jueves, 20 de septiembre de 2012

Rhein Radweg. Etapa 6



30/08/2012

Speyer-Heidelberg-Mannheim. Como estaba previsto, amanece nublado. Lo suficiente como para fastidiar la etapa en cualquier momento con lluvias esperadas aunque traicioneras. Es lo que tiene este rincón del mundo: En cuanto te despistas, te pasa de un calor bochornoso a un día plomizo de gris y de alma pesada. El trayecto hoy era un completo experimento, viajando por primera vez en nuestras cortas trayectorias cicloturisteando sin una ruta ya planificada y publicada por otras personas. Por suerte esto es Alemania, y superado el problema neuronal o de antepasados del señalizador en Jockgrim, el resto del territorio estaba perfectamente señalado y nos fue fácil llegar a Swerzstein. La idea era aquí visitar un poco el pueblo y el castillo, que nos habían prometido en información turística como algo muy a reseñar. Y, bueno, no estaba mal. No. Pero algo como muy destacado, pues tampoco, pero ya que nos habíamos dejado caer por esas tierras, y como total estaba de camino, pues le dimos un vistazo. Pero rapidito, y en ruta al poco tiempo.

Desde Swerzstein a Heidelberg el trayecto es corto en km, pero se hace eterno. Para comenzar, por estar constantemente dando vueltas y vueltas, que parece que las líneas rectas no eran un bien codiciado por la zona. Y para continuar, porque a medida que nos acercamos a la ciudad nueva, hay que estar esperando semáforos de forma iterativa. Había momentos en que los semáforos más que un regulador del tráfico parecían más una burla: Minutos largos esperando el verde, y cuando comienzas a pedalear para cruzar, ZAS!!, rojo de golpe. Las primeras 4 o 5 veces nos temimos que tal vez andaban algo descoordinados, pero a partir de la décima vez ya consideramos que debía tratarse de algún intento no logrado de sentido del humor local. Ya se sabe, el sentido del humor alemán…

Bueno, que tras mucho hacerse de rogar, llegamos por fin ala ciudad vieja de Heidelberg, famosa en el mundo entero por su universidad. Es la más antigua de las alemanas, lo cual de por si es ya un prestigio, con científicos de renombre que estuvieron por aquí, tales como Bunsen (químico) y Karl Jaspers (psiquiatra). Evidentemente hubo unos cuantos más, pero Eli es química y yo psiquiatra, por lo que pongo solo estos 2. Que no soy la Wikipedia.

La ciudad es de las que vale la pena visitar. Enmarcada entre el río y las colinas cercanas, ha sabido apropiarse de este espacio para crear un plano atractivo al paseante y al ciudadano que vive en ella. Casas ciertamente altas para lo habitual en esas ciudades alemanas, pero conservando el estilo de la zona y dotando las calles de un singular sabor nórdico muy apreciable. Por estas calles deambularon grandes pensadores, y no pocas juergas se corrieron en nombre de los benditos años de estudiante. Creemos que de juergas hubo más que de grandes pensamientos, pese a todo, pues parece ser que se institucionalizó el hecho de pasar al menos un día en la cárcel de estudiantes, como una especie de tradición que no termino muy bien de comprender (ah, estas cerradas neuronas mias hacia los arrestos y detenciones…). Y grandes hombres de su época durmieron al menos una noche en unas mazmorras bastante feas y bastante húmedas que se pueden visitar por unos euros. Como Eli y yo somos profesores en la universidad, a nosotros nos salía masr barato, pero decidimos gastarnos nuestros euros en algunos recuerdillos adquiridos, a menor precio, claro, en la tienda de la universidad.

En un lugar así era evidente que la sabiduría nos perseguía, así que nosotros fuimos más rápidos y nos evitamos aglomeraciones y codazos en los lugares más turísticos de la ciudad (iglesia, plaza central, puente de piedra) dando furiosas pedaladas para hacernos hueco y largarnos después de un buen chocolate caliente en el bar favorito de Eli (ya antes había estado en Heidelberg). El alojamiento nos destrozaba el presupuesto, y tras permanecer un buen rato en los lugares más solitarios que encontramos, tomamos las de Villadiego. Eso sí, antes de marcharnos pusimos a prueba nuestra capacidad ciclista subiendo al Schloss. Este se encuentra situado en un monte cercano, en un estado semi-ruinoso pero constituyendo casi solamente por ello una atracción de primer orden, con un parque grande y bien cuidado. Pero para llegar a este parque hay que tragarse casi 1 km de ascenso por rampas del 9%. Una bagatela, vaya, que Eli y yo emprendimos a etapas de unos centenares de metros cada vez. Cuando más desfondados estábamos, y ya por abandonar el cruel ascenso con el molinete dichoso que Barnabas siempre aplica, tras un recodo de casi 90 grados aparece por fin el castillo. A reventar de gente, claro, pero nosotros subimos a puro huevo y los guiris con autocar. No es lo mismo, y uno que se puede permitir mirarlos con aire y cara de superioridad. Mequetrefes. 


 Y luego toca el segundo experimento del día. El primero era fácil, pues llegar a Heidelberg incluso sin plano era muy factible. Estaba todo señalizado al estilo alemán. Pero ahora tocaba ir a Mannheim, y sin ruta. Los primeros km nos envalentonan, pues vamos por caminos rurales que son casi una autopista para ciclistas en la dirección que queríamos. Pero pronto comienzan los problemas y nos perdemos un par de veces por algunas carreteras de la zona. Tras no pocas peripecia, y sin preguntar a nadie esta vez (la única persona que nos topamos era un pobre abuelo con conocimientos nulos de cualquier lengua no germánica, y tras este,  un pintas de cuidado al que preferimos no dejarle ver que no éramos de pura raza aria por si acaso), logramos enlazar con la ruta original de Esterbauer. Ach Victorien, como dicen en el país.

Claro que entonces nuestro gozo se quedó en un pozo, pues la entrada a Mannheim que recomiendan en la ruta es la zona más fea que hemos visto jamás. Durante varios km nos comemos carreteras horrorosas, zonas industriales y una central térmica que par4ece que van a jubilar, y con otra central en construcción justo al lado. Nos resistimos a creer que esta nueva central sea una nuclear, pero el aspecto desde luego era similar a la de Homer Simpson y el Sr. Burns, solo que con una chimenea en vez de 2… En cualquier caso, si se tratase de una térmica, nos llamó poderosamente la atención que al otro lado de la calle, justo delante de la central y tras varios montones de toneladas de carbón, la gente vivía en una zona residencial de chaletitos adosados. Y tndian la ropa en el jardín y todo, imagino que en busca de una nueva tonalidad en las sabanas llamada “blanco con hollín”.

Y cosas de los contrastes de esta gente: Tras tragarnos varios km de una fealdad inigualable, justo antes de mannheim disponen de un parque natural que los ciudadanos utilizan para su solaz y recreo. Pero que pudimos comprobar es realmente preciosa. Vimos fauna de todo tipo, incluyendo un par de rapaces, quizá águilas, cazando entre la gente que pasea y un par de ciclistas hispanos, nosotros, con los ojos incrédulos tras el horrible paisaje que lo precedía.

Encontramos alojamiento asequible en un hotel de corte soviético, gris y feo de narices pero de precio asumible. La visita a la ciudad la hicimos por puro formalismo. En la guía que nos dieron en información turística se nos indicaban los principales atractivos que resultaron muy discretos, sobretodo en comparación de las maravillas de los paisajes naturales del camino, y de las bellezas de Heidelberg y Speyer. Se nos remarcaba en la guía que mucha gente se sorprendía de la belleza de la ciudad, y que siempre volvían, pero discrepamos. Estos panfletos turísticos están escritos con el fin de alabar lo de destacable que haya, y el que lo redactó era evidente que conocía el oficio, y como exagerar un poco iba incluido en el sueldo pues nada a recriminar.  Se ha destacar como algo notorio el trazado de las calles en cuadriculas muy practicas. Y no hay nombre en las calles, sino una numeración por letras y números, de tal forma que la orientación es sencillísima una vez comprendidos los ejes a partir de los que se sigue el orden alfabético y numérico ce cada cuadricula.



Por ser absolutamente sincero, la verdad es que acabamos por recorrer la ciudad en casi todo su trazado. Pero no como turistas, sino como tontos dando vueltas y más vueltas tratando de encontrar un sitio donde comer barato. Había demasiadas opciones. Pero luego nos fuimos a dormir.

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