lunes, 22 de junio de 2009

Vida de San Agustín


Con San Agustín la literatura cristiana latina alcanza una maestría jamás conseguida hasta entonces, por un uso del latín escrito comparable al de los grandes autores romanos. Su latín expresa matices muy finos. Profundamente romano, San Agustín introduce en el dominio latino análisis filosóficos, psicológicos y morales de gran agudeza.

Aurelio Agustín nació en Tagaste (Numidia) el 13 de noviembre de 354. Romano de África, su familia recibió la ciudadanía por un edicto del emperador Caracalla en 212. Su familia pertenece a un medio rural humilde, y su madre, Mónica, es cristiana y muy piadosa. Aprende en la escuela primaria de Tagaste y más tarde acude a la escuela de Madaura. Debe interrumpir sus estudios a los 16 años de edad por falta de medios económicos, pero puede retomarlos un año más tarde en Cartago gracias a un amigo de la familia. Cartago es la segunda ciudad de Occidente, y lógicamente hace sucumbir a sus encantos a un joven recién llegado del campo aunque pese a su afición reconocida por los espectáculos sigue siendo un alumno aplicado al frente de su clase en la esuela de retórica.

Siguiendo el ciclo normal de los estudios, a los 19 años de edad procede a la lectura del Hortensius de Cicerón, que le provoca el gusto para siempre del debate intelectual. Es entonces cuando también leería la Biblia siendo catecúmeno. La encuentra obviamente oscura y de estilo bárbaro en comparación con la literatura clásica, y se siente atraído por los maniqueos. A afirmación de un principio del bien y uno del mal le parecía que resolvía mejor los problemas del origen y existencia del mal. Fue maniqueo durante 9 años con convencimiento cierto.

Al acabar sus estudios se instala en Tagaste como profesor de retórica y vive con una mujer, si bien sin casarse con ella. Su nombre nos es desconocido, y con ella tiene un hijo, Adeodato. Más tarde abandona su ciudad y se instala en Cartago durante 8 años. Entonces sus convicciones maniqueas se rompen tras un encuentro con un obispo, Fausto, que le provoca una enorme decepción y le incita a una ruptura definitiva. En 383 parte a Roma, pero obtiene la cátedra de Milán, ciudad imperial, donde busca progresar con un panegírico a Valentiniano II y otro al conde Bauto.

En esta época está lleno de dudas. No está seguro de la existencia de la verdad y busca en San Ambrosio consuelo intelectual, seducido por su fama de elocuente. Se hace asiduo de sus sermones. Su crisis decisiva se da en 386, y él mismo la cuenta en sus Confesiones: Meditando en su jardín de Milán, oye la voz de un niño que parecía cantar: “Toma y lee” (Tolle et lege). Abre entonces las Epístolas de San Pablo y lee: "Nada de francachelas ni de orgías, nada de asuntos de cama ni de excesos: Revestíos del Señor Jesucristo y no busquéis más contentar a la carne en su concupiscencia". Recibe el texto como una advertencia divina. Se retira entonces con su madre y unos amigos a Cassiciacum para pasar el retiro y la meditación previas al bautismo, que recibe en Padua. Regresa después a África, aunque su madre muere en Ostia y le supone un gran retraso. En Tagaste vende sus bienes y organiza una comunidad monástica, y 3 años después el obispo de Hipona, Valerio, le nombra sacerdote, de una forma digamos que un poco imprevista. A la muerte de este, le sucede en el puesto. Su autoridad doctrinal crece rápidamente, de tal forma que el obispo de Cartago acaba por consultarle cualquier cuestión doctrinal. Intervendría en todos los debates religiosos componiendo obras intelectuales hasta su muerte en Hipona en 430, con 76 años, momento en el que los vándalos de Genserico ponen sitio a la ciudad.

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