24/08/2012
Suelo de forma habitual no comentar demasiado la
etapa en la que viajamos hasta destino. Creo que el viaje, aunque efectivamente
comienza desde que se sale de casa, no es en realidad viaje hasta que no se
alcanza el punto de la ruta desde donde el pedaleo que se hace es para
disfrutarla. Así, de forma breve indico que subimos al tren en Sants y llegamos
a destino, sea el que sea, y dejo para la siguiente entrada la narración
efectiva.
Pero esta vez ha de ser diferente. Las andanzas que
nos esperaban en esta etapa de transición resultarían ser catastróficas ya
desde que salimos de casa. Porque la mala pata habitual de cuantos me rodean no
se hizo esperar: Eli, tras dar 2 escasas pedaladas, y de forma bastante
deplorable, que todo se ha de decir, se cae al suelo y golpea el bordillo con
la espalda. De forma muy fea. Y muy dolorosa. Como para haberse roto algo y
grave, para más inri. Por fortuna no fue así, y no paso de un considerable
susto y una zona ampliamente dolorosa que hubo de lamentar días mas tarde, ya
en plena ruta, con un hematoma de aspecto horrendo.
No acabaron las desgracias aquí, pues ya casi
terminando el viaje que nos tenía que llevar a Cerbere y coger así el enlace
con el tren hacia Strasbourg, la gente de golpe comienza a ponerse nerviosa. Yo
suelo alterarme entre poco y nada por el histerismo de mi alrededor, pero en
esta ocasión no pude abstraerme a mi gusto ya que el jaleo estaba producido
sobretodo por una joven de unos 35 años que clamaba con inusitado furor que había
un incendio algo mas adelante de donde estábamos. Y por donde el tren había de
pasar. La verdad es que se veía desde el tren un enorme nubarrón causado por el
humo, y hasta se entreveían las llamas, y eso incrementó el nivel de
histericidad de la plebe allí metida en el vagón. Con cara de fastidio ignoro a
cuantos se me abalanzan, que ante mi cara de pocos amigos tampoco es que fueran
muchos y en cualquier caso poco dados a dirigirse a un Yambo taciturno y
malencarado habiendo tantas víctimas a las que dar su propio discurso
autocomplaciente y victimizante... Así que hundí bien las narices en mi libro y
dejé que Eli, más sociable que yo pero a niveles estratosféricos, se encargase
de lidiar con la multitud desatada. Grave error. Un par de yoyas a tiempo
pueden ser balsámicas, y no darlas una catástrofe. La histérica inicial, la que
con más gusto y ganas berreaba, se dedicaba de forma iterativa a dar la lata al
pobre conductor del tren, que total solo hacia su trabajo y si no tenia
indicaciones de detenerse es porque la cosa no iba del todo mal. Por más que la
chalada en cuestión precisamente lo cuestionase. Y hacia algo peor, pero que a
la postre resultaría hasta útil: Decir constantemente en voz alta lo que ELLA
iba a hacer. Buscando supongo conmiseración y aprecio, o hasta algo más que un
callado asentimiento, si bien ignorando que en estas circunstancias cada uno se
dedica a lamentar sus propios asuntos y sobretodo ignorar, como es de ley,
cuantas soplagaiteces le llegan informando de cosas que a nadie han de
menester. Bueno, pero sin extravasarme más, que al final la pelma grita más que
berrea que a ella nadie la engaña, y que se baja del tren y se busca la vida en
taxi para llegar a Girona. Como nadie le dice nada, y nada había que decirle
tampoco salvo que callase de una puñetera vez, baja del tren a grandes zancadas
y se aleja en busca de un inexistente taxi. Y tanta paz supongo llevó como
descanso dejó...
Con algo más de calma, no mucha, pero algo más
desde luego había, nos informamos por el conductor (bastante majo este), que
regresamos a Girona y que allí ya se vera. Bueno, el "ya se vera" consistió
en que algún iluminado decidió que ni nuestro tren ni el siguiente proseguían
camino, y que se estaban localizando autobuses para ver como llevar a todo el
rebaño a Figueras. Y desde aquí, pues "ya se vería".
Tanta cosa se había de ver que ni Eli ni yo lo veíamos
claro. Más bien turbia andaba la cosa, porque con la tontería ya acumulábamos
un par de horitas de retraso, y el tren francés se largaría sin nosotros. A la
porra el viaje, vaya. Pero sobre perdidos, al rio, que dice el refrán, así que
optamos por probar suerte y ver como lo hacíamos para subir al autobús. Aquí
hay que hacer especial inciso a los nervios histéricos de la plebe y la
solidaridad mostrada en ocasiones como esta. O sea, y sin ánimo de ser escatológico
y me perdonaran ustedes el uso de palabras malsonantes, una PUTA MIERDA. Porque
en lo que nadie se fijó demasiado es en que si vas con una bici y alforjas, el
hecho de meter las bicis en un autocar con todo el mundo a la loca carrera plan
"idiota el último" hace realmente imposible ocuparse de poner las bicis
y las alforjas en el maletero, que no te las aplaste algún imbécil echando a
saco su maletón (riesgo de avería de la bici casi asegurado) y a la par lograr
un asiento en el mismo autocar, ya que los que no llevan maleta lo han asaltado
a la carrera. Hasta en 2 ocasiones tuve que sacar las bicis, y mira que pedimos
por favor a la gente que nos hiciese el favor de dejarnos la plaza, que perdíamos
otro tren y las bicis estaban YA puestas abajo. Nada. Así Ra les fulmine a
todos y en pago por sus bondades les devuelva 100 por una....
Pues anda que no fue complicado lograr un hueco en
el último puñetero autocar, y no sin algún empujón que otro bien dado
aprovechando que de mis casi 90 kg no todos son de grasa. Una miradita con
aspecto de reventarle los cuernos hizo sospechar a alguno que mejor ese sitio
no mirarlo demasiado. Y así logramos alcanzar Figueras sin lamentar demasiados
destrozos y eso que me hubiese gustado aplastar la cabeza de una desgraciada
que tenia su enorme maletón tirado justo encima de mi rueda trasera, tan bien
colocado que aplastaba el cambio de marchas. La muy cafre en lugar de salir
corriendo cuando le tiré con bastantes malos modos su maleta a pastar aún se le
ocurrió recriminarme por mi acción. Suerte que Eli no me permitió ponerla de
pegatina en la pared de la estación, que seguro alguno tendría la mala idea de
hacer de caballero andante y meterse en medio, y... vaya, que me pierdo.
Por si fuera poco, el tiempo corría en nuestra
contra. Con 5 horas de adelanto cogimos el tren, y si nada lo remediaba íbamos
a perderlo miserablemente. Se nos ocurrió solicitarle a la jefa de la estación
de Figueras, una reina de Mordor de aspecto y maneras, si podía llamar a Port-Bou,
y así estos avisar a Cerbere de lo que pasaba y tal vez, solo tal vez, retrasar
5 minutitos de nada la salida. Pues nada. La tipeja que no quiere, no porque
haya nada que se lo impida, ni porque la puedan sancionar si lo hace, ni que,
no se, su religión le prohíba peinarse y llamar por teléfono. No. No llama
porque no le sale de donde imagino le tenia que salir, lo cual, digámoslo con
propiedad, es un motivo como cualquier otro salvo por el pequeño detallejo sin
importancia que deja su capacidad de comprensión y solidaridad al nivel de un
hijoputa cualquiera, pero desde luego no valía la pena discutir ni medio minuto
más: A la carrera para pillar el tren y llegar a Cerbere, y si la misericordia
o la fortuna nos dejaban, pillar el tren a Strasbourg.
A mitad de camino ya era claro y meridiano que ni
hablar de llegar a tiempo. Como poco, 5 minutos tarde. Eli se relajó un tanto
hablado con unas francesas (es lo que tiene saber idiomas) y enterarse que
ellas, con conocimiento claro de la falta de solidaridad de nuestro sistema
ferroviario (y de la hijoputez de sus jefas de estación), habían llamado a
Cerbere y "quizá" retrasasen la salida del tren. Porque también iban
en el nuestro. Por si las moscas, nada más llegar a la estación vemos que el
tren a Strasbourg esta aún en el anden y Eli y yo salimos a la carrera de forma
tal que íbamos dejando una estela detrás nuestro. Y lo pillamos. No por correr,
que vimos que era innecesario, sinó porque los franceses en un alarde de
sentido común increíble e inimaginable en cierta jefa de estación cuyas muelas
deben estar pudriéndose ya consecuencia de muchos deseos de viajeros de ese día,
habían decidido retrasar la salida del convoy 20 minutos. Tiempo sobrado para
que llegasen todos los rezagados, que éramos como una docenita. Misión
cumplida. De milagro y con derroche de toda la suerte que por lo que fuese estábamos
acumulando Eli y yo. Pero lo pillamos. Cenita rápida y a dormir, que el día, en
contra de lo previsto, había sido duro.
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