29/08/2012
De Jockgrim a
Speyer. Tras unos días de ruta las piernas comienzan ya a estar algo cansadas,
pero este tramo resultó agotador por el tremendo sol que nos achicharró desde
primeras horas de la mañana. Se une a esto además que el encargado de las señalizaciones
del camino a partir de Jockgrim tenía seguro algún antepasado siciliano, y nos
perdimos en varias ocasiones. Resumiendo para quien no haya leído nuestras
desventuras en Sicilia: No hay apenas señales para marcar la ruta, y nos
perdemos en varias ocasiones. Y como en anteriores ocasiones nos damos cuenta
cuando llegamos a un pueblo que no figura en nuestro mapa. De esta manera, al
pretender llegar a Russheim, en el cartel del pueblo al que llegamos vemos que pone
“Bofheim”. Hombre, parecido, parecido lo
es, pero no coincide. Por señas, como buenos españolitos de viaje por el mundo,
nos aclaramos con un lugareño y a través de una carretera de por suerte poco tráfico,
conseguimos rehacer la ruta. Pero nos pasamos toda la mañana bajo un sol de
justicia que en nada tiene que envidiar, nos parece, al de nuestras tierras
meridionales, y nos desfondamos en recorridos arriba y abajo tratando de seguir
el mapa. Es un continuo dentro/fuera del recorrido previsto. Tras varias horas así,
entramos en una especie de parque natural de no demasiado tamaño pero de cierta
belleza general, y hacemos alto. No hay un alma en km a la redonda salvo algún cicloturista
algo más espabilado que nosotros (o mejor conocimiento de la zona, vaya usted a
saber…) y cuanto ven nuestros ojos cansados es naturaleza semivirgen asándose lentamente
al sol de la 2 de la tarde. No nos parece que nadie nos pueda recriminar nada
relevante, por lo que optamos por una tradición
tan hispana como la de una buena siesta tras un tentempié algo mayor de lo
habitual. Y de común acuerdo al final de esta decidimos, democracia obliga,
aceptar la unanimidad del veredicto y proseguir hasta la ciudad de Speyer, no
demasiado lejana, y hacer noche ahí.
Animados por un próximo
refrigerio y ducha, la ruta debería no resultar demasiado pesada, pero la sensación
de alivio se diluye en los siguientes km y al llegar al puente que cruza a la
orilla izquierda, nos vemos ya reventados. El sol alemán desballesta al más
pintado. La entrada a la ciudad es algo extraña, por cuanto al pasar el puente
nos topamos con una carretera bastante transitada pero que no hemos de seguir más
que en unos pocos metros antes de desviarnos y entrar en la ciudad vieja
(altstadt) por calles restringidas al tráfico e ir a dar directamente en la
Dom, la catedral. Con nuestro gusto decantado desde hace años hacia el románico,
nos sobrecogemos encantados. Es una construcción antigua, muy bien conservada
pese a los desastres de su guerra y de clara importancia en la historia alemana
(varios reyes y electores enterrados dentro). Y ciertamente muy original,
mezclando elementos germánicos con otros de corte italiano que le dan al
conjunto un acabado ciertamente interesante. El interior, que visitamos de
forma somera, es muy equilibrado, discreto incluso, de un buen gusto excelente.
Animados por tal encuentro, ciertamente inesperado pese a que ya desde la lejanía
se vislumbraba la mole del edificio, pero para nada percibible su originalidad,
nos dirigimos a información turística. Como siempre, muy amables y eficaces. No
les funcionaba, pura mala suerte, el sistema informático, por lo que debemos
buscar nosotros con el mapa y los folletos que nos dan un lugar donde dejarnos
caer en la ducha. Como no podía ser de otra manera, el hotel de nombre italiano
al que vamos en primer lugar no resulta posible para nada. No por precios o por
estar lleno, sino por incomparecencia del amo o de cualquier empleado al que
dirigirnos. Nos estuvimos un rato dando vueltas por el interior sin ver a
nadie. De haber sido un par de chorizos hacíamos nuestro agosto. Por fortuna en
otro lugar tuvimos más suerte y nos arrojamos como desesperados a una ducha
fresca para evaporar los calores de ese agosto nórdico que nos tenía
achicharrados.
Visita obligada a
la ciudad, por supuesto, al terminar nuestro envite con el agua fresca,. Era
una ciudad bonita, muy tranquila de anchas calles y trazado regular en el
centro. Amplia oferta de cocinas baratas y abundantes y gente por lo que pudimos
ver muy amable y amantes de la buena vida. Casi parecía una ciudad italiana
perdida lejos de los turistas y sin prisas por nada en especial. Pronto nos
fuimos a dormir, no sin antes comprar un mapa diferente de la zona para tratar
de llegar a Heidelberg al día siguiente.
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