Fue hacia el final del verano que por fin pudimos hacer el viaje. Elisabet y yo ya teníamos los planes hechos, al modo en que sólo ella y yo disfrutamos de planear un viaje, es decir, escogiendo sólo los lugares a donde ir y sin mirar nada más, cuando parece que todo se torció. Unos amigos decidieron que la mejor manera que tenían de gastar sus vacaciones sería añadiéndose a nuestra futura incursión a Sicilia, y claro, Barnabas, nuestro querido Barnabas, también se apuntó.
Ese verano resultó agotador para mí. Trabajo y más trabajo convirtieron mi más que menguada paciencia en una especie de reducto abatido y destrozado, haciendo que además la preparación del viaje se convirtiese en una especie de tortura asiática. Tanto Elisabet como yo solemos trasladarnos al destino y, una vez allí, nos buscamos la vida. No solemos tener tiempo para preparaciones exhaustivas y menos aún ganas. La rutina habitual ya nos tiene bastante fastidiados y decidimos invertir el tiempo de las vacaciones en otros menesteres temo de menos prosaico materialismo. Imagino que a mi amigo y su novia tal estilo de preparar el viaje les resultaba, digamos, algo insuficiente, y llamadas y más llamadas de teléfono con mil requerimientos y cierta sensación de parecerles cutre me hicieron desistir de mantenerme fiel a mi estilo. También más para aplacar sus iras decidí que ellos se encargarían de planificar mil y un vericuetos, hoteles, visitas y demás, ya que ninguno de los otros teníamos la más mínima demanda insoslayable que satisfacer en cuanto a alojamiento y etcéteras. Además ellos saldrían antes, junto con Barnabas, para visitar Siracusa y Catania, y Eli y yo nos reuniríamos con ellos en Palermo pasados unos días, y creí justo que se manejasen a su antojo, armados de una guía Trotamundos y algunas nociones de mi experiencia previa en la isla, muy alejada lo que entenderíamos como normal y dentro de un estilo de locura inspirada que personalmente a mí me encanta pero que puede resultar insufrible para gentes amantes del orden y la planificación.
Ese verano resultó agotador para mí. Trabajo y más trabajo convirtieron mi más que menguada paciencia en una especie de reducto abatido y destrozado, haciendo que además la preparación del viaje se convirtiese en una especie de tortura asiática. Tanto Elisabet como yo solemos trasladarnos al destino y, una vez allí, nos buscamos la vida. No solemos tener tiempo para preparaciones exhaustivas y menos aún ganas. La rutina habitual ya nos tiene bastante fastidiados y decidimos invertir el tiempo de las vacaciones en otros menesteres temo de menos prosaico materialismo. Imagino que a mi amigo y su novia tal estilo de preparar el viaje les resultaba, digamos, algo insuficiente, y llamadas y más llamadas de teléfono con mil requerimientos y cierta sensación de parecerles cutre me hicieron desistir de mantenerme fiel a mi estilo. También más para aplacar sus iras decidí que ellos se encargarían de planificar mil y un vericuetos, hoteles, visitas y demás, ya que ninguno de los otros teníamos la más mínima demanda insoslayable que satisfacer en cuanto a alojamiento y etcéteras. Además ellos saldrían antes, junto con Barnabas, para visitar Siracusa y Catania, y Eli y yo nos reuniríamos con ellos en Palermo pasados unos días, y creí justo que se manejasen a su antojo, armados de una guía Trotamundos y algunas nociones de mi experiencia previa en la isla, muy alejada lo que entenderíamos como normal y dentro de un estilo de locura inspirada que personalmente a mí me encanta pero que puede resultar insufrible para gentes amantes del orden y la planificación.
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