martes, 12 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: Etapa 2


21/08/2010

Sorprendentemente, Barnabas tenía listo el equipaje a la hora convenida. Hizo trampa, claro, pues se levantó una hora antes que nosotros para conseguirlo, pero cuando lo hace bien se le ha de recompensar. El desayuno fue pantagruélico. Como era festivo para los indígenas, y sólo nosotros nos levantábamos a una hora intempestiva, el salón comedor estaba preparado para nuestro exclusivo disfrute. Unos abuelos encantadores, imagino que los padres de los dueños, nos sirvieron el desayuno a base de todo lo que nos apeteciera, incluyendo una mermelada casera que la señora nos dijo había preparado ella misma. Deliciosa. Cuando terminamos recogimos nuestras bicis y a pedalear se ha dicho.

Si alguna vez alguien demuestra abriendo la boca su profundo desconocimiento del mundo y os dice que una ruta fluvial no tiene mérito, ya que es plana, podéis dirigirle a este blog. Porque desde aquí certifico su cretinez. El trayecto que discurre entre Mülheim an der Donau y Sigmaringen, pasando por Beuron, es el rompepiernas más abyecto con el que me he topado, y toda mi vida pedaleé por Castilla, que de rompepiernas anda llena. Por fortuna no hacía demasiado sol, pero era un constante subir cuestecitas, cuestas y cuestones, y bajar a veces alguna cosa para descansar un poco. Hablo por mí: Acabé destrozado. Además, la cortesía de Barnabás me costó una gripe de campeonato y tenía fiebre, por lo que me sentí aún más destrozado.


La ruta por otra parte es de una belleza inigualable y pese a todo valía la pena. Dejo como muestra unas fotos, pero cualquiera con una cámara de pacotilla puede llevarse instantáneas preciosas dignas de enmarcar, con verdes que se pierden hasta el horizonte, de un azul intenso como para cortal la respiración. Son los paisajes del parque natural Obere Donau, por donde la ruta discurre para uso y disfrute de ciclista en una fila interminable.


Con tanta plebe discurriendo por ahí era lógico encontrarse algún impresentable, y en esta ocasión fue en forma de una abuela gorda en bicicleta y ropajes de marca que se nos llegó a atravesar a cuantos pedaleábamos por allí. La anécdota tiene cierta gracia en el sentido de que en medio de una subidita de las que hacen mella en las piernas y te dejan machacado, descubro con horror que la susodicha abuela, con pinta de no haberse movido del sofá en una década, ¡¡¡¡me adelanta en el ascenso!!!! Bueno, a mí y a todos, pues pedalea a un ritmo que se caga la culebra venga para arriba. Claro, el primer pensamiento es el de "pero que mierda de forma física que tengo para que me pase esa, casi mejor abandono aquí que aún me quedan unos átomos de dignidad...". Acto seguido a uno le entran a partes iguales rabia y risa, cuando me fijo que la vieja lleva una bicicleta eléctrica, y que en realidad de pedalear nada, sólo hace un sucedáneo de movimiento de piernas y con eso le basta, aunque creí vislumbrar una especie de mirada despectiva hacia los ciclistas normales que estábamos echando el hígado en la cuesta. Entre ellos, por cierto, el que suponemos era su marido, que sí subía como Dios manda echando las papas. La anécdota no tendría más importancia salvo porque en otra cuesta más adelante, con mis músculos exigiendo una tregua por caridad, la muy infame me vuelve a adelantar. eso de estar quemándote las tripas y que te pasen en una subida es algo que incluso un tipo como yo, con poco orgullo, digiere de forma dificultosa y esta vez el la risa cede paso al cabreo. Pero además, qué leches hace la muy (pógase aquí el adjetivo calificativo que uno más prefiera) en esta cuesta si hace rato, pero rato-rato que me adelantó en la cuesta anterior?. En fin, con cierto mosqueo por parte de los presentes (a esas alturas ya nos conocíamos casi todos en la fila, de esperar y contemplarnos mútuamente en las cuestas...) proseguimos ruta. Y entonces me fijé que la muy (póngase aquí otro calificativo, más malsonante que el anterior si es posible, que el castellano es rico en estas cosas...) iba ahora en dirección contraria, seguida por el pobre florero-marido, y se ponía detrás de nosotros para subir la siguiente cuesta. ¡Pero tendrá mala leche la tiparraca! esto, repetido en 5 cuestas era como para mosquearse, "mecagüen" la vieja-mierden de los cojones.


En fin, tras superar estos impactos morales y abandonar los restos de orgullo que aún me quedaban, opté por bajar de la bici y empujarla como es preceptivo en las cuestas más salvajes, y hala, parada a comer cerca de Sigmaringen. Y unas cocacolas de medio litro, por supuesto, bien heladas. Luego nos acercamos hasta sigmaringen, en la última y peor cuesta más que nada por larga, que no por inclinada. En esta ciudad destaca un bonito castillo, propiedad de la familia Hohenzollern. Uno de los Hohenzollern de este lugar casi nos da un rey a los hispanos, y el castillo tiene más historias y dramas de los que uno puede dar cuenta. Tras la caída de Normandía en la segunda parte de la Gran Guerra, los franceses de Vichy se refugiaron aquí. El propio Celine, como nos recuerda el Maesto Magris, reflexionó su negro pesar entre estos muros.


No visitamos el castillo por mi culpa. Estaba ya con buena fiebre y tuvimos que buscar una farmacia. Mis fiebres pueden traer terroríficas consecuencias. Al ser fin de semana no quedaba más remedio que ir a un pueblo en la ruta que seguimos, pues la farmacia local estaba cerrada e indicaba que allí habría una de guardia. Claro que encontrarla hubiera sido harto dificil, pues ya os podeis imaginar cómo sería preguntar y obtener la dirección en alemán, sin hablarlo. La suerte quiso que le preguntase a unas italianas que había por allí, y hombre, italiano sí hablo y bastante bien, así que no hubo problemas. Bueno, sí, que no traía el carnet de médico y el dependiente temo no me creyó demasiado al tratar de decírselo. Al final me dió lo que necesitaba, si bien cobrándolo a precio de oro. Nada que reprochar. Debe ser el único alemán que se salta una norma de todo ese país sin tener obligación, así que hasta debería darle las gracias.

Luego seguimos ruta hasta Mengen. Llegué como pude, y una vez apostados en el hotel nos fuimos a por una pizza. Ya era el segundo día que parábamos en un hostel de la zona. Pese a mi habitual tacañismo he de reconocer que el servicio es discreto, bueno y barato, con lo que la sensación de estar haciendo el tonto al acarrear la tienda de campaña aumentó de forma notable. Curioso detalle: Aquí también tenían su "fest" montada, la Winefest. Ya nos habían avisado de que en estas tierras la gente era muy alegre y fiestera y ya lo estábamos comprobando.


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