En el momento en que se pudo mirar con la sonda Voyager hacia atrás, pudieron hacer una foto de la Tierra desde Saturno. Una oportunidad única que no dejaron escapar. Y Carl Sagan reflexionó sobre esto con su prosa característica:
Estamos aquí. Un punto azul pálido. La sonda se encontraba muy lejos de casa. Pensé que sería buena idea que justo después de Saturno hiciéramos que diera un último vistazo a casa. Desde saturno, la Tierra aparecería demasiado pequeña como para que la Voyager captara algún detalle. La Tierra aparecería como un simple punto de luz, sólo un pixel difícil de distinguir de otros puntos que la Voyager vería: Planetas cercanos, lejanos soles... Pero precisamente debido a la insignificancia revelada de nuestro mundo valdría la pena sacar una foto así. Es bien sabido por los científicos y los filósofos antiguos que la Tierra es un simple punto en la mitad del inmenso cosmos. Pero nadie la había visto nunca así. esta era nuestra primera oportunidad, y tal vez la única en décadas. Así es que... aquí está. Un mosaico de cuadrados esparcidos sobre los planetas con un puñado de lejanas estrellas en el fondo. Debido al reflejo de la luz del sol sobre la sonda la Tierra parece estar sobre un haz de luz, como si se tratase de un mundo con una especial significación. Pero es sólo un accidente geométrico y óptico. En esta imagen no hay señal alguna de seres humanos, nada de nuestro trabajo sobre la superficie, ni de nuestras máquinas. Ni de nosotros mismos.
Desde este punto de vista no hay evidencia de nuestra obsesión nacionalista. Somos demasiado pequeños. En la escala de los mundos los humanos somos insignificantes, una fina capa de vida , en un oscuro y solitario trozo de roca y metal.
Consideremos nuevamente este punto. Esto que está aquí es nuestro hogar. Eso es nosotros. En él se encuentra todo aquel que amas, todo aquel que conoces, todo aquel del que has oído hablar, y todo ser humano quien fuera que hubo vivido su vida. El conjunto de nuestra alegría y sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y cada recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilización, cada rey y cada plebeyo, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niños con esperanza, inventores y exploradores, cada formador de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada líder supremo, cada santo y pecador de la historia de nuestra especie vivió aquí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol.
La Tierra no es más que un pequeñísimo grano que forma parte de una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por cientos de generales y emperadores para conseguir la gloria de ser los amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las crueles visitas sin fin que los habitantes de una esquina de esta pixel hiciera contra los ni siquiera distinguibles habitantes de alguna otra esquina, la frecuencia de sus malentendidos, la impaciencia por matarse unos a otros, la generación ferviente de odios. Nuestras posturas, nuestra imaginada presunción, la falsa ilusión que tenemos de tener un lugar privilegiado en el Universo, son desafiadas por este pálido punto de luz.
Nuestro planeta es una mota solitaria en la inmensa oscuridad cósmica. En toda esta inmensa oscuridad, en esta gran vastedad, no hay ningún indicio de que la ayuda vendrá de otra parte para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta el momento capaz de albergar vida. No existe ningún lugar, al menos en el futuro cercano, al cual nuestra especie pudiera migrar. ¿Visitar?. Sí. ¿Establecerse?. Todavía no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es el lugar en donde estamos.
Se ha dicho que la astronomía es una experiencia constructora de carácter y humildad. Quizá no exista mayor demostración de la locura de la presunción humana que esta imagen distante de nuestro diminuto mundo. Para mí, recalca nuestra responsabilidad de compartir más amablemente los unos con los otros para preservar y cuidar ese puntito azul pálido, el único hogar que hemos conocido.
Estamos aquí. Un punto azul pálido. La sonda se encontraba muy lejos de casa. Pensé que sería buena idea que justo después de Saturno hiciéramos que diera un último vistazo a casa. Desde saturno, la Tierra aparecería demasiado pequeña como para que la Voyager captara algún detalle. La Tierra aparecería como un simple punto de luz, sólo un pixel difícil de distinguir de otros puntos que la Voyager vería: Planetas cercanos, lejanos soles... Pero precisamente debido a la insignificancia revelada de nuestro mundo valdría la pena sacar una foto así. Es bien sabido por los científicos y los filósofos antiguos que la Tierra es un simple punto en la mitad del inmenso cosmos. Pero nadie la había visto nunca así. esta era nuestra primera oportunidad, y tal vez la única en décadas. Así es que... aquí está. Un mosaico de cuadrados esparcidos sobre los planetas con un puñado de lejanas estrellas en el fondo. Debido al reflejo de la luz del sol sobre la sonda la Tierra parece estar sobre un haz de luz, como si se tratase de un mundo con una especial significación. Pero es sólo un accidente geométrico y óptico. En esta imagen no hay señal alguna de seres humanos, nada de nuestro trabajo sobre la superficie, ni de nuestras máquinas. Ni de nosotros mismos.
Desde este punto de vista no hay evidencia de nuestra obsesión nacionalista. Somos demasiado pequeños. En la escala de los mundos los humanos somos insignificantes, una fina capa de vida , en un oscuro y solitario trozo de roca y metal.
Consideremos nuevamente este punto. Esto que está aquí es nuestro hogar. Eso es nosotros. En él se encuentra todo aquel que amas, todo aquel que conoces, todo aquel del que has oído hablar, y todo ser humano quien fuera que hubo vivido su vida. El conjunto de nuestra alegría y sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y cada recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilización, cada rey y cada plebeyo, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niños con esperanza, inventores y exploradores, cada formador de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada líder supremo, cada santo y pecador de la historia de nuestra especie vivió aquí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol.
La Tierra no es más que un pequeñísimo grano que forma parte de una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por cientos de generales y emperadores para conseguir la gloria de ser los amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las crueles visitas sin fin que los habitantes de una esquina de esta pixel hiciera contra los ni siquiera distinguibles habitantes de alguna otra esquina, la frecuencia de sus malentendidos, la impaciencia por matarse unos a otros, la generación ferviente de odios. Nuestras posturas, nuestra imaginada presunción, la falsa ilusión que tenemos de tener un lugar privilegiado en el Universo, son desafiadas por este pálido punto de luz.
Nuestro planeta es una mota solitaria en la inmensa oscuridad cósmica. En toda esta inmensa oscuridad, en esta gran vastedad, no hay ningún indicio de que la ayuda vendrá de otra parte para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta el momento capaz de albergar vida. No existe ningún lugar, al menos en el futuro cercano, al cual nuestra especie pudiera migrar. ¿Visitar?. Sí. ¿Establecerse?. Todavía no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es el lugar en donde estamos.
Se ha dicho que la astronomía es una experiencia constructora de carácter y humildad. Quizá no exista mayor demostración de la locura de la presunción humana que esta imagen distante de nuestro diminuto mundo. Para mí, recalca nuestra responsabilidad de compartir más amablemente los unos con los otros para preservar y cuidar ese puntito azul pálido, el único hogar que hemos conocido.
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