25/08/2013
Una buena noche reparadora hace milagros, pero en el hotel donde nos alojábamos no tenían un sitio específico para las bicicletas, así que optaron por dejarlas por la noche en el comedor. En medio de las sillas, mesas y demás. No era en realidad una molestia, pues a partir de las 22:00 cerraban el local y sólo funcionaban como hotel, pero nos pidieron que a las 08:00 las sacáramos fuera para dar los desayunos. Y tal hicimos. Nos levantamos a las 07:45 horas y sin tiempo ni para saber si nos habíamos despertado aún o no (de hecho en situaciones similares trato de mantener al menos medio cerebro dormido, y de poder ser, un ojo cerrado y así volver a dormir lo antes posible) bajamos al comedor a realizar tan ingrata tarea. Nuestra sorpresa es que nos recibe la dueña con unos modos dignos de un australopiteco poco menos que llamándonos en un francés entendible hasta para mis hasta ese momento dormidos oídos, que despertaron de golpe, impresentables, maleducados y demás lindeces. Y que el comedor se abre a las 08:00 y que faltaban en ese momento 10 minutos. Tratar de decirle algo a ese monstruo acerca de que había sido ella misma y su marido quienes nos dijeron de sacar las bicis antes de las 08:00 resultó imposible. No nos dejó hablar en una ristra de improperios y malos modos que ninguno habíamos sido siquiera capaces de esperar. Pues vaya mala leche se gasta la vieja-los-cojones. En fin, atendiendo a sus deseos cruzamos la puerta del comedor, esperamos 10 minutos y volvemos a entrar, siendo recibidos en esta ocasión sin insultos pero con una mirada glacial, la cual, siendo sinceros, nos importó bien poco. Sacamos las bicis al patio, las dejamos bien ataditas y para adentro de nuevo desfilando delante de la gélida dueña del comedor y señora de las mesas del desayuno para sin darle ni los buenos días regresar a la habitación a dormir hasta las 11:00 horas, que es la hora en que debíamos salir del hotel. Suponemos que se pensaba que nuestra intención era desayunar, y se colapsó con la hora (valiente memez por otra parte), porque después, al levantarnos para salir y sin desayunar (en su casa, se entiende) no digo que se prodigase en sonrisas, pero al menos hizo ver que no había pasado nada y hasta nos regaló unas postales. Para mí que le faltaban un par de tornillos o un ajuste general de los mismos, y como soy un profesional de esto mi opinión tiene cierto peso. Así que el que se la quiera creer, pues bien, y el que no, pues que lo compruebe por sí mismo si es que tiene ganas.
Bueno, el día, salvo la sorpresa de la inmerecida bronca, no pintaba mal del todo, ya que en Bretaña solo llueve para los tontos y no digo que hiciera sol, pero por lo menos no nos íbamos a mojar, y nos fuimos a la panadería a comprar algo para desayunar e ir tirando por el camino planeado. Comprobamos con cierta aprehensión que los usos sicilianos de indicar la ruta sobre el terreno van ganando adeptos por Francia y poco a poco estamos más tiempo parados consultando el mapa y el GPS que casi pedaleando. Al final, pasó lo que tenía que pasar: Nos perdemos. o cual por cierto notamos porque de repente aparece una vía de tren que no tenía que estar ahí. Esto desató las iras inmerecidas de ese par de aprendices de boy scout con plano que me acompañaban pero pocas soluciones prácticas para retomar el camino. Por fortuna un ciclista local nos ve parados con cara de merluzos y nos indicó muy amablemente como regresar a nuestra ruta. Tiramos luego sin más problema por donde tocaba, sin perdernos de nuevo, hasta Cancale, en la costa. El camino era agotador, una sucesión de subidas y bajadas, de vértigo ambas que hacían durísimo llevar un ritmo y las horas iban pasando sin que pudiéramos avanzar apenas por el plan previsto. No teníamos pensado hacer una kilometrada de las de aúpa pero el avance era poco menos que miserable y sin tiempo para apenas vislumbrar unas playas preciosas que se nos aparecían a casi cada recodo. A veces era cuestión de maldecir cuando tocaba llegar a ellas, pues cada una se seguía de una cuesta arriba del carajo de la vela e íbamos echando los hígados kilómetro tras kilómetro. Al final paramos a comer en una placita de Cancale antes de reventar. Este es un pueblecito costero bien digno de ver, lleno de guiris ingleses pero tranquilo pese a todo y suficientemente lleno de tiendas de comestibles como para zamparnos alegremente un par de buenos bocatas de foie con higos dignos de un rey.
Luego proseguimos hacia la punta de Grouin, un espacio natural en un cabo de la costa que visitamos en poco tiempo, pues íbamos retrasados, estaba a reventar de gente y soplaba un viento frío, helado, que nos estaba comenzando a fastidiar. Nuestra intención era partir hacia Saint Malo, pero justo cuando ya íbamos a partir el hado funesto me deparó trabajo inesperado. Y desagradable. Para poner claros los antecedentes, hay que decir que estaban en esos momentos arreglando unos parterres, imagino que para adecentarlos con césped, pero claro, o le pones un vallado o la plebe que llega ahí a carretadas lo pisa y destroza. A algún iluminado no se le ocurrió mejor idea que poner un alambre a ras de suelo, a unos 20 cm del suelo, envolviendo los terrenos en cuestión. Esos alambres ya al llegar nos parecieron poco adecuados, pues con las condiciones de luz imperantes, dígase nublado y con luz difusa aunque escasa, había momentos en que eran difíciles de ver. El caso es que una señora con aire de "camada" y mirando al tendido, en plan "qué bonito es todo esto", no los ve. Esos alambres hacen su función y la pobre ilusa se estampa directamente con ellos en forma de un penalty clarísimo, zancadilla alámbrica y señora al suelo. Y multitud que se agolpa para reírse de ella y ayudarla, a partes proporcionales, creo. Eli y yo, que estábamos a unos 5 metros de todo este show más bien nos levantamos a ayudarla porque desde donde yo estaba ví perfectamente sangre correr a borbotones de su tibia. El alambre le había cortado la piel. Y el chorro de negra sangre era copioso. Curiosamente al ver la sangre la plebe curiosa se volvió medio idiota y nadie, salvo el marido de la susodicha, movió un dedo. Dilema bien curioso, porque ayudarla yo podía pero cómo narices le explico lo que ha de hacer, que es básicamente quedarse quieta y no molestarme miestras restaño lo que se pueda en un idioma que no conozco. Eli me ayudó en esto con su excelente francés, pero a la que doy un rápido vistazo a la herida la cosa es chenga: Se veía claramente el hueso, y parar la hemorragia no iba a ser fácil con unos pocos cleenex que llevaba. Un viandante algo más listo que los demás me dio un pañuelo y con esto le apañé al menos un vendaje de mierda que paró la hemorragia, pero eso estaba más allá de loq ue podía hacer incluso con el botiquín que Eli me alcanzó enseguida de nuestro equipaje. Tuvo que ser ella misma la que corriese al puesto de control a avisar de lo que estaba pasando, pues ni un sólo gabacho tuvo los arrestos o el conocimiento de hacer exactamente esto. Especialmente porque me dejó solo y a ver cómo me las arreglaba yo para explicar lo que tenía que explicar.
En fin, y resumiendo para no alterar almas sensibles, que al final llegó un equipo de bomberos, nos dieron las gracias efusivamente y yo maldiciendo el hado funesto que me hace trabajar estando de vacaciones, nos fuimos de allí. Y nos damos cuenta en menos de 1 km que Eli tiene la rueda pinchada. En medio de la nada. Y a 10 km por carretera de algún sitio donde poder reparar. Definitivamente no era nuestro día. Por fortuna, solo hinchando la rueda, alcanzamos presión de aire suficiente y el ritmo de desinchamiento era lento, y a trancas y barrancas, viento de cara y por una carretera costera hecha a base de rompepiernas, llegamos a Saint Malo. Ese día lo dimos por concluido. Reventados, con la bici pinchada, rueda trasera para más recochineo, ya oscureciendo y con un viento que helaba hasta los huesos, no quisimos ir más allá y buscamos hotel. A la primera encontramos uno de precio asumible. Al menos algo de suerte teníamos. La ciudad es de las que merece la pena visitar: Tiene un casco viejo hecho de calles estrechas y caserones antiguos. Con luz nocturna resulta un paseo muy bonito, y hay multitud de sitios para tomar una crepes (y gallettes) a buen precio. No hay edificios que destaquen por una soberbia perfección, sino que es el conjunto de una ciudad antigua, nada decrépita y parece que orgullosa de un pasado de pobreza y soberbia a partes iguales, por suerte menos dedicada al turismo que el parque temático de Mont Saint Michel.
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