martes, 30 de septiembre de 2008

Sagas sicilianas. Día segundo



24/08/2008. Domingo

Una noche tranquila cedió paso a un día radiante. La mañana nos hacía intuir un calor intenso y empalagoso, así que apuramos el sueño al máximo, que para eso están las vacaciones, y bajamos a desayunar. Allí me dediqué en cuerpo y alma a degustar las inmensas cantidades de fruta y pasteles caseros que el hotel ofrece como desayuno ya incluido en el precio. Delicioso. Y con montones de higos frescos. Debo hacer constar que los higos me vuelven loco, así que tener una enorme provisión de estos para comenzar el día hicieron que mi humor se tornase en algo cercano a la excelencia. Así, decidí eliminarme de la complicada negociación/elaboración del plan del día: Capilla Palatina y Museo Arqueológico de Palermo. Torracoglioni y el resto se dedicaron a mover un horario de visita aquí, y otro allá, mientras yo me dedicaba con deleite a tragar un higo tras otro, meterme un par de pastelillos en el bolsillo para “más tarde” y esperar con paciencia el inicio del partido España-USA de baloncesto. La final de la Olimpiada.

Creo que en aquel momento sólo dos personas en el hotel sabíamos que había baloncesto en la TV: Yo y el dueño del hotel, que estaba en el comedor haciendo ver que nos servía el desayuno pero aprovechándose sibilinamente que la TV estaba allí encendida “casualmente” en el canal adecuado para ver la final, que prometía cierto espectáculo (ya que no incertidumbre en torno al resultado). El hombre estaba muy comunicativo con nosotros, pese a lo enfrascados que estábamos en la disputa del plan del día, y Eli estaba haciendo buenas migas con él. Sobretodo porque el deporte une a todas las culturas y en cualquier parte una buena conversación puede iniciarse en torno a cualquier evento deportivo. Torracoglioni también disfruta enormemente del baloncesto, y pronto estaba viendo el partido con nosotros, gritando incluso con cada canasta, hasta que su novia decidió imponer el plan del día. Con notable pena subimos a la habitación para coger 4 cosas e iniciar la visita al Museo Arqueológico. Como tenía casualmente TV en la habitación (fruto también de las necesidades innegociables previas al viaje y motivo de más de un disgusto por mi parte) decidí seguir el partido todo lo posible hasta iniciar la marcha y el resto se fue contagiando, pasando por mi habitiación y quedándose en ella sin disimulo, pues Gasol y compañía estaban aguantando bien y el partido era emocionante.

Pese a todo la situación era algo tensa, y se sometió la decisión a un proceso democrático para dilucidar qué hacíamos, si salir a ver el Museo o acabar el partido en el hotel: 4 votos para quedarse, uno para marchar. Por supuesto, dejamos el partido a la media parte y bajamos a la calle para ir hacia el Museo. Mis escasos conocimientos del sistema democrático no me impidieron pensar que algo raro había en Dinamarca… digoooooo… que algo no iba bien. A ver, recapitulando, 4 votos para quedarse y 1 para salir…. Eso significa salir. No, quiero decir, si…No sé. El hecho de que nadie dijese nada me tranquilizó. Si estaban todos de acuerdo era que la tradición democrática de nuestro hemisferio estaba a salvo y habíamos hecho correctamente. Claro que estaba leyendo mi Tucídides en los capítulos de la votación de los atenienses para invadir Sicilia y creí encontrar algunas contradicciones en cuanto al sistema de voto y la decisión de la mayoría. ¡Esos griegos! Mira que hacer las cosas al revés. Cuánto hemos progresado desde entonces, que aplicamos las reglas democráticas como está mandado.

Aunque creo que a Torracoglioni no le sentó demasiado bien la decisión. Me baso más que nada en pequeñas sutilidades de su conducta, imperceptibles salvo para el ojo entrenado que hacían pensar que estaba enfurruñado. Me baso también en expresiones sibilinas del tipo:

- “Cagüen” la p***, podíamos estar viendo el partido y estamos yendo a una mierda de museo.

Pronunciadas con voz estentórea y recio acento riojano. O bien:

- Pero como se os ocurre dejar el partido a la mitad para ir a mirar 4 mierda-piedras. Que las podíamos ver después sin prisas.

Bueno, la verdad es que dejando correr un tupido velo acerca de los adjetivos calificativos dedicados al museo y las piedras, convengo en que cierta razón tenía. Por media horita de nada, el museo no se iba a ir a ninguna parte, pero quién soy yo para cuestionar una decisión democrática!. Traté de no dar una vuelta demasiado larga y que no empeorase el humor del pobre Torracoglioni pese a que no resultó tarea baladí. Llegar al museo fue complicado habida cuenta de las "facilidades" habituales en Palermo para saber el nombre de las calles, y cuando por fin llegamos y vio que costaba 6 euros, creo que acabó de cabrearse del todo. Salas y más salas dedicadas al arte y la vida griegos y púnicos es toda una delicia para mí y Eli, y creo que también para su novia, pero no me parece que sea el tipo ideal de pasatiempo para él y se dedicó a un cierto “sabotaje” de la visita, caminando lentamente, quedándose atrás ex profeso y con reniegos constantes y disparatados en torno a cualquier obra expuesta. Poco a poco su novia, Barnabas, Eli y yo fuimos dejándole solo a ver si se le disipaba el enfurruñamiento.

Y cuando salimos del museo, durante el paseo hasta la Capilla Palatina nos perdimos unas cuantas veces. La pobre madre del concejal de Palermo encargado de las indicaciones y señales callejeras aún debe estar tratando de recuperarse de la retahíla de insultos varios que le dirigimos a su hijo, muchos de ellos incluyéndola, pero al fin dimos con ella. 6 euros más. Sólo la mitad con mi carné de profesor, je, je, pero valía igualmente la pena pagar los 6. Qué maravilla. Una capilla de dimensiones digamos que moderadas pero con fantásticas escenas bíblicas en pan de oro que daban a la sala un aspecto excelso, en una exquisita muestra de arte estilo bizantino. Se estaba fresco, tranquilo, con deleite de los sentidos y el milagro de la tranquilización de Torracoglioni pareció acontecer. La contemplación extática, la búsqueda de Dios como propósito de ese arte obraron maravillas en el ánimo colectivo y concluimos la visita por las cámaras del palacio, convertido en sede del parlamento regional (aquí sí que saben vivir) con gusto y placer. Aviso para turistas: Como la visita es a un lugar del clero, los hombres han de ir en pantalón largo y las mujeres lo más tapadas posible. En cuanto a los hombres, no es demasiada estricta la norma, pero si alguien tiene la atipia cromosómica XX recomiendo encarecidamente algo similar a un burka para evitar ser reprendido a la entrada por llevar un atuendo demasiado indecoroso para los gustos del guarda de la puerta (un poco mastuerzo, todo se ha de decir).

Claro que el enfurruñamiento de Torracoglioni no se había pasado completamente, y tuvimos que escuchar algunas imprecaciones sobre temas varios que traducidas a nuestro idioma significaban: “Quería ver el partido y la democracia no me lo ha permitido, y por eso estoy cabreado, pero en vez de decirlo abiertamente pienso pejiguerear toda la mañana”.

Así que decidimos sufrirlo en silencio, cambiando mentalmente su apodo de Torracoglioni por el de “hemorroides” y partimos en busca de un lugar para comer. De haber ido solos Eli y yo haríamos resuelto el dilema con facilidad: Un poco de pan y queso y la sombra de los portales de la Catedral. Suficiente. Y barato. Algo cutre pero efectivo. Dependiendo del sitio se puede dormitar, leer o contemplar el paso de las gentes del lugar. Pero como no íbamos solos, opté por dejar que la novia de Torracoglioni decidiera el restaurante al que ir. Dimos vueltas y más vueltas, desechando locales o por caros, o por raros hasta que al final llegamos a un local cutre, muy cutre, de bocadillos. Los precios eran baratos y el lugar, cercano a un parquecillo, era tranquilo. Hacía mucho calor, y deseabamos beber lo que fuera con tal que estuviera frío. Pero Torracoglioni comienza entonces a quejarse a voz en grito. Siguiendo mi táctica habitual decido ignorarle pero esta vez es imposible, pues no me deja esquivarle: Que si soy un tacaño (vale, cierto), que he dado mil vueltas para buscar ese lugar de mierda (esto ya no es verdad, pero opto por callar), que la comida es cutre (aún no la ha probado), que como comida basura (si, ¿y?), que él sabe lo que su cuerpo necesita (vale, pero y esto a qué viene?), que no hay que caminar tanto para encontrar un lugar peor que uno que estaba al lado de donde veníamos (¿y a mí qué me cuentas? Háblalo con tu novia, que la tienes al lado)… Lo logró. Me cabreé, y comí un bocadillo de mozzarella con tan mal genio que no me permitió degustarlo. No sólo me quedo sin ver el partido sino que encima me amarga la comida por no haberlo visto. Eli no andaba muy fina tampoco y el pobre Barnabas trataba de no involucrarse demasiado, no sea que se escapase una ostia y él la pillase accidentalmente….

Como él se había quedado a gusto, tras acabar de comer vamos a la Catedral de Palermo. Él de buen humor. Pero yo estaba enfurruñado ahora, así que me quedé con Eli y Barnabas. De todas formas, si alguien se lee esto alguna vez, que me crea: No vale casi la pena visitarla. Está la patrona de la ciudad y poco más. Por fuera es bellísima, pero el interior no es nada del otro jueves. Para colmo, mi humor no era el más adecuado, así que cuando decidimos volver al hotel a hacer la siesta me metí por las peores calles de Palermo, por desquite. Un paseo por calles de miseria, sinuosas, con olores indefinibles y repletas de malos imitadores de Makinavaja. Todo muy congruente con mi humor grisáceo.

La tarde la pasamos algo mejor. La breve siesta permitió mejorar los ánimos y las formas, y me dejaron luego deambular por donde quise sin pegas ni quejas, aunque fueran barrios de poco fiar. Procuré no pasarme demasiado. Al final hicimos una precaria paz dejando que Torracoglioni escogiese para cenar un puesto del puerto donde nos sirvieron un plato enorme de fruta, compensando así la "mierda de comida" que habíamos hecho.

Antes de dormir me despedí de la ciudad. Cierto era que Palermo es del tipo de ciudad que me gusta visitar, pero convine que en realidad no la echaría mucho de menos. Demasiado repudiada hasta por sus mismos habitantes como para lograr seducir a un viajero. Caótica y sucia, creo que sólo su gente con la amabilidad increíble de que hacen gala los sicilianos logra salvarla de la mediocridad. Con Barnabas estuvimos mirando la RAI un rato y pudimos ver los últimos 3 minutos del famoso partido que nos tanto nos amargó el día. Finalmente España perdió, pero dando la cara. No avisamos a Torracoglioni. Preferimos tener un fin de fiesta en paz.

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