viernes, 9 de octubre de 2009

Viaje al Danubio: Sexta etapa

28/08/2009

Nos quedamos ese día más de lo acostumbrado en la cama. Estábamos muy a gusto en unas camas blandas en la buhardilla de la casa de herr Zöhrer, con el sol insinuándose a través de la claraboya y los cuerpos descansados. La pereza sólo retrocedió lo suficiente como para dejarnos despertar de ese delicioso duermevela cuando comprobamos que si no bajábamos pronto, perdíamos el desayuno que teníamos pagado. Un poco a trompicones acabamos por bajar a desayunar unos kilos de mermelada de albaricoque casera, buenísima, y tras pagar por la habitación y despedirnos de tan acogedora familia, reemprendemos la ruta.

Más por casualidad que por otra cosa, el camino que teníamos que seguir pasaba cerca de la casa, así que nos resultó fácil localizarlo, atravesar el pu
ente y proseguir por el margen derecho en esta ocasión. El trayecto a través del puente es cada vez más largo, y comparar en nuestras memorias el paso por el puente de Passau y el actual de Krems deja en nuestras almas, al menos en la mía, cierta sensación de pequeñez, de ser un elemento extraño que probablemente pasa desapercibido para el gran río cuyo viaje acompañamos, de insignificancia para la existencia de este Danubio y de esta Mitteleuropa que ya me tenían robado el corazón. La nostalgia por el próximo fin de nuestro viaje requirió de un par de sacudidas de cabeza en medio del puente para reemprender la ruta sin más incidencias ni pensamientos metafísicos. Viendo a Barnabas en una nueva flipada aún antes de concluir el paso del puente me hizo percatar que, de todas formas, habían pasado desapercibidos.

Tras pasar el puente el camino parece realizar un rizo extraño que nos depositó nuevamente al lado mismo del río, tal vez más cerca del agua que en los tramos anteriores. Pero esta parte del trayecto tiene poco que reseñar. Probablemente resultará más atractiva a ciclistas del estilo Barnabas, pues era tal la profusión de curvas y pequeñas desviaciones que podría decirse que era de todo menos monótono. Pero para mí, dejando Melk y tantas bellezas naturales más atrás, poco tenía que ofrecer. El d
ía era además tórrido y el agua, pese a llevar abundante carga de ella, comenzó a menguar rápidamente. Decidimos hacer varias paradas, en parte por el calor, en parte por el cansancio, pero sobretodo por algias generalizadas en la zona glútea. En cristiano, que nos dolía el culo, con culotte, y sin culotte, que a esas alturas del viaje realmente las diferencias entre el preparadísimo Barnabas y la total despreocupación por el equipo que yo acostumbro a usar, resultan definitivamente irrelevantes.

Hacia las 13:00 llegamos a Tulln. Estábamos agotados, sobretodo por el calor. En la entrada del pueblo vimos un parque muy bien acondicionado al lado del río, y allí hicimos alto para comer, a la sombra de un árbol, y descansar cerca de 1 hora.
Luego nos dedicamos a la ya habitual tarea de final de trayecto de buscar algún sitio donde dormir por poco precio. Ni hoteles caros, ni campings. Cada día más complicado. Por fortuna en Tulln hay un Youth Hostel y allí fuimos. No piden carné de alberguista ni nada que se le asemeje, tratándonos con amabilidad germánica. El sitio es recomendable, pues es barato y las instalaciones a fecha de 2009 son bastante nuevas. Parecen haber remodelado un colegio o una residencia universitaria, no sabría decirlo, pero las habitaciones recuerdan realmente a las de un colegio mayor y los horarios son más que aceptables.

Tras una buena siesta recorrimos el pueblo. Tenía
mos varias horas por delante, así que las invertimos en turismo de calidad, con parsimonia, dejando que el tiempo transcurriera plácido entre algunas viandas caprichosas y buena conversación. Primero fuimos a cumplir con Magris, visitando la iglesia de San Esteban para ver la lápida de María Sonia. Iglesia pequeña, con un baptisterio antiguo al lado, sobria, fresca, fascinante para ojos que hayan aprendido a ver, y para quienes hayan leído a Magris.


Tanto nos gustó que el tiempo pasó y no pudimos visitar el museo romano. Tulln tiene un pasado civilizado en época del emperador Marco Aurelio, el probable fundador de un castro llamado Tullna que prosperaría más adelante. Cuantos restos han hallado han servido para montar un museo pequeño pero bonito, con algunas recreaciones de la época altoimperial que no pudimos disfrutar. No importó. Viajar implica ser capaz de disfrutar del camino como de las circunstancias, y si en esta ocasión me impedían visitar algo para mí deseable, complacimos a Barnabas buscando otras cosas que contemplar.

Disfrutamos especialmente un helado que a esas alturas de viaje se nos antojó sublime, casi sensual, que degustamos en la entrada del pueblo bajo las esculturas de una escena de los “Nibelungos”. Kriemhild y Atila, representados en bronce en el momento de su encuentro en Tulln antes de su boda, en la antesala del drama que concluye con la muerte de los hermanos de Kriemhild, final de la venganza de esta tras el asesinato de su esposo. No desperdician nada de su historia en Tulln. Y hacen bien en recordar su pasado en esta ciudad pequeña pero bonita, vislumbrando glorias de un pasado lejano, rememorando tiempos que sólo en el imaginario individual son agradables y que sirven para que las acciones del pasado puedan transcribirse en el presente. Del futuro, ya veremos, y aquí lo verán disfrutando de la paz del río en sus márgenes y de la calma que sus calles dejan respirar. Hic iacet Maria Sonia. Y también es recordada.

Nos concedimos una opípara cena, y unas radler de medio litro. Al día siguiente se acababa el viaje. Comenzarían las preocupaciones, devolver la bicicletas, buscar una caja, regresar a casa. Pero por suerte eso era otro día.

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