jueves, 20 de septiembre de 2012

Rhein Radweg. Etapa 5



29/08/2012

De Jockgrim a Speyer. Tras unos días de ruta las piernas comienzan ya a estar algo cansadas, pero este tramo resultó agotador por el tremendo sol que nos achicharró desde primeras horas de la mañana. Se une a esto además que el encargado de las señalizaciones del camino a partir de Jockgrim tenía seguro algún antepasado siciliano, y nos perdimos en varias ocasiones. Resumiendo para quien no haya leído nuestras desventuras en Sicilia: No hay apenas señales para marcar la ruta, y nos perdemos en varias ocasiones. Y como en anteriores ocasiones nos damos cuenta cuando llegamos a un pueblo que no figura en nuestro mapa. De esta manera, al pretender llegar a Russheim, en el cartel del pueblo al que llegamos vemos que pone “Bofheim”. Hombre, parecido, parecido  lo es, pero no coincide. Por señas, como buenos españolitos de viaje por el mundo, nos aclaramos con un lugareño y a través de una carretera de por suerte poco tráfico, conseguimos rehacer la ruta. Pero nos pasamos toda la mañana bajo un sol de justicia que en nada tiene que envidiar, nos parece, al de nuestras tierras meridionales, y nos desfondamos en recorridos arriba y abajo tratando de seguir el mapa. Es un continuo dentro/fuera del recorrido previsto. Tras varias horas así, entramos en una especie de parque natural de no demasiado tamaño pero de cierta belleza general, y hacemos alto. No hay un alma en km a la redonda salvo algún cicloturista algo más espabilado que nosotros (o mejor conocimiento de la zona, vaya usted a saber…) y cuanto ven nuestros ojos cansados es naturaleza semivirgen asándose lentamente al sol de la 2 de la tarde. No nos parece que nadie nos pueda recriminar nada relevante, por lo que  optamos por una tradición tan hispana como la de una buena siesta tras un tentempié algo mayor de lo habitual. Y de común acuerdo al final de esta decidimos, democracia obliga, aceptar la unanimidad del veredicto y proseguir hasta la ciudad de Speyer, no demasiado lejana, y hacer noche ahí.

Animados por un próximo refrigerio y ducha, la ruta debería no resultar demasiado pesada, pero la sensación de alivio se diluye en los siguientes km y al llegar al puente que cruza a la orilla izquierda, nos vemos ya reventados. El sol alemán desballesta al más pintado. La entrada a la ciudad es algo extraña, por cuanto al pasar el puente nos topamos con una carretera bastante transitada pero que no hemos de seguir más que en unos pocos metros antes de desviarnos y entrar en la ciudad vieja (altstadt) por calles restringidas al tráfico e ir a dar directamente en la Dom, la catedral. Con nuestro gusto decantado desde hace años hacia el románico, nos sobrecogemos encantados. Es una construcción antigua, muy bien conservada pese a los desastres de su guerra y de clara importancia en la historia alemana (varios reyes y electores enterrados dentro). Y ciertamente muy original, mezclando elementos germánicos con otros de corte italiano que le dan al conjunto un acabado ciertamente interesante. El interior, que visitamos de forma somera, es muy equilibrado, discreto incluso, de un buen gusto excelente. 


Animados por tal encuentro, ciertamente inesperado pese a que ya desde la lejanía se vislumbraba la mole del edificio, pero para nada percibible su originalidad, nos dirigimos a información turística. Como siempre, muy amables y eficaces. No les funcionaba, pura mala suerte, el sistema informático, por lo que debemos buscar nosotros con el mapa y los folletos que nos dan un lugar donde dejarnos caer en la ducha. Como no podía ser de otra manera, el hotel de nombre italiano al que vamos en primer lugar no resulta posible para nada. No por precios o por estar lleno, sino por incomparecencia del amo o de cualquier empleado al que dirigirnos. Nos estuvimos un rato dando vueltas por el interior sin ver a nadie. De haber sido un par de chorizos hacíamos nuestro agosto. Por fortuna en otro lugar tuvimos más suerte y nos arrojamos como desesperados a una ducha fresca para evaporar los calores de ese agosto nórdico que nos tenía achicharrados.

Visita obligada a la ciudad, por supuesto, al terminar nuestro envite con el agua fresca,. Era una ciudad bonita, muy tranquila de anchas calles y trazado regular en el centro. Amplia oferta de cocinas baratas y abundantes y gente por lo que pudimos ver muy amable y amantes de la buena vida. Casi parecía una ciudad italiana perdida lejos de los turistas y sin prisas por nada en especial. Pronto nos fuimos a dormir, no sin antes comprar un mapa diferente de la zona para tratar de llegar a Heidelberg al día siguiente. 


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