03/09/2011
El recorrido en principio estaba hecho. No teníamos idea al principio de usar el tren para llegar a Nantes, ni tampoco tener que dormir en esta ciudad. Pero las cosas las decidimos sobre la marcha y el resultado es que estábamos en Nantes y que nuestros pasajes de regreso estaban pensados para tomar un tren a las 17:30 a París, y allí recorrernos medio centro de la ciudad para llegar a otra estación de donde sale un tren hacia Cerbere. Eran, entonces las 10:00 de la mañana y teníamos todo un día por perder tranquilamente vagando por Nantes. Sin prisas, pues, buscamos una boulangerie donde desayunar, y nos ponemos a visitar haciendo el turista. Teníamos que llevarnos las bicis con las alforjas, pero tampoco era un problema. Consistía en andar con cuidado.
La impresión del día anterior, con la vorágine de una plebe desbocada, medio alcoholizada y con ruido por todas partes no había sido muy favorable, pero debo confesar que cambiamos de opinión. Se nos mostró ese día una ciudad tranquila, de gentes amables y con aspectos monumentales muy dignos de visitar. Incluso en la catedral nos topamos con un señor, con aspecto de estar jubilado, que daba gratis un recorrido explicativo de la catedral. Lo hacía de una manera interactiva y muy divertida, asequible incluso para mi paupérrimo francés, si bien con cierta preferencia hacia 2 señoritas quizá excesivamente jóvenes y con tendencia a mostrar más piel de la recomendable para el decoro de una catedral. Pero al guía no parecía importarle, sino más bien gustarle, y la mayor parte de chanzas y bromas fue destinado a ese par de pipiolas.
Pero donde pasamos gran parte del día fue en el Chateaux de los Duques de Bretaña. Ya en todo el viaje habíamos dicho que al menos debíamos visitar algún castillo, que el tacañismo es bueno, pero mucho es pasarse. Y mira por donde, dispuestos a pagar por visitar este y resulta que era gratis. Lo recorrimos de cabo a rabo, sin descuidar ni un milímetro, y nos gustó tanto que decidimos quedarnos a comer en la crepería que estaba en el centro del patio de armas. Aquí nos topamos con un problema, pues cuando quisimos dejar las bicis aparcadas a la vista, aparece de repente un empleado de seguridad y a voces nada suaves nos impele a dejar las bicis en un sitio destinado al efecto. Vale, sólo que el sitio ese estaba bastante lejos y nada vigilado. No pudimos entendernos con él. No por no hablar su idioma, sino porque se puso en plan madelman e hizo oídos sordos a cuantas explicaciones le quisimos dar. Bueno, pues tuvimos que dejar las bicis en el quinto cuerno, traernos las alforjas hasta la crepería y formar un montón enorme justo en el mismo sitio donde antes estaban las bicis. Esto lo hice adrede, a ver si el madelman veía que era menos antiestético a la vista una bici perfectamente cargada y aparcada que un montón informe de bultos puestos lo peor que pude. No sirvió de mucho, pero un leve consuelo sí que daba.
Las crepes, por cierto, exquisitas. Al terminar, fuimos por tandas a buscar las bicis. La seguridad en este país no parrecía un problema, pero no es Alemania y no nos la quisimos jugar. En estas, Barnabas ha acabado de cargar su bici, yo voy a buscar la mía y aparece la versión en pequeñito del guardia inicial, un escuchiminizado guardia que tenía la misma capacidad intelectual que el madelman, pero un tono de voz bastante más irritante. Y venga a increparnos a grito pelado que no se puede aparcar ahí. Ya os podéis imaginar la situación. Francia es un país muy curioso en el cual sus habitantes tienen la rara capacidad de no escuchar nunca. A veces pasa que ni siquiera se escuchan a sí mismos, pero la situación estaba comenzando a ser ridícula. Así que cuando el airgamboy este paró la verborrea para coger aire, Eli le responde con toda la parsimonia posible que no estábamos aparcando, que estábamos marchando y que gracias a su amigo el madelman con ambiciones de G.I.Joe teníamos que volver a cargar las alforjas. Supongo que debió entender de qué iba la cosa, porque se volvió menos cretino de repente y tras explicarnos unas 3 ó 4 veces que ahí no se podía aparcar, se marcha mirando atrás de forma constante. Me quedaron ganas de decirle que a base de subnormalidades de este estilo igual lo degradaban a click de playmobil y se le acababa su meteórica carrera hacia soldadito de plomo, pero eso en francés debe ser muy complicado y por signos debe serlo todavía más. Valía más dejarlo correr. Fui a buscar la bici y dejamos la fiesta en paz.
Luego nos fuimos a tomar una cocacola bien fría al jardín botánico. Que además de ser gratuito está justo delante de la estación de tren, y reposar allí tranquilamente se nos antojó mejor que más paseos. En el camino ahcia allí buscamos en vano una camiseta que llevarnos de recuerdo. Media ciudad recorrimos en vano. Gente más rara esta que no venden algo tan sencillo. Por cierto, a guisa de curiosidad, según pude ver en algunos sitios, Asterix de galo, nada. Es Bretón.
Y 3 horitas hasta París. Llegamos a la Gare de Montparnasse, y nuestro tren sale de la gare de Austerlitz. A pie es como una media hora a paso rápido, casi al trote. En bici no debían ser más allá de unos minutillos si, y sólo si, conoces el camino. Yo pretendía dar un agradable paseo por el centro, comprar alguna cosilla para picar tranquilamente y marchar después a la gare, pero cometí el terrible error de confiar en Barnabas y su GPS. No tenía plano, y cuando salimos de la gare esperamos así con paciencia a que busque en el GPS la ruta a seguir. Imaginaos a 3 catetos que salen de golpe a la gran ciudad y deben por narices llegar a otro punto de la misma para pillar otro tren. Cara de pardillos absoluta, que se iba incrementando a medida que el GPS se muestra absolutamente incapaz de encontrar no sólo la gare de destino sino la propia gare de la que salimos. Y venga, ahí parados en mitad de la plebe, que iba fluctuando a nuestro alrededor, dando nosotros la nota como si tuviéramos un cartelón que pusiese: Atontaos.
Cuando Barnabas hubo localizado todas las gares de Francia menos la de Austerlitz, se me acaban de hinchar las narices y venga, a moverse tocan, que más o menos me sé el camino. Suerte que en una ocasión anterior había hecho ese recorrido a pie... Y al empezar a pedalear llegamos al boulevard Motnparnasse, donde ví más por casualidad que por otra cosa unos cartelitos indicando cómo llegar a Austerlitz. Nos dimos una buena vuelta, por cierto. Los cartelitos eran correctos, no faltaría más, pero el rodeo que nos hicieron dar fue la repera, además de noche, enmedio del tráfico de la ciudad y con una llovizna que hacía el tema asfalto algo resbaladizo. Boetius 1, GPS 0. Ya en la gare cenamos con parsimonia y entonces Barnabas nos anuncia que ya ha localizado la gare. Toma, y yo. Es que es lento hasta para esto. Luego cogimos el tren sin problemas, negociando además con los revisores bajar en Portbou y no en Cerbere. El procedimiento de negociación es el habitual, con una chica guapa y un poco de escote sugerente. Es infalible. Altamente recomendable para cualquiera que viaje a Francia.
Nada más a reseñar. Un tren nocturno pero que llega con retraso, no logramos enlazar bien con el tren de Portbou a Barcelona y nos comemos unas 2 horitas en la estación muertos de aburrimiento. Era el fin del viaje.
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