Cuando uno viaja, lo más importante es siempre pasarlo bien. Y si de paso se aprende alguna cosa, pues perfecto. Sin embargo, tanto Eli como yo necesitamos siempre alguna cosa añadida, el viaje gastronómico ella y el literario yo, aunque acabamos mezclándolo todo. Así, tanto nos da en realidad a dónde viajamos, pues el paso previo al viaje, esa encantadora ensoñación que nos lleva a viajar siempre varias veces (muchas antes de ir a donde sea, y una al ir efectivamente allí) nos permite disfrutar de las cosas desde perspectivas que vamos compartiendo durante el camino. A veces, incluso, lo que más disfrutamos es el propio camino... pensando en lo que queremos visitar.
Claro que lo que se tiene que visitar en destino es aquello que sea verdaderamente relevante. ¿Qué quiere decir esto? Pues que cada uno debe saber reconocer sus gustos e intereses, y luego valorar la visita en función de ellos. Nuestros viajes a Sicilia siguiendo a Camilleri han sido por ello absolutas excelencias, pese al desastre de las Sagas.
Claro que en la reflexión posterior hemos logrado desenturbiar parte de las causas que convirtieron en indeseable ese pequeño trozo de tiempo. Y con la inestimable ayuda del Sr. DeBotton y su siempre reflexiva prosa, concluimos en que las formas de viajar suponen una nueva forma de dividir los estilos. Me refiero más que nada a los vericuetos experimentados durante las visitas de Palermo, Agrigento, Selinunte y Segesta, que nos transmitieron a Eli y a mi la extraña sensación de vernos abrumados por hacer algo que habitualmente nos encanta: Ver cosas, fotografiar edificios, dibujar paisajes, escribir sobre lo que visitamos. Creí entonces, y creo ahora equivocado, que mi estado de irritabilidad y cabreo fueron los culpables de mi decepción. Pero en el párrafo anterior dejo caer, como quien no quiere la cosa, que disfrutar del viaje supone buscar aquello que realmente a uno le parece relevante. Y eso supone que sea cada uno quien decida aquello que le interese y catalogue como trascendente cuanto a uno le parezca trascendente.
Pero en el turismo que se ha impuesto en este siglo a uno le quedan bien pocas opciones por decidir nada. Se trata de viajar rápido, llegar a destino, inmortalizar en una instantánea todo lo fotografiable que dé de sí el lugar, y partir raudo a un nuevo puesto. Con todo programado y pagado, sin ninguna molestia que pueda perturbar el viaje. Y, claro, mostrar después eso al mundo en interminables sesiones que resultan bien repetitivas. Vista una, vistas casi todas, aunque pueda variar el lugar y un pequeño ángulo de la foto.
Hace años que Eli y yo decidimos de común acuerdo que este estilo no nos funcionaba. Las prisas nos abruman (odiamos el avión, aunque lo aceptemos como mal necesario), nos gusta hacer fotos pero aún más escribir sobre lo que vemos o dibujarlo, y decidir nuestra ruta a nuestro simple antojo (con una mínima planificación, que tampoco somos los reyes de la anarquía). Así que viajando en nuestras Sagas a Palermo, creo que nos perturbó especialmente tener que recurrir a la Guía trotamundos para visitar la ciudad. ¿por qué? Porque acabó convirtiendo la visita en una especie de prueba de resistencia para ver todos y cada uno de los lugares señalados en función de su excelencia.
- Este edificio está señalado por 2 mochileros (el equivalente a 2 estrellas), mejor vamos a ese que tiene 3.
Pero ahí estriba el fallo, a mi humilde entender. No me gustó que alguien decidiera por mí que una parte de belleza que yo podría captar o entender con mi propio criterio estuviese ya catalogado, y debiera seguirlo a rajatabla. So pena de quedarme en un cocimiento barato e incompleto de la ciudad expuesto a las diatribas de compañeros de viaje que no parecían haber pensado en ello. Pero así acabaron determinando la visión que yo elaboraría sobre todo, y convirtiendo mi viaje en una ruta turística sosa y acelerada. Porque, ¿cómo sabe el guía que escribió ese libro dónde Eli y yo ponemos nuestro interés?. ¿Cómo puede clasificar la Catedral con 3 mochileros cuando quizás magníficos edificios de estilo Normando, algo único en Europa, sólo recibían, oh cortés descortesía, 2 mochileritos? Y la tumba de Lampedusa infravalorada al punto de no recomendar la visita. El excelente rato que disfrutamos en a orillas del mar imagino que no dispondría ni siquiera de medio mochilero en la escala.
La verdad, disfruté más las breves escapadas que pude robar callejeando por la ciudad y la Vucciria que no siguiendo las indicaciones bienintencionadas de la guía, que no me aportaban nada y evitaban realmente que pudiéramos gastar nuestros momentos a nuestro antojo. Nuestro interés estaba más en los mil olores y colores de un mercado con enorme tradición a sus espaldas que en algunas fachadas de visita obligada, por bellísimas que verdaderamente fueran. Cuando viajo, busco conocer un lugar y disfrutarlo, conocer su cultura, su gente, su gastronomía, sus costumbres. Sólo queremos el placer de disfrutar los pequeños placeres de la vida.
El verdadero viaje no supone ver nuevos paisajes, sino ver el mundo con ojos nuevos.
Por ñoño que esto suene.
Claro que lo que se tiene que visitar en destino es aquello que sea verdaderamente relevante. ¿Qué quiere decir esto? Pues que cada uno debe saber reconocer sus gustos e intereses, y luego valorar la visita en función de ellos. Nuestros viajes a Sicilia siguiendo a Camilleri han sido por ello absolutas excelencias, pese al desastre de las Sagas.
Claro que en la reflexión posterior hemos logrado desenturbiar parte de las causas que convirtieron en indeseable ese pequeño trozo de tiempo. Y con la inestimable ayuda del Sr. DeBotton y su siempre reflexiva prosa, concluimos en que las formas de viajar suponen una nueva forma de dividir los estilos. Me refiero más que nada a los vericuetos experimentados durante las visitas de Palermo, Agrigento, Selinunte y Segesta, que nos transmitieron a Eli y a mi la extraña sensación de vernos abrumados por hacer algo que habitualmente nos encanta: Ver cosas, fotografiar edificios, dibujar paisajes, escribir sobre lo que visitamos. Creí entonces, y creo ahora equivocado, que mi estado de irritabilidad y cabreo fueron los culpables de mi decepción. Pero en el párrafo anterior dejo caer, como quien no quiere la cosa, que disfrutar del viaje supone buscar aquello que realmente a uno le parece relevante. Y eso supone que sea cada uno quien decida aquello que le interese y catalogue como trascendente cuanto a uno le parezca trascendente.
Pero en el turismo que se ha impuesto en este siglo a uno le quedan bien pocas opciones por decidir nada. Se trata de viajar rápido, llegar a destino, inmortalizar en una instantánea todo lo fotografiable que dé de sí el lugar, y partir raudo a un nuevo puesto. Con todo programado y pagado, sin ninguna molestia que pueda perturbar el viaje. Y, claro, mostrar después eso al mundo en interminables sesiones que resultan bien repetitivas. Vista una, vistas casi todas, aunque pueda variar el lugar y un pequeño ángulo de la foto.
Hace años que Eli y yo decidimos de común acuerdo que este estilo no nos funcionaba. Las prisas nos abruman (odiamos el avión, aunque lo aceptemos como mal necesario), nos gusta hacer fotos pero aún más escribir sobre lo que vemos o dibujarlo, y decidir nuestra ruta a nuestro simple antojo (con una mínima planificación, que tampoco somos los reyes de la anarquía). Así que viajando en nuestras Sagas a Palermo, creo que nos perturbó especialmente tener que recurrir a la Guía trotamundos para visitar la ciudad. ¿por qué? Porque acabó convirtiendo la visita en una especie de prueba de resistencia para ver todos y cada uno de los lugares señalados en función de su excelencia.
- Este edificio está señalado por 2 mochileros (el equivalente a 2 estrellas), mejor vamos a ese que tiene 3.
Pero ahí estriba el fallo, a mi humilde entender. No me gustó que alguien decidiera por mí que una parte de belleza que yo podría captar o entender con mi propio criterio estuviese ya catalogado, y debiera seguirlo a rajatabla. So pena de quedarme en un cocimiento barato e incompleto de la ciudad expuesto a las diatribas de compañeros de viaje que no parecían haber pensado en ello. Pero así acabaron determinando la visión que yo elaboraría sobre todo, y convirtiendo mi viaje en una ruta turística sosa y acelerada. Porque, ¿cómo sabe el guía que escribió ese libro dónde Eli y yo ponemos nuestro interés?. ¿Cómo puede clasificar la Catedral con 3 mochileros cuando quizás magníficos edificios de estilo Normando, algo único en Europa, sólo recibían, oh cortés descortesía, 2 mochileritos? Y la tumba de Lampedusa infravalorada al punto de no recomendar la visita. El excelente rato que disfrutamos en a orillas del mar imagino que no dispondría ni siquiera de medio mochilero en la escala.
La verdad, disfruté más las breves escapadas que pude robar callejeando por la ciudad y la Vucciria que no siguiendo las indicaciones bienintencionadas de la guía, que no me aportaban nada y evitaban realmente que pudiéramos gastar nuestros momentos a nuestro antojo. Nuestro interés estaba más en los mil olores y colores de un mercado con enorme tradición a sus espaldas que en algunas fachadas de visita obligada, por bellísimas que verdaderamente fueran. Cuando viajo, busco conocer un lugar y disfrutarlo, conocer su cultura, su gente, su gastronomía, sus costumbres. Sólo queremos el placer de disfrutar los pequeños placeres de la vida.
El verdadero viaje no supone ver nuevos paisajes, sino ver el mundo con ojos nuevos.
Por ñoño que esto suene.
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