martes, 19 de octubre de 2010

Der Deutsche Donauradweg: Etapa 9


28/08/2010

Amanece en Straubing tras la pasada tormenta. Toda la noche no paró de llover, si bien no con la dureza del final de la tarde de ayer. Ahora no llueve, pero se ven nubes en abundancia, y hace mucho frío. Y 3 hispanos en agosto sólo pueden encontrarse extraños si hace frío. Mientras damos buena cuenta del desayuno vamos discutiendo la continuación del viaje. Se supone que debíamos llegar hoy a Nesslbach y al día siguiente a Passau, pero el tiempo amenaza más lluvia y yo estoy ya harto de frío y humedad, así que convenimos en ir a Passau en tren y disfrutar tranquilos de la visita de la ciudad. A Barnabas no le agrada demasiado coger tantos trenes, que ya le escatimamos bastantes km de pedaleo hasta Straubing, pero accede porque ve que realmente el día se presenta chungo. Pagamos la habitación y vamos hacia la estación.

Una vez allí, logro una solución que puede contentarnos a todos: Para llegar a Passau se ha de hacer transbordo en Platting, y luego en Vilshofen. Tanto transbordo es bastante incómodo y propongo parar en Vilshofen y si el día se muestra algo propicio, pedalear desde allí a Passau, que son escasos 20 km y se pueden hacer bien aunque nos llueva. y así procedemos. Aviso para aquel que lea esto y decida algo similar: Se ha de pronunciar "Filsjjoffenn" porque si no no te entiende nadie. El día que me tope con el cretino que me dijo la memez esta de que el alemán se pronuncia como se escribe...

La verdad es que el día a medida que transcurrían los Km en el tren parecía arreglarse y estropearse por minutos, pero para cuando llegamos a Vilshofen al menos no llovía. Frío y humedad a cántaros, pero asumible. Y comenzamos a pedalear. Antes de salir me quedé tentado de tomar algo calentito en un bar que había justo en el centro del pueblo, un local llamado "Zorba", pero preferí continuar viaje, no fuera que empezase a llover y me arrepintiera. Poco a reseñar de este trayecto, pues lo hicimos a una velocidad endiablada, de casi 30 km/hora de media al tener frío, ganas de llegar y sobretodo viento de espalda de los fuertes. Casi en llano que no hacía falta pedalear, y cuando lo hacíamos aquello era una bendición. Pero el paisaje, ah, pese a ir al lado de mi querido río realmente no valía mucho la pena porque los últimos km pertenecen al área industrial de Passau y no son nada que destaque. Lo único era un puente con compuertas que estuvimos mirando un rato a ver un barco de pijos que debía atravesarlo, y era curioso ver el llenado de las compuertas. Como hacía frío, tampoco nos entretuvimos mucho, y le dimos caña a ver si llegábamos a Passau antes que los pijos.


Poco a poco llenamos los km que nos separaban de la ciudad, y tras un leve repecho la estación de tren se nos aparece a la vista. Allí es donde empezamos el viaje el año pasado con dirección a Viena, y allí lo concluíamos este. Un poco por orgullo, y un poco para chinchar a Barnabas, aceleré para llegar el primero. Je, je, un poco de maldad tampoco es malo. Que así le puedo decir siempre que quiera que el campeón fui yo por llegar el primero a la meta. Y llegamos antes que los pijos.

Un poco por nostalgia, nos dimos unas vuelta por la estación que tan bien record
ábamos del año pasado, aunque más pasados por agua que en este, y nos buscamos un hotelito en el centro. Antes de ir al hotel dimos un vistazo a la tienda de bicicletas que no nos quiso alquilar una el año pasado, pese a tener reserva previa. Cabrones.

Cosa curiosa, en Infromación nos cobraron 3 euros por un servicio que nos hacían gratis en todos los demás pueblos de Alemania, pero ca
rajo, que era sábado y cualquiera se la juega a que haya plazas libres en un fin de semana en una ciudad de las más turísticas.

El resto del día lo dedicamos a vagabundear por la ciudad. Como ya la conocíamos del año pasado, hicimos un recorrido "nostálgico" por los lugares emblemáticos que ya teníamos vistos, sobretodo el encuentro de los 3 ríos que ahora podíamos ver con facilidad porque esa tarde hacía sol y un calorcillo que invitaba al paseo.


Fuimos además a ver el palacio del obispo. El Oberhaus. Esta ciudad fue durante mucho tiempo la residencia del obispo y un territorio gobernado por este. El palacio en el que residían los obispos-príncipes de aquí está en un monte al lado de la ciudad, a la que domina. El príncipe se levantaba cada mañana contemplando la ciudad que gobernaba en nombre de Dios, pero gracias a los cañones que desde el Oberhaus podían alcanzar la ciudad. Dios con pólvora. Mala combinación. Dado mi gusto por este tipo de cosas, la foto que le hicimos al castillo fue en un momento en que un nubarrón negro pasaba justo por encima de él, dándole un aspecto tenebroso y terrible. Parecía Mordor.


Llegar hasta el casitillo cuesta lo suyo, se ha de decir. Que el paseito hasta allá arriba es de cerca de media horita de camino empinado. La palicilla valía de todas formas la pena, que las vistas desde arriba son fantásticas (si mal gusto no tenían esos obispos, no...). Lo curioso del sitio, además de la terraza y sus vistas, es que el Youth Hostel de la ciudad está justo aquí. No me imagino ni bajo mórficos capaz de pedalear cuesta arriba con las pendientes que se gastan, pero Barnabas dice que él sí puede. Decidí que no lo íbamos a comprobar de todas formas.


El descenso nos proporcionó claros entre las nubes para hacer unas cuantas fotos a cual más hermosa. Dejaré las mejores en una entrada aparte. El barroco de la ciudad, tan semejante a Venezia en algunos aspectos, resultaba magnífico bajo esta luz. Luego nos entretuvimos mirando a una mamá pato con sus patitos. Les llevaba con disciplina, cómo no, germánica, y aunque los pobrecillos querían comer las chucherías que unos turistas les daban, una órden verbal de la mamá pato les obligaba a bajar al río nuevamente. La escena era cómica.


Decidimos además tomarnos un caprichito: El año anterior, el día que iniciamos la marcha, paramos a desayunar en un local céntrico que fue el único que vimos abierto. Era domingo, y las fiestas en estas tierras son sagradas. No costó nada localizar el local en cuestión y, aunque era caro, tomarnos una meriendita allí. Por los viejos tiempos. Barnabas seguro que tiene algo que decir al respecto, pues nuevamente el italiano era el idioma adecuado al lugar y mediante una hábil táctica logré que pagase él la merendola y hacer que se riese el camarero y el dueño del local. Je, je, la cabronería además resulta divertida. Luego nos fuimos a cenar una pizza. Qué mejor para una pseudo-Venezia como esta. La pedí frutti di mare, que no podía ser de otra manera. Y a dormir prontito, que no hay que perder las buenas contumbres.

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