En el siglo XIV con los cambios de todo tipo que se produjeron, se trataron de justificar las innovaciones políticas buscando precedentes en tiempos anteriores. Los intelectuales del Renacimiento empezaron a tener en cuenta la literatura clásica, la que había sobrevivido claro, para buscar un pasado glorioso a las emergentes ciudades-estado italianas y para justificar la creciente secularización de la cultura italiana. Por eso los textos históricos y literarios referidos a la antigüedad, desconocidos o poco estudiados en la Europa occidental desde la caída del Imperio romano, se van haciendo más familiares. Ven así aunque malamente que el pasado es algo muy diferente del presente,que cada época debe ser estudiada según sus propias premisas, y que el pasado no puede ser juzgado a partir de los modelos del presente.
Pronto, los nobles y los ricos mercaderes rivalizarían entre ellos como patrocinadores de las artes. Este desarrollo provocó enseguida que empezaran a considerarse importantes no sólo la palabra escrita, sino también los objetos materiales supervivientes de aquel pasado, como fuentes de información decisivas sobre las civilizaciones clásicas.
Ambas facetas se hallan expresadas en el trabajo de Ciríaco de Ancona (1391-1452), cuyas investigaciones lo convierten en el primer arqueólogo conocido. Era un mercader italiano que viajó regularmente por Grecia y el Mediterráneo oriental con el objetivo de recabar información sobre monumentos antiguos, copiando cientos de inscripciones, dibujando monumentos, coleccionando libros, monedas y obras de arte.
Ya he puesto en otra entrada cómo a finales del siglo XV los papas, como Pablo II y Alejandro VI, los cardenales y miembros de la nobleza italiana, se dedicaban a coleccionar y mostrar obras de arte antiguas, al mismo tiempo que comenzaban a patrocinar la búsqueda y recuperación de tales objetos.
Hacia la primera mitad del XVIII se iniciaron excavaciones en Herculano y Pompeya. Primero por parte de buscadores de tesoros, aunque gradualmente se fue adquiriendo un interés por la arquitectura doméstica romana junto al deseo de recuperar estatuas y otras obras de arte.
Y así, poco a poco, el interés por la época clásica se fue extendiendo por Europa. El precio que adquirían las obras de arte de calidad provocó que la arqueología clásica quedara restringida a materiales más artísticos y a investigadores que pertenecieran a la nobleza o, que, en general, pudieran permitirse el lujo del mecenazgo.
El nacimiento de la Historia del Arte como disciplina jugó un papel determinante en la Arqueología. Los estudios de Johann Wilnckelmann (1717-1768) permitieron las primeras periodizaciones de los estilos escultóricos de Grecia y Roma, así como los estudios que incluían sobre los efectos que distintos factores como el clima, las condiciones sociales y la artesanía tuvieron sobre el arte antiguo, dieron pié analíticas más profundas sobre la cultura clásica.
Los estudios clásicos conformaron un modelo para el desarrollo de la egiptología y de la asiriología. A finales del siglo XVIII no se sabía casi nada sobre las antiguas civilizaciones de Egipto y Próximo Oriente excepto que habían sido registradas por la Biblia y por los escritores griegos y romanos. Las investigaciones sistemáticas sobre Egipto antiguo empezaron con las primeras observaciones hechas por los estudiosos franceses que acompañaron a Napoleón cuando invadió Egipto entre 1798 y 1799 y que colaboraron en una Description de l’Ègipte de varios volúmenes comenzada en 1809. En este contexto se sitúa el descubrimiento de la Piedra Rossetta que permitió la traducción de los jeroglíficos por parte de Champollion, quien junto a Karl Lepsius iniciaron sus visitas a Egipto para registras los templos, las tumbas y las inscripciones monumentales asociadas a ellos. Utilizando estas inscripciones fue posible esbozar una cronología y una historia esquemática del antiguo Egipto, a partir del cual los egiptólogos pudieron rastrear el desarrollo del arte y la arquitectura egipcios.
El primer intento por traducir la escritura cuneiforme fue obra de Georg Grotenfend en 1802. Henry Rawlinson hacia la mitad del siglo XIX fue quien tradujo el persa antiguo; en esa misma época se iniciaban las primeras excavaciones en Irak, con Paul Emile Botta en Nínive y Khorsabad y las de Austen Layard en Nimrud y Kuyunjik, que permitieron la recuperación de grandes cantidades de esculturas e inscripciones, que despertaron gran interés al referirse a las primeras historia explicadas en la Biblia. Finalmente, como sucedió para Egipto, se pudo esbozar una cronología para la civilización mesopotámica que permitió a los eruditos estudiar los cambios producidos en los estilos artísticos y en la arquitectura monumental desde los primeros estadios de la escritura.
Por su propia naturaleza, tanto la egiptología como la asiriología dependieron mucho más de la arqueología que los estudios clásicos, ya que la gran mayoría de los textos que se conseguían debían ser previamente desenterrados. Así que, mientras que la investigación sobre la historia del arte continuó basándose en los registros escritos para la ordenación cronológica de sus datos, los problemas que presentaba la aplicación de este método a períodos más antiguos con poca o nula escritura provocó que creciese el número de arqueólogos que adquirieron conciencia de la importancia que revestían los objetos recuperados mediante la arqueología para conocer los logros humanos.
El desarrollo de la arqueología clásica que se había iniciado en el Renacimiento incentivó los estudios arqueológicos aplicados a tiempos prehistóricos.
Los siglos XVI y XVII marcaron el inicio de la exploración y la colonización de todo el mundo por parte de los países de Europa Occidental, de modo que empezó a familiarizarse con los grupos de cazadores-recolectores y las tribus de agricultores de otros continentes. Poco a poco surgió una visión alternativa que sirvió para esbozar paralelos entre los pueblos primitivos y los prehistóricos que habían habitado Europa.
El primer paso en este proceso se dio cuando los investigadores empezaron a considerar la idea de que los instrumentos de piedra hallados en Europa se debían a manufactura humana y no a causas naturales o sobrenaturales. En 1669, Nicolaus Steno estableció el inicio de la paleontología a través de comparaciones con restos fósiles de conchas marinas; las comparaciones etnográficas sirvieron, al mismo tiempo, para determinar el origen humano de los utensilios de piedra.
No obstante esta progresiva toma de conciencia de que los instrumentos de piedra se habrían usado seguramente antes que los de metal no hacía todavía necesaria la adopción de una perspectiva evolucionista. Las fuertes sanciones religiosas impuestas por los degeneracionistas hicieron que muchos anticuarios evitasen desafiar a la Iglesia.
También pasó que en el siglo XVIII tuvo lugar una confrontación respecto a la superioridad de las culturas clásicas respecto a la cultura de los tiempos modernos. Se intentaba demostrar que el talento humano no estaba en absoluto en decadencia y que, por tanto, los europeos actuales estaban en condiciones de producir obras que igualasen o sobrepasasen a las de los antiguos griegos o romanos.
Las principales ideas de la Ilustración que se encuentran en la base del pensamiento evolucionista se podrían resumir en:
1. Todos los grupos humanos poseían en esencia el mismo nivel y la misma clase de inteligencia, y que compartían las mismas emociones básicas. Las diferencias culturales se explicaban generalmente en términos climáticos o de influencias medioambientales o como simples accidentes históricos. Esto se conoce con el nombre de unidad psíquica.
2. El progreso cultural se consideraba la característica predominante de la historia humana. El cambio se entendía como algo continuado, no episódico, y se adscribía a causas naturales, no sobrenaturales.
3. El progreso caracteriza no sólo el desarrollo tecnológico sino también todos los aspectos de la vida humana, incluyendo la organización social, la política, la moralidad y las creencias religiosas. El cambio cultural era conceptualizado en términos de una serie universal de estadios.
4. El progreso perfecciona la naturaleza humana, no modificándola, sino procediendo a la eliminación de la ignorancia, la pasión y la superstición.
5. El progreso es el resultado del ejercicio de un pensamiento racional encaminado a mejorar la condición humana.
El papel de la Ilustración debe analizarse desde la perspectiva del renovado interés por los enfoques materialistas y evolucionistas del desarrollo cultural.
La influencia creciente del pensamiento evolucionista-cultural durante el siglo XVIII produjo una reacción conservadora que en aquel tiempo ejerció un mayor influjo incluso que el evolucionismo sobre la investigación que realizaban los anticuarios. Este hecho relejaba un creciente tendencia hacia lo que sería el romanticismo, en tanto que opositor al neoclasicismo francés. Los individuos inclinados hacia este movimiento desarrollaron un gran interés por las ruinas de las abadías, por las tumbas y otros símbolos de la muerte y de la decadencia del cuerpo. También se interesaban por las sociedades “primitivas” o “naturales” y por el espíritu de las naciones europeas preservado en sus monumentos y tradiciones, especialmente los de la época medieval, período ideal para la inspiración artística y literaria. El Romanticismo parece haber sido el instrumento que estimuló un mayor interés por las excavaciones, y especialmente por las de las tumbas, hecho que contribuyó al desarrollo del anticuarismo en la última parte de este siglo.
Los anticuarios interesados en los restos prehistóricos confiaban tanto como los arqueólogos clásicos en los registros escritos y en las tradiciones orales con la intención de hallar un contexto histórico para sus hallazgos. Como resultado de esta dependencia de los textos escritos, a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX, los anticuarios generalmente se desesperaban por conocer más sobre el período antes de que se dispusiera de tales registros
Con todo, la situación no era de estancamiento como normalmente se cree. Entre los siglos XV y XVIII los anticuarios europeos habían aprendido a describir y clasificar monumentos y artefactos, a excavar y registrar los hallazgos, y a usar varios métodos de datación, incluida la estratigrafía.
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