viernes, 20 de septiembre de 2013

Ruta por Bretagne: Etapa 4



26/08/2013

Comenzamos con el problema que dejamos sin resolver el día anterior. Que es el de la rueda pinchada de Eli. Confiando en una especie de milagro que reparase solito el desaguisado vemos nada más levantarnos que la rueda está como el día, bien deshinchada. Así que toca repararla, y como nos hemos vuelto comodones buscamos una tienda de bicis para pagar por algo que si hiciéramos nosotros podríamos pasar unas cuantas horas. Hinchamos la rueda, sabiendo que aguanta unas cuantas horas con suficiente presión, y nos vamos a la tienda. Para nuestra sorpresa, cuando llegamos a destino vemos que curiosamente libran todos los lunes. Y justo vamos en lunes. Si también será casualidad, hombre…

Bueno, pues ya que la diosa Fortuna nos escupe en la cara optamos por ir a la Gare, que por pura casualidad estaba justo al lado, y tomar un tren hacia Saint Brieuc, con la bici pinchada. La realidad nos mostraba que con la dureza de la ruta no íbamos a lograr completar lo previsto y era prudente avanzar con el tren un buen trecho, saltándonos partes poco interesantes y poder viajar con más calma. Vista aunque de una manera algo fugaz la Costa Esmeralda, e incluso pasando noche en Saint Malo, podíamos permitirnos el lujo de ir en tren a Saint Brieuc y continuar desde allí. Reparar un pinchazo era algo que pensábamos se podría hacer en algún momento del futuro, algo así como “el Yambo del futuro ya se apañará”. Por eso nos dirigimos a la estación. Allí nos espera la grata sorpresa de que para hacer ese trayecto hay que ir absurdamente a Rennes, y tomar allí otro tren. Y encima salía en 5 minutos. Bueno, pues tarjeta de crédito a toda pastilla, y corriendo al tren, que por fortuna estaba cerca (no hay que desesperar, en un pueblo de esas dimensiones apenas hay 4 vías) .

Llegados a Rennes preguntamos por una tienda de reparación de bicis y la suerte parece que nos sonríe esta vez: Hay una justo a 500 metros de la estación. Hacia allí vamos y… Caramba con los vagos de los franceses, también cierra los lunes. Será posible que en este país de vagos y maleantes no haya nadie que trabaje los lunes? Y luego dicen que África comienza en los Pirineos, pues no te fastidia…Bueno, pues a la porra. Nos ahorramos el dinerito y ya veremos cómo nos las apañamos para reparar un pinchacito de nada, que tan complicado no ha de ser tampoco.

Así que tren a Saint Brieuc, y una vez llegados Eli saca de su mochila mágica un inventito que no los del profesor Franz de Copenhagen: Un spray la mar de mono para reparar pinchazos. Funciona de un modo más simple que el mecanismo de un botijo: Se aplica el spray directamente a la válvula y le inyecta dentro de la cámara de aire una espuma que retrasa evidentemente lo inevitable, que es que pierda presión. Pero confiamos que con un poco de suerte dure lo suficiente, y un poco a trancas y a barrancas procedemos según las instrucciones y listos. La rueda tiene presión otra vez y parece que aguanta. Por lo menos los primeros km, que son para salir del pueblo, la rueda no pierde presión. Por cierto, qué recorrido tan feo  tenemos que hacer por Saint Brieuc para salir a la ruta ciclista, pasando por todas las zonas industriales de la costa del pueblo y por carretera un tanto transitada. El riachuelo que seguimos a partir de ahí tampoco es la belleza sacrosanta, pero se agradece la novedad de pedalear sin demasiados coches y al menos con algo de paisaje marítimo. Se ha de decir que es básicamente el mismo tipo de recorrido rompepiernas que nos estaba dejando baldados pero en fin, en esta ocasión, libres de prisas dado el enorme trozo que nos hemos saltado con el tren podemos pararnos en playas que son pequeñas calas pedregosas. Pero se agradece el cambio/ Nos permitimos pequeños paseos por ellas, pudiendo recoger conchas y caracoles de curiosos colores y de buen tamaño. Se hace realmente agradable parar unos minutos en cada playa, tanto por estirar las piernas y picar algunos frutos secos como por retrasar siquiera un poco la ascensión que se sigue de cada cala. 






Así vamos procediendo por toda la costa hasta que no podemos realmente seguir. Viento de cara, algo de frío, semioscuridad y sobretodo mucha fatiga y las piernas reventadas. Demasiado. Llegamos a un pueblecito llamado Etables-sur-Mer y decidimos buscar alojamiento ahí. Encontrar el pueblo supuso un problema añadido, y es que las casas de este país están terriblemente dispersas, y no hay forma a veces de saber si has llegado, salido, o circulas en el centro. Llamados por la regla de oro de buscar la iglesia del pueblo, que debe ser algo similar al centro y es fácil de ver, por el campanario, encontramos al final una especie de información sobre los alojamientos de la zona. Vamos a parar así a una casa particular que se ofrece como bed&breakfast por poco precio. Bueno, el vamos a parar supuso dar unas cuantas vueltas por calles sin placas informativas ni casi números en las puertas, para al final nos diga una amabilísima mujer que no tiene hueco, ya que se lo ha dado a unos británicos muy hijos de la Gran Bretaña que llegaron antes que nosotros. Curiosamente se muestra muy interesada en darnos una mano, y ella misma comienza a llamar a todo el mundo que conoce en el pueblo (casi todo el pueblo por lo que pudimos ver) a ver si nos encontraba algo. No hubo suerte, pues estaba todo lleno, llegando incluso a ofrecernos su propia caravana para dormir, algo que a su marido, el dueño probablemente oficial del trasto, no le sentó demasiado bien habida cuenta la cara que puso..  El caso es que después de mucho pensar y llamar, nos envía a un camping justo al ladito.



Eli se encargó de gestionar las cosas con el camping, que estaba a reventar también de ingleses (les debe de hacer gracia eso de ir a Francia solamente cruzando un charquito de nada con el ferry) pero nos consigue una tienda ya montada, con camas y todo y francamente cómoda. Pudimos incluso pedirnos unas pizzas y dormir como reyes. Casi mejor que algún hotel y todo. 


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