La isla del retorno simbólico al hogar soñado es un pequeño paraíso no solo metafóricamente. Inspira placidez, bienestar, el placer de las raíces. Y además hay playas de cine y pescados riquísimos.
Artur Mas no es el primer dirigente en utilizar el viaje a Ítaca como metáfora política. Cuando la crisis estalló en Grecia allá por el 2010, el entonces primer ministro Yorgos Papandreu comparó el memorando firmado con la Troika con una «nueva Odisea», el atribulado regreso de Odiseo (o Ulises en su versión latina) a su hogar en Ítaca tras 10 años de guerra en Troya y otros 10 de accidentada navegación. Entonces, un periodista, más versado en literatura que el mandatario heleno, le preguntó desde las páginas de un diario si no era consciente de que en la Odisea mueren todos, excepto el propio Ulises.
Desde que Homero escribiera los 12.000 versos de la Odisea, el viaje a Ítaca se ha convertido en un referente literario para cientos de artistas, amantes de los libros y mitómanos. Pero, ¿qué hay en Ítaca?
En Ítaca no hay nada, solo pasado. Que además se pierde en los brumosos confines de la leyenda. La pequeña Ítaca, de 3.200 habitantes, es «pedregosa» y «áspera», dice el propio Ulises, y su hijo Telémaco cuenta: «En Ítaca no hay recorridos extensos ni prado; es tierra criadora de cabras (...) pues ninguna de las islas que se reclinan sobre el mar es apta para el paso de caballos ni rica en prados, e Ítaca menos que ninguna».Solo 23 kilómetros de largoDe punta a punta, la isla mide 23 kilómetros y está dividida en dos penínsulas -una al norte y otra al sur- que une un estrecho istmo de 700 metros de amplitud y 200 de altura, parecido a una verdadera muralla. Y, pese a su pequeña extensión, tiene tremendos desniveles y sobre ella se alzan cuatro montañas de envergadura (el mayor, monte Nirito, de más de 800 metros de altura que surge directamente del fondo del mar, como un inmenso farallón). En verdad, aunque cubierta de un verde manto de oloroso matorral en sus cimas más bajas, toda Ítaca es roca, dejando poco espacio al cultivo y a la ganadería.
Así es que durante décadas, Ítaca envió a sus mejores muchachos allende los mares, a buscarse la vida en EEUU o Australia. «Y si la encuentras pobre, Ítaca no te habrá engañado», reza el inmortal verso de Cavafis y también su versión musical de Lluís Llach.
Pero quizás ese nada sea un poco injusto. Su capital, Vathy, reconstruida tras el terrible terremoto de 1953, está cubierta de casonas blancas, amarillas, rosas y azules con contraventanas de madera, haciendo de ella un pueblo agradable -como los hay a cientos en las islas griegas- pero es cierto que su arquitectura no está a la altura de Corfú, Lesbos o Quíos, ni la isla dispone de yacimientos arqueológicos excepcionales como Delos o Creta, ni sus atardeceres son los de Santorini. Sin embargo, Ítaca tiene la literatura, y sus preciosas aguas.
Esas aguas en las que se bañó Ulises, de un azul profundo y añil; ese mar que al batirlo con los remos de la nave se vuelve «canoso», según esa preciosa metáfora de Homero para definir la espuma de las olas. La accidentada geografía de Ítaca nos ofrece preciosas calas recogidas, hasta las que llegan someros bosquecillos de pinos, cipreses y olivos. No son de arena, sino mayormente de blancas piedras, lo que hace sus aguas transparentes como el alma de un niño hasta que se van alejando mar adentro: ora azul celeste, ora turquesa, ora verdes.
Vathy está situada en una bahía de estrecha bocana, un refugio seguro contra y para los piratas: el propio Ulises, que se definía como «el destructor de ciudades» o «el que está en boca de todos los hombres por toda clase de trampas», lo era un poco a su modo. Ahora que Ítaca ya no es sede de reyes míticos ni de corsarios, las varias bahías de la isla las utilizan patrones de veleros y yates para fondear y darse un chapuzón. De unas décadas a esta parte, pero sobre todo en los últimos años, las islas Jónicas se han convertido en refugio de millonarios siguiendo el ejemplo de la afamada y cercana Skorpios, la isla privada del rico armador Aristóteles Onassis que recientemente adquirió Ekaterina Rybolovlev, hija del magnate ruso Dmitri Ribolovlev, propietario del club de fútbol Mónaco. El emir catarí Hamad bin Jalifa Al Thani también ha comprado el islote de Oxia y otras cinco rocas flotantes para su progenie y el empresario chino David Zhong está interesado en invertir en la isla de Zante. En las aguas de la vecina Cefalonia se ha visto este verano a varios famosos y en la propia Ítaca ha recalado la cantante Madonna.
Sobre todas las cosas, Ítaca tiene la paz de sus gentes. A pesar de que el turismo de los últimos años ha mejorado, los itacenses siguen llevando una vida estoica, de placeres simples y pausados: la pesca, la siesta, la charla nocturna en la taberna. Tras una frugal comida en el pequeño puerto de Frikes, una aldea del norte con cuatro casas de pescadores y unas cuantas tabernas donde se sirven las frescas capturas del mar, este periodista se acerca a una exposición sobre los restos homéricos de la isla. En su interior se vende el catálogo de la muestra, nadie lo vigila. Un cartel señala que el precio son cuatro euros y hay un túper con cambio para que el interesado deposite el dinero y se lleve la vuelta. Tal es la confianza, que a uno ni se le pasa por la cabeza timarlos. Los itacenses son gente que no se atribula, lo único que les saca de sus casillas son las prisas del extranjero -al que acaban contagiando su calma-, parece como si ya hubiesen sufrido bastante ajetreo con las correrías de Ulises y la invasión de italianos fascistas y nazis alemanes durante la segunda guerra mundial.
Aquí se pueden hallar tipos curiosos como Petros, un griego de Alejandría y profesor de la Universidad del Pireo, amante de la ópera y de los barcos, que veranea en Ítaca, y conoce las mejores tabernas donde se sirve el delicioso pescado del mar Jónico. O el itacense Dimitris, capitán de la flota mercante retirado y metido a investigador de la Odisea. Como uno de los fundadores de la Sociedad de Amigos Itacenses de Homero trata con denodado esfuerzo de demostrar la existencia real de Ulises y que la Ítaca actual es la que describe Homero, y rebate con furia los intentos de islas vecinas por apropiarse de ese honor basándose en algunos versos de la Odisea que no concuerdan con la geografía de Ítaca.
Aunque diversos estudiosos dudan de que la Ítaca actual sea la misma que la descrita por Homero en la Odisea, aún podemos visitar la Fuente de Aretusa (sudeste de la isla), donde el porquero Eumeo abrevaba la piara de Ulises, o incluso recientes hallazgos arqueológicos que se creen relacionados con el héroe, como el Castillo de Odiseo (en la zona noroccidental de la isla), aunque hay que echarle imaginación para ver en ellos las ruinas del mito.
Ítaca, como dice el poema de Cavafis, «no tiene otra cosa que ofrecerte», bastante es que te ha dado el motivo para ponerte en marcha: es en el viaje -a través del mar, los libros y el conocimiento de gentes diversas- donde encontrarás la sabiduría. Ítaca es solo el anhelo, ese anhelo incorregible del ser humano por lograr lo que no posee; ese anhelo que mueve montañas y cambia la Historia.
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