miércoles, 27 de julio de 2011

Inicios de la arqueología


Descubrir de pronto un nuevo mundo supone descubrir también de repente que hay mucha gente viviendo allí. Y los europeos comenzaron a preguntarse quiénes eran y de dónde habían llegado. Y comenzaron las teorías en base a lo que ya conocían. Así, se especulaba que los indios podían ser descendientes de los iberos, cartagineses, israelitas, cananeos o incluso de los tártaros. Alguno con más imaginación afirmaba que descendían de los supervivientes de la Atlántida. La mayoría de especulaciones respondían a los intereses de los diferentes grupos de colonizadores. Los españoles, por ejemplo, negaban que los indios tuviesen alma, con lo que no se les reconocía como seres humanos. La realidad es que pretendían justificar la explotación humana a la que les sometían. La corona de España prefirió esperar a tener la seguridad eclesiástica de que los indios no tenían alma y no perder por el momento su derecho a las nuevas tierras conquistadas frente a deseos de independencia de algunos colonizadores. La Iglesia acabó por proclamar que los nativos eran seres humanos, pero esto suponía entonces que debían aceptar que los indios eran también descendientes de Adán y Eva, y por tanto, originarios del Próximo Oriente.

En otros casos, como en las colonias de la bahía de Massachussets, tendían a pensar que emulaban un nuevo Israel y que los indios eran los cananeos, cuyas posesiones habían llegado a manos de los colonizadores a través de Dios de la misma forma en que Él había dado Palestina a los hebreos. Si se piensa esto, la conclusión es que así se interpreta que los puritanos tienen todo el derecho a establecerse en las nuevas tierras y, por supuesto, esclavizar a los indios. Incluso en una época tan reciente como 1783, Ezra Stiles, presidente de la Universidad de Yale, promovió la idea de que los indios de Nueva Inglaterra eran descendientes directos de los cananeos huidos de palestina en los tiempos de la invasión de Josué (como dice la Biblia…).

A medida que fue pasando el tiempo, y se conocían más cosas, se comenzó a popularizar la idea del jesuita José Acosta (Historia Natural de las Indias) que sugería que los indios habían cruzado el estrecho de Bering como cazadores nómadas desde Siberia. Algunos consideraron que lo que veían en América era lo que podía haber sido la infancia de la humanidad. Otros veían en las tribus americanas la pervivencia corrupta de un modo de vida patriarcal de revelación divina, como el que describe el Génesis. También creyeron ver la evidencia de unas enseñanzas casi olvidadas que habían recibido de los primeros misioneros cristianos. La inferioridad tecnológica y la supuesta degeneración cultural se interpretaba como una manifestación del enojo divino.


En México y Perú los monumentos arqueológicos con frecuencia se ignoraban o se destruían en un intento por eliminar de la memoria de los pueblos nativos su pasado precristiano. El esfuerzo fue importante para eliminar los símbolos de la soberanía azteca y su identidad nacional. Sólo un puñado de viajeros estudiaron antes del XIX los grandes monumentos prehispánicos. Un recalcitrante etnocentrismo impedía además que los europeos aprendieran algo de la historia de los pueblos americanos, que ellos llamaban salvajes, y pensaban que lo único que merecían era la desaparición, o en casos raros la asimilación.

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