Cuando la gente piensa en Roma, rápidamente le asaltan imágenes de decadencia, orgías y demás escenas de vicio y desmesura. Esta falta de hybris reconozco que en momentos de la historia de la Roma imperial puede muy bien ser cierta, pero hay más historias de mesura y contención que no de desenfreno, y para ejemplo, la historia de Cincinato.
Una vez ocurrió que Roma estaba en guerra con un pueblo vecino, los ecuos. El ejército romano fue derrotado y quedó en una situación muy mala, rodeado por enemigos y en un mal trance, realmente apurado. En momentos como ese, la legislación romana permitía nombrar un dictador, cargo que daba poderes ilimitados durante un tiempo no mayor de 6 meses. Todo el estado debía someterse a la voluntad del dictador. Y el pueblo nombró dictador a Cincinato, un hombre sencillo que se encontraba en ese momento labrando el campo con su yunta de bueyes. Su vestimenta, nos dicen, era una simple piel de oveja y un sombrero de paja. Cuando los emisarios del Senado le encontraron, su esposa, con cieto apuro, le llevó a escondidas una toga para poder mostrarse con mayor dignidad.
Al día siguiente Cincinato fue al Foro, mandó cerrar los comercios y reunió a todos los hombres capaces de manejar armas. Mandó que se presentaran con provisiones para 5 días y con 12 estacas para cada soldado. Salió de noche, para tener el factor sorpresa, y llegó al campamento enemigo en noche cerrada. Lograron así rodear al ejército enemigo y levantar una valla de tierra ayudados por las estacas que llevaban. Al terminar estos preparativos, dio señal de batalla, con el grito de guerra romano rompiendo el silencio de la noche. Los que estaban cercados, entendiendo lo que estaba pasando, comenzaron a cargar contra los ecuos, que se vieron así rodeados entre dos equipos de locos furiosos bramando en plena noche, circunstancia que provoca así en general un caos monumental y una batalla en condiciones nada favorables para ninguno de los 2 bandos, salvo para el que sí conoce qué está pasando. En este caso, Cincinato y el ejército de rescate. Al amanecer, todos fueron lo suficientemente sensatos para firmar la paz.
Cincinato había cumplido con su misión de forma fulminante. Y según la ley podía ejercer su dictadura durante varios meses más, pero al llegar al Foro renunció a su cargo, y como nadie tenía nada que reprocharle, volvió a sus campos, su arado y sus bueyes. Estas sencillas costumbres y elevadas virtudes eran las que caracterizaban a los romanos. Años más tarde, Pompeyo hizo lo mismo. Pero en esta ocasión nadie consideró esto como un gesto de grandeza sino que Pompeyo fue considerado un tonto que no sabía aprovecharse de la situación, el Senado se negó a confirmar sus ordenes y no se repartieron tierras entre sus veteranos, como era la costumbre. Pompeyo sufrió el menosprecio de una gente que había perdido las virtudes de sus antepasados.
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