jueves, 30 de diciembre de 2010

Reino de Redonda


Me hace cierta gracia hablar de cosas ingeniosas que se van produciendo por ahí, y que termino tarde o temprano por ver en la red. Pero desde hace ya algún tiempo me llama la atención una anomalía peculiarísima en este triste mediocre mundo como es el Reino de Redonda. Es un pequeño islote que constituye el estado más pequeño del mundo. Y es un país literario. Si alguien quiere conocer más sobre este reino:

http://javiermariasblog.wordpress.com/2009/09/09/una-monarquia-atipica-el-reino-de-redonda/

Cada año su jefe de Estado, Javier Marías, alias Xavier I, convoca a algunos miembros de la nobleza del Reino de Redonda y algunos otros intelectuales a proponer a tres personas para ser reconocidas con el premio Internacional Reino de Redonda. Y se les concede junto con el premio un título nobiliario que además de ingenioso hace referencia a la obra literaria de ese autor. El Maestro, cómo no, figura aquí, y también Magris, pero la lista de premiados resulta curiosa y si no la he puesto antes es porque hasta ahora no la he obtenido. A más de uno le puede interesar según sus filias y sus fobias en esto de la literatura, yo destacaré a los que me interesan:

Pedro Almodóvar, Duque de Trémula (1999)
John Ashbery, Duque de Convexo (1999)
Pierre Bourdieu, Duque de Desarraigo (1999)
William Boyd,Duque de Brazzaville (1999)
Ray Bradbury, Duque de Diente de León (2006)
Michael Braudeau, Duque de Miranda (2004)
Antonia Susan Byatt, Duquesa de Morpho Eugenia (1999)
Guillermo Cabrera Infante, Duque de Tigres (1999)
Pietro Citati, Duque de Remonstranza (2002)
John Maxwell Coetzee, Duque de Deshonra (2001)
Francis Ford Coppola, Duque de Megalópolis (1999)
Agustín Díaz Yanes, Duque de Michelín y Maestro de la Real Tauromaquia (1999)
Roger Dobson, Duque de Bridaespuela y Real Cronista en Lengua Inglesa (1999)
Umberto Eco, Duque de la Isla del Día de Antes (2008)
Sir John Elliott, Duque de Simancas, (2002)
Marc Fumaroli, Duque de Houyhnhnms, (2009)
Frank Owen Gehry, Duque de Nervión, (2001)
Francis Haskell, Duque de Sommariva (1999)
António Lobo Antunes, Duque de Cocodrilos (2001)
Claudio Magris, Duque de Segunda Mano (2003)
Eduardo Mendoza, Duque de Isla Larga (1999)
Ian Michael, Duque de Bernal (2000)
Alice Munro, Duquesa de Ontario (2005)
Arturo Pérez-Reverte, Duque de Corso y Real Maestro de Esgrima (1999)
Francisco Rico, Duque de Parezzo (1999)
Ian Robertson, Duque de Impertinentes (2006)
Éric Rohmer, Duque de Olalla y Duque de Rayo Verde (2004)
Sir Peter E. Russell, Duque de Plazatoro (1999)
Fernando Savater, Duque de Caronte y Maestro del Real Hipódromo (1999)
George Steiner, Duque de Girona (2007)
W.G. Max Sebald, Duque de Vértigo (2000)
Mario Vargas Llosa, Duque de Miraflores (2008)
Luis Antonio de Villena, Duque de Malmundo y Poeta Laureado en Lengua Española (1999)
Juan Villoro, Duque de Nochevieja (1999)

jueves, 23 de diciembre de 2010

El final del libro

Ma il canale scorre lieve, tranquillo e sicuro al mare,non è più canale, limite, Regulation, bensì fluire che si apre e si abbandona alle acque e agli oceani di tutto il globo, e alle creature delle loro profondità. Fa che la morte mia, Signor – dice un verso di Marin – la sia comò’l score de un fiume in t’el mar grando.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Magris en Barcino

Primero viene el Maestro a dar una conferencia, y ahora veo que Magris también tiene planeado pasarse por acá. Estoy tal vez de suerte? Al menos ahora tengo tiempo para planearlo.

El escritor, traductor y profesor de la Universidad de Trieste Claudio Magris visitará el CCCB el próximo 28 de abril a las 19.30h para impartir la conferencia "Ulises y la Modernidad". Magris es un destacado ensayista europeo y autor de reconocidas novelas como Conjeturas sobre un sable (1984), el Danubio (1986), Otro mar (1991), El viajar infinito (2008). En el 2004 recibió e Premio Prínicipe de Astúrias de las Letras.

La conferencia de Claudio Magris - que también se retransmitirá en directo en la web del CCCB - clausura el ciclo de debates “IMPUREZAS. Apuntes sobre la condición humana” que organiza el CCCB con la colaboración de la Fundació Collserola.

Además, he visto que será el comisario de una exposición sobre Trieste. en el propio CCCB Veo que el 2011 se presenta interesante en el plano cultural:


La exposición se propone hablar del gran escritor triestino Claudio Magris, de sus predecesores y de su relación con Trieste, ciudad singular, fronteriza de varias culturas que se han ido reuniendo allí en los últimos siglos. A la espalda de Trieste se halla el Carso y, enfrente, el mar Adriático, que ha desempeñado un papel prominente en la historia de Europa. Gracias a su plurilingüismo y a la presencia de varias etnias en el territorio, esta ciudad ha realizado grandes contribuciones a la cultura italiana, entre ellas, justamente, hay que contar a Magris.

De la historia triestina, del destino cultural de la ciudad, del papel de la naturaleza en ese destino y de otros grandes temas es de lo que hablará esta muestra.

En este proyecto, el visitante se verá conducido no sólo por las cosas que verá, sino que lo hará con los cinco sentidos. Se cruzará por el camino con el famoso viento de la ciudad, llamado Bora, con las piedras del Carso, el agua del mar, la del Danubio, sentirá el ensordecimiento de las guerras, conocerá canciones triestinas, hallará objetos de este lugar tan difícil de definir que alguien incluso lo ha denominado el no-lugar.

El célebre Caffè San Marco lo veremos parcialmente reproducido, también la no menos conocida librería Antiquaria, que fue al principio propiedad de uno de los mayores poetas italianos del novecientos, Umberto Saba. Un apartado estará dedicado a Italo Svevo, el gran novelista, amigo de James Joyce.

Los medios audiovisuales tendrán un papel destacado, las instalaciones, la recopilación de objetos y pinturas prestados por los diferentes museos (cuadros, maquetas de barcos, objetos, libros).

Habrá grabaciones de voz, entrevistas, lecturas de paisajes literarios, que serán reproducidos. También tendremos una película rodada expresamente a partir de un famoso drama de Magris. Hablaremos del manicomio de Trieste, el primer instituto abierto para enfermedades mentales que sirvió de modelo para otros en muchos países del mundo. Y se hablará de la minoría eslovena, la judía, la armenia, la griega.

El visitante debería salir de esta exposición como si verdaderamente hubiera visitado la ciudad, como si hubiera cruzado su historia, su cultura, sus usos y su gran literatura. No hay en Italia ninguna otra ciudad que haya sido la cuna de un número parecido de literatos. La propuesta pretende ser una verdadera aventura existencial que arraigue en el corazón y en la fantasía del visitante.

Todo el recorrido irá acompañado de la presencia de documentos fotográficos de Magris, de los objetos de su vida cotidiana, de los numerosos artículos en Il Corriere della Sera, de la representación del curso del Danubio –en homenaje a su célebre libro–, de la lectura de pasajes extraídos de sus libros, con traducción en catalán.


martes, 14 de diciembre de 2010

jueves, 2 de diciembre de 2010

L'hivern ja ha arribat a Burdeus

L'ona de fred que abarca tota Europa també s'ha fet notar a la ciutat de Burdeus. A l'obrir la finestra al mati el fred ha entrat i la sorpresa ha estat enorme: tot estava ben enfarinat i per sort encara el cotxes no ho havien embrutat.
Aquí unes imatges.....










sábado, 20 de noviembre de 2010

Peppone y Camillo

Un pequeño vídeo de las películas de Don Camillo que tanto nos gustan. En esta escena además nos sentimos muy identificados Eli y yo, aunque la verdad nunca llegué a saber aquí quién hace de Peppone y quién de Camillo. Para ser sinceros, en realidad qué más da...





Microcosmos


Otro pedacito de la red que no quiero perder trata de este otro libro de Magris, Microcosmos. Es un libro espléndido, lleno de vida, de melancolía, de nostalgia a la manera de los griegos, cuando esta palabra significa "dolor del retorno"; Aquella nostalgia vital de quien consiguió poseer completamente cada momento de su vida; La nostalgia especial que es deseo de doloroso del retorno, embrujo de la ausencia; Aquella que revela la densidad del ser, que sin ella se hace añicos y se pierde en los pequeños asuntos cotidianos sin importancia. Es esta la nostalgia que Magris expresa tantas veces en sus libros, la que nada tiene que ver con posturas sentimentales elegíacas, que son totalmente ajenas a él, ya que nunca se trata de nostalgia del pasado sino más bien una nostalgia vital porque se proyecta hacia el futuro. Envidiable su capacidad para conseguir que se alimenten de la vida del autor todos los personajes, muchas veces desconocidos para el lector, que asoman a escena. Extraordinaria y admirablemente serena la presencia de Marisa, la mujer de Magris quien, desde la dedicatoria hasta la última página impregna con el calor de sus gestos cada momento, cada rincón de la vida vivida junto al escritor, lo que él nos transmite mediante el relato y la descripción. Los lugares decritos, o mejor, narrados a través de las vivencias parecen más sugestivos y encantados también a los ojos de quien ya los conoció y los amó por su cuenta. Encantados en el sentido de atesoramiento de huellas múltiples y sedimentadas de miradas, afectos, gestos y vidas que se van dejando en los lugares amados y que estamos seguros de volver a encontrar, intactos e incluso enriquecidos con el paso del tiempo. El tiempo en esta novela no es el tiempo que consume y se consume, sino aquel que construye, estratifica y no se agota, y que vuelve a renacer, originario y vital, en el limo de los Microcosmos. La multitud que alberga el último rincón del libro, multitud de miradas, de presencias, de emociones sutiles y perturbadoras, es la misma multitud de los lugares, gestos e imágenes que encontramos a lo largo del recorrido de toda la obra de Magris. Para dibujar el mundo exterior, piensa Magris que hace falta conocerlo, y que sólo se conoce cuando se le atraviesa una y otra vez. Lo que había conocido en una apariencia fragmentada y dividida por numerosas fronteras le parece al final totalmente familiar, mirado ya en su conjunto. Las fronteras han desaparecido y el viaje se ha cumplido. Las fronteras las ponen sólo los miedos y el viaje es quien permite romperlas definitivamente. Por eso la escritura de Magris es un constante cruce de fronteras: Las de los recuerdos, las de la vida. Y mientras en el Danubio atravesaba las fronteras siguiendo al gran río, en Microcosmos busca lugares circunscritos, cada vez más pequeños.
Con El Danubio (1986), ensayo-río, hizo del viaje fluvial una manera de componer con ideas el sitio para las ciudades, los libros y los artistas. En Microcosmos Magris insiste: "Si la identidad es el producto de un querer, es la negación de sí misma, porque es el gesto de uno que quiere ser algo que evidentemente no es y por lo tanto quiere ser distinto de sí mismo, desnaturalizarse, mestizarse." Nos sirve de guía en el descubrimiento de lugares concretos, cada vez más reducidos. Desde la descripción del paisaje incluso en sus detalles más imperceptibles hasta el relato de las existencias mínimas o grandes, de los destinos, de las pasiones, de las cómicas o trágicas vicisitudes que lo han marcado, emerge una narración errática y fluctuante, que sigue su propio recorrido oculto, como la corriente de un río. Cada uno de esos mundos tan distintos que, sin embargo, se reflejan y se integran en la parábola de una existencia vive en la presencia simultánea de presente y pasado, en la epifanía del instante y de la memoria, de horas fugitivas o de siglos lejanos. Son protagonistas los hombres, pero también los animales, los habitantes del café o de las islas, el oso del Monte Nevado y el perro abandonado en la laguna, revolucionarios indómitos y olvidados, andanzas y delirios de figuras que perdieron su existencia como una partida de cartas. Son protagonistas también las piedras y las olas, la nieve y la arena, las fronteras, la presencia de un ser amado, una inflexión de voz o un gesto quizás inconsciente... Diversos hilos conductores tejen la trama de este libro y acompañan al lector, como imágenes o figuras recurrentes. Las relaciones entre paisajes y sentido del tiempo, la identidad y su incertidumbre, el amor, el continuo atravesar toda clase de límites, la sombra de la muerte. Afloran, jalonando esta exploración enraizada en el presente con un sentido de lo efímero y a la vez de lo eterno, las imágenes de Medea y del viaje de los argonautas. Y se dibuja apenas esbozada la historia del oculto y mimético personaje que las recorre, descubriendo en ellas su propio rostro, el significado o perfil de su propia existencia, de su propia lábil y apasionada travesía sobre la tierra

jueves, 11 de noviembre de 2010

Pintura medieval



Un análisis de la pintura medieval nos indica que conocían algunas reglas de perspectiva y de impresiones visuales que acompañan a la paercepción de la profundidad. El artista medieval conocía 6, de las que dominaba 3:

- Perspectiva aérea.
- Continuidad del contorno.
- Ubicación por arriba en el campo visual.


Hay otras 3 que no dominaba plenamente pero era consciente de ellas:

- Perspectiva textual.
- Perspectiva de las magnitudes.
- Perspectiva lineal.

Pero el hombre de occidente, y evidentemente tampoco sus artistas, no diferenciaban plenamente entre campo visual (la imagen verdadera en la retina) y el mundo visual (lo que se percibe). Pintaban al hombre no como lo registra la retina sino como se percibe, en su magnitud humana. Esto explica algunos de los notables y peculiares efectos de la pintura de estas épocas.

Como ejemplo nos vale un cuadro de la National Gallery de Washington, aunque podría coger cualquier otro. El cuadro en cuestión es el siguiente, la Salvación de San Plácido de mediados del XV:


Puede verse cómo las figuras del fondo son incluso mayores que las figuras de los dos monjes que rezan en primer plano. Algo que sabemos que no puede ser con sólo rudimentos de conocimiento de perspectiva.

Podemos encontrar miles de ejemplos má de este tipo en que veremos personajes de fondo del mismo tamaño que los principales o sólo ligeramente menores.

No sólo ocurre con las personas. Si tomamos este otro cuadro, La Tebaida, de Gherardo Starnina, vemos la representación de un puerto visto desde lo alto. Algo que el hombre del siglo XX está bastante acostumbrado a ver, en planos o incluso con el Google Earth:


Vemos algo que llama poderosmente la atención y que crea una cuestión estética especial: Las embarcaciones son más pequeñas que las personas que están en la orilla detrás de ellas, pero la escala humana se mantiene en todas las distancias.

Otros tipos de arte de la época eran diferentes, modulados por conceptos culturales diferentes que motivaban que diferentes fueran sus formas de representación como es el caso del arte bizantino. El mundo no se representa como es sino en función de los referentes de que uno dispone en el contexto en el que se mueve. Curiosa sería la interpretación que un occidental debía dar de formas de arte no tan lejanas en el espacio como los mosaicos bizantinos de Ravena, con leyes de perspectiva más actuales acerca de planos, líneas y superfícies que se cruzan, en formas más entendibles a nuestros ojos. Fue en el Renacimiento cuando apareció el espacio tridimiensional, función de la perspectiva lineal, que cambió la forma de representar el espacio y la aparición del arte moderno. Pero ante una representación medieval sólo podemos intuir la forma en que era captada por aquellos hombres.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Una más de Magris

Para inaugurar las entradas de noviembre, aunque nolo he buscado ex profeso, pongo esta foto de Claudio Magris en su café de San Marco, en Trieste, el lugar preferido para escribir. Andaba yo haciendo exactamente lo mismo en un habitación silenciosa (cosas de dejar el trabajo de la universidad para última hora, puñeteras constumbres hispanas...) cuando pensé cuán necesario me es un poco de ruido para poder trabajar a gusto. Y enseguida me vino a la mente este hombre, que acude cuando puede a un café para sentirse vivo y ver pasar la vida más allá de sus páginas.

Y con la añoranza aún de su compañía en el Danubio pensé en ponerle una entradita más. Ya no le viene de una.
Y poner una foto que tan parecida es a las que Eli quiere hacerme siempre en los cafés cuando nos permitimos pararnos a tomar algo sin prisas en nuestros viajes, cuando me asaltan las ganas de emular a el maestro cobn su "el Danubio". Es el libro que yo querría escribir. En apariencia es un libro de viaje, pero va bastante más allá y se permite divagar por la historia y el alma de los hombres. Magris recurre a la crónica, la observación directa, el ensayo y la ficción para describir su trayectoria paralela al río Danubio, para explicar lo que piensa mientras vieja, para navegar por el tiempo y la historia. El río es un testigo mudo, la memoria silenciosa que transcurre por el tiempo arrastrando, a través de sus riberas, viñetas, anécdotas, datos y esa fábula menuda y curiosa con una lección de vida que ofrecer. El libro es en sí un viaje en el sentido total de la palabra, reflexivo y atento a la belleza que le rodea pero sin obviar las oscuridades que el hombre marca siempre en el paisaje.

La escritura de Claudio Magris está llena de humanismo. Sus libros son la posibilidad de acercarse a la vida desde la sensibilidad literaria y la pasión crítica o atenta. La escritura es una manera de mirar al mundo, de traspapelarse en sus horrores o en su belleza. Se escribe por muchas razones o por aquella escrita por el propio Magris: “Es posible que escribir signifique rellenar los espacios en blanco de la existencia, esa nada que se abre de repente en las horas y en los días, entre los objetos de la habitación, y los absorbe dejando una desolación y una insignificancia infinitas”.

viernes, 29 de octubre de 2010

Cultura y comunicación

Dejo otro texto, de Edward Hall, muy útil para algunas clases que deberé dar más adelante.

El idioma es algo más que un simple medio de expresar el pensamiento. Es en realidad un elemento principal en la formación del pensamiento. La misma percepción del mundo que nos rodea está programada por la lengua que se habla, igual que una computadora. Y la mente del hombre registra y estructura la realidad exterior en acuerdo con este programa. Como dos lenguas suelen programar la misma clase de sucesos de modo diferente, ningún sistema filosófico, ninguna creencia podría considerarse completamente disociada del lenguaje. Todos los hombres son cautivos del idioma que hablan, y que consideran de forma natural.

Y estas cuestiones se aplican de igual manera la resto del comportamiento humano y a toda la cultura. Si esto no fuese así, cuando dos seres humanos fueran sometidos a la misma experiencia, los mismos datos entrarían en los sistemas nerviosos centrales y los cerebros los registrarían del mismo modo. Pero sabemos que esto no es cierto. Los humanos tamizamos la información que llega desde los sentidos, y deja pasar algunos datos y excluye otros. De este modo, la experiencia percibida a través de los filtros sensoriales es diferente entre humanos, y los filtros culturales contribuyen en su medida a este fenómeno.

En la comunicación entre humanos se hace mucho más que lanzar y recoger información. Una serie de mecanismos condicionados por la cultura, motiva que seamos sensibles a sutiles cambios en la conducta del otro cuando reacciona a lo que decimos o hacemos. En muchas situaciones la gente evita, primero inconscientemente, escalar la parte prefigurativa de una conversación y pasar de las señales apenas perceptibles de enojo a la hostilidad declarada. Muchos conflictos humanos se originan por no interpretar correctamente las adumbraciones de este tipo, pues cada parte puede estar viviendo un mundo de comprensión diferente. Se interpretan las palabras en un contexto que comprende conducta y ambiente.

Eje bioquímico del estrés

Otro texto que no quiero perder, pues puede resultarme útil alguna vez para la universidad. Es un curioso escrito de Edward S. Deevey en que realiza una metáfora de la bioquímica del estrés:

Se puede decir que las necesidades vitales del organismo se pagan con azúcar. Y que el banco es el hígado. Las hormonas del páncreas y las suprarrenales hacen de pagadores cuando se trata de pagos rutinarios, pero las decisiones en al nivel superior (relativas al crecimiento o la reproducción) les están reservadas a los funcionarios del banco, que son el córtex suprarrenal y la pituitaria.

El estrés es como un revuelo administrativo entre las hormonas, y el shock se produce cuando la gerencia sobregira el banco.

El primer y más importante mecanismo es una notable combinación burocrática entre el córtex, que hace de cajero, y la pituitaria, que es la directiva.

Una lesión o una infección son formas habituales de estrés y para dirigir la inflamación controlada que las ha de combatir, el córtex gira cheques de caja al hígado. Si el estrés persiste, una hormona llamada cortisona envía un mensaje lleno de preocupación a la pituitaria. La pituitaria entonces delega a un vicepresidente, la ACTH, para dar dinero al córtex. El córtex, reanimado, toma más personal y aumenta su actividad, que incluye procurarse más ayuda de ACTH. El peligro de la espiral comienza a hacerse patente.

Pero mientras siguen las sustracciones, la cantidad de azúcar en sangre sigue siendo engañosamente constante por obra de otro mecanismo.

Si el estrés persiste y embauca a la pituitaria para que siga apoyando a la ACTH, las grandes transacciones comienzan a padecer rebajas, como en las hormonas ováricas o testiculares. Y eso que no se habla de la hipertensión, ya que requiere de otro artículo, la sal, que sigue un mecanismo propio. El resultado puede llegar a ser un colapso del sistema de la glucosa. Y un pequeño estrés suplementario es como una visita inesperada del inspector bancario: La médula suprarrenal, sorprendida, envía un chorro de adrenalina que aún provoca un mayor desgaste de glucosa, y el cerebro se muere de inanición.

viernes, 22 de octubre de 2010

Mirada


Sólo una breve nota para guardar una breve frase que no deseo olvidar. Pertenece al libro Diccionario de los Símbolos, de Jean Chevalier y Alain Cheerbrant acerca de la mirada:

La metamorfosis de la mirada no revela solamente al que mira, revela también tanto a sí mismo como al observador, al que es mirado. Es curioso, en efecto, observar las reacciones del mirado frente a la mirada del otro y observarse uno mismo frente a las miradas extrañas. La mirada aparece como el instrumento y el símbolo de una revelación.

jueves, 21 de octubre de 2010

Der deutsche Donauradweg: Final

30/08/2010

La etapa final carece de interés ciclista. Consistió únicamente en desplazarnos con nuestras bicis desde Munich hasta Zurich, para lo cual debimos darnos un madrugón del carajo y subir al tren somnolientos y algunos de mal humor... Ejem... Mala leche cogen algunos con la falta de sueño... Lo curioso de estos alemanes es que en viajes de largo recorrido las bicicletas tienen un puesto reservado, pero nosotros no. Así que las bicis iban en su sitio pero maravillosamente bien mientras que nosotros hicimos el primo al sentarnos en unos asientos que otras personas SI tenían reservado, con lo que tuvimos que cambiar de asiento con cierta estupefacción y cara de merluzos.

Luego, ya en Zurich, tiempo lloviznoso y nada especial que ver. Seguro que es una ciudad bonita, como se ve en la foto, y tal, pero tras un recorrido de 10 días por uno de los paisajes más hermosos de la zona, la ciudad, pues qué se le va a hacer, se veía descolorida y falta de toda gracia. La gente allí además es más seca que un ladrillo, los precios desorbitados y para colmo de males, en una moneda diferente. Que manda narices que con el euro te recorras un porrón de países sin problemas, te la acepten incluso en zonas no adscritas al espacio común ni la moneda única, pero que en esta tierra de banqueros te la rechacen... Es lo que hay. Decidimos no hacer el primo con el cambio y comprar cuatro cosas en un supermercado. La gracia de los supers de alli es que tienen comida cocinada y calentita que puedes pagar con tarjeta de crédito sin problemas.

A partir de aquí, una espera continuada en la estación. Por cierto, en la estación los lavabos son de pago, pero de pago que te cagas, que al cambio salía que por meada te clavan unos 3 euros, y por algo más, ya se entiende, pues aumentando precios. Ahí yo me sentiría estafado, pues pagaría lo mismo que Barnabas pero la cagada suya debería contar doble... Mi tacañismo me impide semejante gasto, así que recurrimos al viejo truco hispano de ir a mear a un McDonald's, escamoteando la clave de la puerta de entrada al lavabo, claro, que si no pues tampoco.

Un apunte curioso acerca de las leyes del país y la cabezonería de los nativos del lugar: Nos compramos comida en el super y nos fuimos a la estación a comerla. Más que nada porque fuera llovía y allí se estaba calentito. Y como buenos hispanos pueblerinos nos sentamos en el suelo a darle a la mandíbula. Bueno, pues dos recios seguratas de la estación vienen hasta donde estamos sentados a llamarnos la atención. Pero no por comer, sino por estar sentados en el suelo. Si lo mismo que estábamos haciendo lo hacemos sentados en un banco, ningún problema. Así que nada, si se ponen ustedes así, pues miren con atención cómo me desplazo 5 metros en esta dirección, aposento mi culo en el banco y sigo con lo que estaba haciendo... Hale, contentos? Sí? pues venga, a vigilar a otra parte. Vaya parida más gorda.

Y la parte graciosa del día: Cuando faltaba algo más de una horita para que el tren saliese, tocaba preparar la bicis. En la página web de RENFE son claritos: Sólo se admiten bicis en compartimentos que ocupemos por completo (por tanto, a pagar a tocateja uno individual y uno doble), con las bicis desmontadas (quitar pedales, rueda delantera y girar manillar) y envueltas en una funda diseñada al efecto.

Con las dos primeras exigencias, sin problemas. Más o menos. Ya llevábamos unas buenas bridas para poder desmontar la bici y atarlo todo bien. El problema viene a partir de aquí, pues una funda diseñada al efecto aparte de carísima (rondan los 100 euros...) es imposible de llevar en un viaje como el nuestro. cualquiera la mete en la alforja. Así que había un problema, porque presentarse sin funda equivalía a dejar que el picas de RENFE de turno decidiera arbitrariamente si tomábamos el tren con bicis, o sin ellas, y ni de coña nos volvemos sin las bicis. Navegando por aquí y por allá, encontramos un curioso método que unos chavales usaron para llevar sus bicis. En su caso, en avión, pero bien adaptado podría lograr el mismo objetivo:


http://eldanubioenbicicleta.es/2009/07/01/como-empaquetar-las-bicicletas-para-ir-en-avion/comment-page-1/#comment-20118

Y procedimos a adaptarlo a nuestra necesidad.


Llevar durante todo el viaje unos tubitos de papel de envolver transparente no es ningún problema. Con esto solo debía ser suficiente, pues en RENFE información me dijeron que sólo con que la bici estuviera compacta, pues que no piden más, pero como toda cosa que depende del estado de humor de un picas no es demasiado objetiva, quisimos asegurarnos. Para dar más el pego aún, compramos 6 trozos de tela de los que se usan en los paraguas. Les pegamos cintas de velcro y así forman 3 hermosas fundas impermeables, que además de disimular con los ferroviarios puñeteros podían servir de improvisado cobertor en caso de lluvia o sol durante una etapa. Se puede veruna bici ya envuelta en su forro en la foto de arriba. Y así, bien pertrechados, nos dirigimos no sin dificultades, hacia el tren.


Y tanta preparación y tanta leche para que al final todo se solucionase en 15 minutos. Los que teníamos para meter las bicis en el vagón a toda pastilla, acomodarlas en nuestros departamentos y salir el tren zumbando de Zurich. Realmente no había tiempo ni de discutir, pues todo se resumió en darle los billetes al encargado y revivir un rato aquel viejo programa de "si lo sé no vengo" tratando de meter equipaje y bicis antes de que el tren arrancase. Y en Suiza si el tren sale a las 19:00, es que sale a las 19:00. Ni un minuto antes ni uno después. Por suerte el encargado resultó ser de lo más simpático y nos ayudó incluso a cargar las bicis. De hecho, me lo he encontrado en más de un viaje internacional y es increíblemente eficaz, con el añadido de que ese día todo el equipo que iba en el tren estaba de un humor excelente y hasta echamos unas risas durante el trayecto.

Aquí se acaba el tema. Y el viaje. Los paisajes son tan hermosos como los del "Danubio dulce" que vimos el año pasado pero el tiempo no nos acompañó y enturbia algo mis recuerdos entre la fiebre, el frío y la lluvia. Con los trenes, además, el precio sube con respecto al año pasado a unos 800 (y pico) euros por barba que seguro serían menos con viajes de los baratillos de avión, pero estoy hasta las narices de los aviones, sus trabas y sus puñetas. Y si pagando un poco más nos ahorramos tener que buscar como tontos una caja para meter las bicis, pues prefiero pagar a andarme con preocupaciones. El año que viene, nueva ruta. El Danubio sigue su camino hacia el Este y podríamos seguirlo un año más, pero seguramente buscaremos otro río. El Rhin? El Loira? Cerdeña (sí, ya sé que no es un río, pero es una posible aventurilla en bici muy atractiva...)?


miércoles, 20 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: Etapa 10

29/08/2010

Día anodino en realidad. No teníamos ya camino que recorrer ni nada especial que visitar, así que fue un día entregado a la nostalgia paseando por Passau mientras recordábamos algunos eventos del año anterior. Incluso fuimos a visitar Fahradklinik, cerrada, por supuesto, y cruzamos el Inn por el puente para ver el punto inicial del camino del Danubio en el que empezamos a cicloturistear. Sólo recuerdos, pero nos hicimos la preceptiva foto en el mismo punto que el año pasado, sólo que en esta ocasión con más lluvia. Decididamente el lujo de visitar Passau con sol es un bien escaso. En la estación nos comimos unos soberanos bocadillos y tomamos el tren hacia Munich.

Hay varias opciones para ello, pero recomiendo el tren directo, más que nada por la comodidad de evitar un transbordo aunque no está exento de problemas. El principal es que todos los cicloturistas tenemos básicamente la misma idea con respecto al trayecto, y el tren está literalmente invadido por las bicis. Parece que eso en realidad excede a la previsión alemana y no gusta demasiado a viajeros sin bicicleta, pero nosotros además nos topamos con un problema añadido: En esos trenes parece que está institucionalizado que se vendan bebidas y bocadillos durante el trayecto. Suponemos que por empleados de la compañía. En nuestro tren el empleado en cuestión, turco, se paseaba con un carrito cargado hasta los topes pasillo arriba, pasillo abajo, pero claro, con la ingente muchedumbre que había y las bicicletas no tenía literalmente espacio para pasar. Su carrito no cabía por los pasillos entre el amontonamiento de bicis. Cuando llegó a nuestro vagón, berreó algo en alemán e hizo amago de pasar por donde no se podía pasar, pues una bici (de algún viajero) bloqueaba el camino. Justo al lado estaban nuestras 3 bicis, puestas en el lugar que les corresponde pero con las alforjas puestas. El muy cafre-bestia pega otro gañido en su idioma (ignoro cuál) y procede a lanzar el carrito cual ariete por entre el espacio imposible entre la bici que obstruía el paso y las alforjas de Eli. El muy pedazo de animal!!! Casi rompe, si es que no la rompió, la bici del otro y rajó la alforja de Eli. Al ver lo que hacía le pegué un berrido en español. Yo no puedo ni sé insultar en otro idioma. Con mi berrido paró de hacer el cafre, pero comenzó creo a soltarnos una bronca fenomenal por obstruir el paso. Claro que no le entendíamos una simple coma, pero el tipo insistía y eso que Eli le gritó clarito que no entendemos alemán en alemán. Viendo que con nosotros no se iba a desahogar, continuó con su camino renegando. La verdad es que medité seriamente si darle un par de yoyas que le pusiesen mirando a Cuenca, pero esa manera de meterme en líos nunca fue de mis preferidas.

Su camino era imposible igualmente, pero el tipo continuó con su táctica de carrito-ariete y se enzarzó en una disputa verbal con un alemán de 190 cm al que casi le rompe la bici contra la pared. Nosotros es que alucinábamos. Debía pertenecer a algún movimiento ultra anti-bicicletas, o bien estar pagado por una petrolera, o bien haber escogido esa técnica dentro de las alternativas que conducen al linchamiento. Pero como había pasado de largo, miramos los daños en las alforjas, leves por suerte, y tratamos de olvidarlo... hasta que le tocó el recorrido de vuelta. Imaginamos que en el de ida se habría peleado con medio pasaje y abollado varias bicis, porque cuando regresó tenía una cara de mala leche impresionante. Antes de que llegase a nuestras bicis me levanté y me situé estratégicamente para evitar un nuevo atropello con el ariete del muy salvaje, pero con el resto de las bicis que le obstruían (ahora más que antes con nuevos pasajeros) yo no pensaba hacer nada. Me daba hasta curiosidad saber qué iba a hacer para pasar, pero además de cafre era poco imaginativo: Cogió carrerilla y arremetió con el ariete en sucesivas descargas sobre unas bicis hasta que se oyeron 2 cosas:

- La primera un sonoro "crack" que implicaba que algo se había roto. Las apuestas iban hacia la bici que sufría las acometidas.
- La segunda fueron una serie de imprecaciones en alemán seguidas del emisor de las mismas, que se abalanzó a su vez sobre el carrito-ariete, al que propinó una buena patada, e hizo retroceder al cafre y su carro.

Lo que siguió entra sólo dentro de mi imaginación, pues los insultos en alemán de Baviera proferidos por ambas partes quedan al margen de mi entendimiento. Claro que yo me ponía de parte del alemán y su bici vistos los modales de la cafre-mula del turco ese, pero es que además en muy anormal hizo el gesto de pegar al alemán que le chillaba con todo merecimiento. Mal gesto, pues la posible razón que tuviera (poca...) la perdía completamente con esta última salida de formas. Situación tensa que no sé cómo no derivó en pelea. En Hispania como mínimo sacamos las navajas por menos de la mitad, pero ahí acabó la cosa y ambos se fueron a relamer sus respectivas heridas. Los pasajeros que estaban sentados con nosotros comentaron la jugada, creo que con reparto de simpatías entre el cafre y la víctima, justificándole en parte al creer que el tren estaba masificado. Pero por masificado que esté y lo poco que pueda hacer su trabajo, esas no son maneras. Pero nosotros a lo nuestro y llegamos pronto a Munich.

Como ya teníamos reservada plaza en el Youth Hostel, dejamos el equipaje sin prisas y les llevé a visitar la ciudad, para ver el resto de cosas que no vimos el año anterior con las prisas. Así, un paseíto por las turistadas clásicas y a la atracción que pretendía mostrarles de un viaje mío anterior: En las esquinas de Von-der-Tann Strasse y Koniginstrasse, delante casi del consulado yanki, hay una fuente con una caída de agua muy especial. Allí el agua cae desde una altura media a una zona profunda de tal forma que crea un remolino lo bastante potente como para que la gente practique surf allí. No había nadie en aquel momento, pues era ya tarde, pero es un espectáculo curioso.

Acabada la visita, nos fuimos a la Hofbrau de Munich. En tiempos pasados, los alrededores del ayuntamiento eran un lugar un tanto poco recomendable, lleno de prostitutas y de indeseables, pero hoy día es de lo más caro de la ciudad. Y el Hofbrau, donde antes iban los muniqueses a tomas unas cañitas, hoy día es una turistada digna de ver sólo como turistada, o sea, entrar, dar un vistazo y ver la orquesta de polkas unos minutillos, y marcharse. Pero teníamos hambre y nos sentamos en una de las mesas. Allí son constumbres alemanas las que rigen, así que compartes la mesa con quienes quieran sentarse después y te sirven cuando pueden emnedio de una avalancha de japoneses. Nuestros compañeros de mesa eran rusos. Para beber, cerveza. Por supuesto. Medida única, de 1 litro. Dejo la foto de Eli tratando de llevarse a la boca una de las que pedimos. Más de un japonés trató de zamparse esa medida y salió haciendo "eses".
Nosotros acabamos rapidito, les tomamos "prestado" un bretzel a cuenta del servicio "maravilloso" que nos habían dedicado, y regresamos al hotel a dormir, que al día siguiente tocaba madrugar.

martes, 19 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: Passau

Este año me permití el luo de darme un paseo por Passau sin lluvia. Con un sol algo rácano que aparecía y desaparecía entre las nubes dándonos poco calor pero una luz preciosa que Eli supo captar para incluirla en la arquitectura barroca y el agua que enmarca la ciudad tanto como la luz. Dejo una muestra de las mejores fotos que hizo allí:






Der Deutsche Donauradweg: Etapa 9


28/08/2010

Amanece en Straubing tras la pasada tormenta. Toda la noche no paró de llover, si bien no con la dureza del final de la tarde de ayer. Ahora no llueve, pero se ven nubes en abundancia, y hace mucho frío. Y 3 hispanos en agosto sólo pueden encontrarse extraños si hace frío. Mientras damos buena cuenta del desayuno vamos discutiendo la continuación del viaje. Se supone que debíamos llegar hoy a Nesslbach y al día siguiente a Passau, pero el tiempo amenaza más lluvia y yo estoy ya harto de frío y humedad, así que convenimos en ir a Passau en tren y disfrutar tranquilos de la visita de la ciudad. A Barnabas no le agrada demasiado coger tantos trenes, que ya le escatimamos bastantes km de pedaleo hasta Straubing, pero accede porque ve que realmente el día se presenta chungo. Pagamos la habitación y vamos hacia la estación.

Una vez allí, logro una solución que puede contentarnos a todos: Para llegar a Passau se ha de hacer transbordo en Platting, y luego en Vilshofen. Tanto transbordo es bastante incómodo y propongo parar en Vilshofen y si el día se muestra algo propicio, pedalear desde allí a Passau, que son escasos 20 km y se pueden hacer bien aunque nos llueva. y así procedemos. Aviso para aquel que lea esto y decida algo similar: Se ha de pronunciar "Filsjjoffenn" porque si no no te entiende nadie. El día que me tope con el cretino que me dijo la memez esta de que el alemán se pronuncia como se escribe...

La verdad es que el día a medida que transcurrían los Km en el tren parecía arreglarse y estropearse por minutos, pero para cuando llegamos a Vilshofen al menos no llovía. Frío y humedad a cántaros, pero asumible. Y comenzamos a pedalear. Antes de salir me quedé tentado de tomar algo calentito en un bar que había justo en el centro del pueblo, un local llamado "Zorba", pero preferí continuar viaje, no fuera que empezase a llover y me arrepintiera. Poco a reseñar de este trayecto, pues lo hicimos a una velocidad endiablada, de casi 30 km/hora de media al tener frío, ganas de llegar y sobretodo viento de espalda de los fuertes. Casi en llano que no hacía falta pedalear, y cuando lo hacíamos aquello era una bendición. Pero el paisaje, ah, pese a ir al lado de mi querido río realmente no valía mucho la pena porque los últimos km pertenecen al área industrial de Passau y no son nada que destaque. Lo único era un puente con compuertas que estuvimos mirando un rato a ver un barco de pijos que debía atravesarlo, y era curioso ver el llenado de las compuertas. Como hacía frío, tampoco nos entretuvimos mucho, y le dimos caña a ver si llegábamos a Passau antes que los pijos.


Poco a poco llenamos los km que nos separaban de la ciudad, y tras un leve repecho la estación de tren se nos aparece a la vista. Allí es donde empezamos el viaje el año pasado con dirección a Viena, y allí lo concluíamos este. Un poco por orgullo, y un poco para chinchar a Barnabas, aceleré para llegar el primero. Je, je, un poco de maldad tampoco es malo. Que así le puedo decir siempre que quiera que el campeón fui yo por llegar el primero a la meta. Y llegamos antes que los pijos.

Un poco por nostalgia, nos dimos unas vuelta por la estación que tan bien record
ábamos del año pasado, aunque más pasados por agua que en este, y nos buscamos un hotelito en el centro. Antes de ir al hotel dimos un vistazo a la tienda de bicicletas que no nos quiso alquilar una el año pasado, pese a tener reserva previa. Cabrones.

Cosa curiosa, en Infromación nos cobraron 3 euros por un servicio que nos hacían gratis en todos los demás pueblos de Alemania, pero ca
rajo, que era sábado y cualquiera se la juega a que haya plazas libres en un fin de semana en una ciudad de las más turísticas.

El resto del día lo dedicamos a vagabundear por la ciudad. Como ya la conocíamos del año pasado, hicimos un recorrido "nostálgico" por los lugares emblemáticos que ya teníamos vistos, sobretodo el encuentro de los 3 ríos que ahora podíamos ver con facilidad porque esa tarde hacía sol y un calorcillo que invitaba al paseo.


Fuimos además a ver el palacio del obispo. El Oberhaus. Esta ciudad fue durante mucho tiempo la residencia del obispo y un territorio gobernado por este. El palacio en el que residían los obispos-príncipes de aquí está en un monte al lado de la ciudad, a la que domina. El príncipe se levantaba cada mañana contemplando la ciudad que gobernaba en nombre de Dios, pero gracias a los cañones que desde el Oberhaus podían alcanzar la ciudad. Dios con pólvora. Mala combinación. Dado mi gusto por este tipo de cosas, la foto que le hicimos al castillo fue en un momento en que un nubarrón negro pasaba justo por encima de él, dándole un aspecto tenebroso y terrible. Parecía Mordor.


Llegar hasta el casitillo cuesta lo suyo, se ha de decir. Que el paseito hasta allá arriba es de cerca de media horita de camino empinado. La palicilla valía de todas formas la pena, que las vistas desde arriba son fantásticas (si mal gusto no tenían esos obispos, no...). Lo curioso del sitio, además de la terraza y sus vistas, es que el Youth Hostel de la ciudad está justo aquí. No me imagino ni bajo mórficos capaz de pedalear cuesta arriba con las pendientes que se gastan, pero Barnabas dice que él sí puede. Decidí que no lo íbamos a comprobar de todas formas.


El descenso nos proporcionó claros entre las nubes para hacer unas cuantas fotos a cual más hermosa. Dejaré las mejores en una entrada aparte. El barroco de la ciudad, tan semejante a Venezia en algunos aspectos, resultaba magnífico bajo esta luz. Luego nos entretuvimos mirando a una mamá pato con sus patitos. Les llevaba con disciplina, cómo no, germánica, y aunque los pobrecillos querían comer las chucherías que unos turistas les daban, una órden verbal de la mamá pato les obligaba a bajar al río nuevamente. La escena era cómica.


Decidimos además tomarnos un caprichito: El año anterior, el día que iniciamos la marcha, paramos a desayunar en un local céntrico que fue el único que vimos abierto. Era domingo, y las fiestas en estas tierras son sagradas. No costó nada localizar el local en cuestión y, aunque era caro, tomarnos una meriendita allí. Por los viejos tiempos. Barnabas seguro que tiene algo que decir al respecto, pues nuevamente el italiano era el idioma adecuado al lugar y mediante una hábil táctica logré que pagase él la merendola y hacer que se riese el camarero y el dueño del local. Je, je, la cabronería además resulta divertida. Luego nos fuimos a cenar una pizza. Qué mejor para una pseudo-Venezia como esta. La pedí frutti di mare, que no podía ser de otra manera. Y a dormir prontito, que no hay que perder las buenas contumbres.

lunes, 18 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: El grabado de Straubing.

Una de las pocas fotos que hicimos que cuadra bastante con el grabado original, aunque la tuvimos que tomar desde el lado contrario de la plaza (el sol nos deslumbraba desde el lado correcto y la foto resultaba un contraluz tipo churro). Aún así, parece que no haya pasado el tiempo para Straubing, pues está prácticamente igual (salvo por los coches, señal inequívoca del siglo XX y XXI).

El grabado de 1844




La foto de Eli desde el lado contrario.
De todas formas, la plaza es simétrica.

Der Deutsche Donauradweg: Etapa 8


27/08/2010

Noche lluviosa. La bicis, mal aisladas del temporal, están mojadas y el día aparenta ser desagradable por frío y lluvia. Decidimos visitar con calma la ciudad y coger después el tren a Straubing, el supuesto final de etapa. Hasta Barnabas accede a no pedalear, visto cómo amanecía el día.

Así que nos dedicamos a callejear a gusto por toda la ciudad. Es una ciudad con un casco antiguo declarado Patrimonio de la Humanidad, y de las pocas ciudades alemanas que conservan relativamente intacto el casco viejo medieval (Adolfo y sus irresponsables seguidores tuvieron gran parte de culpa en 1945 al no querer rendirse con todo ya perdido, y los cafres de los aliados tampoco tuvieron mayor moderación con bombardeos que no venían a cuento para nada en maravillas arquitectónicas cuya única culpa era ser alemanas...). Ratisbona para los hispanos, Regensburg para los alemanes, es el lugar de nacimiento de un bastardo famoso, Don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II y coautor de la escabechina de turcos en Lepanto.


Pero seamos menos chauvinistas, que esta ciudad es más conocida mundialmente por ser la sede de la Dieta, el centro de poder del estado medieval que incluía gran parte del mundo germánico y quebradero de cabeza de los estados italianos y del propio Papa: Aquí era el centro de poder del Sacro Imperio Romano-Germánico. Y conserva aún un Reichstag donde se ve la pompa del poder. La catedral (Dom) gótica es dignísima de ver. La schottenkirche, una construcción románica muy antigua, oscura, con unas arcadas llenas de esculturas absolutamente inéditas para mí (y mira que he visto muchas). Pero sobretodo destaca el puente de piedra, una construcción que en nada desmerece el famoso puente de Carlos de Praga salvo por la ausencia de esculturas a lado y lado flanqueando el paso del río. Eli disfrutó enormemente en esta ciudad haciendo fotos, tanto la noche anterior como el día siguiente. Pasear por esas maravillas a uno lo retrotraen al medievo más absoluto, salvo porque se tiene que regresar al presente en cada establecimiento, en cada tienda y en cada peatón con indiscutibles aspectos de la edad contemporánea. Debo decir de todas formas que el caos callejero propio de la Edad Media es aquí algo básicamente arquitectónico, pues está todo absolutamente ordenado y previsto por el conocido celo alemán. Incluso en recodos donde los peatones han de convivir por obligado defecto de espacio con el tráfico, hallamos un respeto increíble de los conductores hacia el ciclista o el peatón que jamás encontraré en mis tierras meridionales. En más de una ocasión, un autobús urbano, eléctrico y silencioso, esperó a paso lento a nuestras espaldas a que nos percatásemos de su presencia sin estridencia ninguna, reniegos ni claxon pidiendo paso. Incluso con una sonrisa cómplice del conductor cuando al fin nos dábamos cuenta de su presencia y nos apartábamos para permitirle el paso. Gente civilizada, estos bárbaros del Norte...



Para comer nos dirigimos sin prisas al Hofbrau nuevamente. Vale, es una turistada, pero se come barato y abundante. En el hotel, al recoger el equipaje y la bicis nos regalaron 3 almuerzos. No entendimos bien por qué nos lo dieron, pero resultó agradable. El día anterior nos quedamos un tanto desconcertados al ver que los anteriores inquilinos de nuestro cuarto les habían robado las pilas del mando a distancia de la TV, que procedimos a solicitar en recepción. En ese momento lo que dominó el ambiente fueron las considerables risas de la recepcionista. Quizá le hicimos bastante gracia como para regalarnos luego los almuerzos... quizá. O como agradecimiento por no robarles las pilas...

El tren a Straubing no supuso ningún problema y llegamos en escasa media hora. Bueno, sí, alguna dificultad sí hubo: Se ha de pronunciar "Estgggaubing" si quieres que te entiendan, y te vendan el billete. El alemán se pronuncia como se escribe... No sé quién dijo esta estupidez.

Luego nos costó encontrar el local de Información Turística. Dimos vue
ltas y más vueltas a la plaza central del pueblo sin ver el dichoso local en donde se supone debería estar según la guía que llevábamos, hasta que al final lo localicé. Está sólo "aproximadamente" donde señala el mapa, pero está como medio camuflado con aspecto de tienda con ofertas de viajes, así que se nos coló la mayor parte de las veces. Como siempre en esas tierras nos localizan un hotel y allí vamos.

Nos pasamos casi toda la tarde dando un paseo por la ciudad. Hacía curiosamente calor y sol, preludio de más lluvias, pero no había en realidad mucho para ver. A destacar la catedral y la plaza central, con aspecto del inconfundible medioevo alemán y una bonita torre que domina la ciudad desde su punto central. Y un detalle sólo para mí: En la plaza una estatua dedicada a San Tiburcio. Toda la vida burlá
ndome de la fealdad de este nombre y resulta que me lo acabo encontrando en forma de una bonita estatua que corona una bonita fuente en uno de los extremos de la plaza central de Straubing. El otro extremo es para Santiago. En fin, cosas que pasan.


He de decir otra cosa curiosa: A lo largo de los km que íbamos completando por Alemania, tanto en Baden-Wurtemberg como en Baviera, habíamos parado a comprar pan en las pastelerías/panaderías locales. No resulta difícil hacerse entender, y son muy honrados, pero siempre había algo que nos daba una curiosidad terrible: La tolerancia a niveles atmosféricos de la gente hacia las avispas. Era bastante normal que en cada pastelería una o dos avispas estuvieran dándose un festín con los pasteles y pastas expuestos patra el comprador, y sin problemas. En una ocasión quise hacérselo notar a la dependienta, pero no hubo forma de aclararnos. La avispa estaba sencillamente allí, y listos. En Hispania el mismo suceso hubiese motivado histéricos aspavientos, gritos, golpes al azar hacia el pobre himenóptero y el seguro daño de una de las partes hacia la otra, habitualmente con la muerte de la avispa, o con un doloroso picotazo al dueño de la tienda/dependiente de turno. En Alemania, no pasa nada. El dependiente/dueño sirve de forma normal los pedidos, y el insecto se pone hasta las antenas de glucosa. Curioso país. Pero lo de Straubing era excesivo. Al comprarnos un pastelito de postre, caprichosillo que me pongo en los viajes, le pedí al dueño que me quitase el enjambre de avispas si no era mucha molestia. Porque al tratar de contar las avispas que había en la tienda decidí parar cuando superaba las 2 docenas, y ya resultaba complicado descontarse. Algunas de ellas estaban en el pastelito que yo quería, y si a ellos no les molestan los véspidos himenópteros, pues vale, pero yo tengo recuerdos muy dolorosos de encuentros anteriores con ellos y mucho gusto no tenía en tener de nuevos. La cara que me puso la dependienta no sabía si interpretarla en el sentido de "pero qué bobada" o bien como un "a mí ya me han picado 50 veces hoy, así que si quieres pastel sin avispas, te las quitas tú mismo". El caso es que me dió pastel con avispa incluída, pero tuvo la decencia de no cobrarme suplemento por ello. Asumimos ambos que el jodido bicho era un regalo de la tienda y listos. A la avispa la convencí yo luego de largarse del pastel bajo pena de ingestión por mamífero ciclista hambriento. A gorrear glucosa a otro.

Aprovechamos el ratito que hubo sol para dar un agradable paseo a orillas del Danubio. Bellísimo a su paso por esta ciudad. Por la noche cayó una tormenta con aparato eléctrico de 3 pares de tazones. Nos arropamos calentitos en nuestras mantas, con gran regocijo al pensar que no habíamos querido ir a dormir a un camping.



sábado, 16 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: El grabado de Ulm

En realidad no quería inicialmente poner esta comparación, pero visto el resultado con el de Regensburg he cambiado de idea. La foto de Eli no le acaba de convencer a la propia autora, pero en su descargo he de decir que viajaba con la cámara digital y no con su equipo habitual, de tal forma que resulta imposible abarcar toda la torre. Además, hoy día no se puede tomar el ángulo del grabado al ser la plaza actual bastante más pequeña que lo que aparenta en 1844. Dejo que seael lector quien juzgue:


El grabado de 1844.




La foto de Eli en 2010.

Der Deutsche Donauradweg: El grabado de Regensburg

Sigo con mi tradición de poner las fotos de Eli junto a los grabados. Habitualmente tratamos de lograr alguna equivalencia, pero en Regensburg no fue posible por cuanto no se podía transitar por la orilla adecuada para buscar el ángulo correcto. Nos contentamos con hacer una bonita foto.


El grabado de 1844



La foto de Eli.
Nos conformamos con hacer la foto desde el extremo del puente.

viernes, 15 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: Etapa 7

26/08/2010

Partimos de Neustadt tras una excelente noche de sueño y descanso. Las camas tenían colchones de lana, y eso es para mí de una comodidad sin posibilidad de igualarse por cualquier tejido sintético. Incluso los edredones raros esos que nos dan en cada hotel devienen en cómodos. Eso sí, calentitos lo son un rato. Como nos habíamos sentido muy bien acogidos en el hotel, al acabar otro de esos gigantescos desayunos que tan mal le sientan a mi oronda figura, ayudamos a los abuelos que nos servían a recoger la mesa. La verdad es que no nos costaba nada, y por echar una mano a unos ancianos nunca se nos han caído los anillos. Este gesto, de pura cortesía, parece que les sentó fenomenal, y al ir a recoger nuestras bicis uno de los abuelos se dirigió a nosotros, por señas, por supuesto, para regalarnos un mapa de las rutas ciclistas de Baviera. La amabilidad a veces tiene su recompensa.

Hoy el tiempo nos deparaba unas pocas nubecillas, y un solazo de justicia. Tórrido es poco, que a medida que transcurría el día íbamos parando para quitarnos la ropa de abrigo, y yo además para cubrirme con gorra y braga todo lo que pude, no fuera a insolarme. Esto me daba un aspecto algo particular, como de asaltabancos del oeste, y provocó que cada ciclista o nativo con el que nos cruzásemos me dedicase unas nada disimuladas miradas. Pero honestamente, me la trae al fresco, que ya se sabe: "Ándeme yo caliente... (en este caso a cubierto del sol), y..."




El camino transcurre a medias entre campos de cultivo y la orilla del Danubio, pero es algo irregular. Al menos no nos depara las enormes cuestas que pasamos los días anteriores. De cuando en cuando había campos de cañas para plantas enredaderas, que no supimos identificar, que al menos daban algo de frescor y sombra, pero para cuando llevábamos unas horitas pedaleando la verdad es que estábamos tostados en su punto, excepto Barnabas, que parece que tiene la piel ignífuga (o poco torrefactable). Pues eso, como andaba bien de fuerzas decidió fliparse otra vez. Y otra vez se volvió a perder. Al final le compraremos un cencerro, a ver si así le localizamos sin problemas cada vez que le de por picarse con otro ciclista.

Pronto llegamos a las inmediaciones de la abadía de Weltemburg (Kloster Weltemburg). Es una abadía antigua, aunque como todas las de aquí han sufrido los estragos del estilo Habsbúrguico y ha sido remodelada en la época dorada del barroco. No es tan malo después de todo, pues son construcciones sencillas, un poco al estilo de Melk. Yo es que soy un amante del románico y no puedo evitar lamentar la pérdida de la construcción original, pero es lo que hay. Además la gente del lugar le tiene especial devoción a esta abadía en concreto, y la visita es de la que merece la pena un rato si a uno le gustan estas cosas. La idea era una visita y coger el barvo que lleva a Kelheim, unos km más allá, pues aparte de contentar a Eli con un "crucero" por el Danubio, nos ahorramos unos km de especial dureza por las cuestas. La abadía se encuentra en un cerro, como es lógico para las épocas en que se construyó, y se tiene que pasar por narices ese cerro para continuar el camino. La unanimidad democrática concluyó por aceptar el barquito.


Antes de llegar una pareja de ciclistas estuvo a punto de tirarnos al río. Para ser exactos del todo, a punto estuvieron de echarme al río, pues se cruzaron en mi trayecto pedaleando a toda pastilla para adelantarnos, sólo que yo iba primero y no les ví hasta que se me cruzaron por delante. Los frenos de mi bici impidieron la barbarie, pero quedé un poco "disgustado" con ellos. La razón de tal tropelía era que vieron un embarcadero antes de llegar a la abadía y pensaron que desde allí salía el barco. Y que había que hacer cola. Por eso las prisas y una considerable falta de educación. Lo que no sabían los muy chorras es que ese embarcadeero es el de los monjes de la abadía, y que el barco salía desde detrás de la curva según se llegaba, así que corrían para nada y me molestaban inútilmente (nosotros es que llevamos una buena guía y ya sabíamos eso). Vista la impresentabilidad de ambos cretinos, pasamos de largo por el embarcadeero y allí los dejamos, para que aprendan modales en la espera inutil de un barco que ni siquiera iban a ver desde allí. Nosotros pronto encontramos las taquillas para pagar el pasaje. Ni caro ni barato, 20euros para 3 pasajes con 3 bicis. Acabada la compra, vemos a la parejita susodicha con una bandera americana (EEUU) en sus alforjas (en la que no me había fijado cuando casi me tiran al Danubio) que llegan a la puerta de la abadía y se paran a preguntarme en ese inglés pronunciado con voz de pito que suelen usar: "¿Dónde está la abadía?"

Es verdad que andaba algo disgustadillo por el frenazo que me habían hecho dar los fitipaldis esos, pero el alma de payaso no pudo resistirse, así que giré la cabeza mirando la inmensa mole del edificio abacial, la iglesia y el recinto, les vuelvo a mirar a ellos y les digo sólo unas estoicas palabras miestras señalo con el pulgar hacia atrás: " Es esto". La expresión facial además expresaba un "pero tú eres imbécil o qué?", pero me quedé satisfecho con tal ruin venganza y les dejé ahí plantados. Eli creo se entretuvo en explicarles cuatro cosillas sobre el barco y los pasajes, pero yo ya había cubierto mi cuota anual de perder el tiempo hablando con idiotas y aparqué la bici para visitar la abadía.


No estaba mal del todo, pero desde Melk que estas construcciones barrocas me dejan de impresionar, así que nos pusimos en la cola para coger el barco. Tiene la abadía mejores vistas que edificios. Creo que de alguna forma ofendí a la diosa Fortuna, no sé en qué, pero ese día me castigó nuevamente con la pareya yanky y me los puso justo detrás en la cola. Pero qué habría hecho yo para merecer esto, con lo devoto que soy de la diosa? Suerte que se apiadó pronto de mí y me envió un ángel salvador en forma de pareja alemana de ciclistas, que se pusieron justo detrás de los gringos. A partir de ahí les tocó a los ángeles salvadores hacerse cargo de los cretinos yankis, aguantando una demostración de fanfarronería sin precedentes en la cual para presumir de músculos, el gringo se dedicó a tocar la pierna del alemán, y las mochilas de Barnabas, que le dedicó tal mirada al gringo que se abstuvo de tocar más los cojones de un hispano. Pero vaya par de tocapeloten.

Una vez en el barco, les perdimos de vista. Disfrutamos del trayecto, que no es muy largo pero permite degustar de un crucerillo barato por el río hasta llegar a Kelheim.


La ciudad, a excepción del edificio que la domina desde lo alto, no parecía tener much
o interés, así que seguimos camino.


Para mi placer, seguía justo al lado del río. Para mi disgusto, la parejita tocapeloten, añadida a los pobres alemanes, decidió de acuerdo único de su jeta acompañarnos en ese trozo del camino. No era por el calor, pero mi cabeza estaba echando humo. Me consolé pensando que podía devolverles la "gentileza" del frenazo en algún momento, pero la verdad es queme estaba poniendo de mal humor. Barnabas se dedicó a bajarle los humos un rato al tiparraco ese, pues quiso presumir de potencia ciclista y Barnabas, que anda en buena forma, le dejó atrás para pública y general rechifla. Eli se dedicó a consolar a la pareja alemana, que parecían simpáticos, pero en un momento dado quisieron parar en un recodo del camino a darse un baño. Ocasión la pintan calva, a pedalear a saco y les dejamos unos km atrás, que yo con esos no sigo. Y nos fuimos de allí a la francesa. Antes de irnos vemos como los recataditos tocapeloten se metían poco a poco en el río, mietras que el alemán se quitaba toda la ropa y se echaba de golpe al agua enmedio de los escandalizados yankis.

Paramos a comer en la primera sombra que encontramos, en una especia de picnic que había antes de llegar a Bad Abbach. Y cuando el sol cayó un poco, hacia Regensburg. Este tramo se nos hizo de los más duros de todo el viaje. No porque hubiese muchas subidas o irregularidades, sino porque parecía que nunca llegábamos. Para entrar a Regensburg hay que dar una curva enorme siguiendo el río, a través de un parque con pistas de tierra que hacen el pedaleo algo pesado. Además, con viento en contra. Pero lo peor es que ya desde antes de la curva se ve la ciudad, pero las afueras, y uno va pedaleando a través de km y km sin llegar nunca a la ciudad vieja.


Por suerte acabamos la tortura y en información turística nos reservan un hotel la mar de mono sin cobrarnos nada. Dimos una rápida visitilla a la zona y a comer nos fuimos a un típico local bávaro, el HOFBRAU. Cena a base de salchicas, Chou-krut y cerveza, cómo no, pero nos permitimos la turistada.

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