En Grein ya no existen los abismos y remolinos descritos por Eichendorff, que asustaban a los viajeros y engullían barcas y buques; Obras adecuadas, propiciadas ya por María Teresa pero llevadas a término en épocas recientes, han tranquilizado las aguas del Danubio, sumidas en esta mañana en nieblas que el sol ya está consiguiendo evaporar. El viejo teatro de la ciudad, contiguo a la cárcel, desde la cual los presos podían atisbar el espectáculo a través de los barrotes purificando aristotélicamente su ánimo de las criminales pasiones, está en silencio, y unos pocos metros más abajo, en el río, en la última niebla, los patos fluctúan torpemente heráldicos y familiares, como aburguesados pájaros de las tormentas que sugieren lejanías septentrionales pero no se apartan del embarcadero de casa.
En estos pasajes vivía Strindberg, con su mujer austríaca; Encontraba, según dicen los estudiosos, inspiración para Infierno y Hacia Damasco. Miro a mi alrededor; Es fácil imaginar lo que podía sugerir este paisaje desvaído a la nostalgia romántica de Eischendorff, pero es arduo entender qué podía leer en él el furor visionario del sueco.
En estos pasajes vivía Strindberg, con su mujer austríaca; Encontraba, según dicen los estudiosos, inspiración para Infierno y Hacia Damasco. Miro a mi alrededor; Es fácil imaginar lo que podía sugerir este paisaje desvaído a la nostalgia romántica de Eischendorff, pero es arduo entender qué podía leer en él el furor visionario del sueco.
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