Un modelo utilizado para describir las estructuras disipativas es la inestabilidad de Bernard. Es este un modelo que nos explica, por ejemplo, qué es lo que pasa al calentar agua y apreciar que a partir de un momento determinado la propagación de la energía no se hace por conducción, sino por convección. La inestabilidad de Bernard muestra cómo un sistema puede ser llevado a través de una fase discontinua a un nivel de orden superior por un aumento de los impulsos ambientales. Y también cómo el mantenimiento del nuevo orden depende tanto del empleo aumentado de energía externa como de la aparición espontanea de estructuras mejor organizadas en condiciones de usar la energía de una manera más eficiente.
Este modelo podría ser útil en las estructuras culturales según nos explica Robert Artigiani. Y podría ser fructuosa una analogía con la semiótica, que ha hecho de la ciencia el código recíprocamente descifrable de la naturaleza y del hombre. La ciencia se convierte en una imagen de la naturaleza creada por los científicos para valorar el comportamiento de la naturaleza misma. Si la naturaleza reacciona tal y como prevería un modelo científico, se puede concluir que las conjeturas efectuadas eran correctas. La ciencia deviene en algo análogo al mapa cognoscitivo que, según los sociólogos, define una cultura: Una representación simbólica de nuestro medio ambiente y de nosotros mismos que regula nuestro comportamiento adecuándolo a lo que nos circunda. El mapa cognoscitivo es el fundamento de toda cultura, y mapas cognoscitivos específicos utilizados por personas diversas en diversos contextos determinan su identidad cultural. Los mapas cognoscitivos contienen las informaciones que contribuyen a crear la civilización más adecuada a un determinado grupo de personas, castigando al mismo tiempo los comportamientos que amenazan la estructura de esa civilización.
Los valores son los particulares símbolos cognoscitivos que motivan el comportamiento. Su validez deriva del hecho de que, al imponer una norma a la experiencia, generan reacciones emotivas. De la misma manera que el modelo de Bernard nos explica, los valores organizan las acciones. Su función esencial es la de permitir a las estructuras culturales llegar a una situación de homeostasis, condicionando nuestros comportamientos según modalidades que estamos preparados para aprobar. Los valores aparecen con las estructuras que deben preservar. Estos valores son funciones de las acciones que estimulan u obstaculizan y son creados por los comportamientos a los que perpetúan.
Las culturas son sistema abiertos vulnerables a cambios ambientales. Entonces, existe la posibilidad de que nuestros valores no logren armonizar con el ambiente que nos rodea. Esta es la causa de los cambios culturales, fases de cambio que se derivan de la incapacidad por parte de los viejos valores de descifrar de un modo adecuado un ambiente alterado. Se hace necesario en estos casos un nuevo mapa cognoscitivo, pero esto implica crear hombres nuevos, procedimiento que la mayor parte de nosotros encuentra desorientador y a veces doloroso. Muchos se oponen al cambio. Y tratan ciegamente de reconstruir el ambiente originario. Algunos se aferran a elementos aislados de la tradición y hacen caso omiso de la complejidad de ésta. Otros pocos tratan de trazar un nuevo mapa, de captar del ambiente muevos símbolos que produzcan comportamientos más válidos, búsqueda que puede llegar a ser desesperada, y aquel que se convierte en un mutante cultural con frecuencia aísla algunos factores o idealiza condiciones particulares al tratar de imponer nuevos principios. Pocos puede desde el punto de vista emotivo comprender que la revolución es tan inhumana como la reacción, al tolerar la ambigüedad implícita en el paso de un sistema a otro, corrigiendo al mismo tiempo el riesgo que comporta la búsqueda de un modelo de realidad más adecuado.
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