martes, 4 de octubre de 2011

Loira en bicicleta: Etapa 1

27/08/2011

Nuestro tren hacía el recorrido desde Cerbere a París. Así que hacia las 06:30 de la madrugada llegamos a destino. Como previsores que somos, ya habíamos hablado (bueno, eso lo hizo Eli toda solita) con el revisor para que nos dejase bajar sin prisas del tren. Así que sin demasiados problemas bajamos bicis y equipaje, y con calma montamos las alforjas en el mismo andén. Por si alguien no ha viajado en un Lunea, debo aclarar que son algo incómodos para subir y bajar bicicletas, pues resultan algo estrechos, la bici no cabe bien por los pasillos, y para rematarlo entre el suelo del vagón y el andén hay una distancia considerable. Que están muy en alto, leches, y no va nada mal algo de músculo para poder cargar y descargar. Por suerte andamos ya con cierta experiencia y de forma coordinada procedimos a descargar y hasta arrancamos unas expresiones de felicitación por parte del revisor. Tampoco hacía mucha falta correr mucho, pues Eli le había pedido paciencia para nosotros y una chica guapa pidiendo algo a un francés tiene asegurada su concesión de forma automatica.



El día era frío, húmedo, sin lluvia pero tirando a feo. No me costó mucho orientarme con el mierda-plano de la estación, y nos acercamos al centro de la ciudad en una excursioncita más larga de lo esperado. El GPS de Barnabas no resultó demasiado útil aquí... Como era bastante de madrugada de un sábado, la ciudad estaba desierta. Tanto es así, que la catedral y la plaza que sería el equivalente de la mayor las visitamos nosotros solitos. Ni un alma. Barnabas y Eli aprovecharon para cambiarse en los soportales de la misma plaza. Se pusieron en el centro de una de las ciudades históricas más importantes de Francia en ropa interior pero sin dar el espectáculo. Estar en bragas y gallumbos a esas horas igual sí les molestó por el frío, pero es lo que hay. Pudimos además hacer unas fotos imposibles a horas más civilizadas.

Visita rápida a la ciudad. Fuera de la catedral, la estatua de Juana de Arco y de su supuesta casa (conservada como ella la habría dejado, ejem, ejem...) no quisimos dar más vueltas. Y procedimos a lo más importante: Parar en la primera boulangerie que abrió, como premio por ser madrugadores en ese país de vagos. Opíparo desayuno y a buscar el río, al que íbamos a acompañar durante 500 km.


Enseguida ponemos plato y piñón adecuados para rodar a buen ritmo y seguimos el carril bici. La primera impresión es muy favorable: Pese al frío reinante, y a unas nubes nada halagüeñas, por lo negras y amenazantes, vamos bordeando el río rodeados de castillitos preciosos y abadías muy bien conservadas. Da la impresión de un paisaje bonito, ideal para cicloturistear. Pronto llegamos a La Pointe de Courpain, donde hay unas vistas preciosas y nos alegramos por haber escogido este viaje... Para a continuación empezar a maldecir a más de uno, pues hay una escasez de indicadores excesiva para poderse aclarar, y debemos parar continuamente para no perdernos en cada cruce. Pronto nos damos cuenta que perderse es facil, y algún comentario sobre el parentesco del encargado de las indicaciones con sus primos de Silicia sale a la luz.

Como estamos cansados por un sueño insuficiente (yo no, pero el resto sí, je, je..), hacemos una paradita en Meung. Es un pueblo bonito con una colegiata románica que se puede visitar. Muy destacable. Además hacía frío fuera, y dentro hacía un calorcillo agradable, con sonido ambiente con canto gregoriano. Pasamos un buen rato allí. Tratamos de visitar también el castillo, bastante impresionante, pero el elevado precio de la entrada nos hace desistir. Por bastante menos que la cuarta parte de 3 entradas nos pagamos otro desayuno bien bueno.A quien esto leyere que no se extrañe: Cuando se pedalea hay más hambre.

La idea era rodar aún unos cuantos kilometros más, y el día comenzaba a aclararse, haciendo cada vez más calor. Enseguida nos quitamos parte del ropaje de la mañana, y los caminos ya comienzan a llenarse de otros cicloturistas. Nuestra sorpresa es que la enorme mayoría de ellos siguen la ruta al revés, hacia Orleans, y pronto nos damos cuenta de que el viento sopla de forma casi constante en esa dirección, tocándonos un poco la fibra a lo largo de todo el día (y de todo el viaje, que eso también se ha de decir).
Recomiendo un par de sitios en esta ruta:

- Baule, un pequeño pueblecito con una iglesia en lo alto de un monte muy agradable para parar un rato.

- Beaugency: Un pueblo medieval que parece haberse quedado anclado en su pasado, y no ha evolucionado nada. Casi cada casa y cada calle tienen el aspecto que tenían hace casi 800 años.
- Lestiou. Como pueblo no merece mucho la pena, pero tiene unos lavaderos medievales que se pueden visitar totalmente gratis.

El paisaje aquí es casi danubiano. Un carril para bicis a lo largo del río bastante tranquilo rodeado de verde por todas partes. Lo único que rompe el paisaje es una central nuclear justo en la orilla izquierda del río, idéntica a la del Sr. Burns de "Los Simpson" pero pronto queda atrás y nos permite disfrutar del río sin obscenidades visuales. Justo antes de St. Dye decidimos parar a comer bajo un enorme árbol, y como teníamos intención de dormir justo en el pueblo, nos lo tomamos con calma. Ilusos. Bien caro habíamos de pagar nuestra falta de alojamiento, pues dimos vueltas y más vueltas por el pueblo sin encontrar ni un mísero sitio para dormir. Una familia de franceses que iban también en bicicleta se mostraron tan corteses como inútiles a la hora de ayudarnos en la interacción con los indígenas. Los muy (%*^&) se quedaron mirando cómo trataba Eli de localizar algún sitio sin siquiera ofrecerse a mediar, logrando ponernos nerviosos diciendo cosas en plan "hoy no vais a encontrar nada". Agradecería si el consejo no es útil cerrar la p*** boca, pero hacerlo entender el francés era fatigoso y decidimos no molerlos a palos, por lo que pudiera después pasar. En fin, decepcionados, no nos queda más alternativa que continuar el viaje e ir al castillo de Chambord, al menos para visitarlo antes de volver a buscar camping u hotel.


No tardamos en llegar, aunque no gracias a las indicaciones de nuestra guía, ni a las sutiles señales del camino. Por suerte se ve de lejos, y pudimos atajar un par de veces. El castillo es realmente precioso. Diseñado en parte por Leonardo, aunque con varios añadidos posteriores, tiene una planta única y una arquitectura de ensueño. Se disfruta de su contemplación sin dudarlo ni un segundo. Vale la pena verlo, aunque debo ser honesto y decir que vale tanto la pena verlo como quizá valga la pena también no entrar a verlo. 12 euracos por persona, y eso con descuento por universitarios. Nosotros le dimos un buen vistazo... por fuera. Nos ahorramos el dinerillo que invertimos en unos buenos helados. Y encima parece ser que está siempre a reventar de turistas ruidosos, impertinentes en una minoría y con bastante incomprensión por los ciclistas. A ellos los descargan en paletadas de autobuses y a nosotros nos costaba movernos sin atropellar a nadie. Bajo un sol de justicia damos una vuelta con calma y proseguimos en dirección a Blois, si bien en el momento en que cualquier tipo de alojamiento quedase a nuestro alcance nos tirábamos a por él de cabeza.

No cayó esa breva, no. No hubo forma de encontrar nada, porque o bien los que había estaban llenos, o, cosa inconcebible para nuestras hispanas mentes, los dueños cerraban en agosto por vacaciones. En mitad de una zona de alto interés turístico cierran por vacaciones!!!!! En agosto!!!! Voy a cambiar la frase de Asterix: Están locos estos franceses. Pulverizamos cualquier récord mundial en localización de hoteles sobre un mapa y en llegar a ellos para preguntar, con respuesta negativa, o hallarlo cerrado a cal y canto. Abatidos, agotados, chamuscados por el sol, por una de esas casualidades ya a un par de km de Blois pasamos justo por delante de un hotel de carretera con pretensiones. Habitaciones caras, pero ya no teníamos fuerzas para discutir ni mucho menos para rechazar. Una cenita en el mismo hotel y a dormir, que yo al menos estaba reventado.


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