retrasando. Hasta hoy.
¿Y por qué ambientarlo en 1992?
1992 fue un año en el que se estableció un giro copernicano. Los
partidos entraron en crisis y comenzaron todos estos procesos judiciales
contra la corrupción, por lo que había esta esperanza de que todo
cambiase. Pero dos años después llegó Berlusconi… [risas ]. Me
interesaba que en la novela nuestro presente fuese un futuro que la
gente todavía desconocía. Por eso, en el libro, el director del
periódico, Simei, dice que los teléfonos móviles son una moda pasajera.
La imagen del periódico que aparece en el libro es muy negativa, como una herramienta de difamación.
No todos los periódicos son una ‘máquina de fango’. Los vespertinos
ingleses, por ejemplo, con todos los cotilleos de la familia real, lo
hacen para vender un poquito más. Pero en Italia este mecanismo se ha
usado como herramienta política para deslegitimar al adversario. Por
ejemplo, hay un caso real que cuento en la novela sobre un juez que
había hecho algo que no había sentado muy bien. Y le fueron
fotografiando hasta que le sacaron fumando en una imagen en la que se
apreciaba que llevaba unos calcetines de colores chillones, sugiriendo
que se trataba de un ser un poco raro.
En el libro Simei dice que “los periódicos le dicen a la gente cómo tiene que pensar”
Depende de quién los lea. A mí, por ejemplo, los periódicos no me
dicen qué tengo que pensar. También porque no leo uno sólo y estoy
abierto a muchas sugerencias. Pero un lector más ingenuo o menos
preparado está más influenciado, más aún por la televisión.
¿Cree que los periódicos han perdido poder por los excesos del pasado?
Si un periódico importante hace hoy una entrevista al primer
ministro, ésta sigue teniendo un peso y hasta se puede discutir de ella
en el parlamento. Ahora bien, este poder de influir no es sobre el
público, sino sobre las altas esferas. El verdadero chantaje no llega
cuando yo digo a mucha gente que usted ha robado, sino cuando se lo
cuento solamente a dos y ya está. Es poner una noticia en la mesa de la
persona importante y sugerir que se podría contar más. Ahí es donde los
periódicos tienen el verdadero poder, no sobre el hombre de la calle que
puede leer el mismo texto de una forma distraída.
Es una influencia sobre la ‘cima’, por decirlo de algún modo. ¿Por
qué hay tantos pequeños periódicos que no tendrían razón de existir, si
no reciben subvenciones y venden muy poco? Porque su función es la de
enviar un mensaje privado. Dicen: ‘Yo sé algunas cosas y podría decir
más’.
¿’Domani’ tiene algo que ver con la realidad?
Me inspiré en un personaje real, que no está mencionado en el libro,
Mino Peccorelli, que durante los años 60 y 70 tenía una agencia de
noticias en Italia cuya circulación era limitadísima, pero llegaba a las
mesas de los ministros y diputados. En él se lanzaba sospechas y era
tan peligroso que lo mataron en 1979, por este pequeño pseudo-boletín
que servía como instrumento de chantaje.
¿Qué opina de la actual crisis de los periódicos?
La crisis de los periódicos no empieza ahora, sino en 1954, con la
llegada de la televisión. Antes decían lo que había pasado el día
anterior, pero desde ese momento la gente ya lo sabe. El gran humorista y
escritor Achille Campanile dijo en los años 60 que el periódico es como
una carta que dice: “Seguirá un telegrama”. Lo que pasa es que el
telegrama es del día anterior. Y esto es un problema.
Los periódicos se parecen cada vez más a los semanarios, lo que, a su
vez, pone en peligro a los semanarios. Pero es que un diario no tiene
la capacidad de un semanario de hacer las cosas tranquilamente, porque
se trabaja al filo de la noche. Hay que tener también en cuenta el
esquema publicitario y el aumento de los anuncios: cuando yo era niño,
había periódicos de dos páginas, tan sólo, y hoy son de 60. Y hay que
llenarlas.
Si eres un periódico serio, puedes hacerlo con comentarios y
análisis, pero si no, te conviertes en esta máquina de fango que llena
páginas y que obliga a leerlas por este mecanismo que los alemanes
llaman ‘Schaden-freude’, el placer del dolor ajeno.
Roberto Saviano ha dicho que el libro es un “manual de comunicación contemporánea”.
No creo que sea un manual, pero también se ha dicho que debería
estudiarse en las escuelas de periodismo. Esto quizás sí, pero como mal
manual de periodismo, de lo que no se puede hacer [risas].
En su anterior novela, ‘El cementerio de Praga’, el
protagonista se dedica también a crear bulos. ¿Hay una conexión entre
ambos libros?
Hay una conexión con otros muchos libros míos, como ‘El péndulo de
Foucault’, porque siempre me ha preocupado la paranoia del complot. Y
hoy todavía más, porque internet está lleno de este tipo de contenidos.
Lo que más me interesa es cómo se construye el complot, conectando
hechos que parecen no tener relación. En la novela, el periodista
Bragadoccio es lo que hace, al conectar en un único hilo los últimos
momentos de Mussolini con lo que sucedió en Italia en las décadas
siguientes.
¿Cómo se pueden combatir estos ‘complots’?
Una de las primeras cosas que habría que enseñar a los niños es cómo
filtrar noticias en internet, a distinguir las verdaderas de las falsas.
Un ejercicio podría ser elegir un argumento y buscarlo en 10 sitios
distintos. Haciendo una comparación se podría crear un sentido crítico.
Hay síndromes del complot que resulta muy fácil demostrar que son
mentira y otros que no tanto. Por ejemplo, esa idea de que los
estadounidenses no llegaron a la Luna y que las imágenes que se ven son
una reconstrucción que se hizo en un estudio.
¿Cuál es el argumento contrario? Que si esto hubiese sido así, los
soviéticos lo hubiesen dicho y demostrado. Pero si se callaron, es que
no había ninguna prueba y, por tanto, es una estupidez. O ‘Los
protocolos de los sabios de Sion’, cuya falsedad se demostró hace 100
años, pero en internet sigue circulando y en las bibliotecas árabes está
entre los libros más consultados. Es verdad, hay complots reales, como
el que se organizó para matar a Julio César. O la Conspiración de la
pólvora de Guy Fawkes, que fue descubierta y no llegó a término. O lo
que sucede habitualmente en la bolsa, con las OPAs y todos movimientos
que empiezan siendo secretos y luego se materializan.
Pero los más peligrosos son los complots mentirosos, porque no logran
salir bien, se quedan en el imaginario colectivo, obsesionando a la
gente, y nadie puede desmontarlos porque no existen. Pongamos que usted
es ateo: todas las religiones son la descripción de un complot que no
existe. Pongamos que es católico creyente: el resto de las religiones
son un complot inexistente.
Un personaje de la novela dice en un momento que “el placer de la erudición está reservado a los perdedores”.
Es una paradoja, pero también es verdad que puede haber un físico que
gana el Premio Nobel y no sabe nada la historia de la literatura. O
puede haber un corrector de libros que sabe muchísimo de muchas cosas y
ve que esto no le sirve para nada en la vida. Hoy se da un fenómeno de
hiperespecialización, que es muy estadounidense.
Recuerdo hablar con un profesor de francés de una universidad de EEUU
de que estábamos llegando a un taylorismo de la cultura, es decir, que
cada uno es capaz de hacer una sola cosa. Y me preguntó que qué era el
taylorismo. Pues eso mismo que le pasaba a él, que no sabía casi nada de
ninguna otra cosa.
¿Cómo ve la influencia de internet en los "mass media"?
No estoy seguro de que internet haya mejorado el periodismo, porque
es más fácil encontrar mentiras en internet que en una agencia como
Reuters.
¿Cómo valora que las noticias más vistas de internet sean las que son? ¿Es el lector culpable?
Con Facebook y Twitter es la totalidad del público la que difunde
opiniones e ideas. En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese
un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el
planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra
pública.
Hoy, en internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el premio
Nobel y el periodista riguroso. O, por ejemplo, lo que pasa con los
libros. Antes las editoriales ejercían de filtro, aunque podían
equivocarse: esto se publica y esto no. Ahora, cualquiera puede publicar
un libro en internet y resulta complicado argumentar con un joven las
diferencias entre algo bueno y algo malo. Sí, se podrá decir que la
clave está en que le guste o no. Pero entonces es cuando recuerdo ese
‘anuncio’ que decía: “Come mierda: millones de moscas no pueden estar
equivocadas”.
¿Tiene esto algo que ver con alguna dinámica particular de estos tiempos?
Aquella chica que succionaba el pene de Bill Clinton, cómo se
llamaba, Monica Lewinsky, ha regresado para hablar de ello y da
conferencias. ¿Se podría esperar que permaneciese callada y
desapareciese? No. Lo mismo que el ladrón o el mafioso va a televisión a
contar lo que ha hecho. Éste es un fenómeno totalmente nuevo en la
historia de la humanidad: es importante aparecer en público.
Hace no mucho, en Italia, un marido cornudo compró una página de
publicidad del ‘Corriere della Sera’, que cuesta un montón de dinero,
para decir que su mujer era una puta. Y la mujer compró a continuación
otra página para decir que el marido no estaba bien.
Esta importancia de mostrarse ante otra gente era algo que hasta
ahora sólo se veía en algunos asesinos en serie, que querían llamar la
atención de los medios y de la policía. Pero un ‘serial killer’ es un
loco, y ahora son las personas comunes las que tienen esta necesidad. Es
como compartir una colonoscopia con el mundo.
La actitud de muchos intelectuales de hoy es llevarse
continuamente las manos a la cabeza. ¿Cuál es su técnica para no caer en
lo apocalíptico?
Escribir libros. Describir los problemas. Y tener la esperanza de que
alguien que los lea piense, por ejemplo, que va a ser más cauto a la
hora de leer un periódico. El intelectual debe denunciar los vicios de
la sociedad; si se desata un incendio en un teatro no puede sentarse en
una silla a recitar poesía: tiene que llamar a los bomberos, como haría
cualquier otro ciudadano.
Pero sigue habiendo muchos intelectuales que, como Platón, aseguran que todo iría mejor si se les diese el poder.
Pero esta idea de Platón se demostró fallida cuando fue a Sicilia. Es
por esto que siempre he preferido a Aristóteles, porque aconsejaba y se
ocupaba de otras cosas serias, aparte de la política.
¿Cuál es la clave para, con 83 años, seguir manteniendo la pasión por contar?
Siempre he contado algo. Antes contaba chistes, pero en los últimos
años he parado, porque Berlusconi ya contaba demasiados. Pero desde
pequeño escribía cómics y novelas, que nunca terminaba. Luego contaba
cosas a mis hijos. Y ahora tengo a mis nietos. Pero, hablando de mis
libros, si te fijas bien en mis libros de filosofía y ensayo, son
también narraciones, siempre cuento cómo he procedido en la búsqueda.
Hay muchas formas de contar.
Dar clases a los estudiantes es una de ellas, porque siempre he
pensado que nuestra forma de conocer no es a través de las definiciones,
sino de las historias. Cuándo un crío pregunta de dónde vienen los
niños no se le da una lección de genética, sino que se habla del polen,
las mariposas, la semilla de papá… Las cosmologías son en realidad
novelas del origen del mundo. Los historiadores no hacen sino contar… No
nos damos cuenta de que es la forma principal de ver el mundo. Y nos
sirve para entender cosas como lo que pasa en Siria e Irak. Porque el
fanático no cuenta historias: tiene una verdad en la cabeza y la repite.
¿Qué le parecen las entrevistas?
Es un problema que yo, como autor, me encuentro. Se publica un libro
y, hace tiempo, uno esperaba las críticas, que podían tardar un par de
meses, porque el crítico tenía que leerse el volumen. Ahora o se habla
el día después o nada. Y hay que hacer una entrevista, porque si no la
das, no hay crítica. Y la entrevista es un texto que siempre habla bien
del libro, lo cual es una manera de engañar al lector, porque es obvio
que el autor va a hablar bien de su libro, mientras que uno espera una
argumentación contrastada del crítico.
Me ha pasado lo siguiente: dar una conferencia y, al término de ésta,
venirme un periodista a que le contase lo mismo que había dicho.
¡Maldita sea, si estabas ahí! ¡Podías haberme grabado, es tu trabajo!
Pero está esta idea de que la entrevista es más noble, más ‘scoop’. Y
ves un periódico hoy y está lleno de entrevistas, cuando las únicas que
tienen realmente sentido son con aquellas personas que no las dan, como
corruptos, asesinos o gente así. Una entrevista conmigo es una pérdida
de tiempo.
sábado, 21 de marzo de 2015
Orbita laika
Ahora que ha terminado la primera temporada de este programa, veo que se ha montado por ahí una pequeña campaña para que se haga una segunda temporada. Me adscribo, pero como mi capacidad ni de convocatoria ni de oratoria temo iban a ser determinantes, me uno al Doctor en Física Enrique Fernández Borja y su plan absoluto y definitivo para lograrlo:
martes, 17 de marzo de 2015
"Cifu" nos deja...
De "El País". Lo lamento profundamente, pues este hombre es uno de los que logró que me aficionase al Jazz ya hace años. Imagino que allá donde vaya se ha de tomar unas cervezas y seguir hablando de esta música. Descansa en paz, amigo:
Lo que siempre nos pareció inconcebible ha sucedido: Cifu
nos ha dejado. El pasado lunes 9 de marzo, fue ingresado en el hospital
Nuestra Señora del Rosario, de Madrid, a consecuencia de un ictus. Su
fallecimiento ha sucedido esta mañana (17/03/2015).
Cifu forma parte de la vida de muchos en este país, de
cuando aquí no llegaban los discos de jazz, o de casi nada. Uno tenía
que escucharle para saber cómo sonaban Coltrane, o Lee Morgan, o Art
Blakey. Luego estaba que Cifu era como era, y uno no sólo
terminaba sabiendo cómo sonaba Coltrane sino cual era el color de los
calcetines que usó en la sesión del 7 de marzo del 53, y si había
desayunado café con leche y cereales y de qué marca los últimos. Pero él
era así, y así le queríamos.
Parisino, cosecha de 1941, llegó a
Madrid después de que su padre, don Francisco Cifuentes Sáenz, profesor
eximio de Derecho Mercantil en la antigua Facultad de Derecho de la
calle San Bernardo, decidiera poner fin a su exilio tras la victoria de
las tropas franquistas. En París había conocido el jazz, a Sidney Bechet
y a Don Byas. “París era entonces el centro del mundo”, recordaba, “y
Madrid, una sucursal del Tercer Mundo”.
Empezó escribiendo para Aria Jazz, fanzine con ínfulas de
revista de jazz que editaban los mismos que acudían noche tras noche al
Whisky & Jazz de Marqués de Villamagna: “Eramos cuatro aficionados
al jazz y los que iban a ligar y se juntaban con los militares de
incógnito de la OAS (la Organisation de l'armée secrète contraria a la
independencia de Argelia), que tenían el Whisky como lugar de reunión”.
Diez años más tarde arrancó su Jazz Porque Sí en la poco menos que legendaria “efe eme” de Radio Popular, de donde pasaría sucesivamente a Radio España, Antena 3, Cadena 100 y, desde 1998, Radio Clásica de RNE. Meticuloso hasta la obsesión, Cifu
hablaba de jazz “desde dentro”. "Antes que nada soy un hombre de
radio”, reconocía. Su actividad, empero, abarcaba la traducción de
textos (de jazz, naturalmente) y su labor de conferenciante contumaz
(sobre jazz, claro está). Sin embargo, hay algo que no hizo: escribir un
libro. Decía que escribir no era lo suyo. Por más que se le intentó
convencer de lo contrario, no hubo manera.
Recuerdo a Cifu en algunas situaciones pintorescas no
necesariamente relacionadas con el jazz, como acompañante de estrellas
del sello Movieplay (lo que incluía ejercer de cicerone del guitarrista y
cantante Alvin Lee, líder de Ten Years After, durante su visita a
Madrid) y en su etapa televisiva de “maduro interesante” -¡esos jerséis
negros de cuello alto!- de cuando Jazz Entre Amigos. Cifu estaba en la cumbre de su popularidad: “Me paraba por la calle gente que no había escuchado una nota de jazz en su vida”.
Fueron siete años, entre 1984 y 1991, asomándose a la pequeña ventana cada siete días sin excepción. Con Cifu por bandera, Jazz Entre Amigos
puso cara al Gran Jazz: el de Coltrane y Ellington, Dizzy Gillespie y
Tete Montoliu. Que la emisión durara lo que duró, constituye un misterio
sólo comparable a su desaparición fulminante, materia sobre la que
todavía se discute acaloradamente. "Lo cierto es que lo han quitado
porque les ha dado la gana”, sentenció por entonces Antonio Gamero,
actor y notable aficionado al jazz desde los tiempos del Whisky.
Se ha mantenido a pie de micrófono hasta el último aliento desafiando
vientos y enfermedades varias. Tenía el proyecto, quien sabe si en
broma, de montar un restaurante con la jubilación: “Arriba el comedor,
abajo el club con música en directo”. También quiso ser batería de jazz.
Y psicoanalista, lo que, de ser cierto, resulta un tanto
desconcertante. A diferencia de otros –los casos sangrantes de Ebbe
Traberg, Raúl Mao o Julio Coll- a Cifu, el reconocimiento le
vino cuando aún estaba en condiciones de disfrutarlo. Así, a los
homenajes tributados por, entre otros, el Club de Música y Jazz San Juan
Evangelista y la sala Bogui Jazz, de Madrid; el Festival de Jazz de San
Sebastián y la Associació de Músics de Jazz i Música Moderna, de
Cataluña, se unen un premio Ondas por su "labor de difusión y
divulgación del jazz" en 2014, y este mismo año, la Medalla de Oro en
las Bellas Artes. Cifu tenía previsto no acudir a recogerlo,
por disconformidad con la política del Ministro de Educación, José
Ignacio Wert. Lo que se dice, genio y figura.
Para quien le quiera seguir escuchando:
miércoles, 11 de marzo de 2015
lunes, 9 de marzo de 2015
Más vueltas sobre el asesinato de cayo Julio Cesar
Encontré esto en El País. Texto algo más cargado de sensacionalismo que no de descripción pura y simple de una nueva opinión sobre el asesinato de Cesar. De todas formas no está mal y vale la pena dedicarle unos minutitos a su lectura:
"El asesinato de Julio César es un carajal". Así resumió, con su habitual estilo directo, la gran latinista Mary Beard todos los hechos que rodearon el apuñalamiento del político romano en
el pórtico de la Curia de Pompeyo, el 15 de marzo del 44 antes de
nuestra era. En cualquier acontecimiento de esta magnitud, resulta casi
imposible separar la leyenda de la historia, pero este caso es
especialmente complejo por su enorme valor simbólico y porque se cruzó Shakespeare de por medio.
La fuerza de su obra es tan grande y la influencia de sus personajes
tan profunda que se han apoderado de la realidad. Sin embargo, los
historiadores siguen peleándose con los hechos, luchando contra las
leyendas. El profesor de clásicas de la Universidad estadounidense de
Cornell, Barry Strauss, acaba de publicar The Death of Caesar,
un libro en el que lanza una novedosa teoría sobre lo que ocurrió en
aquellos idus de marzo. "Hubo un tercer hombre en el complot para matar a
César", explica Strauss, un experto en historia militar, autor de
libros como La guerra de Espartaco o La batalla de Salamina.
"Bruto y Casio no estaban solos. Décimo fue un personaje clave. Los
conspiradores no eran aficionados, políticos civiles, sino generales que
organizaron el magnicidio con una precisión militar. Los gladiadores
también tuvieron un papel importante, al igual que varias mujeres de la
élite romana", prosigue Strauss (Nueva York, 1953) en una conversación
por correo electrónico.
Décimo Junio Bruto Albino, compañero de armas de Julio César (100-44
antes de Cristo) en las Galias, aparece en todos los relatos sobre el
asesinato, pero nunca en un papel protagonista, aunque algunas versiones
señalan que las famosas palabras "¿tú también, hijo mío?" iban
dirigidas a él, no al Bruto más famoso. De hecho, Shakespeare cambió su
nombre y le llamó Decio en su Julio César. En el relato clásico, es la
persona que acude a casa de César para convencerle de que, pese a los
malos augurios —"cuidaos de los idus de marzo"— y de la pesadilla que ha
sufrido su esposa, Calpurnia, que soñó su apuñalamiento, debía acudir
al Senado. "En los últimos años, los estudiosos han recuperado a Nicolás
de Damasco (64-4 antes de Cristo), una oscura figura, que era un joven
en el 44 y que escribió el relato más antiguo del asesinato de César.
Durante muchos años, fue desdeñado porque luego trabajó para Augusto,
el heredero de César y el primer emperador, y se pensaba que esa
relación había contaminado su visión. Sin embargo, ahora se le toma muy
en serio y su narración de los hechos es muy diferente, mucho menos
idealista, que la de Plutarco, en la que luego se basa Shakespeare",
afirma Strauss. Nuevos estudios han demostrado que los textos de Nicolás
de Damasco merecen mayor atención, así como su correspondencia con Cicerón, que también había sido olvidada.
En el relato clásico, es Cayo Casio Longino el que impulsa el complot
y el que logra convencer a Marco Junio Bruto, un noble patricio romano
que nada en dudas entre su lealtad a César y su deber con la República
romana, que el creciente poder del conquistador de las Galias está
poniendo en peligro. "La culpa, Bruto, no está en las estrellas", es,
según Shakespeare, la famosa frase con la que Casio le convence para
participar en el magnicidio. Décimo, según esta nueva versión, fue un
personaje central tan importante como Casio, uno de los líderes de una
conspiración mucho ante todo militar. Combatió con César en la Galia y
le apoyó durante toda la guerra civil. Sin embargo, por motivos que no
están totalmente claros, cambió de bando. Strauss cree que el poder fue
mucho más importante que los principios. Se convirtió entonces en el
único conspirador en el círculo íntimo de César y, por lo tanto, en el
principal espía.
Pocos autores creen que la intención de los conspiradores (unos 60
aunque solo 20 tienen un nombre) era defender la democracia sino los
privilegios de su clase. Mary Beard describe en La herencia viva de los clásicos
el magnicidio como "el chapucero asesinato de un ídolo del pueblo por
un grupo de aristócratas enojados en el nombre de (su propia) libertad".
Ronald Syme, uno de los grandes investigadores del siglo XX de la
historia de Roma, fallecido en 1989, escribe en su libro La revolución romana:
"Las tragedias de la historia no surgen del conflicto entre el bien y
el mal convencionales. Son más augustas y más complejas. César y Bruto,
los dos, tenían la razón de su parte".
Es precisamente esta complejidad lo que convierte el asesinato de
César en un hecho único, porque concentra todos los elementos que forjan
una gran historia, la traición, la amistad, la lucha contra la tiranía,
la nobleza, la mentira, la lealtad, la política... Si a ello se suma
Shakespeare y una increíble versión cinematográfica de 1953 de Joseph L.
Mankiewicz con John Gielgud, James Mason, Deborah Kerr y, sobre todo,
Marlon Brando en su apogeo como Marco Antonio ("y, sin embargo, Bruto es
un hombre honrado"), la historia se convierte en mito. Julio César
encarna un momento clave de la historia de la humanidad, cuando Roma se
debatía entre continuar siendo una República o convertirse en un
Imperio. Es un personaje que representa una de esas pocas encrucijadas
en las que un camino u otro hubiesen cambiado la historia del mundo.
"Shakespeare ofrece un mito bellísimo sobre el asesinato, pero es un
mito", afirma Strauss, cuyo libro está publicado por Simon & Shuster
aunque aún no tiene editor en España. "Los asesinos reales no fueron
amateurs y civiles, fueron generales y oficiales militares que también
fueron políticos. Sabían cómo llevar a cabo un complot con precisión
militar y reclutar a gladiadores para ayudarlos. Las mujeres también
tuvieron un papel más importante del que muestra Shakespeare, desde
Cleopatra, que era la amante de César en el momento de su asesinato y se
encontraba en su villa de los suburbios de Roma, hasta Fulvia, la
esposa de Marco Antonio, y, en mi opinión, la inspiradora de su discurso
en el funeral de César".
Todavía quedan muchos misterios en torno a Julio César. Solo hace
tres años, un equipo de arqueólogos dirigido por el español Antonio
Moterroso, investigador del CSIC, descubrió el lugar donde fue asesinado —en los restos arqueológicos que se encuentran en el Largo Argentina, en pleno centro de Roma—. Los expertos siguen debatiendo
sobre el emplazamiento exacto del Rubicón, el río clave en la historia
de Julio César y de Europa. Al cruzarlo con sus tropas, violó una de las
más profundas prohibiciones romanas (ningún general podía entrar con su
Ejército en Italia) y desató la guerra civil que le llevaría al poder
absoluto. Como escribió el historiador británico Adrian Goldsworthy al
final de su biografía César, "más de dos mil años después su
historia nos sigue fascinando. Una cosa es segura: estas no son las
últimas palabras que se escribirán acerca de Julio César". Tenía toda la
razón.
miércoles, 7 de enero de 2015
En los campos de Flandes
No me parece un mal día para recordar el famoso poema "en los campos de Flandes" que ha devenido en un símbolo de la Gran Guerra. Fue escrito por el poeta y soldado John McCrae el 3 de mayo de 1915 recordando a un amigo muerto en la batalla de Ypres. El poema menciona los campos de amapolas que brotan sobre las tumbas de
los soldados caídos, y resulta curioso porque escribe desde el punto de vista de los muertos. Tras leerlo resulta dificil abstraerse del horror y la muerte a la vista de una sencilla, pero bella, amapola. Vale la pena:
In Flanders fields the poppies blow
between the crosses, row on row,
that mark our place; and in the sky
the larks, still bravely singing, fly
scarce heard amid the guns bellow.
We are the Dead. Short days ago
we live, felt dawn, saw sunset glow,
loved and were loved, and now we lie
in Flanders fields.
Take up our quarrel with the foe:
to you from failing hands we throw
the torch; be yours to hold it high.
If ye break faith with us who die
we shall not sleep, though poppies grow
in Flanders fields.
between the crosses, row on row,
that mark our place; and in the sky
the larks, still bravely singing, fly
scarce heard amid the guns bellow.
We are the Dead. Short days ago
we live, felt dawn, saw sunset glow,
loved and were loved, and now we lie
in Flanders fields.
Take up our quarrel with the foe:
to you from failing hands we throw
the torch; be yours to hold it high.
If ye break faith with us who die
we shall not sleep, though poppies grow
in Flanders fields.
En los campos de Flandes
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que marcan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
su voz apagada por el fragor de los cañones.
Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos auroras, el rojo del crepúsculo,
amábamos, éramos amados.
Ahora yacemos, en los campos de Flandes.
Contra el enemigo proseguid nuestra lucha.
Tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos exangües.
Mantenedla bien en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas.
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