La noche resultó aceptablemente tranquila pese a que el camping estaba más cerca de lo deseable de la carretera. Barnabas probablemente disienta, precediendo en sus recuerdos ciertas incomodidades derivadas de tener que dormir directamente sobre el suelo que no el hecho incuestionable de lo barato del alojamiento. Eli, por su parte, había dormido como nunca y se encontraba fresca y radiante. Mira que resulta difícil mediar entre estilos diferentes de viajar, pero entre estilos diferentes de dormir la cosa redunda en un surrealismo que roza lo kafkiano, pero esto son historias que no competen al viajero que pueda parar a leer estas líneas. Baste saber que desmontamos la tienda (bueno, Eli y yo desmontamos la tienda mientras Barnabas rehacía su mochila unas cuantas veces...) y nos marchamos a desayunar al pueblo, ya que no tardamos en comprobar que la simpatía del dueño del camping resultaba tremendamente parecida a la antipatía mostrada una vez habíamos pagado. Además, habíamos visto un local casi a pie del río donde desayunamos por poco precio con toda la parsimonia de que fuimos capaces.
En esta tesitura uno, que es observador y curioso, ve que hay un barco que parece hacer la ruta de orilla a orilla. La idea, antes de desayunar, era retroceder 2 km hasta el puente para atravesar el río hasta la orilla derecha y desde allí llegar a Melk. Si Schlogen era el sueño de Barnabas, Melk era el mío. Pero la perspectiva de tener que retroceder aunque fuera tan sólo ese espacio no nos alegraba, así nos dejamos caer por la zona del puerto de Grein y vemos una ingente cola en espera del trayecto en barco. Y allí nos añadimos, claro. Tuvimos que esperar una media hora larga bajo un sol de justicia, motivo por el que Eli y yo decidimos esconder nuestras cabezas bajo una ingente capa de tela, cual islámicos cualesquiera, y así logramos nuestro pasaje. Barnabas optó por chamuscarse al sol, como los hombres. El trayecto en barco, pese a lo corto que es, no queda exento de problemas, ya que a la muy honrada de Eli le dieron mal el cambio, devolviéndole de más, y el problema fue terrible para lograr que e capitán del barco la entendiera habida cuenta de nuestro patético alemán, y sobretodo por el horroroso inglés de él. Por suerte una pareja joven de alemanes nos hicieron las veces de traductores y se solucionó el dilema. Yo tengo menos dilemas morales cuando me devuelven de más en países que se obstinan en no hablar idiomas civilizados y habría optado por menos "show" y además habría tenido 1 euro extra para invertir en líquido frío durante el camino, pero bueno, es lo que hay.
Bien, tras estas vicisitudes logramos por fin reanudar el camino. Este trozo del recorrido es uno de los más hermosos de todo el trayecto, circulando de nuevo al lado de un Danubio hermosísimo, en ocasiones de un azul pálido pero en diversos trozos alternando con un verde turquesa y multitud de cisnes contemplando a los viajeros bien cerca de la orilla. Aunque la temperatura era tórrida, disfrutamos durante muchos km de una arboleda cuya sombra alivió de forma importante nuestras pedaladas. Había incluso bosques frondosos durante varios km, con caracoles gigantes y setas de tamaño increíble:
Eli y yo nos recreamos en este pequeño vergel, aunque Barnabas logró enturbiar tan placentero tramo perdiéndose un rato. En ocasiones, durante los días anteriores, había mostrado cierta tendencia, digamos, a correr a toda la velocidad que podía durante algunos km sólo para adelantar a algún ciclista más “flipado” que el resto. A esto lo llamamos las “flipadas” de Barnabas, y entrañaban algún riesgo para todos dada la amplia historia de incapacidad personal que mostraba para mantenerse dentro de la ruta sin perderse. Que no mira las señales, vamos. Este día, pidiéndonos permiso previamente, se volvió a “flipar”. El problema es que estuvo prácticamente media hora sin que nosotros supiéramos dónde estaba. Claro que esto no tendría mayor importancia si no fuera por dos detallejos sin importancia: In primis, que era perfectamente posible que se hubiera perdido, y dada la capacidad que tiene en las piernas, que no se diese cuenta hasta no ver un cartel indicando “A Estocolmo, 10 km”. In secundum, a que en el reparto de carga él se había quedado con el almuerzo, así que por narices Eli y yo debíamos pedalear cagándonos en sus muelas esperando en vano encontrarlo tras cada recodo del camino. Cosa que sólo ocurrió tras la citada media horita.
Una vez rehecha la unidad grupal, y sin pasarnos con las collejas, pasamos Ybbs an der Donau y paramos a comer. Eran escasamente las 13:00, pero había un sol de justicia y Melk quedaba a unos escasos 15 km, que se podían hacer en poco tiempo por la tarde. Así que en cuanto encontramos un rincón adecuado paramos. Hoy era un día especial, destinado a la comida oficial de nuestros viajes: Legumbre con atún, tomate y aceite. Aceite de oliva virgen, por supuesto, que traíamos desde Barcelona para la ocasión en pequeños botes herméticos. Hay que decir que el pobre Barnabas no parecía muy entusiasmado con esto, evidenciado para un observador como yo por los gestos faciales de asco que realizaba de forma bastante estruendosa. Y magnificados cuando se dio cuenta de que yo me había olvidado los cubiertos y había que comer con las manos… Pero en cuanto probó las alubias, el giro copernicano en su gastronomía cobró el mayor de los sentidos. No es por echarnos flores, pero estaba delicioso y las energías para los últimos km nos permitieron llegar a Melk en un santiamén (una vez finalizada la siesta, claro, que hay costumbres hispanas la mar de recomendables…).
La preciosa Melk se ve desde la lejanía. Bueno, en realidad lo que se ve desde lejos es la abadía, un precioso edificio remodelado durante siglos, pero cuyo interés para mí reside en la evocación de este edificio por el Maestro en su novela "El Nombre de la Rosa". Y en que menciona varias veces en sus libros haber pasdo por ahí en el pasado.
Una vez llegamos al pueblo, buscamos la oficina de Turismo. Allí nos dan la clásica lista de hoteles y nos dicen con toda sinceridad que en este sitio, para visitar, sólo la abadía merece la pena. Curiosa gente son estos austríacos… Pero la sinceridad es muy de agradecer. Como eran casi las 15:30 horas y la abadía cerraba a las 17:00, decidimos buscar alojamiento y visitar la abadía al día siguiente por la mañana y sin prisas.
Para alojarse aquí nosotros recomendamos el Youth Hostel. Aunque está en las afueras del pueblo, eso en realidad supone que escasamente se ha de pedalear medio km, y el lugar es tranquilo, limpio y barato, regentado además por un personal extrañamente amable para los usos tan secos de trato de estas tierras. Una ducha parsimoniosa, un agradable tentempié a base de cuantos líquidos helados pudimos encontrar en una máquina expendedora (qué rico está el Nestea helado de melocotón), y a visitar el pueblo. Es sorprendentemente pequeño, apiñado en la base de la abadía, que lo domina con su inmensa mole, muy tranquilo y que invita a pasear y a perderse por sus calles en un infinito vagabundear por entre casitas de ensueño, tiendas de delicatessen y mil pequeños detalles para disfrutar. Ya en el crepúsculo las luces de la abadía eclipsan las del pueblo dando una atmósfera tan irreal como irrepetible para cualquier otro lugar de esta tierra. No hicimos nada esta noche salvo pasear y cenar lo más tarde que pudimos, pero nos sentó francamente bien. La timba de la noche acabó, como siempre, en victoria de este que escribe. Cuando este par de perdedores me lean: Que hago trampas, a ver si os fijáis un poco la próxima vez.