lunes, 11 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: Primera etapa

20/08/2010
Bien, aquí es cuando llegamos a Strasbourg. Salir del vagón no resultó sencillo: Por la noche, mientras incubaba un buen gripazo cortesía de Barnabas, algún desconsiderado pasajero se había dedicado a curiosear la bici de este sacándole la cadena y otro había empotrado su silla de ruedas entre el espacio que había entre la bici de Eli y la pared. Perdón, debo matizar, entre el espacio que NO había entre su bici y la pared. Así que los primeros minutos fueron para comprobar daños, que por fortuna no había.


Salir de la Gare fue facil. Mientras que Eli y Barnabas divagaban sobre el sexo de los ángeles, yo busqué la puerta y por la primera calle se pedalea todo recto en perpendicular. Se llega al pont Kuss en escasos 3 minutos y a la rue 22 du Novembre, justo delante de la iglesia de Sant Pierre le Vieux. Hale, pues ya estábamos en la ciudad vieja de Strasbourg. Lo que hay que visitar, vamos. Claro que antes de comenzar había que desayunar alguna cosa, y nos paramos en un caserón antiguo donde Eli, que sabe francés, nos pidió 2 desayunos para 3 personas. Creedme, por precio era lo que convenía, además de que por abundancia había suficiente para los 3 sin problemas.

Strasbourg significa algo así como ciudad-calle, o ciudad-carretera. Es la capital de Alsacia, tierra alemana bajo dominación francesa desde que a un cura le dió por poner las fronteras de Francia en el Rhin. El cura era Richelieu, y da cuenta de que eclesiástico con poder, es mala cosa. Desde entonces alemanes y franceses, que necesitan ya de por sí pocas excusas para liarse a tortazos, han guerreado aquí desde hace 300 años. Sólo en el último siglo esta ciudad ha cambiado de nacionalidad 3 veces, y eso no contando invasiones o guerras. Hay gente aún que nació francesa, pasó a ser alemana, volvió a ser francesa y alemana, y se han quedado al final como franceses. pero hablando alemán o alsaciano. Al menos, tanto vaivén ha dado lugar a una ciudad única, mezcla de lo francés y lo alemán. Lo más destacable es su catedral, tan embutida en la ciudad que pese a una aguja altísima se nos aparece al girar una calle de forma tan abrupta que te congela el aliento. Casi has de llegar a ella para poderla ver. Pero no se acaba aquí: La "Petite France" es una zona de casas enclavadas en el río-canal absolutamente maravillosa. Algo definida ya para guiris, pero aún con las casas originales que se han salvado de tanta guerra.

Cuando acabamos de ver cosas, pedaleamos hasta Kehl. No es en absoluto necesario, pues el sistema ferroviario francés y el alemán aquí no establecen diferencias, pero mira, nos apetecía pasar pedaleando la frontera. No explico la ruta porque creo que escogimos la mala. Pedaleamos unos 5 km rodeados de autopistas y zonas industriales bastante feas, para pasar por el Grand Pont y luego por el Europa-Brücke, y llegar todo recto hasta la Hauptbahnhof de Kehl. Como teníamos que esperar una hora larga, nos peleamos con el alemán hablado y comimos unas fritangas. Luego sí nos discutimos con un perriflauta alemán muy maleducado y borracho que quiso darnos lecciones de urbanidad en su idioma, pero con enviarle a la mierda fue suficiente.

Este incidente fue trivial, pero nos puso en la antesala de otras muestras de educación mal adquirida por parte de los indígenas, que no respetaban demasiado nuestras dificultades para entrar en el andén y en el tren con la carga que llevábamos. Particularmente a destacar una mujer con 3 críos que no pudo hacerlo peor: Nos interrumpió el subir a base de atropellarnos al entrar al tren, se puso en los lugares para las bicis para tumbar a sus críos allí (por ver si se dormían, je, pobre ilusa) y no dejándonos maniobrar al tratar de bajar en Offenburg, en donde teníamos que coger el tren hacia Donaueschingen. La mala pata nos persiguió bastante con maleducados por toda Alemania desde este día, y mira que por regla general son majos los alemanes, pero los encontramos especialmente entre los inmigrantes. Y así cualquiera les convence de que en realidad los inmigrantes no son mala gente, pero las malas formas entre gente tan formal destacan demasiado.

Bueno, tras casi 2 horitas llegamos por fin a Donaueschingen. Allí nos topamos, o más bien nos buscó, un valenciano que había hecho el recorrido ida y vuelta desde Donaueschingen hasta Budapest. Nos acompañó a la Donauquelle (la Fuente del Danubio) porque aún no la había visto. Esta fuente es bonita y oficialmente el Danubio, nuestro querido Danubio, comienza aquí. El Maestro Magris sugiere algunas otras posibilidades, con la disputa entre Donaueschingen y Furtwangen por poseer las fuentes del Danubio, pero por razones de pragmatismo decidimos comenzar desde aquí, con el recuerdo aún de Schlögen, Melk, Wien, y sus aguas preciosas río abajo aún en mente. Fue bonito hacer la foto del agua que nos había de acompañar durante este viaje.

Y aquí comenzó el viaje de verdad. Pedalear entre los preciosos paisajes de la Selva Negra (Schwartzwald) con la alegría del inicio del viaje y las piernas aún frescas y con ganas de moverse tras casi 24 horas de tren en tren. El valenciano nos acompañó unos kms, pues debía ir a un pueblo de las inmediaciones donde había dejado el coche un mes atrás. Nos contó auténticas barrabasadas que había hecho durante su viaje, pero no como anécdotas sino como consejos que ni en broma pensaba tener en cuenta. Entre otras lindeces, nos suelta que abandonó la tienda, regaló la guía de caminos, que se perdió cientos de veces en un camino absolutamente señalizado y mil otras burradas, entre ellas la de dejar su coche medio abandonado en un camping con promesa de recogerlo en unos días. Puestos a poner apodos, este se ganó el de "Pelmazen", ya que no callaba ni bajo el agua y no paraba de hacerse el interesante con Eli a ver si pillaba algo. Pobre. No sabe que Eli a estas alturas caza a los impresentables desde antes de que abran la boca, así que todo su esfuerzo fue en vano. Cuando el pobre se percató (lo suyo le costó por cierto), pedaleó en busca de su coche y tanta paz llevó como descanso nos dejó.

A nosotros, entretanto, se nos hacía de noche, y no pudimos ver el hundimiento del Danubio en Immedigen. Me supo mal pasar de largo, pero no llevar prisa no implica no tener donde caerse muerto en país de idioma raro. No completamos la etapa como queríamos y teníamos planeado. Al llegar a Nendingen hicimos alto y localizamos unas zimmer bastante baratitas. La gente del pueblo estaba de muy buen humor, celebrando una fiestecita, la Rosenfest, y la cerveza y las salchichas corrían por doquier. A nosotros nos gusta más la paz y la tranquilidad, estados más reposados del alma, así que dimos unas vueltas por ahí a ver qué podíamos encontrar para cenar. Hay que tener en cuenta demás que esta gente centroeuropea cena a horas imposibles para un hispano, así que tampoco te puedes dormir en los laureles. Paramos en una especie de tasca local donde había algunos nativos. El dueño del local resultó un tipo de lo más agradable, si bien desde el principio no hubo forma de entendernos: Ni él hablaba ninguna lengua latina, ni inglés. Y entendernos con el precario alemán que yo hablo... Bueno, que por signos, caramba, por signos acabamos pidiendo la cena. Y ahí creímos que la habíamos cagado, pues la idea era comer algo consistente pero baratito, y vemos que el hombre no para de traer platos, y platos, y más platos... Que no pudimos acabar de cenar. Que ni a mí me era posible comer ni un gramo más de nada.

Y aquí es donde nos acojonamos. Porque todo eso que comimos, TODO ESO, tenía que costar como poco 30 euros por barba. Y como Eli no tiene barba, Barnabas y yo nos temíamos unos 45 euros por respectivas barbas. Pues no. Para nuestra sorpresa nos habíamos puesto hasta el culo de comidas típicas de Baden-Wurtemberg por escasos 10 euros por cabeza. Como Eli sí tiene cabeza, pues los pagó, claro... Encantados con el tipo ese que quedamos, oye. Dos besos que le habría dado, y que no le dí no fuera a pensarse que éramos unos julandrones, pero si alguna vez quiere montar un local en Barcino me tiene a mí como cliente fijo.

Nada más que reseñar ese día. Un par de coscorrones a Barnabás para que tuviera hecha y lista la maleta a la hora acordada, y a dormir.

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