lunes, 24 de septiembre de 2012

Rhein Radweg. Final.

01/09/2012

A diferencia de otros días, hoy no había desayuno contundente. Ni de otro tipo. En la pensión Schroeder el trato era excelente, la habitación muy bonita, y el precio muy barato, pero hoy nos teníamos que buscar la vida para un buen desayuno. Esto no supone ningún problema, ya que el día anterior, en nuestro vagar por el pueblo, habíamos localizado una tienda donde proveernos de algunas pastitas y un batidode chocolate. De los que dimos buena cuenta unos Km más adelante, en Nierstein, por disfrutarlos en un buen paisaje. Hay que decir de todas formas que el día era frío. Sin lluvia pero con un viento fuerte de cara prácticamente helado, así que el pedaleo desde aquí se hizo duro pese a que alcanzar Mainz era cuestión de unos 10 Km. La entrada a la ciudad está muy bien indicada y no es necesario usar la guía. Además, y por suerte, se hace a través de algunas zonas residenciales y al final desde el río, resultando bastante agradable. Lo malo es que la mala fortuna hizo que nuestra llegada coincidiera con la fiesta del vino de la zona. Esto, que en principio nos encantó al encontrar una ciudad animada, populosa y alegre, resultó un fastidio por cuanto la ciudad estaba a reventar de turistas, y todos los hoteles estaban llenos. Había, claro, habitaciones ultra-mega-caras, pero evidentemente las desechamos por estar fuera de presupuesto.



Así que decidimos visitar la ciudad y luego marcharnos. En un día, y armados de bcicleta, es perfectamente factible visitar lo visitable. A destacar la imponente catedral situada en un montecillo en el centro de la ciudad, rodeada de calles muy medievales en un trazado irregular abarrotado de fachadas barrocas y de muchas iglesias restauradas. además es una ciudad universitaria, donde precisamente estos días festivos se deja notar, y fue cuna de Gutemberg, a quien han dedicado una plaza con una estatua monumental, y un museo (que no pudimos visitar).  Otro museo interesante es el Museo Central Romano-Germánico, en el Palacio de los príncipes electores, que tampoco pudimos ver pero altamente recomendable para cualquier amante de la historia. Es una ciudad conocida por su ambiente festivo, y resulta curioso que le hayan dedicado una plaza y una estatua al Carnaval, que se ve que es sonado. Múltiples cafetines y pastelerías ofrecen además alternativas a los golosos. Fue una lástima no poder quedarse, pero la realidad es la que es, y a media tarde pillamos un tren hacia Karlsruhe. Para ir allí hay muchas opciones, es relativamente barato y nos permite al día siguiente enlazar con Strasbourg.

Nuestra sorpresa fue encontrar otra Fest en Karlsruh, pero en esta ocasión de cerveza. Tuvimos suerte y encontramos alojamiento barato en el Youth Hostel, cercano al parque del castillo, curiosamente donde se celebraba la Fest. Contrariamente a lo que nos esperábamos, esta no era una borrachería como sus equivalentes hispanos. Bien es cierto que la cerveza de todas las partes del mundo era facil de lograr, y en cantidades elevadas, pero pocos cafres vimos y se desarrollaba la fiesta en un tono incluso tranquilo. No diré familiar, pero más de uno venía con la familia y sus hijos adolescentes, disfrutando de la noche templada y de la música en directo. Todo muy agradable en verdad.

Y aquí termina el viaje. Al día siguiente viajamos a Strasbourg, donde tomamos el tren nocturno a Cerbere y el regreso a casa desde aquí en un cercanías. Este último tramo siempre es el más pesadom pues el tren para en todos los pueblecitos de la zona. Pudimos ver de todas formas cómo la zona del incendio no había ni llegado cerca de las vías. Imagino que toda precaución es poca, pero visto lo visto, y ya desde la calma que da la distancia, me parece bastante evitable todo el cachondeo que montaron.

En fin, se acabaron nuestras andanzas por el Norte. La próima edición, el año que viene, ya se verá donde acabamos.



jueves, 20 de septiembre de 2012

Una pequeña joya




La encontré en una visita al Museo de Historia Natural de Paris. Un edificio donde vivieron y trabajaron gigantes como Buffon y Lamarck. Casi tiene más historia e interés el edificio en sí que la exposición permanente, excepto porque en el ultimo piso tienen varias primeras ediciones  de historia natural, como esta de la foto de “el origen de las especies” de Darwin. Increíble tener tan cerca semejantes joyas.  Hice esta foto como breve recuerdo. La calidad es mala, pero no importa.

Rhein Radweg. Etapa 7



31/08/2012

Mannheim-Oppenheim. El amanecer nos sorprende con un nuevo cielo gris plomizo que acentua la fealdad natural de la salida de Mannheim. Al igual que la entrada, para salir por el lado derecho del Rhin se ha de atravesar una zona industrial más larga que un día sin pan. Habíamos decidido no pasar al lado izquierdo, pese a que con ello nos quedaba sin visitar Ludwigshafen, por estar un tanto desilusionados con la zona. Hoy quizá pueda decir que fue un pequeño error y seguramente el lado izquierdo resultaría imposible que empeorase la horripilante variedad de humos, chimeneas, fabricasr y muelles para barcos de transporte con que nos obsequió el margen derecho Tras casi 10 km todavía podíamos ver el paisaje de leyenda de tanta industrialización que poco nos apetecía en una ruta supuestamente verde. Además, mientras atravesábamos una zona con mayor concentración de fábricas que las otras, una sirena de esas que salen en las películas antes de los bombardeos comenzó a ladrar de manera salvaje. Sin entender lo que diantres estaría pasando ahí, pusimos abundante tierra de por medio y hasta nunca, Mannheim. 



Visto lo que nos deparaba viajar por la derecha del río, en cuanto logramos alcanzar el puente de Worms, nos pasamos sin dudarlo al lado izquierdo. El nombre de esta ciudad es curiosamente raro a oídos anglosajones. Educados, que remedio, en la lengua del Shakespeare ese, nada nos impide asociar el nombre de la ciudad con el de los gusanos y elucubrar acerca de los chistecitos que los soldados americanos y británicos, en la conquista de estas zonas en la última gran guerra, debían hacer al serles indicado el destino. Pero la ciudad es de las que merecen un vistazo largo. Se llega a ella desde el margen derecho a través de un puente viejo monumental, con altas torres que lo enmarcan en sus 2 contactos con tierra y con la mole catedralicia al fondo. Que resulta ser otra construcción románica muy destacable, aunque algo demasiado cargada de adornos de gótico primigenio poco agradables a mis ojos. El día era plomizo, con amenaza de tormenta que precisamente nos cogió en Worms, aunque bien resguardaditos bajo bastantes soportales, de los que la ciudad tiene en abundancia. Y tras unas cuantas gotas, un tímido sol se deja ver ocasionalmente tras las nubes, ahora ya medio disipadas. A lo lejos, en Mannheim, se ven unas cortinas de lluvia impresionantes, pero en la dirección que llevábamos el sol y fragmentos ocasionales de azul nos permitían rodar tranquilos.

 
Esta zona saliendo de Worms hasta casi tocar Mainz (Maguncia) es de una belleza desgarradora. Con este cielo entre azul y gris, con cuajarones de nubes que adornan mas que tapan un marco de viñedos entre el río y los montes que lo aprisionan, hasta donde se alcanza a ver. Verdes de todos los tonos, con marrones y rojos habituales en las vides, y racimos de uvas bien repletos ya a estas alturas del año tumbando las ramas con sus morados y amarillos conforman un paisaje ampliamente tranquilizador. Durante casi 30 km uno puede dejarse llevar en este mar de colores entre el zumbar de las abejas y el suave lamer de un sol que no calienta tras las nubes ociosas en la cúpula que lo cubre todo. Por desgracia, los campesinos tienen un sistema algo curioso de evitar que sus uvas sean asaltadas por tropas de aves famélicas y con aire comprimido sueltan ocasionales y anárquicas descargas sonoras, como escopetazos, que a veces hacía que nos acordáramos de algún malnacido que puso sus cacharros cerca del camino, pero eso del progreso es lo que tiene. En pro de una buena cosecha, unos cuantos sobresaltos de nada.



Desfilan así ante nosotros pueblecitos vinícolas a cual más interesante y bonito, y paramos en varias ocasiones para picar alguna cosa en tan idílico lugar. Especialmente tras haber tenido que tragar los paisajes generosos en humo de Mannheim. En Oppenheim decidimos buscar alojamiento. Por primera vez en todo el viaje tuvimos problemas. Parece ser que el pueblo es especial en la región, no solo por sus vinos sino porque en su subsuelo los habitantes, siglos ha, decidieron construirse una serie de galerías subterráneas hoy visitables, que parece les servían para comunicarse entre ellos sin que los dominadores/invasores/amos supieran nada, y hacer del lugar el más incontrolado del mundo. Claro que de esta forma la turistada es terrible, pero viven de ello incluso llevando a guiris encantados en los carros, detrás del tractor, visitando todo lo visitable. Pero para 2 cansados ciclistas es un contratiempo que la amabilidad local nos solucionó: Preguntando en un hotel, estaba lleno, pero el amo llama en persona a un jubilado local que alquila habitaciones, y un camarero nos acompaña sin cobrarnos ni un mísero euro por el servicio. El jubilado además hablaba español, y nos hizo precio muy asequible. Le prometimos mencionarlo aquí: Pensión Schroeder.

La Dom local es bastante digna y disponen de ruinas antiguas en lo alto de una loma, que evidentemente recorrimos en toda su longitud. Poco hay ya que destacar. Cena con el vino local, y descanso muy merecido.

Rhein Radweg. Etapa 6



30/08/2012

Speyer-Heidelberg-Mannheim. Como estaba previsto, amanece nublado. Lo suficiente como para fastidiar la etapa en cualquier momento con lluvias esperadas aunque traicioneras. Es lo que tiene este rincón del mundo: En cuanto te despistas, te pasa de un calor bochornoso a un día plomizo de gris y de alma pesada. El trayecto hoy era un completo experimento, viajando por primera vez en nuestras cortas trayectorias cicloturisteando sin una ruta ya planificada y publicada por otras personas. Por suerte esto es Alemania, y superado el problema neuronal o de antepasados del señalizador en Jockgrim, el resto del territorio estaba perfectamente señalado y nos fue fácil llegar a Swerzstein. La idea era aquí visitar un poco el pueblo y el castillo, que nos habían prometido en información turística como algo muy a reseñar. Y, bueno, no estaba mal. No. Pero algo como muy destacado, pues tampoco, pero ya que nos habíamos dejado caer por esas tierras, y como total estaba de camino, pues le dimos un vistazo. Pero rapidito, y en ruta al poco tiempo.

Desde Swerzstein a Heidelberg el trayecto es corto en km, pero se hace eterno. Para comenzar, por estar constantemente dando vueltas y vueltas, que parece que las líneas rectas no eran un bien codiciado por la zona. Y para continuar, porque a medida que nos acercamos a la ciudad nueva, hay que estar esperando semáforos de forma iterativa. Había momentos en que los semáforos más que un regulador del tráfico parecían más una burla: Minutos largos esperando el verde, y cuando comienzas a pedalear para cruzar, ZAS!!, rojo de golpe. Las primeras 4 o 5 veces nos temimos que tal vez andaban algo descoordinados, pero a partir de la décima vez ya consideramos que debía tratarse de algún intento no logrado de sentido del humor local. Ya se sabe, el sentido del humor alemán…

Bueno, que tras mucho hacerse de rogar, llegamos por fin ala ciudad vieja de Heidelberg, famosa en el mundo entero por su universidad. Es la más antigua de las alemanas, lo cual de por si es ya un prestigio, con científicos de renombre que estuvieron por aquí, tales como Bunsen (químico) y Karl Jaspers (psiquiatra). Evidentemente hubo unos cuantos más, pero Eli es química y yo psiquiatra, por lo que pongo solo estos 2. Que no soy la Wikipedia.

La ciudad es de las que vale la pena visitar. Enmarcada entre el río y las colinas cercanas, ha sabido apropiarse de este espacio para crear un plano atractivo al paseante y al ciudadano que vive en ella. Casas ciertamente altas para lo habitual en esas ciudades alemanas, pero conservando el estilo de la zona y dotando las calles de un singular sabor nórdico muy apreciable. Por estas calles deambularon grandes pensadores, y no pocas juergas se corrieron en nombre de los benditos años de estudiante. Creemos que de juergas hubo más que de grandes pensamientos, pese a todo, pues parece ser que se institucionalizó el hecho de pasar al menos un día en la cárcel de estudiantes, como una especie de tradición que no termino muy bien de comprender (ah, estas cerradas neuronas mias hacia los arrestos y detenciones…). Y grandes hombres de su época durmieron al menos una noche en unas mazmorras bastante feas y bastante húmedas que se pueden visitar por unos euros. Como Eli y yo somos profesores en la universidad, a nosotros nos salía masr barato, pero decidimos gastarnos nuestros euros en algunos recuerdillos adquiridos, a menor precio, claro, en la tienda de la universidad.

En un lugar así era evidente que la sabiduría nos perseguía, así que nosotros fuimos más rápidos y nos evitamos aglomeraciones y codazos en los lugares más turísticos de la ciudad (iglesia, plaza central, puente de piedra) dando furiosas pedaladas para hacernos hueco y largarnos después de un buen chocolate caliente en el bar favorito de Eli (ya antes había estado en Heidelberg). El alojamiento nos destrozaba el presupuesto, y tras permanecer un buen rato en los lugares más solitarios que encontramos, tomamos las de Villadiego. Eso sí, antes de marcharnos pusimos a prueba nuestra capacidad ciclista subiendo al Schloss. Este se encuentra situado en un monte cercano, en un estado semi-ruinoso pero constituyendo casi solamente por ello una atracción de primer orden, con un parque grande y bien cuidado. Pero para llegar a este parque hay que tragarse casi 1 km de ascenso por rampas del 9%. Una bagatela, vaya, que Eli y yo emprendimos a etapas de unos centenares de metros cada vez. Cuando más desfondados estábamos, y ya por abandonar el cruel ascenso con el molinete dichoso que Barnabas siempre aplica, tras un recodo de casi 90 grados aparece por fin el castillo. A reventar de gente, claro, pero nosotros subimos a puro huevo y los guiris con autocar. No es lo mismo, y uno que se puede permitir mirarlos con aire y cara de superioridad. Mequetrefes. 


 Y luego toca el segundo experimento del día. El primero era fácil, pues llegar a Heidelberg incluso sin plano era muy factible. Estaba todo señalizado al estilo alemán. Pero ahora tocaba ir a Mannheim, y sin ruta. Los primeros km nos envalentonan, pues vamos por caminos rurales que son casi una autopista para ciclistas en la dirección que queríamos. Pero pronto comienzan los problemas y nos perdemos un par de veces por algunas carreteras de la zona. Tras no pocas peripecia, y sin preguntar a nadie esta vez (la única persona que nos topamos era un pobre abuelo con conocimientos nulos de cualquier lengua no germánica, y tras este,  un pintas de cuidado al que preferimos no dejarle ver que no éramos de pura raza aria por si acaso), logramos enlazar con la ruta original de Esterbauer. Ach Victorien, como dicen en el país.

Claro que entonces nuestro gozo se quedó en un pozo, pues la entrada a Mannheim que recomiendan en la ruta es la zona más fea que hemos visto jamás. Durante varios km nos comemos carreteras horrorosas, zonas industriales y una central térmica que par4ece que van a jubilar, y con otra central en construcción justo al lado. Nos resistimos a creer que esta nueva central sea una nuclear, pero el aspecto desde luego era similar a la de Homer Simpson y el Sr. Burns, solo que con una chimenea en vez de 2… En cualquier caso, si se tratase de una térmica, nos llamó poderosamente la atención que al otro lado de la calle, justo delante de la central y tras varios montones de toneladas de carbón, la gente vivía en una zona residencial de chaletitos adosados. Y tndian la ropa en el jardín y todo, imagino que en busca de una nueva tonalidad en las sabanas llamada “blanco con hollín”.

Y cosas de los contrastes de esta gente: Tras tragarnos varios km de una fealdad inigualable, justo antes de mannheim disponen de un parque natural que los ciudadanos utilizan para su solaz y recreo. Pero que pudimos comprobar es realmente preciosa. Vimos fauna de todo tipo, incluyendo un par de rapaces, quizá águilas, cazando entre la gente que pasea y un par de ciclistas hispanos, nosotros, con los ojos incrédulos tras el horrible paisaje que lo precedía.

Encontramos alojamiento asequible en un hotel de corte soviético, gris y feo de narices pero de precio asumible. La visita a la ciudad la hicimos por puro formalismo. En la guía que nos dieron en información turística se nos indicaban los principales atractivos que resultaron muy discretos, sobretodo en comparación de las maravillas de los paisajes naturales del camino, y de las bellezas de Heidelberg y Speyer. Se nos remarcaba en la guía que mucha gente se sorprendía de la belleza de la ciudad, y que siempre volvían, pero discrepamos. Estos panfletos turísticos están escritos con el fin de alabar lo de destacable que haya, y el que lo redactó era evidente que conocía el oficio, y como exagerar un poco iba incluido en el sueldo pues nada a recriminar.  Se ha destacar como algo notorio el trazado de las calles en cuadriculas muy practicas. Y no hay nombre en las calles, sino una numeración por letras y números, de tal forma que la orientación es sencillísima una vez comprendidos los ejes a partir de los que se sigue el orden alfabético y numérico ce cada cuadricula.



Por ser absolutamente sincero, la verdad es que acabamos por recorrer la ciudad en casi todo su trazado. Pero no como turistas, sino como tontos dando vueltas y más vueltas tratando de encontrar un sitio donde comer barato. Había demasiadas opciones. Pero luego nos fuimos a dormir.

Rhein Radweg. Etapa 5



29/08/2012

De Jockgrim a Speyer. Tras unos días de ruta las piernas comienzan ya a estar algo cansadas, pero este tramo resultó agotador por el tremendo sol que nos achicharró desde primeras horas de la mañana. Se une a esto además que el encargado de las señalizaciones del camino a partir de Jockgrim tenía seguro algún antepasado siciliano, y nos perdimos en varias ocasiones. Resumiendo para quien no haya leído nuestras desventuras en Sicilia: No hay apenas señales para marcar la ruta, y nos perdemos en varias ocasiones. Y como en anteriores ocasiones nos damos cuenta cuando llegamos a un pueblo que no figura en nuestro mapa. De esta manera, al pretender llegar a Russheim, en el cartel del pueblo al que llegamos vemos que pone “Bofheim”. Hombre, parecido, parecido  lo es, pero no coincide. Por señas, como buenos españolitos de viaje por el mundo, nos aclaramos con un lugareño y a través de una carretera de por suerte poco tráfico, conseguimos rehacer la ruta. Pero nos pasamos toda la mañana bajo un sol de justicia que en nada tiene que envidiar, nos parece, al de nuestras tierras meridionales, y nos desfondamos en recorridos arriba y abajo tratando de seguir el mapa. Es un continuo dentro/fuera del recorrido previsto. Tras varias horas así, entramos en una especie de parque natural de no demasiado tamaño pero de cierta belleza general, y hacemos alto. No hay un alma en km a la redonda salvo algún cicloturista algo más espabilado que nosotros (o mejor conocimiento de la zona, vaya usted a saber…) y cuanto ven nuestros ojos cansados es naturaleza semivirgen asándose lentamente al sol de la 2 de la tarde. No nos parece que nadie nos pueda recriminar nada relevante, por lo que  optamos por una tradición tan hispana como la de una buena siesta tras un tentempié algo mayor de lo habitual. Y de común acuerdo al final de esta decidimos, democracia obliga, aceptar la unanimidad del veredicto y proseguir hasta la ciudad de Speyer, no demasiado lejana, y hacer noche ahí.

Animados por un próximo refrigerio y ducha, la ruta debería no resultar demasiado pesada, pero la sensación de alivio se diluye en los siguientes km y al llegar al puente que cruza a la orilla izquierda, nos vemos ya reventados. El sol alemán desballesta al más pintado. La entrada a la ciudad es algo extraña, por cuanto al pasar el puente nos topamos con una carretera bastante transitada pero que no hemos de seguir más que en unos pocos metros antes de desviarnos y entrar en la ciudad vieja (altstadt) por calles restringidas al tráfico e ir a dar directamente en la Dom, la catedral. Con nuestro gusto decantado desde hace años hacia el románico, nos sobrecogemos encantados. Es una construcción antigua, muy bien conservada pese a los desastres de su guerra y de clara importancia en la historia alemana (varios reyes y electores enterrados dentro). Y ciertamente muy original, mezclando elementos germánicos con otros de corte italiano que le dan al conjunto un acabado ciertamente interesante. El interior, que visitamos de forma somera, es muy equilibrado, discreto incluso, de un buen gusto excelente. 


Animados por tal encuentro, ciertamente inesperado pese a que ya desde la lejanía se vislumbraba la mole del edificio, pero para nada percibible su originalidad, nos dirigimos a información turística. Como siempre, muy amables y eficaces. No les funcionaba, pura mala suerte, el sistema informático, por lo que debemos buscar nosotros con el mapa y los folletos que nos dan un lugar donde dejarnos caer en la ducha. Como no podía ser de otra manera, el hotel de nombre italiano al que vamos en primer lugar no resulta posible para nada. No por precios o por estar lleno, sino por incomparecencia del amo o de cualquier empleado al que dirigirnos. Nos estuvimos un rato dando vueltas por el interior sin ver a nadie. De haber sido un par de chorizos hacíamos nuestro agosto. Por fortuna en otro lugar tuvimos más suerte y nos arrojamos como desesperados a una ducha fresca para evaporar los calores de ese agosto nórdico que nos tenía achicharrados.

Visita obligada a la ciudad, por supuesto, al terminar nuestro envite con el agua fresca,. Era una ciudad bonita, muy tranquila de anchas calles y trazado regular en el centro. Amplia oferta de cocinas baratas y abundantes y gente por lo que pudimos ver muy amable y amantes de la buena vida. Casi parecía una ciudad italiana perdida lejos de los turistas y sin prisas por nada en especial. Pronto nos fuimos a dormir, no sin antes comprar un mapa diferente de la zona para tratar de llegar a Heidelberg al día siguiente. 


Biblioteca de Umberto Eco

Se podrá disfrutar en Bolonia. Al parecer estimó que podía ser difrutada así durante los próximos 90 años. Es su biblioteca personal, que te...