miércoles, 1 de octubre de 2008

Sagas sicilianas. Día cuarto



26/08/2008. Martes

Al despertar por la mañana ya sabíamos que el personal del hotel había comido parte de nuestras provisiones. Y ellos sabían que lo sabíamos. La situación era algo rara, plagada de silencios acusadores y silencios compungidos. Torracoglioni estaba indignado ante la afrenta del saqueo de sus embutidos y opta por una estrategia más directa: Pese a que el desayuno estaba incluido en el precio, saca todo el embutido de la nevera y lo deja encima de la mesa, expuesto a las miradas de todos. Su estrategia he de reconocer que es eficaz, pues a la hora de pagar nos descuentan 5 euros en concepto del embutido desaparecido. A veces Torracoglioni demuestra tener buenas ideas!

Mi parte del recuerdo más viva de esos momentos es algo menos aguerrida. El detalle de la guerra de silencios lo he rememorado tras alguna charla posterior con Barnabas. En mi diario de viaje consigné la delicia de la mermelada de limón que nos sirvieron junto a croissants recién hechos. Degusté cada bocado con fruición agradeciendo al cielo las dulzuras locales y la tranquilidad de que gozamos en una terracita silenciosa, con los templos griegos en la lejanía, bien visibles a mis ojos fascinados. Yo estaba más para el deleite del viaje que para paridas de embutiditos allí o allá.

Nos marchamos pronto. Barnabas andaba deseoso de visitar una curiosidad geológica de primer nivel, la Scala del Turchi, una mole de piedra blanca a pie de playa de la que habíamos visto varias fotos por Internet. Y parecía interesante. Y claro, vistas las facilidades locales para la señalización no las tenía todas conmigo de que fuéramos capaces de llegar sin incidencias destacables. Y tal aconteció. Mira que hay sólo una carretera para llegar, pero las andanzas hasta localizarla, y para acertar después el lugar exacto donde dejar el coche harían extender en exceso esta narración. Baste con mencionar que tuvimos que dar varias vueltas, y que como en esta ocasión Eli no conducía (bastante harta quedó ayer), tuvo que sentarse detrás con Torracoglioni. Parece que la natural tendencia de este hacia la queja no tuvo mucho en cuenta el humor más bien gris de Eli, que no había dormido bien y que tenía dolor de estómago. Así que mientras yo me entretenía cogiendo un medio kilito de higos de una higuera “abandonada”, Eli le soltó una serie de exabruptos tan seguidos que ni el más basto de los camioneros soñaría con ser capaz de repetir en su integridad. Bueno, otro momento tenso.

Así que mientras descendíamos a la playa, con la mole de la Scala dei Turchi al fondo, tuve que hacer auténticos malabarismos para evitar un nuevo roce entre estos dos. Tarea nada fácil, por cierto. Suerte que soy un profesional. El paseíllo por la playa tuvo cierto efecto balsámico, con el mar lamiéndonos los pies y pronto Eli estaba más calmada. Antes de subir a la roca tuve ocasión de encontrar una concha perforada. De ella me he hecho un colgante, que ahora llevo puesto. Tal vez el viaje no estaba resultando lo que esperaba, pero al menos obtuve un buen recuerdo. Y casualmente un recuerdo que buscaba.



La roca blanca destacaba sobre el mar. Realmente vale la pena detenerse a visitarla, aunque el calor a esas horas de la mañana empezaba a hacerse terrible. Brincamos y reímos un buen rato sobre ella, pero pronto emprendimos nuevamente camino. Tras un rato y varias fotos la novedad ya no era tal y comenzaban a crecer los nervios en torno al alojamiento de Selinunte. Bueno, más bien en torno a la falta de este en Selinunte. A Eli y a mí esto realmente nos la traía al fresco, pues hay en la zona campings como para aburrir y en alguno nos dejarían montar la tienda, pero una parte de nosotros estaba comenzando a mostrar signos físicos de ansiedad por ello, y preferí no tentar más la suerte y que brotase un nuevo conato de pelea.




Barnabas resultó más hábil. Puso un CD con música de jazz que logró que la bestia se durmiera hasta casi llegar a Selinunte. Pero eso, sí, justo a tiempo para intervenir en el debate en torno a dónde ir. La alegría nunca dura en casa del pobre. Por fortuna la guía del Trotamundos aconsejaba ir a ”il Pescatore”, un hotel familiar que destacaba por tener un dueño, digamos, peculiar llamado Salvatore. Según la guía en cuanto le viésemos entenderíamos porqué era ampliamente conocido en el pueblo, y desde luego no mentían. Es un auténtico torbellino, habla y habla sin parar, y aparte tiene ciertas cosas que son muuuuy peculiares. No quiero decir más. Si alguno va a Selinunte, enseguida sabrá qué es. Personaje pintoresco que en breves segundos logró ganarse las simpatías de Eli y mías.

La fortuna para nosotros fue que nos alquilaba un piso con cocina por 25 euros por persona al día. Además precioso. La mamma de Salvatore estaba un poco inquieta, no sé si por el aspecto que teníamos o porque no se fiaba de nuestra habilidad para cocinar, con bombona de butano de aspecto nada moderno, y como el verdadero apellido de Eli es italiano se dirigió a ella para comprometerla en el cuidado e higiene del piso. Sin saber, claro, que ella no entiende ni papa de italiano a esa velocidad de dicción. En fin, que hice de mediador por segunda vez ese día. Ni en vacaciones puedo hacer vacaciones. La próxima vez me llevo haloperidol spray.

Una vez dejamos el equipaje fuimos al supermercado local para comprar provisiones. La idea era quedarnos 3 días allá, y eso supone al menos 3 desayunos y un número indeterminado de comidas y cenas. Toda la alegría que me llevó hacia allí devino lentamente en una irritabilidad contenida que hasta el buenazo de Barnabas comenzó a compartir. Paseando entre los estantes, compraba según me apetecía, pero Torracoglioni comenzó su perorata apostolizante hacia la comida sana y devolvía a los estantes cuantos pastelillos y zumos yo pretendía llevar. Barnabas contempló con pasmo como sus pastelillos eran también censurados mientras menos atractivas (y no menos insanas por cierto) viandas acababan en la cesta. El límite comenzó a sobrepasarse cuando condenó el atún y el aceite que cogíamos para comprar una marca diferente del mismo pescado, y una botella de 1 litro de aceite.

- Pero a dónde vas con 1 litro- clamé alucinado- si son sólo 3 días…
- Yo es que tomo mucho aceite.
- Pero que son tres días, una cosa es tomar mucho aceite y otra diferente es que te pretendas escabechar!!!

Pero le dio exactamente igual. Y procedió acto seguido a devolver a su estante los yogures de Barnabas, que acababa de coger del estante. En aquel momento si me pinchan no me sale sangre… Bueno, pues se acabó. Siguiendo mis habituales tácticas de cuando era niño procedí a colocar pastelillos, yogures y demás caprichos de Eli, Barnabas y míos en el fondo de la cesta, de forma que no los viese, y le aparqué delante de la charcutera para que se entendiese como pudiera en su precario italiano y comprar fiambre. Eso nos daba suficiente tiempo como para poner en práctica nuestro plan de aprovisionamiento clandestino. Mi madre solía percatarse de estas artimañas una vez en la caja, a la hora de sacar los productos, así que mi hermano y yo desarrollamos con el tiempo técnicas distractorias suficientes como para colar siempre alguna cosa, si éramos prudentes. Rememorando viejos tiempos Eli y yo procedimos a organizar un entretenimiento durante el tiempo necesario preguntándole alguna obviedad sobre los vinos locales, que le mostramos en todo su esplendor, y mientras escondíamos en las bolsas el producto de nuestro saqueo. Una vez en casa ya podía protestar, ya. Que ya estaba pagado. Viva la política de hechos consumados.

Después de comer procedimos a una bendita siesta. Yo en realidad me acomodé en el sofá y luego en la terraza cuando el calor me lo permitió y dí buena cuenta de mi Tucídides. La idea era visitar las ruinas de Selinute una vez desperezados pero no contamos con el horario de visitas, que terminaba a las 19:00. Ante la perspectiva de realizar la visita en media hora o efectuarla al día siguiente decidimos ir a visitar el pueblo. Y quedarnos en la playa luego. Nos fuimos paseando por la orilla del mar. Y así nos quedamos hasta la puesta de sol. Nada hay más que reseñar de este día. Acabó menos tenso y problemático de lo que parecía habida cuenta de la mañana de vaivenes emocionales pero desde luego muy lejos de mis sueños previos al viaje. Podrían haber sido unas vacaciones estupendas.

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