23/08/2013
La primera etapa suele, y no sé por qué, tener algún tipo de problema. O inconveniente. O dificultad. O algo que termina por proceder a la jodienda, vamos, en palabras malsonantes bien hispanas. El verano pasado iniciamos ruta con Eli cayéndose a 5 metros de la puerta de casa, que bien podría haberse roto una costilla ahí mismo. Para luego encontrarnos con un incendio que casi nos deja sin viaje.
Así que en esta ocasión me puse a contemplar pacientemente el universo a ver si el karma de alguien muy cenizo nos estaba gafando, y a ver qué iba a pasar. Barnabas nos sometió a pública tortura comenzando a hacerse películas acerca de lo que nos iba a decir el revisor al ver las bicis tan cargadas, y ocupando su buen espacio, claro, sobre si sería mejor separarnos para evitar problemas, que nos acabaría por echar del tren... En fin, una interminable retahíla de apocalípticos mensajes en los que el mal menor de todos era quedarnos sin viaje. Como los precedentes no eran muy halagüeños, se podría considerar que casi que tenía razón. Salvo por un pequeño detallejo sin importancia: Que no tenía razón. El picas, alias revisor, no sólo no nos dijo nada sino que pasó olímpicamente de nosotros, de nuestras bicis y casi del resto del pasaje una vez comprobado que teníamos billete.
El único incidente digno de mencionar fue el de un borracho que entró atropellando a vivos y no tan vivos en el vagón con ánimo de situar sus ridículas posaderas en los asientos donde, casualmente, habíamos puesto las bicis. De no haber ido tan borracho lo habría visto antes y se habría ahorrado así el disgusto, pero el alcohol es lo que tiene: Embrutece al que lo toma y le nubla los sentidos. Jodido más que frustrado, o tal vez ambas a la par, nos gritó en pura recriminación atávica típica de los perdedores, que las bicis no podían ir en donde estaban, que tenían que ir en "el vagón de delante". Bueno, valga decir que en parte razón no le desasistía, pues reconozco que en efecto las bicis van mejor en el vagón delantero causando así menos molestias al resto del pasaje por más que no hay ley escrita que diga que eso debe ser así. La parte de razón que no le podía dar de ninguna de las maneras era que YA ESTÁBAMOS en el vagón delantero, circunstancia que también habría notado el borrachuzo en cuestión si sus etílicos humores no se lo hubieran impedido. O enturbiado. Teniendo en cuenta que entre que su estado de intoxicación no le permitía guardar equilibrio de forma adecuada, y que ni en el mejor de sus sueños lograba acercarse siquiera a la cifra de 30 kilos menos que yo, nos permitimos enviarle a él al "vagón delantero" en términos no demasiado bruscos, que tampoco era cuestión de empezar el viaje sacando a patadas a nadie del tren. Pero con firmeza, eso sí.
El resto de trayecto, para consternación de Barnabas y sus cuitas mal imaginadas mil veces previamente, conseguimos llegar a Cerbere sin problemas y aburrirnos allí en espera del tren a París. Espera larga y tediosa pero nos permite con tiempo y calma poner las bicis en su sitio y distribuir el equipaje de forma práctica en las estrecheces de esos vagones ya algo viejos de los Lunea.
Del resto del día no hay nada especial a reseñar.
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