31/08/2012
Mannheim-Oppenheim.
El amanecer nos sorprende con un nuevo cielo gris plomizo que acentua la
fealdad natural de la salida de Mannheim. Al igual que la entrada, para salir
por el lado derecho del Rhin se ha de atravesar una zona industrial más larga
que un día sin pan. Habíamos decidido no pasar al lado izquierdo, pese a que
con ello nos quedaba sin visitar Ludwigshafen, por estar un tanto
desilusionados con la zona. Hoy quizá pueda decir que fue un pequeño error y
seguramente el lado izquierdo resultaría imposible que empeorase la
horripilante variedad de humos, chimeneas, fabricasr y muelles para barcos de
transporte con que nos obsequió el margen derecho Tras casi 10 km todavía podíamos
ver el paisaje de leyenda de tanta industrialización que poco nos apetecía en
una ruta supuestamente verde. Además, mientras atravesábamos una zona con mayor
concentración de fábricas que las otras, una sirena de esas que salen en las películas
antes de los bombardeos comenzó a ladrar de manera salvaje. Sin entender lo que
diantres estaría pasando ahí, pusimos abundante tierra de por medio y hasta
nunca, Mannheim.
Visto lo que nos
deparaba viajar por la derecha del río, en cuanto logramos alcanzar el puente
de Worms, nos pasamos sin dudarlo al lado izquierdo. El nombre de esta ciudad
es curiosamente raro a oídos anglosajones. Educados, que remedio, en la lengua
del Shakespeare ese, nada nos impide asociar el nombre de la ciudad con el de
los gusanos y elucubrar acerca de los chistecitos que los soldados americanos y
británicos, en la conquista de estas zonas en la última gran guerra, debían hacer
al serles indicado el destino. Pero la ciudad es de las que merecen un vistazo
largo. Se llega a ella desde el margen derecho a través de un puente viejo
monumental, con altas torres que lo enmarcan en sus 2 contactos con tierra y
con la mole catedralicia al fondo. Que resulta ser otra construcción románica
muy destacable, aunque algo demasiado cargada de adornos de gótico primigenio
poco agradables a mis ojos. El día era plomizo, con amenaza de tormenta que precisamente
nos cogió en Worms, aunque bien resguardaditos bajo bastantes soportales, de
los que la ciudad tiene en abundancia. Y tras unas cuantas gotas, un tímido sol
se deja ver ocasionalmente tras las nubes, ahora ya medio disipadas. A lo
lejos, en Mannheim, se ven unas cortinas de lluvia impresionantes, pero en la dirección
que llevábamos el sol y fragmentos ocasionales de azul nos permitían rodar
tranquilos.
Esta zona
saliendo de Worms hasta casi tocar Mainz (Maguncia) es de una belleza
desgarradora. Con este cielo entre azul y gris, con cuajarones de nubes que
adornan mas que tapan un marco de viñedos entre el río y los montes que lo
aprisionan, hasta donde se alcanza a ver. Verdes de todos los tonos, con
marrones y rojos habituales en las vides, y racimos de uvas bien repletos ya a
estas alturas del año tumbando las ramas con sus morados y amarillos conforman
un paisaje ampliamente tranquilizador. Durante casi 30 km uno puede dejarse
llevar en este mar de colores entre el zumbar de las abejas y el suave lamer de
un sol que no calienta tras las nubes ociosas en la cúpula que lo cubre todo. Por
desgracia, los campesinos tienen un sistema algo curioso de evitar que sus uvas
sean asaltadas por tropas de aves famélicas y con aire comprimido sueltan
ocasionales y anárquicas descargas sonoras, como escopetazos, que a veces hacía
que nos acordáramos de algún malnacido que puso sus cacharros cerca del camino,
pero eso del progreso es lo que tiene. En pro de una buena cosecha, unos
cuantos sobresaltos de nada.
Desfilan así ante
nosotros pueblecitos vinícolas a cual más interesante y bonito, y paramos en
varias ocasiones para picar alguna cosa en tan idílico lugar. Especialmente
tras haber tenido que tragar los paisajes generosos en humo de Mannheim. En
Oppenheim decidimos buscar alojamiento. Por primera vez en todo el viaje
tuvimos problemas. Parece ser que el pueblo es especial en la región, no solo
por sus vinos sino porque en su subsuelo los habitantes, siglos ha, decidieron
construirse una serie de galerías subterráneas hoy visitables, que parece les servían
para comunicarse entre ellos sin que los dominadores/invasores/amos supieran
nada, y hacer del lugar el más incontrolado del mundo. Claro que de esta forma
la turistada es terrible, pero viven de ello incluso llevando a guiris
encantados en los carros, detrás del tractor, visitando todo lo visitable. Pero
para 2 cansados ciclistas es un contratiempo que la amabilidad local nos solucionó:
Preguntando en un hotel, estaba lleno, pero el amo llama en persona a un
jubilado local que alquila habitaciones, y un camarero nos acompaña sin
cobrarnos ni un mísero euro por el servicio. El jubilado además hablaba español,
y nos hizo precio muy asequible. Le prometimos mencionarlo aquí: Pensión
Schroeder.
La Dom local es
bastante digna y disponen de ruinas antiguas en lo alto de una loma, que
evidentemente recorrimos en toda su longitud. Poco hay ya que destacar. Cena
con el vino local, y descanso muy merecido.
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