miércoles, 26 de octubre de 2011

El hombre de Neanderthal


Joachim Neumann, párroco de saint Martin, en Düsseldorf, organista y compositor, nunca pudo ni imaginar que su nomrbre de artista iba a servir para denominar a un hombre primitivo de tipo casi animal. Siguiendo la moda de su época cambió su nombre, Neumann, por una traducción al griego Neander (Hombre nuevo), que sonaba muy bien. Al morir, su ciudad decidió honrarlo llamando Neanderthal (valle de Neander) a un vallecito muy romántico cerca de Düseldorf. Este valle del párroco Neumann estuvo ca. 200 años durmiendo el más tranquilo de los sueños hasta que se iniciaron unos trabajos en las canteras. Pero no se hizo realmente popular hasta 1856 cuando un profesor de Elberfeld oyó decir que se había encontrado allí un hueso extraño.

Las numerosas cuevas calizas del valle habían sido convertidas poco a poco en canteras. Sólo quedaban entonces 2 grutas, las llamadas grutas de Feldhof, en la pared rocosa, a 20 m de altura sobre el valle. A veces los trabajadores les daban un vistazo, pero su entrada era tan pequeña que nadie podía entrar. En verano de 1856 volaron parte de la pared rocosa y así se ensancharon las entradas de las cuevas. Luego los trabajadores comenzaron a quitar la arena del interior para picar la piedra, un procedimiento de lo más normal. De repente, un obrero señaló un par de huesos. Pensaron que debía ser de un enterramiento, pero al no ser demasiado piadosos echaron los huesos a rodar por la pendiente.

Al llegar abajo, fueron a parar a los pies del propietario. Miró hacia arriba. "Los huesos de un difunto", le gritó un obrero. "No, hombre, no", le espetó el jefe al ver más detalladamente uno de los pesados fragmentos. "Deben ser de un oso. Recogedlos, quizá les sirvan de algo a los maestros de escuela".

Johan C. Fuhlrott (foto de la izquierda), profesor de historia natural del Instituto de Elberfeld, se alegró como un niño cuando le dieron la noticia de que podía ir a Neanderthal a recoger unos huesos de oso de las cavernas. Era un hombre curioso e instruído que conocía a la perfección la geología de la región montañosa entre el Wupper, el Dusselbach y el Rhin. Pero nunca había obtenido un oso de las cavernas y quería ampliar su colección. Pero su alegría devino en asombro al encontrarse ante los huesos de Feldhof. No era un oso sino un ser parecido al hombre sólo que de constitución más basta y casi animal. Vio una bóveda craneal baja y alargada, con protuberancias óseas muy marcadas encima de las órbitas de los ojos, casi como un simio. Los fémures eran gruesos y pesados, lo cual explicaba quie los hubieran confundido con los de un oso, y además estaban encorvados de una forma extraña. Pensó enseguida que esa criatura debía haber andado encorvada, arrastrando los pies y adelantando la parte superior del cuerpo. Como creían entonces que andaban los gorilas: Eso debía ser un antropoide, intermedio entre el gorila y el hombre.

Siguió buscando entre los escombros y rescató fragmentos de antebrazos, el cúbito izquierdo y el radio  derecho, trozos de omoplato y algunas costillas. El resto había desaparecido, pero con eso ya podía tener una idea del aspecto de esa criatura. La capa arcillosa de la que provenía tenia su origen en el cuaternario medio.

Si hacía público su hallazgo el escándalo sería monumental, así que fue prudente. Primero conservó los huesos, leyó todo lo posible y luego recurrió a algunos antropólogos para que vieran sus huesos. estos se quedaron tan asombrados como él, le felicitaron y le dijeron que compartían su opinión. El más destacado de estos, Hermann Schaafhausen (foto de la izquierda), hizo trasladar los restos al Museo Provincial de Bonn. Escribió un tratado y luego invitó a Fuhlrott a tomar la palabra en Kassel ante las grandes eminencias de la historia natural.


Fue el día más grande y a la vez el más triste de la vida de este pobre profesor. en esa sala estaba Virchow, Rudolf Wagner, Mayer, Pruner-Bey y Blanque. Pero esos distinguidos caballeros menearon la cabeza. Le dijeron que no tenía pruebas claras de que los restos fueran de la época glacial. El agua los podía haber arrastrado hasta la cueva, o que podía tratarse de los restos de un cosaco, pues de las guerras en 1814 recordaban a algunos con aspecto más bien bestial. Blake incluso dijo que una bóveda craneal así era por tratarse de un idiota, o hidrocefalia, y que su dueño debió haber vivido como un animal en los bosques. Wagner dijo que era un holandés antiguo, Bey se inclinaba por un celta, otros decían que un ermitaño... Sólo Schaafhausen le apoyó, y luego miró a Virchow. El gran maestro no había hablado aún.

Cuando Virchow (foto de la izquierda) se levantó por fin, reinó un profundo silencio. De la opinión de Virchow dependía que la asamblea se desengañase o no, y tras un bello discurso presentó sus razones: El esqueleto del valle de Neander no había pertenecido a un individuo normal, sino a un infeliz cuya constitución ósea estaba deformada por uan enfermedad. Desde su nacimiento había tenido un cráneo largo con senos frontales hiperdesarrollados, semajantes a los de la gente de la vieja Frisia. En su niñez había sufrido de raquitismo, así que se le deformaron los fémures y la pelvis. A pesar de esto, se hizo un hombre fuerte que gustaba de la pelea, pues varias veces le habían roto el cráneo. Las protuberancias sobre los ojos y lo plano de su frente así lo atestiguaban. Y de viejo le asaltó la gota, que terminó de transformar los huesos. Este esqueleto no podía servir de prueba para ninguna suposicíón.

Así concluyó la asamblea y mandaron a Fuhlrott a casa. Pero Schaafhausen publicó un escrito y Fuhlrott un tratado, por lo que se terminó por producir una violenta reacción entre los científicos con 2 bandos enfrentados. Pero de las filas de los sabios Fuhlrott sólo obtenía violentos ataques.

La autoridad de Virchow se impuso en Alemania hasta finales de siglo. A ello contribuyó un cráneo hallado en Cannstatt, parecido al de Fuhlrott, que se descubrió era relativamente moderno (aunque es curioso que los franceses aceptaran más este falso cráneo que el verdadero del valle de Neander, llamando mucho tiempo la race de Cannstatt a la nueva raza hipotética).

Lyell (foto de la izquierda) terminó cambiando la situación. Cuando este hallazgo llegó a sus oídos viajó a Alemania, visitó a Fuhlrott y preguntó todo cuanto quiso. Para el pobre profesor de instituto supuso un gran consuelo. Vivía aún cuando el ayudante de Lyell, King, estableció el nombre de Hombre de Neanderthal y escuchó que su primera impresión había sido la buena, y que era una especie nueva  de hombre, distinta del homo sapiens.

Y para concluir, el investigador inglés Busk, al ver la discusión sobre el hombre del valle de Nenader, recordó que él tenía un cráneo completamente fosilizado encontrado en 1846 en las obras de fortificación de Gibraltar. Y que tenían en el desván con otras cosas curiosas. Y ahora resultaba interesante  por que era otro hombre del tipo neandertalés. 2 años más tarde, el belga Dupont halló una mandíbula inferior que E.T. Hamy clasificó como neandertalesa. Así se averiguó que tenían las mandíbulas salidas como los monos, pero con dientes humanos. La última piedra del edificio de esta teoría fue en la cueva de Schipka, cerca de Stramberg (Moravia). El checo Maschka halló en 1882 una mandíbula inferior de un niño que estaba cambiando los dientes. La mandíbula era de gran tamaño, y no hay ninguna enfermedad capaz de hacer que un niño tenga una mandíbula tan enorme. Virchow de todas formas no bajó del burro, pero ahora la mayoría se decantó por Schaafhausen y su amigo. Y en 1886, muy oportunamente, vino la confirmación. En la cueva de Spy d'Orneau, cerca de Namur, los geólogos belgas Puydt y Lohest descubrieron un cuadro sinóptico de la época del Neanderthal: Había 5 estratos geológicos, uno encima del otro. En los 4 inferiores había huesos de mamut y rinocerontes lanudos, e instrumentos de piedra, cuchillos y puntas de lanza. Con seguridad eran de la época glacial. Y en la cuarta capa empezando por arriba, o sea, la segunda en antigüedad, había 2 esqueletos acurrucados como si estuviesen durmiendo. Eran neandertaleses. Los cráneos tenían las mismas protuberancias en las cejas, una mandíbula inferior grande y basta, huesos gruesos y curvados. Era imposible que fuera una deformación patológica.

El anatomista de Strasbourg Gustav Schwalbe comparó los restos y sus conclusiones hicieron que hasta los más escépticos hubieran de reconocer su error. Sólo Virchow volvió a protestar pero sus palabras cayeron en el vacío.



Fuente: Tras las huellas de adan, de H. Wendt

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