viernes, 3 de julio de 2009

Venezia



Extraña ciudad. Se esperaría siempre que el epíteto fuera "bella", pero resulta ya tan manido que vale quizá más ser sincero y mencionar la extrañeza y la irrealidad de una ciudad enclavada en una laguna con el impacto viasual del resol de sus aguas a mediodía. Y el efecto embriagador de su estética al anochecer. Encanto para poetas, músicos y pintores, y resonancia de alegrías y una vida del pasado de la República Sereníssima.
Paseando por sus calles se encuentra uno miles de veces con una casa muy hermosa encaramada al borde del agua, con un camino al lado de un puente para confrontar la pena rosada, por donde por la noche se encarama una luna de sucia nieve. Las barcas estrían en unas aguas vinosas, izada en los palos el trapo y la enseña de San Marcos que tornan en un bosque sombrío los arcos del puente de piedra. Otras veces es un "palazzo" solitario, lleno de arabescos, de aspecto tímido pero novelesco que oculta a las miradas fragantes jardines de un inmarcesible deseo de naturaleza terrestre dentro de la propia laguna, y con flores de desencanto del acuático entorno. Ciudad inverosímil, de maquiavélica delicadeza.

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