jueves, 14 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: Etapa 6


25/08/2010

Tras el descanso anterior, al menos para Eli y para mí, el día apuntaba mucho mejor y el cuerpo reposado permitía iniciar la nueva etapa con mayor optimismo. Del desayuno no digo nada, brutal, como siempre. La única pega que le encontramos a estos lugares es que no nos permiten pagar con tarjeta, lo cual hace mermar nuestras reservas de efectivo. Y sacar dinero de un cajero, la opción lógica en estos casos, conlleva una comisión que a veces ronda los 12 euros, y no está la vida para estos dispendios absurdos. Además, un cierto componente racista también tiene la tontería esta, ya que al tratar de pagar con tarjeta en el hotel recibí como respuesta un sonoro "Nein", que en alemán suena algo así como "y una p... mierda vas a pagarme a mí con un trocito de plástico, saca la pasta nene o te envío a Mauthausen con los de tu calaña". Podréis pensar que exagero, pero nunca habéis visto a una teutona que me dobla en peso gritarme desde el otro lado de la barra ese "nein" para casi sin coger aliento aceptar una tarjeta de crédito a una pareja de sonrosados alemanes. Su plástico debe de ser de mejor calidad que el mío, supongo. Mis pegas al respecto se basan en un refrán bien castellano que dice que "o jugamos todos, o se pincha la pelota" (hay versiones menos inocentes, como se prefiera, pero creo que se entiende). En fin, que tocó pagar a tocateja. Capullen...

Bueno, pues concluido el trámite compramos unos bocatas de carne en una especie de supermercado baratito que había delante del hotel y bajamos la calle en busca del camino. Durante unos cientos de metros el camino del Danubio y la Vía Claudia-Augusta coinciden, pero pronto una discurre hacia el sur y nuestra ruta comienza un rompepiernas por entre varios pueblos de la zona. El paisaje resulta bonito, acompañando a un danubio grisáceo que transcurre placido y lento, cada vez más ancho. Las bajadas dominan más que las subidas, si bien por lo general se alternan. Conviene estar un poco atento a las señales, sobretodo porque las bajadas nos permiten coger una velocidad interesante y si no se está lo bastante al tanto, en un cruce se puede perder la ruta con no demasiada dificultad. De hecho, Barnabas y yo bajamos raudo y veloz por las cuestas sin problemas, pero Eli tomó por una pista equivocada y tuvo luego que subir una cuestecita de buena pendiente. Y claro, se cabreó un poco. Con nosotros dos. Lo lógico en estas situaciones, claro. Si alguien se pierde porque no ha leído con atención unos carteles que nosotros sí leímos, es normal enfadarse con nosotros por no habernos perdido con ella. Que es lo que deberíamos haber hecho, cacho desconsiderados que somos... Para evitar que nos moliese la cabeza a collejas nos pusimos a pedalear con todo lo que las piernas nos permitían, y proseguimos con el rompepiernas hasta llegar a Neuburg.


Por las lecturas previas al viaje y los grabados antiguos y las fotos de otros blogs, esperábamos un pueblo de fantasía y el palacio ducal como para quitarnos el hipo. Pero no. La verdad es que nos encontramos con un recinto cerrado, el palacio ducal, que es bastante original con unos esgrafiados y paredes con motivos de la historia local, e incluso una falsa cueva dentro de las arcadas. Pero pese a lo bonito, nada como la espectacularidad de las fotos. Visitamos la terraza sobre el Danubio, donde decidimos comernos nuestros bocadillos, y poco más. El pueblo de Neuburg, dentro también de un recinto amurallado o de sus restos, resulta más atractivo para una visita tranquila. Sus calles destilan un aspecto medieval pero no dejan de parecerse a los dibujos que de niño hacía yo con casas adosadas de tejados triangulaes, todas con balcones floreados. Parece una estampa de los lugares idílicos de las películas, casi como un pueblo de juguete.

Tras una buena coca-cola de medio litro, nos vamos. Como estaba de buen humor, decidí hacer un poco el payaso y le pedí a la camarera "drei coca-colen, gross", sólo por hacer el tonto. No me pillaron la broma, ya que sin decir absolutamente nada la camarera me trae las 3 cocacolas, grandes como las había pedido. Las risotadas de Eli y Barnabas las debieron oir desde Jamaica pues yo sí que puse cara de burlador burlado. No sé, quizá es que sí que se dice "Cocacol-EN". Para paliar mi fracaso, le pedí un pastel como postre. Al menos me satisfacía la gula.

Antes de irnos del pueblo, nos hicimos la preceptiva foto desde el Danubio, con el castillo al fondo. La foto es desde luego preciosa.


El camino a partir de aquí es una recta contínua al lado de una carretera durante casi 7 km, pero entonces se llega a la otra atracción de la zona: El palacio de caza Grünau. Hicimos un alto, más que nada por descansar, pero nos picó la curiosidad y nos dirigimos a la puerta del palacio. Está medio visitable, pues en parte es un museo, sin nada expuesto allí salvo el propio Danubio, con fotos y explicaciones sobre el río. Y gratis. Bueno, puedes dejar la voluntad, pero siempre digo que mi voluntad es muy pequeña y monetariamente nula. Pero el lugar nos encantó. Además conversamos un poco con el guarda del museo, un señor muy educado que en un correctísimo inglés nos deseó un buen viaje. Dejo la foto y su página web por si alguien se interesa:




El resto del camino hasta Ingolstadt no tiene demasiado interés. Nos desviamos del río durante un buen trecho, y cuando lo recuperamos es casi para cruzar el puente y visitar Ingolstadt. Es un sitio digno de ver, pues para amantes de conspiranoias resulta curioso ver el lugar de nacimiento de los Illumitati. O para amantes de la literatura, es el lugar donde se supone fue creado el pobre Frankenstein. O si se quiere presumir de forma más seria, es el lugar donde vivió la escritora Marie-Luise Fleisser. Asociado al apellido de esta escritora se pone siempre el "de Ingolstadt", como si fuera algo inherente a ella el ser de esta ciudad. Otros más prosaicos hablarán de la industria automovilística de la ciudad, pero a mí ni me gustan los coches ni me interesa lo más mínimo el tema, así que el que quiera que mire la Wikipedia esa de los cojones. Pero el caso es que llegamos que eran casi las 17:00 horas, y en información turística tuvieron a bien avisarnos que casi todo lo visitable estaba a punto de cerrar. Bueno, pues nos conformamos con ver los exteriores y la catedral, que por suerte cierra más tarde. Es otra ciudad alemana del estilo de las que íbamos viendo hasta ahora, pero más ajetreada. Más llena de vida, dirían otros, pero tras la paz del alma que sigue el curso del gran río no estaba demasiado por la labor de ver tanto movimiento y optamos por no buscar allí alojamiento sino seguir camino hasta Neustadt. Y haciendo trampa, pues con el ferrocarril está a escasos 20 minutos. Nota: Evitar hablar de los coches es imposible, y si no que Barnabas ponga la foto que le hizo a un convoy larguísimo de vagones repeletos de coches que salía casi a la misma hora que nuestro tren.


Neustadt es todo lo contrario de Ingolstadt. Pequeño, para los parámetros de allá, con pocas cosas para visitar y una calle principal donde se distribuyen los hoteles del pueblo en escasos 100 metros. El que más nos convenció fue la Gasthof AMTMANN. Un hotel antiguo y baratito, con habitaciones de mobiliario antiguo (pero en perfecto estado) y regentado por una familia que no parecían alemanes por lo agradables que eran. De hecho, nos convenció tanto que nos quedamos a cenar en el propio hotel. Barnabas continuó con su tradición de wiener Schnitzel para cenar. Los cerdos de Alemania, cuando le huelen, tiemblan de miedo...

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