Yo, que con juvenil entusiasmo compuse en otro tiempo canciones,
¡ay!, me veo obligado a entonar llorando tristes poemas.
Las Camenas, desgarradas, me dictan lo que debo escribir
y versos elegíacos bañan mi rostro con sinceras lágrimas.
Al menos a ellas ningún terror pudo impedir que, fieles compañeras, me acompañaran en mi camino.
Gloria de mi juventud, feliz y vigorosa,
ellas consuelan ahora la desgracia de un triste viejo.
Impulsada por los males, la vejez, inesperada, ha llegado,
y el dolor ha decidido que empezase su estación.
Precoces canas cubren mi cabeza
y la piel marchita se estremece sobre mi debilitado cuerpo.
¡Bienvenida sea la muerte para los hombres cuando, sin turbar los dulces años,
acude a la llamada del afligido!.
Pero ¡ay!, cómo huye en las desgracias con oídos sordos
y se niega cruelmente a cerrar los ojos de los que lloran!.
Cuando la infiel Fortuna me favorecía con sus vanos éxitos,
poco faltó para que la hora fatal se apoderase de mí.
Ahora que, ensombrecida, cambió su engañoso rostro,
esta vida despiadada prolonga sin esperanzas el final,
¿por qué, amigos, aclamasteis tantas veces mi felicidad?
Quien ha caído no sabía caminar con paso firme.
¡ay!, me veo obligado a entonar llorando tristes poemas.
Las Camenas, desgarradas, me dictan lo que debo escribir
y versos elegíacos bañan mi rostro con sinceras lágrimas.
Al menos a ellas ningún terror pudo impedir que, fieles compañeras, me acompañaran en mi camino.
Gloria de mi juventud, feliz y vigorosa,
ellas consuelan ahora la desgracia de un triste viejo.
Impulsada por los males, la vejez, inesperada, ha llegado,
y el dolor ha decidido que empezase su estación.
Precoces canas cubren mi cabeza
y la piel marchita se estremece sobre mi debilitado cuerpo.
¡Bienvenida sea la muerte para los hombres cuando, sin turbar los dulces años,
acude a la llamada del afligido!.
Pero ¡ay!, cómo huye en las desgracias con oídos sordos
y se niega cruelmente a cerrar los ojos de los que lloran!.
Cuando la infiel Fortuna me favorecía con sus vanos éxitos,
poco faltó para que la hora fatal se apoderase de mí.
Ahora que, ensombrecida, cambió su engañoso rostro,
esta vida despiadada prolonga sin esperanzas el final,
¿por qué, amigos, aclamasteis tantas veces mi felicidad?
Quien ha caído no sabía caminar con paso firme.
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