martes, 12 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: Etapa 3


22/0872010

Nuevamente un desayuno bestial. En estos hoteles de los pueblos alemanes el desayunar consiste en básicamente "aquí le dejo embutido, mantequilla, mermelada y pan como para dar de comer a un regimiento; sírvase usted mismo y si quiere zampe hasta reventar". Y claro, ante tal invitación, uno que es débil y cede facilmente ante la tentación... Pues eso. Ya mejor de mi fiebre (me recupero casi como Lobezno) nos dispusimos a pedalear cuanto fuera posible sin desfondarnos mucho. Hoy el día se presenta tórrido pero la fortuna dispone que ya hemos abandonado la peor zona de rampas arriba y abajo en constante devenir, así que podemos llanear a buen ritmo y sin problemas. Eso sí, esa parte del viaje es llana pero no exenta de cuestas. De hecho, hay un par de rampas con 20% que nada tienen que envidiar a mauthausen. En ellas Barnabas sigue con su tradición del molinete, pero yo debo ser honesto: Levantado con mis casi 90 kilos encima del pedal, haciendo fuerza como para reventar una damajuana, la bici se clavó. No pude dar pedales ni con el molinete. Por suerte la mayor parte es llano.


Dejo una foto de nuestra parada de descanso. Los paisajes no eran tan espectaculares, pero no desmerecían lo más mínimo. Aquí nos pusimos a la sombra de unos árboles con la abadía al fondo. Idílico. Y la comida habitual de cada viaje: Legumbre con tomate y atún. La siesta posterior valía un imperio.



Uno de los problemas habituales con los que los hispanos nos topamos en los viajes por esas tierras es que desconocemos el alcance de la cabezonería alemana. si es fiesta, es fiesta. Así que no trabaja nadie, y eso quiere decir NADIE. Tras la siestecita nos quisimos tomar unas cocacolillas bien heladas, pero la búsqueda de un bar resultó casi imposible. De hecho, maticemos, encontrar un alma enmedio de un pueblo grande como es Munderkingen fue una epopeya. Por suerte dimos con una heladería italiana, que sí estaba abierta. El chico, un griego casado con una italiana, nos explicó que de los 5000 personas de ese pueblo se había marchado el 90% y que literalmente estaba "morto". Medio litro de cocacola después reemprendimos la marcha. De momento el idioma más útil en tierras alemanas estaba siendo el italiano... Cosas más raras pasan.


Hacia el final de la tarde llegamos a Ehingen. El día había resultado duro después de todo, pero ahora tocaba buscar alojamiento. Los primeros intentos derivaron en un considerable jarro de agua fría, pues el más barato nos pedía 50 euros por cabeza, y claro, no era cuestión de arruinarse asíde buenas a primeras. Eli y yo nos separamos en búsqueda de alguna cosa, pero en esta ocasión fue Barnabas quien encontró hotel. Bueno, en realidad el hotel le encontró a él. Resulta que Eli y yo habíamos ido en busca de algo y Barnabas se quedó vigilando las bicis en la plaza del pueblo. Quiso la suerte que en aquel momento pasase por allí el dueño del hotel Sonne y se le ocurriese que ese guiri con las bicis podría necesitar alojamiento. Claro que el pobre no entendió un rábano de lo que decía, pero tuvo la perspicacia de lograr que se esperase allí con él hasta que yo llegué y me entendí con él en mi precario alemán. El hotel no estaba mal, y el precio era razonable, así que aceptamos. Cuando acabamos de instalarnos dimos una vuelta para ver el pueblo,que tampoco estaba nada mal. Son bonitos esos pueblos alemanes con sus balcones llenos de flores y sus casitas con tejado triangular. Nos hicimos entender en un local de kebabs y a dormir.

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