Dentro de la barbarie y la estupidez de aquel momento, y eso que aún no habían llegado los peores momentos, se ha de destacar este curioso episodio. Sucedió en la noche de Navidad de 1914. Los soldados de ambos bandos habían recibido paquetes con chocolate, cigarrillos, alcohol… y pararon de pelear al llegar la noche. Dejaron de matarse. Como sólo estaban separados unos de otros por unos pocos metros de “tierra de nadie”, no era muy complicado escuchar lo que hacían justo al otro lado. Lo que hacía el “enemigo”. Y pasó lo que nadie preveía: La Nochebuena de 1914, de forma espontánea, salieron de las trincheras. Pero no para hacer lo que llevaban ya meses haciendo, sino para darle las manos, compartir pequeñas alegrías, dulces, abrazos teñidos seguramente de recelo al inicio y de franca camaradería al final entre hombres que pretendían matarse sólo 24 horas antes. Un milagro de unas horas de tranquilidad y curiosa comunión. Parece que comenzó todo cantando villancicos comunes en lenguas distintas: Soldados alemanes, comenzaron a cantar Stille Nacht (Noche de Paz). Los aliados también cantaron. El resto, siguió solo y terminaron saliendo a la tierra de nadie, con prevención al principio, en masa después, con saludos, enseñando fotografías de la familia, los hijos, las novias, un cigarrillo por aquí, un chocolate por allá, allí un bizcocho, un poco de vino, de cerveza o de schnapps que terminaron intercambiando, pasando botellas de mano en mano y dando al contrincante las pequeñeces que tenían a uno y otro lado de la trinchera.
“Como ni nosotros ni ellos nos entendíamos en el idioma, comenzamos a hacernos entender por medio de señas y signos (…) todo el mundo parecía agradable. Y aquí estábamos, riendo y conversando con los hombres a quienes apenas unas horas antes, estábamos intentando matar” (John Ferguson).
Una curiosa estampa de aquel día fue un partido de balompié entre alemanes y aliados, que parece terminaron ganando los alemanes. De todas formas qué importaba el resultado…
Esto no se volvió a repetir. Los gobiernos de ambos bandos consideraron aquello como una confraternización que rozaba la traición. Castigos y extrema vigilancia fueron la respuesta que se obtuvo de las respectivas cúpulas del poder, y pese a que la tropa parece que quiso repetir el fenómeno en 1915, se logró impedir y los años siguientes se ordenó aumentar los ataques al enemigo durante la semana de Navidad y Año Nuevo.
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