27/08/2013
Bueno. Pues en un camping. Después
de tantos años y sin que Barnabas se quejase. Se podria considerar una especie
de pequeño milagro, especialmente en cuanto se refiere a las quejas, o a la
ausencia de ellas por ser completamente correcto. Resultaba raro encontrarse
justo donde estábamos, rodeados de campistas y despertados por el alegre
corretear de los niños, con sus gritos y sus juegos, y su desayuno con tazas de
metal y chocolate humeante. El día, frío, invitaba a recogerse plácidamente en
la tienda con una bebida caliente, que es lo que justamente prepare. Barnabas
no se avino a beber agua caliente por más que le pusiese té que la aromatizase
y diese excelente gusto y calor, pero sobre gustos, los colores y le dejamos
degustar unas galletas bretonas de mantequilla que también supusieron buena
dosis de moral para el día que se avecinaba. Según lo habitual de estas
tierras, rompepiernas, cuestas y fatiga, bien aderezado con algún recorrido por
carreteras transitadas de cafres al volante.
La niebla que nos había recibido en
este martes pronto comenzó, poco a poco, a retirarse y dar paso a un sol algo rácano
en sus calores pero al menos prodigo en luz animosa. Poco viento, por fortuna,
pero el rompepiernas continua impertérrito haciendo su trabajo y los km van
cayendo a un ritmo exasperadamente lento, con paradas en varias playas para
reponer algunas fuerzas pero dejando el regusto amargo de un excelente momento
de relax interrumpido para subir unas cuestas vertiginosas, una y otra vez, en
un ritmo constante de dureza sin par. Hay una sucesión muy hermosa de playas y
capillitas románicas, bien hechas y agradables pero no por ello el día se hace
menos duro.
Vamos más lentos cada vez. En parte por el cansancio y la dureza
del camino, pero también porque hemos dejado atrás las prisas Se llega hasta donde
se llega, y el resto a tren. Esto me permite por vez primera en todo el viaje
pararme tranquilo a dibujar, y es lo que hago en la capilla de St. Michel,
donde comemos. Hemos recorrido poca distancia pero se hace realmente duro, y se
ha de contar además el efecto desmoralizador que tiene ver una cuesta imponente
no señalada en nuestro mapa, pues te hace pensar que la que sí está señalada ha
de ser terrible. Lo cual termina por confirmarse en la gran mayoría de
ocasiones. Nos pasa exactamente esto al ir a visitar el templo romano de
Lanleff. Es un templo circular de la época romana, en ruinas pero bien
conservadas que merece la visita. Pero en nuestro mapa figura ser relativamente
plano, y 2 km antes de llegar nos encontramos con una bajada larguísima. Que
obviamente luego tenemos que subir. Penosamente unos, mejor otro que yo me sé… Pero
que te deja sin entrañas.
Dado nuestro estado de fatiga,
decidimos merendar en Plehedel, a corta distancia. Hay un supermercado y
paramos delante de la iglesia a comer unas patatitas con Brezh-cola. Allí una
abuela le da conversación a Eli, la que habla francés, no se vayan a pensar que
por otro motivo, a explicarle que ha dejado el coche aparcado y otro que vino después
de ella le bloqueó la salida. Tenía más ganas de hablar y contar su aventura
que de resolver el tema propiamente dicho, pues le ofrecimos conducirlo
nosotros y sacarlo, pues algo de hueco, suficiente, había, pero no quiso. La
dejamos con sus tribulaciones.
Nosotros regresamos a nuestro
rompepiernas. En este caso fuimos amenizados por un evento altamente
acojonante: Estábamos discutiendo si ir por un camino o por otro, cuando de
repente veo un coche que baja una cuesta, la que quería tomar Barnabas, y se
lleva por delante a dos chavales que iban en bici. Puedo asegurar que el
chaval, de unos 10 años o así salió volando por el golpe que le propinó el
animal del coche. Como locos corrimos, pero ya me imaginaba yo haciendo reanimación
en medio de la nada y sin mucho que poder hacer, pues muerto le creía. Pero
para mi sorpresa el chico se levanta, llorando, un poco magullado, con un
hematoma no muy pronunciado (en ese momento) en la pierna y con dolor en un
dedo, pero nada más. Casi no me creía la suerte del chico, mirándole por todas
partes en busca de fracturas que no fueran aparentes. Su amigo se había marchado
corriendo a buscar a su padre y el tarado del coche, otro nombre no merece,
comienza como un desesperado a buscar desperfectos en su coche tratando a la
par de arrancar la bici del chico de debajo de su parachoques. La bici daba
pena verla, pero el grandísimo cornudo no se preocupó para nada del chico. Pero
se puede ser peor alimaña? Eli se esmeró
en dar mil consejos a ese engendro que gasta el mismo oxigeno que el resto de
la humanidad ante las acciones poco prudentes pero pronto le hicimos desistir.
Si se preocupa tanto por su coche como para correr según que riesgos, que se
pudra con él, hombre, que Darwin en ciertas cosas algo de razón tenía.
Al llegar el padre de la criatura
nosotros nos evaporamos. No quiso detalles ni testimonios, asi que seguimos
camino. La ruta quedó evidentemente clara desde ese mismo instante: Por esa cuesta
llena de locos no metemos a Eli ni con la amenaza de una pistola de gran
calibre. Poco a poco fuimos completando el recorrido visitando las atracciones
de la zona, un molino de viento la mar de cuco y la abadía de Beauport, una abadía
antigua aún en uso pero con una iglesia en ruinas que permiten visitar en
parte. Hasta Barnabas, que no suele disfrutar esta parte de las visitas digamos culturales, estuvo ampliamente contento en este sitio. Es la primera vez que le veo disfrutar de cosas como esta.
La idea era continuar, pero ya era
tarde, y nuevamente en este viaje la fatiga pesaba hasta para Barnabas, así que
al llegar a Paimpol optamos por parar. Tuvimos suerte en parte, pues en el
primer hotel que preguntamos encontramos habitación con vistas a la bahía, y
con un espacio destinado a las bicicletas. Bueno, esto era el marketing
oficial. La realidad era que la habitación era minúscula, las vistas a la bahía
eran a través de una reducidísima ventana, el lavabo y la ducha eran casi
inutilizables por la pequeñez absoluta del espacio y el reducto para las
bicicletas… bueno, este era en la calle tras una valla de medio metro con una
puerta que se abría con clave electrónica pero que cualquiera que lo desease podía
saltar sin esfuerzo. Y p r si no quisiese saltar, el posible ladrón habría de
ir 4 metros más para arriba en la calle y ver que había una cancela abierta de par
en par. En fin, con cierta sensación de ser estafados dejamos las bicis como
mejor supimos, bien atadas, tapadas y medio escondidas de posibles chorizos, y
nos fuimos a cenar. Eli y Barnabas optaron por los habituales crepes y
gallettes, pero yo me lancé a por los mejillones de la zona cocinados con creme
fresche. Buenísimos. Valían la pena.
Eli esa noche no durmió. Para empezar
porque una molesta diarrea le asaltó, pero también porque andaba algo más que
preocupada por las bicis. Tanto fue así que a las 04:00 horas salió a la calle
para ver si estaban bien. Y lo estaban. No faltaría más, los chorizos no se
levantan a esas horas a robar bicis.
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