27/08/2012
Desayuno opíparo en
casa de madame Henriette, la dueña de la casa. El desayuno iba incluido en el
precio, pero valía la pena por si mismo, con leche recién ordeñada de sus
propias vacas y mermelada casera de la deliciosa, no de la normal. Luego nos deseó
buen viaje como es de rigor en estas zonas, y nos mostró la mejor manera de
alcanzar el canal que discurre en línea recta desde muy cerca de su casa hasta
Strasbourg. No teníamos plan específico, por lo que optamos por seguir el canal.
Fue una buena decisión, ya que es un canal adaptado para paseantes y ciclistas
de casi 50 km de longitud, del que nosotros íbamos a recorrer unos 30. Con árboles
a lado y lado, la sombra es agradable en días de gran calor (como el que nos
avecinaba) y apenas tiene un par de cuestecillas muy moderadas en algunos puentes
que lo atraviesan, permitiendo un desarrollo grande y pedaladas rítmicas sin
especial fatiga. Paramos un par de veces a picar alguna cosa y beber agua con
calma, disfrutando del paisaje y del canal, pletórico de vida, pero en apenas
un par de horas llegamos a Strasbourg.
Fue una sorpresa llegar sin agobios,
pues nos esperábamos un paisaje a la entrada de una gran ciudad al menos alguna
zona industrial o barriadas de gran fealdad, pero al ir por el canal
escasamente los últimos 2 km se hacen por zonas transitadas, y el contraste de
repente se nos antojó excesivo. Tanto que decidimos una visita rápida de
algunas turistadas (la catedral, algunas iglesias, la plaza Kleber, y la Pequeña
Francia), y, después de comer, nos vamos.
Para continuar
viaje, pasamos a la orilla derecha, al lado alemán. El trayecto está bien señalizado
y es difícil extraviarse, pero los puentes que cruzan el Rhin son de mucho tráfico
y encima los encontramos medio cortados por obras. A diferencia de un par de años
atrás, que hicimos exactamente este mismo recorrido, nos desviamos a ultima
hora antes de pasar por el puente de Europa y nos dirigimos a un parque donde
hay acondicionados muchos carriles para ciclistas. Y también un puente algo
empinado pero sin tráfico. Llegamos a la ciudad alemana de Kehl, justo pegada a
Strasbourg pero en el lado alemán. Hay ahí múltiples rutas y está tan señalizado
que no necesitamos la guía para salir de la ciudad y retomar el camino. He de
decir que el recorrido de salida es tan enrevesado que sin esas indicaciones
tan iterativas y machaconas no tengo claro que hubiésemos encontrado el camino.
Nuevamente vamos
al lado del río, aunque no es tan agradable como el día anterior, más que nada porque
hay un sol de justicia y sopla viento de cara. Los km se hacen penosos en esta situación.
Tras un tramo que se nos antoja suficiente, nos desviamos unos cientos de
metros de la ruta para ir al pueblo de Stollhofen, donde se anuncian zimmer y
hay un camping. En algún sitio debemos hallar alguna cosa baratita. Antes de
entrar, Eli y yo que venimos rodados y con buenas bicis, nos topamos con una
familia alemana y sus hijos dándose una vueltecita en bici. A la velocidad que íbamos,
pronto les rebaso, pero el hijo menor, quizá unos 6 años de edad, no muchos más,
se flipa sobretodo conmigo (que iba como una flecha) y hace alardes imposibles
para adelantarme. Imagino que iba aburrido, pero el caso es que el enano
aspirante a Barnabas se desgañita de tal modo que no ve que interrumpe el
trayecto de un coche que nos atrapaba por detrás. Ni oye los desaforados gritos
de su padre, que desde luego aprecia el peligro de la combinación enano
flipado-coche. Decidí no dejar morir a Barnabasillo y frené mínimamente para
que cumpliese su objetivo de adelantarme, a la par que iba indicando al del
coche que esperase un momento, que con los enanos hay que tener cuidado.
Desfondado, el enano se quedó poco a poco detrás nuestro y seguimos camino.
Para mi sorpresa, el padre, que lo había visto todo, se detuvo con nosotros un
poco más adelante para agradecernos la deferencia. Todavía queda gente educada.
Encontrar habitación
no fue difícil. Había amplia oferta y curiosamente fuimos a preguntar en la
calle a la que le paseaba los perros a la dueña de las habitaciones.
Impresionante la que arreglamos por unos cuantos euros. Había espacio para
nosotros, para Barnabas si hubiese venido, y hasta para el enano aspirante al
cetro de flipado que ostenta nuestro amigo, ducha separada, mesa, balcón y un pequeño
frigorífico. Espectacular. Y eso que era solo la buhardilla. Nos fuimos a cenar a la iglesia del pueblo y aquí aprendimos
que si en los mapas estos pueblecitos son pequeños, en la realdad son enormes,
pues son todo casas gigantescas pero unifamiliares, con jardín, y la superficie
de cada una es excesiva para nuestras mentalidades sureñas. El pueblo es,
claro, muy grande, y las distancias engañan. Como estábamos desfondados por el
sol, cenita rápida de pan y queso y a a dormir.
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