27/08/2010
Noche lluviosa. La bicis, mal aisladas del temporal, están mojadas y el día aparenta ser desagradable por frío y lluvia. Decidimos visitar con calma la ciudad y coger después el tren a Straubing, el supuesto final de etapa. Hasta Barnabas accede a no pedalear, visto cómo amanecía el día.
Así que nos dedicamos a callejear a gusto por toda la ciudad. Es una ciudad con un casco antiguo declarado Patrimonio de la Humanidad, y de las pocas ciudades alemanas que conservan relativamente intacto el casco viejo medieval (Adolfo y sus irresponsables seguidores tuvieron gran parte de culpa en 1945 al no querer rendirse con todo ya perdido, y los cafres de los aliados tampoco tuvieron mayor moderación con bombardeos que no venían a cuento para nada en maravillas arquitectónicas cuya única culpa era ser alemanas...). Ratisbona para los hispanos, Regensburg para los alemanes, es el lugar de nacimiento de un bastardo famoso, Don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II y coautor de la escabechina de turcos en Lepanto.
Pero seamos menos chauvinistas, que esta ciudad es más conocida mundialmente por ser la sede de la Dieta, el centro de poder del estado medieval que incluía gran parte del mundo germánico y quebradero de cabeza de los estados italianos y del propio Papa: Aquí era el centro de poder del Sacro Imperio Romano-Germánico. Y conserva aún un Reichstag donde se ve la pompa del poder. La catedral (Dom) gótica es dignísima de ver. La schottenkirche, una construcción románica muy antigua, oscura, con unas arcadas llenas de esculturas absolutamente inéditas para mí (y mira que he visto muchas). Pero sobretodo destaca el puente de piedra, una construcción que en nada desmerece el famoso puente de Carlos de Praga salvo por la ausencia de esculturas a lado y lado flanqueando el paso del río. Eli disfrutó enormemente en esta ciudad haciendo fotos, tanto la noche anterior como el día siguiente. Pasear por esas maravillas a uno lo retrotraen al medievo más absoluto, salvo porque se tiene que regresar al presente en cada establecimiento, en cada tienda y en cada peatón con indiscutibles aspectos de la edad contemporánea. Debo decir de todas formas que el caos callejero propio de la Edad Media es aquí algo básicamente arquitectónico, pues está todo absolutamente ordenado y previsto por el conocido celo alemán. Incluso en recodos donde los peatones han de convivir por obligado defecto de espacio con el tráfico, hallamos un respeto increíble de los conductores hacia el ciclista o el peatón que jamás encontraré en mis tierras meridionales. En más de una ocasión, un autobús urbano, eléctrico y silencioso, esperó a paso lento a nuestras espaldas a que nos percatásemos de su presencia sin estridencia ninguna, reniegos ni claxon pidiendo paso. Incluso con una sonrisa cómplice del conductor cuando al fin nos dábamos cuenta de su presencia y nos apartábamos para permitirle el paso. Gente civilizada, estos bárbaros del Norte...
Para comer nos dirigimos sin prisas al Hofbrau nuevamente. Vale, es una turistada, pero se come barato y abundante. En el hotel, al recoger el equipaje y la bicis nos regalaron 3 almuerzos. No entendimos bien por qué nos lo dieron, pero resultó agradable. El día anterior nos quedamos un tanto desconcertados al ver que los anteriores inquilinos de nuestro cuarto les habían robado las pilas del mando a distancia de la TV, que procedimos a solicitar en recepción. En ese momento lo que dominó el ambiente fueron las considerables risas de la recepcionista. Quizá le hicimos bastante gracia como para regalarnos luego los almuerzos... quizá. O como agradecimiento por no robarles las pilas...
El tren a Straubing no supuso ningún problema y llegamos en escasa media hora. Bueno, sí, alguna dificultad sí hubo: Se ha de pronunciar "Estgggaubing" si quieres que te entiendan, y te vendan el billete. El alemán se pronuncia como se escribe... No sé quién dijo esta estupidez.
Luego nos costó encontrar el local de Información Turística. Dimos vueltas y más vueltas a la plaza central del pueblo sin ver el dichoso local en donde se supone debería estar según la guía que llevábamos, hasta que al final lo localicé. Está sólo "aproximadamente" donde señala el mapa, pero está como medio camuflado con aspecto de tienda con ofertas de viajes, así que se nos coló la mayor parte de las veces. Como siempre en esas tierras nos localizan un hotel y allí vamos.
Nos pasamos casi toda la tarde dando un paseo por la ciudad. Hacía curiosamente calor y sol, preludio de más lluvias, pero no había en realidad mucho para ver. A destacar la catedral y la plaza central, con aspecto del inconfundible medioevo alemán y una bonita torre que domina la ciudad desde su punto central. Y un detalle sólo para mí: En la plaza una estatua dedicada a San Tiburcio. Toda la vida burlándome de la fealdad de este nombre y resulta que me lo acabo encontrando en forma de una bonita estatua que corona una bonita fuente en uno de los extremos de la plaza central de Straubing. El otro extremo es para Santiago. En fin, cosas que pasan.
He de decir otra cosa curiosa: A lo largo de los km que íbamos completando por Alemania, tanto en Baden-Wurtemberg como en Baviera, habíamos parado a comprar pan en las pastelerías/panaderías locales. No resulta difícil hacerse entender, y son muy honrados, pero siempre había algo que nos daba una curiosidad terrible: La tolerancia a niveles atmosféricos de la gente hacia las avispas. Era bastante normal que en cada pastelería una o dos avispas estuvieran dándose un festín con los pasteles y pastas expuestos patra el comprador, y sin problemas. En una ocasión quise hacérselo notar a la dependienta, pero no hubo forma de aclararnos. La avispa estaba sencillamente allí, y listos. En Hispania el mismo suceso hubiese motivado histéricos aspavientos, gritos, golpes al azar hacia el pobre himenóptero y el seguro daño de una de las partes hacia la otra, habitualmente con la muerte de la avispa, o con un doloroso picotazo al dueño de la tienda/dependiente de turno. En Alemania, no pasa nada. El dependiente/dueño sirve de forma normal los pedidos, y el insecto se pone hasta las antenas de glucosa. Curioso país. Pero lo de Straubing era excesivo. Al comprarnos un pastelito de postre, caprichosillo que me pongo en los viajes, le pedí al dueño que me quitase el enjambre de avispas si no era mucha molestia. Porque al tratar de contar las avispas que había en la tienda decidí parar cuando superaba las 2 docenas, y ya resultaba complicado descontarse. Algunas de ellas estaban en el pastelito que yo quería, y si a ellos no les molestan los véspidos himenópteros, pues vale, pero yo tengo recuerdos muy dolorosos de encuentros anteriores con ellos y mucho gusto no tenía en tener de nuevos. La cara que me puso la dependienta no sabía si interpretarla en el sentido de "pero qué bobada" o bien como un "a mí ya me han picado 50 veces hoy, así que si quieres pastel sin avispas, te las quitas tú mismo". El caso es que me dió pastel con avispa incluída, pero tuvo la decencia de no cobrarme suplemento por ello. Asumimos ambos que el jodido bicho era un regalo de la tienda y listos. A la avispa la convencí yo luego de largarse del pastel bajo pena de ingestión por mamífero ciclista hambriento. A gorrear glucosa a otro.
Aprovechamos el ratito que hubo sol para dar un agradable paseo a orillas del Danubio. Bellísimo a su paso por esta ciudad. Por la noche cayó una tormenta con aparato eléctrico de 3 pares de tazones. Nos arropamos calentitos en nuestras mantas, con gran regocijo al pensar que no habíamos querido ir a dormir a un camping.
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