31/08/2011
Miércoles. Día anodino por excelencia, y tal debía ser este también. Amanece nuboso y con algún chirimiri ocasional, pero no de calado suficiente como para impedirnos, de momento, pedalear. Nos zampamos un desayuno sencillo y a pelearnos con la guía y las indicaciones a veces inexistentes, de tal forma que en más de una ocasión damos rodeos absurdos. El peor fue el caso de un puente en el que nos hacen hacer un giro de 270 grados por debajo de un puente sólo con el objetivo de no tener que cruzar una carretera no demasiado transitada. Y en otras ocasiones vemos cómo damos vueltas bastante largas que sólo con recorrer algunos cientos de metros por una carretera eran perfectamente evitables. Mi único consuelo es que va pasando por varias iglesias románicas bien bonitas, y que me permiten visitar sin prisas. Total, fuera a veces chispea y por lo general hace mal tiempo, así que hasta Barnabas y su alergia a cuanto tenga que ver con la Iglesia ceden por un ratito de cobijo en algún soportal o en una visita lenta por dentro de la iglesia.
Pasamos Gennes, Besse y Cunault, y llegamos a un picnic bien acondicionado donde hacemos descanso. Barnabas se pasa un buen rato en el lavabo, pero Eli y yo ni le damos importancia. No nos percatamos de nada extraordinario, pero resulta que se había quedado encerrado dentro y tuvo que abrir la puerta a hostias. Cuando nos lo contó casi le damos como moraleja que algún problema tenía que tener ser lento, y es que los demás no nos damos cuenta de si hay problemas porque siempre tarda mucho.
Después de comer el tiempo empeora. Ya no es chirimiri de cuando en cuando, sino lluvia bastante tocanarices. Vamos bien equipados, pero los que tengáis gafas ya sabéis que molesto resulta pedalear de esta forma, así que ante las dudas que suscita este dichoso país para encontrar alojamiento decidimos ir a lo seguro y concluir etapa en Angers. Por ser una ciudad grande pensamos que no habría problemas, y tomamos un desvío hacia la ciudad, lo cual no nos permite visitar Les Ponts de Cé. Me aguanto y listos. Por fortuna soy compensado con un recorrido por la campiña, preciosa en esta época del año, y con un elemento de diversión añadido: Pasando la Daguenière hay que cruzar un río con una barcaza. Esta barcaza no tiene barquero, sino que por un sencillo ingenio de cadenas es el propio usuario quien la maneja para ir de una orilla a otra. Nos cruzamos aquí con unos madrileños que hacían el recorrido a la inversa, bastante majos pero algo inconscientes, pues nos dijeron que el tiempo era muy bueno. Yo, que veía llover cada vez con mayor preocupación, opto por dejar las relaciones institucionales a Eli y me pongo a estirar de la cadena para cruzar la barcaza. Barnabas más me estorbó que me ayudó, pero resultó divertido.
Tras unos kilometrillos de nada llegamos al fin a Angers. La llegada es a través de un paisje muy curioso con grandes túmulos de pizarra, pero que nos deja sin indicaciones justo al llegar a las afueras de Angers. Y aquí vimos que la guía que llevábamos no servía para nada, dejándonos más que colgados. Y sin indicaciones en el terreno. Por suerte el GPS de Barnabas aquí sí resultó útil y tras varios intentos frustrados llegamos al fin al centro. En el Grand Hotel de la Gare nos atendieron de maravilla, y obtenemos habitaciones a buen precio. Visitamos tras una reparadora ducha calentita la ciudad. Algo ruidosa para mi gusto, pero el aspecto monumental era excelente, así que me dejó una sensación agridulce. Bueno, el chateaux era algo chato pero bien fortificado, y tienen una catedral bastante impresionante. No forzamos demasiado. Al lado del mismo hotel paramos en un puesto de kebabs que era el más limpio que he visto en mi vida, y a dormir.
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