lunes, 10 de diciembre de 2012

Creso y Solón

Creso, según los textos antiguos, era el rey de Lidia (en Asia Menor). Su reino era rico y él se consideraba el más afortunado de los hombres, y ha pasado a la leyenda como ejemplo de cómo la desgracia puede acercarse a cualquier hombre por grande que sea.

La historia comienza cuando Solón, uno de los 7 sabios de Grecia y Legislador de Atenas, tuvo a bién dejarse caer por allí, y Creso le atendió como merecía. Ya puestos, le enseñó todo su poder, sus tesoros y objetos de plata y oro, símbolo de riqueza extrema en la antigüedad. Una vez se lo hubo enseñado todo, le preguntó:

- Huesped de Atenas, tú has viajado mucho y has conocido a mucha gente. Dime, ¿quién crees tú que es el más feliz de los mortales?

Solón se tomó su tiempo para contestar:

- El hombre más feliz que he conocido es Tellus de Atenas. Vivió en un tiempo en que su ciudad natal dominaba el mundo, tenía hijos hermosos y buenos y alcanzó una edad respetable. Finalmente salió victorioso en una batalla por su patria y los atenienses honran su memoria.

Algo mosca (pues esperaba otra respuesta en la que evidentemente apareciera él), Creso preguntó entonces quién era el más feliz después de Tellus. Y Solón respondió:

- Los hermanos Cleobis y Biton. Su madre, que era sacerdotisa, debía ir al templo por cierta fiesta, pero no fue posible traer a tiempo los bueyes del campo. Entonces se uncieron sus hijos al carro y la llevaron al templo, que estaba a una milla de distancia. Los hombres elogiaron a los muchachos por su enorme fuerza y tamaña hazaña, y a la madre por tener tan buenos hijos. En su felicidad, que también era su locura, la sacerdotisa entró en el templo y rezó para que los dioses dieran a sus hijos lo mejor que se pueda dar a un hombre. Así las cosas, los hijos se adormecieron en el santuario y murieron. Su madre conoció entonces que lo mejor que le puede pasar a un hombre es morir en su juventud, cuando no conoce aún la amargura de la vejez. 

Ya francamente irritado, Creso se quejó, o bramó más bien, que era un desprecio terrible comparar su felicidad con la de unos vulgares ciudadanos de Atenas. Solón se mostró tranquilo:

- Actualmente eres muy rico y dueño de muchos pueblos, pero antes de su muerte nadie debe considerarse feliz. Muchos a quienes los dioses colman de felicidad han caído más tarde en la más amarga miseria.

Creso oyó la respuesta, pero su soberbia era más grande que la sabiduría de Solón, así que lo echó de su reino. Algún tiempo después iba a comprobar de forma dolorosa cuánto debía haber escuchado, al decidirse a intervenir en los asuntos de de Persia. POr aquel entonces, Ciro estaba logrando elevar un potente imperio justo en la frontera de Lidia. Antes de hacer nada, por prudencia, envió mensajeros a Delfos y esta fue la respuesta del Dios:

"Si Creso traspasa el río Halis se derrumbará un gran imperio".

Dando Creso por seguro que podría destruir el imperio persa, reunió a su ejército y se lanzó contra Ciro. Pero en la batalla entre ambos reyes, Creso fue el perdedor, Sardes fue tomada al asalto, el tesoro fue saqueado y el propio Creso fue hecho prisionero. Llevado encadenado a presencia de Ciro, escuchó su sentencia de muerte: Ser quemado vivo en la plaza de Sardes. Hasta entonces el infeliz rey había permanecido en silencio, pero cuando las llamas comenzaron a prender la pira se acordó de Solón y comenzó a sollozar su nombre: ¡Solón, Solón, Solón!....

Ciro escuchó su quejido y envió a sus intérpretes para tratar de averiguar qué significaban esos gritos. Al escuchar el gran rey la historia de Creso y Solón, se conmovió, y pensando en las mudanzas de la fortuna mandó sacar a Creso de la pira y desde entonces le mantuvo en su corte.

Esta es la narración que nos da Herodoto sobre la caída de Creso.

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